El Estado y sus instituciones
Diez años lleva el actual Jefe del Estado ejerciendo las funciones que la Constitución española de 1978 le permiten. Funciones a veces insuficientes en el criterio de muchos españoles. No por ser monárquicos. Simplemente por ser ciudadanos de pleno derecho sintiendo la necesidad de un poder más allá de moderador. Un poder que se pronuncie en nombre del pueblo al que representa. Es más. Me siento mucho más representado por esa actual Jefatura del Estado que por los tres poderes que configuran el sistema democrático y constitucional.
En esos diez años los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial, han dejado mucho que desear. Y hoy la partitocracia está alejada del tejido social, mientras el Monarca y su Jefatura del Estado se acercan cada día más y mejor a la sociedad civil. Cuando este Rey al frente de la Monarquía constitucional de España me representa dentro y fuera de la nación, me siento perfectamente identificado con sus formas y sus mensajes. Al menos en la crisis que vivimos del sistema hay algo que sobre sale positivamente.
El Estado de las autonomías se ha convertido en un poder que colisiona constantemente con el Ejecutivo y el Legislativo de la nación. Antes era normal tal conflicto o contenciosos. Ahora es una pugna para imponer dicterios casi siempre para saltarse la Ley o interpretarla a beneficio del sanchismo y sus instalaciones plagadas de leales al régimen que se mantiene a cualquier precio y a cualquier cesión precisamente impuesta por los enemigos de la unidad nacional y de la Constitución española con las instituciones que tal marco jurídico garantiza como seguridad para la convivencia en igualdad, libertad y solidaridad.
En estos últimos años hubo desde un golpe en Cataluña, una actuación imperativa sin fundamento legal en la pandemia, una desenfrenada carrera del Ejecutivo para imponerse a los otros poderes y postrarse antes quienes desde hace tiempo son aspirantes a territorios taifas disfrazados de Repúblicas más a menos federadas.
España ha perdido aliados que necesitó en momentos cruciales. Estamos en la UE y en la OTAN, pero no somos de fiar. En la pugna de Occidente por su cultura y su papel en la geopolítica hemos mostrado conductas tan reprochables y vergonzosas como la que sin consulta previa el sanchismo ejerció sobre el pueblo saharaui, o sobre Israel en su guerra contra los terroristas de Hamás. Por no recordar el cruce de improperios con el Presidente de la República Argentina, un país hermano en el que residen y palpitan muchos hijos de España. Sólo S.M. el Rey ha sabido siempre ser nuestro mejor y más leal embajador.
Hasta en el terreno personal me representa. Ya me gustaría que la misma transparencia a la que se somete la familia real se sometiera a la "familia política". Ya me gustaría que la responsabilidad, incluso con cargas dolorosas, que ha mostrado S-M el Rey de España, la ejercieran los miembros de las otras instituciones, en las que privilegios y "maniobras" para ocultar corruptelas han estado y están al orden del día. Ya me gustaría que la forma de vida del Monarca fuera un ejemplo para cómo viven otros que no saben o les importa un comino eso que llamamos ejemplaridad. Por cierto. Lo primero que hizo el presidente de la Segunda República, Aniceto Alcalá Zamora, fue irse a vivir al Palacio de Oriente. Comparemos tal vivienda y boato con lo que se vive en y desde la Zarzuela.
Don Felipe ha sido capaz de sacrificar sus propios sentimientos hacia su familia más próxima en aras de una justicia que debe ser igual para todos, caiga quien caiga. Y con esto quedan muy reflejados personajes encumbrados por la política, hoy y ayer.
La Monarquía puede ser objeto de discusión de fondo, pero la que representa Don Felipe VI en las formas sale con una clara distinción que nos hace sentirnos, al menos, tranquilos ante esta institución, que sí lo es por la Jefatura de un Estado constitucional, mientras otros/as nos han hecho indignar y siguen sin propósito de enmienda.
Por todo lo dicho y algunas cuestiones más, en las que debo incluir a S.M. La Reina, como todos los viernes, en la reunión de amigos notables que celebramos en Viveiro, volveremos a levantar nuestras copas para brindar por España y por El Rey.
