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Miércoles, 15 de Mayo de 2024 Tiempo de lectura:

Masonería vaticana: los enemigos internos de la Iglesia al descubierto

[Img #25973]Poco más de dos siglos (ca. 1750–1958/1963) bastaron a la institución masónica para hacerse con el control fáctico de la Iglesia Católica, progresivamente usurpada y desnaturalizada por sus enemigos seculares, impasibles a las continuas condenas que los grandes pontífices preconciliares legaron al mundo. Esta afirmación, no por cruda menos dolorosa para el católico, se asienta sobre el estudio del Magisterio Pontificio y los textos capitales de los Santos Doctores. La obra que hoy promocionamos, Masonería vaticana: Los enemigos internos de la Iglesia al descubierto (Letras Inquietas, 2024), vendría pues, dentro de sus modestas ambiciones, a procurar iluminar algunos ángulos oscuros de las estancias eclesiales dominantes, aquellas que por su cegador efecto sobre las masas, pretenden ilegítimamente “reescribir” a plena luz del día las leyes perennes de la Iglesia de Cristo.  

 

Urge, no obstante, definir antes de nada algunos conceptos: el primero, el vehicular en cuanto da título a nuestra obra, es el de masonería vaticana, que por extensión haremos mejor en denominar como masonería eclesiástica. Este ente amalgama toda la enredadera discreta y secreta de personalidades clericales adheridas a los intereses de las logias masónicas. Es un ocultamiento al tiempo que una implícita develación: tras la sotana se siluetea la sombra del mandil. En su función bisagra, de red de captación de adherentes, tráfico de influencias y difusión de doctrinas ajustadas para con la consecución de nuevas ingenierías espirituales acordes a la Nueva Teología, la masonería eclesiástica acelera una hoja de ruta adicta a los fluctuantes intereses sinárquicos previamente pactados por el denominado Poder Oculto sin Rostro, poder pilotado por los agentes del mundialismo desde sus diversas centralitas, del arco que puede ir de la ONU al CFR. La principal meta de este contubernio es la destrucción y borrado del Cristianismo.

 

Un apunte sobre la infiltración masónica, tema hoy algo caduco y discutido ampliamente por Ricardo de la Cierva en su obra magna La infiltración: dicha infiltración arranca prácticamente desde los inicios de la masonería operativa. Fue un florentino de triste memoria, Rainiero Delci (quien fuera ordenado sacerdote en 1699) el primer cardenal masón reconocido, y como tal estaba afiliado a una logia romana. Este prohombre masónico fue el primero de una interminable legión de eclesiásticos masones sin mandil. Los frutos, qué duda cabe, no han sido baldíos (para la Logia, se entiende): actualmente, y pese a que el grueso de los neoconservadores y no pocos falsos tradicionalistas pretendan convencernos de lo contrario, masonería e iglesia postconciliar son casi indisociables, de puro cohesionadas aparecen en su misión acatólica y de derribo: esto es, alejar de un modo u otro a las gentes del reinado social de Cristo, bien por medio de la corrupción doctrinal, bien recurriendo al cierre, venta y demolición de parroquias, como podemos comprobar en el caso de Barcelona, con el astuto Cardenal Omella al frente de esta operación de desmontaje. Es la dinámica propia de un mundo secularizado hasta la rebaba, donde la mentalidad masónica desplazó del horizonte psicosocial de los hombres la previa predominancia cristiana. Y lobos con piel de cordero están dispersando y confundiendo al rebaño, llevando éste a oscuros precipicios pachamámicos.

 

Pero miremos algo más atrás en el tiempo. El punto de inflexión, el momento de mayor dominancia masónica sobre la estructura histórica y legal de la Iglesia, estalló con el Concilio Vaticano II. Este presunto “concilio”, que por prudencia llamaré conciliábulo, implicó realmente el triunfo del proyecto masónico para infiltrar y usurpar desde dentro la Iglesia, imponiendo una Contra-Iglesia, y enviando así a las catacumbas a la Iglesia legítima, tal y como el Papa Pío XII la dejó al morir (1958). Ni tampoco estará de más recordar cómo en este desorden de cosas, el golpe maestro y efectivo perpetrado por la masonería eclesiástica iba a tener lugar una década después, con la imposición del Novus Ordo Missæ (la “misa” paródica e irreverente promulgada el 3 de abril de 1969 por el seudopapa Pablo VI/Montini), un afrentoso engendro anticatólico obra de otro reconocido masón, Annibale Bugnini.

 

En efecto, este afrentoso Novus Ordo, suerte de ensayo previo al servicio inter-ecuménico de la futura (ir)religión del NOM (Nuevo Orden Mundial), participa de la corriente neomodernista más radicalizada, restando infinita belleza, profundidad y matices a la Liturgia Católica Romana, contradiciendo al tiempo la propia Doctrina emanada del Dogma. El conocido masón Jean Guitton, amigo íntimo del “Papa” Montini, confesó en su día que “la intención del Papa Pablo VI con respecto a lo que se llama comúnmente la misa, era de reformar la liturgia católica de tal manera que casi debería coincidir con la liturgia protestante... había en el Papa Pablo VI una intención ecuménica de eliminar, o al menos corregir, o al menos ablandar aquello que era muy católico, en el sentido tradicional, en la Misa y, repito, de aproximar la misa católica a la misa calvinista” (19 de diciembre de 1993); tengamos presente que fue el Papa San Pío V quien codificó –en su bula Quo primum tempore (1570)– el rito romano tradicional, declarando además que “no podía ser modificado” (!). Lamentablemente, los cegados defensores del Novus Ordo Missæ son todavía legión, pese a que las iglesias de medio mundo están vacías o son cerradas.

 

Vemos pues cómo el sueño de la francmasonería logró al fin su meta de tomar el control de la Iglesia desde dentro. De aquí a normalizar el sueño masónico de la fraternidad universal no dista sino un golpe de mano perpetuo, tanto en la imparable corrupción del Dogma como en la perversión de la fe católica. Arraiga así, imponiéndose desde arriba, un sincretismo de filiación gnóstica y naturalista que repugnaría a los auténticos gnósticos, pues bastardea/abarata la entraña de esta filosofía iniciática.

 

Las últimas maniobras del nefastísimo heresiarca Bergoglio, rotario honorario y un viejo masón confirmado al menos desde 1977, son harto elocuentes. Todo apunta finalmente a la creación de una Súper-Iglesia Mundial, suerte de federación de iglesias en la que todos, incluso ateos y satanistas, tengan cabida (pura antítesis del principio vertebral católico: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”). He aquí la nueva religión sin cruz, la religión del hombre que se adora a sí mismo: la falsa religión del Anticristo.

 

Masonería vaticana: Los enemigos internos de la Iglesia al descubierto. Letras Inquietas (Mayo de 2024)

 

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