El desprestigio de la maternidad (I)
Sala de incubadoras. Cientos de embriones se desarrollan en ellas asistidos por los cuidadores. Los niños se gestan por completo en dichas incubadoras. No tienen padre ni madre reconocidos. Estos embriones son producto de una fecundación in vitro y han sido seleccionados según convenga a una sociedad totalmente planificada donde no se deja nada al azar. El número de nacimientos está controlado y adaptado a las necesidades de mano de obra y especialidades de trabajo; y los seres humanos parecen convertidos más o menos en robots que solo tienen que ocuparse de trabajar, aparearse con el chico o la chica de turno, ir de vacaciones o entretenerse con el sensorama. Son seres que ni sienten ni por tanto padecen. La mujer ya no tiene que preocuparse por las dificultades o los inconvenientes del embarazo y de la maternidad.
En este “mundo feliz”, ya no existe la familia. Ésta se considera como algo propio de tiempos bárbaros. Se acabó la maternidad y, si alguna mujer siente vagamente ese deseo, todo está calculado. Existe lo que llaman “un tratamiento de sucedáneo de embarazo” a los 21 años. Tan solo a un treinta por ciento de hembras se les permite desarrollar con normalidad sus óvulos; el resto serán estériles. “Esto nos permite dejar de imitar servilmente a la naturaleza para adentrarnos en el mundo mucho más interesante de la invención humana”; el hombre convertido en Dios.
Ya tenemos hoy el primer paso, aunque modesto, en relación a la novela; en vez de incubadoras donde se realicen totalmente las gestaciones se empiezan a utilizar “vientres de alquiler”. Esto queda enseguida justificado por los defensores de tal práctica. Lo importante es lo “avanzado”, como proponía una política al referirse a la legalización de los vientres de alquiler; no sabemos en qué consiste “lo avanzado”. Son palabras que funcionan según el esquema pavloviano de estimulo-respuesta al mas puro condicionamiento animal. No hay explicaciones sobre las consecuencias futuras de estas prácticas porque, después, la casuística será muy variada. En principio se apela al sentimentalismo para ayudar a estas pobrecitas mujeres que no pueden tener hijos -que también podrían adoptar hijos para llenar sus ansias de maternidad, si no los exterminasen mediante el aborto- pero después, no se sabe bien cómo pueden acabar estos niños obtenidos mediante dinero, ni para que fines serán utilizados.
Así pues, esta distopía escrita en 1931 (Aldus Huxley, Un mundo feliz) parece que cada vez está más próxima. Estamos en el primer cuarto de siglo del año 2000, noventa años después, y los seguidores del feminismo radical se prestan entusiastas a la consecución de tal distopía en que la mujer se “liberará” definitivamente de la maternidad, de la opresión de ser mujer, de la naturaleza, tan machista ella. Mientras esto se consigue por completo, se empieza a recurrir a vientres de alquiler por parte de homosexuales y mujeres que no pueden tener hijos o no quieren estropearse ‒que, aunque suponga la explotación de otra mujer, por lo general del mundo subdesarrollado, siempre quedará compensada por una jugosa paga‒mientras esperamos que la tecnología avance un poco más. En Ucrania, antes de la guerra, era todo un negocio. Y si se alzan voces en contra, es porque ciertas feministas consideran que estos “alquileres” convierten el cuerpo de la mujer en objeto, al igual que la prostitución; en estos casos el “derecho sobre el propio cuerpo” es suspendido por estas, porque ya se sabe “vuestro cuerpo es nuestro”.
Las mujeres solo tienen derecho cuando lo dictan ellas, está claro. No se sabe bien cuáles son más “avanzadas” o más “progres” hacia-no-se-sabe-dónde. Pero sí que coinciden en que el niño-juguete no tiene derechos.