Diez años lleva el actual Jefe del Estado ejerciendo las funciones que la Constitución española de 1978 le permiten. Funciones a veces insuficientes en el criterio de muchos españoles. No por ser monárquicos. Simplemente por ser ciudadanos de pleno derecho sintiendo la necesidad de un poder más allá de moderador. Un poder que se pronuncie en nombre del pueblo al que representa. Es más. Me siento mucho más representado por esa actual Jefatura del Estado que por los tres poderes que configuran el sistema democrático y constitucional.
En esos diez años los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial, han dejado mucho que desear. Y hoy la partitocracia está alejada del tejido social, mientras el Monarca y su Jefatura del Estado se acercan cada día más y mejor a la sociedad civil. Cuando este Rey al frente de la Monarquía constitucional de España me representa dentro y fuera de la nación, me siento perfectamente identificado con sus formas y sus mensajes. Al menos en la crisis que vivimos del sistema hay algo que sobre sale positivamente.
El Estado de las autonomías se ha convertido en un poder que colisiona constantemente con el Ejecutivo y el Legislativo de la nación. Antes era normal tal conflicto o contenciosos. Ahora es una pugna para imponer dicterios casi siempre para saltarse la Ley o interpretarla a beneficio del sanchismo y sus instalaciones plagadas de leales al régimen que se mantiene a cualquier precio y a cualquier cesión precisamente impuesta por los enemigos de la unidad nacional y de la Constitución española con las instituciones que tal marco jurídico garantiza como seguridad para la convivencia en igualdad, libertad y solidaridad.
En estos últimos años hubo desde un golpe en Cataluña, una actuación imperativa sin fundamento legal en la pandemia, una desenfrenada carrera del Ejecutivo para imponerse a los otros poderes y postrarse antes quienes desde hace tiempo son aspirantes a territorios taifas disfrazados de Repúblicas más a menos federadas.
España ha perdido aliados que necesitó en momentos cruciales. Estamos en la UE y en la OTAN, pero no somos de fiar. En la pugna de Occidente por su cultura y su papel en la geopolítica hemos mostrado conductas tan reprochables y vergonzosas como la que sin consulta previa el sanchismo ejerció sobre el pueblo saharaui, o sobre Israel en su guerra contra los terroristas de Hamás. Por no recordar el cruce de improperios con el Presidente de la República Argentina, un país hermano en el que residen y palpitan muchos hijos de España. Sólo S.M. el Rey ha sabido siempre ser nuestro mejor y más leal embajador.
Hasta en el terreno personal me representa. Ya me gustaría que la misma transparencia a la que se somete la familia real se sometiera a la "familia política". Ya me gustaría que la responsabilidad, incluso con cargas dolorosas, que ha mostrado S-M el Rey de España, la ejercieran los miembros de las otras instituciones, en las que privilegios y "maniobras" para ocultar corruptelas han estado y están al orden del día. Ya me gustaría que la forma de vida del Monarca fuera un ejemplo para cómo viven otros que no saben o les importa un comino eso que llamamos ejemplaridad. Por cierto. Lo primero que hizo el presidente de la Segunda República, Aniceto Alcalá Zamora, fue irse a vivir al Palacio de Oriente. Comparemos tal vivienda y boato con lo que se vive en y desde la Zarzuela.
Don Felipe ha sido capaz de sacrificar sus propios sentimientos hacia su familia más próxima en aras de una justicia que debe ser igual para todos, caiga quien caiga. Y con esto quedan muy reflejados personajes encumbrados por la política, hoy y ayer.
La Monarquía puede ser objeto de discusión de fondo, pero la que representa Don Felipe VI en las formas sale con una clara distinción que nos hace sentirnos, al menos, tranquilos ante esta institución, que sí lo es por la Jefatura de un Estado constitucional, mientras otros/as nos han hecho indignar y siguen sin propósito de enmienda.
Por todo lo dicho y algunas cuestiones más, en las que debo incluir a S.M. La Reina, como todos los viernes, en la reunión de amigos notables que celebramos en Viveiro, volveremos a levantar nuestras copas para brindar por España y por El Rey.