En este “mundo feliz” las mujeres ya no necesitarán bajas de maternidad que les supongan el no acceder a puestos de trabajo, con horarios largos o intempestivos, no tendrán las preocupaciones típicas de que el niño coja alguna enfermedad propia de la infancia y tener que buscar a alguien que se quede con él -generalmente los abuelos, si están cerca- o pasar alguna noche sin dormir. Es necesario, pues, desnaturalizar a la mujer poniendo énfasis en la desaparición de la maternidad como algo molesto y todos los sentimientos que ésta lleva aparejados. Y todavía más, es necesario la desaparición de la familia natural. Y por si experimentasen un ansia de niños incontrolable se les podría dar un cochecito infantil con un muñeco dentro como sustituto de la maternidad perdida, como narra P. D. James en su distopía, ambientada en 2021, Hijos de Hombres (1992), donde los hombres ya no producen espermatozoides (quizás por jugar demasiado con la reproducción) y, por tanto, no nacen niños. La humanidad se extinguirá -o por lo menos ciertas sociedades- cuando muera el último hombre.
En este mundo todos son felices y no hay interferencia alguna con las directrices educativas marcadas férreamente por el Estado y su poder total. En este mundo todos son sumisos. No hay libertad de pensamiento, que es la libertad donde se apoyan todas las demás. ¿Por qué se ha hecho desaparecer a la familia en este Estado? En principio, parece que es porque sin sentimientos se han acabado los celos, las envidias, las angustias, los pesares, las inquietudes por los otros, los sufrimientos ante amores no correspondidos, etc. La sexualidad es puramente animal con un componente de degustación. No se puede estar mucho tiempo con la misma pareja, está mal visto. El amor romántico no tiene aquí cabida. Cosas de un pasado bárbaro: “Familia, monogamia, romanticismo. Exclusivismo en todo (…), cuando lo cierto es que todo el mundo pertenece a todo el mundo”. Así manifiesta su desprecio hacia la familia del pasado el Interventor del Mundo feliz ante los estudiantes. Volver a la animalidad pura ahora es lo “moderno”, “culto” y “progre”.
Sala de incubadoras. Cientos de embriones se desarrollan en ellas asistidos por los cuidadores. Los niños se gestan por completo en dichas incubadoras. No tienen padre ni madre reconocidos. Estos embriones son producto de una fecundación in vitro y han sido seleccionados según convenga a una sociedad totalmente planificada donde no se deja nada al azar. El número de nacimientos está controlado y adaptado a las necesidades de mano de obra y especialidades de trabajo; y los seres humanos parecen convertidos más o menos en robots que solo tienen que ocuparse de trabajar, aparearse con el chico o la chica de turno, ir de vacaciones o entretenerse con el sensorama. Son seres que ni sienten ni por tanto padecen. La mujer ya no tiene que preocuparse por las dificultades o los inconvenientes del embarazo y de la maternidad.
En este “mundo feliz”, ya no existe la familia. Ésta se considera como algo propio de tiempos bárbaros. Se acabó la maternidad y, si alguna mujer siente vagamente ese deseo, todo está calculado. Existe lo que llaman “un tratamiento de sucedáneo de embarazo” a los 21 años. Tan solo a un treinta por ciento de hembras se les permite desarrollar con normalidad sus óvulos; el resto serán estériles. “Esto nos permite dejar de imitar servilmente a la naturaleza para adentrarnos en el mundo mucho más interesante de la invención humana”; el hombre convertido en Dios.
Ya tenemos hoy el primer paso, aunque modesto, en relación a la novela; en vez de incubadoras donde se realicen totalmente las gestaciones se empiezan a utilizar “vientres de alquiler”. Esto queda enseguida justificado por los defensores de tal práctica. Lo importante es lo “avanzado”, como proponía una política al referirse a la legalización de los vientres de alquiler; no sabemos en qué consiste “lo avanzado”. Son palabras que funcionan según el esquema pavloviano de estimulo-respuesta al mas puro condicionamiento animal. No hay explicaciones sobre las consecuencias futuras de estas prácticas porque, después, la casuística será muy variada. En principio se apela al sentimentalismo para ayudar a estas pobrecitas mujeres que no pueden tener hijos -que también podrían adoptar hijos para llenar sus ansias de maternidad, si no los exterminasen mediante el aborto- pero después, no se sabe bien cómo pueden acabar estos niños obtenidos mediante dinero, ni para que fines serán utilizados.
Así pues, esta distopía escrita en 1931 (Aldus Huxley, Un mundo feliz) parece que cada vez está más próxima. Estamos en el primer cuarto de siglo del año 2000, noventa años después, y los seguidores del feminismo radical se prestan entusiastas a la consecución de tal distopía en que la mujer se “liberará” definitivamente de la maternidad, de la opresión de ser mujer, de la naturaleza, tan machista ella. Mientras esto se consigue por completo, se empieza a recurrir a vientres de alquiler por parte de homosexuales y mujeres que no pueden tener hijos o no quieren estropearse ‒que, aunque suponga la explotación de otra mujer, por lo general del mundo subdesarrollado, siempre quedará compensada por una jugosa paga‒mientras esperamos que la tecnología avance un poco más. En Ucrania, antes de la guerra, era todo un negocio. Y si se alzan voces en contra, es porque ciertas feministas consideran que estos “alquileres” convierten el cuerpo de la mujer en objeto, al igual que la prostitución; en estos casos el “derecho sobre el propio cuerpo” es suspendido por estas, porque ya se sabe “vuestro cuerpo es nuestro”.
Las mujeres solo tienen derecho cuando lo dictan ellas, está claro. No se sabe bien cuáles son más “avanzadas” o más “progres” hacia-no-se-sabe-dónde. Pero sí que coinciden en que el niño-juguete no tiene derechos.
En este “mundo feliz” las mujeres ya no necesitarán bajas de maternidad que les supongan el no acceder a puestos de trabajo, con horarios largos o intempestivos, no tendrán las preocupaciones típicas de que el niño coja alguna enfermedad propia de la infancia y tener que buscar a alguien que se quede con él -generalmente los abuelos, si están cerca- o pasar alguna noche sin dormir. Es necesario, pues, desnaturalizar a la mujer poniendo énfasis en la desaparición de la maternidad como algo molesto y todos los sentimientos que ésta lleva aparejados. Y todavía más, es necesario la desaparición de la familia natural. Y por si experimentasen un ansia de niños incontrolable se les podría dar un cochecito infantil con un muñeco dentro como sustituto de la maternidad perdida, como narra P. D. James en su distopía, ambientada en 2021, Hijos de Hombres (1992), donde los hombres ya no producen espermatozoides (quizás por jugar demasiado con la reproducción) y, por tanto, no nacen niños. La humanidad se extinguirá -o por lo menos ciertas sociedades- cuando muera el último hombre.
En este mundo todos son felices y no hay interferencia alguna con las directrices educativas marcadas férreamente por el Estado y su poder total. En este mundo todos son sumisos. No hay libertad de pensamiento, que es la libertad donde se apoyan todas las demás. ¿Por qué se ha hecho desaparecer a la familia en este Estado? En principio, parece que es porque sin sentimientos se han acabado los celos, las envidias, las angustias, los pesares, las inquietudes por los otros, los sufrimientos ante amores no correspondidos, etc. La sexualidad es puramente animal con un componente de degustación. No se puede estar mucho tiempo con la misma pareja, está mal visto. El amor romántico no tiene aquí cabida. Cosas de un pasado bárbaro: “Familia, monogamia, romanticismo. Exclusivismo en todo (…), cuando lo cierto es que todo el mundo pertenece a todo el mundo”. Así manifiesta su desprecio hacia la familia del pasado el Interventor del Mundo feliz ante los estudiantes. Volver a la animalidad pura ahora es lo “moderno”, “culto” y “progre”.