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Francisco Hervás Maldonado
Miércoles, 26 de Junio de 2024 Tiempo de lectura:

Carpe Diem

Dedicado a mi amigo José Luis (Colís) Fuentes del Moral Economista

 

Vivimos excesivamente dedicados a la economía. Queremos tener cosas, muchas cosas, que aquí se quedarán cuando abandonemos nuestra carcasa (léase cuerpo) camino de la eternidad. Todo se va a quedar aquí, incluido el recuerdo de nuestros hechos malos y buenos, de nuestros rencores y cariños, de nuestra defensa de la vida y su destrucción. Todo se quedará en este mundo, incluida nuestra fama y memoria que, con el tiempo, se irá diluyendo hasta desaparecer. ¿Quién se acuerda de los que vivieron hace diez o doce mil años?

 

Mi amigo Colís es un gran defensor de la frase de Horacio: “Carpe Diem”, vive al día. Quinto Horacio Flaco ya lo vivió en su propia existencia. Oficial del ejército republicano de Roma, fue derrotado en la batalla de Filipos, en el 42 a.C. Pero aquello le hizo vivir al día, uniéndose al emperador Augusto y, por tanto, cambiando de parecer para salvar su vida. Sin embargo, muchos otros cambian hoy en día de parecer en España; no ya para salvar su vida, sino para enriquecerse descaradamente, aunque destruyan nuestra nación. No obstante, Horacio lleva razón: la felicidad es o debe de ser una premisa y no una consecuencia. Uno se levanta cada día con la total seguridad de que en ese día va a ser feliz y lo es. Aunque caigan chuzos de punta, aunque caigan bombas en derredor, aunque nos desprecien e insulten. Uno es feliz porque sabe que esta vida es algo transitorio y que solamente llenándola de cariño y vaciándola de rencores, puede perpetuar esa felicidad. Bien, siempre que crea en la posibilidad de una vida eterna. Si no es así, es imposible ser feliz, pues la ambición del ser humano no tiene cota y cuanto más tenemos más queremos. Es decir, que sin la confianza en una vida posterior es imposible ser feliz. Les recomiendo un libro importante: Vida después de la vida, de Raymond Moody Jr, psiquiatra y filósofo de 79 años que ha sido profesor en la Universidad de Nevada, en Las Vegas (EEUU) . Vida después de la vida recoge múltiples experiencias de pacientes dados por muertos que recuperan al cabo de poco tiempo la vida y refieren todo lo que han visto y sentido en el otro mundo. Esto ha sido estudiado por otros muchos profesionales y todos llegan a la misma conclusión: existe una continuación de la vida de otra manera. Por ejemplo, el libro de Patrick Theillier Experiencias cercanas a la muerte. Y muchos otros más.

 

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Es evidente que el dinero no puede comprar la vida, que siempre será temporal. Ya lo dijo hace más de cincuenta años Bob Marley, que murió en 1981 con 36 años. Bob Marley, que ganó todo lo que quiso, que fue uno de los cantantes más famosos del pasado siglo y que se dio cuenta de que todo aquello no le sirvió para nada personalmente. Falleció a consecuencia de un melanoma maligno, un cáncer muy difícil de tratar cuando se descubre en fase avanzada –que es lo más frecuente– y que se le acabó extendiendo por todo el cuerpo hasta que lo mató. Tal vez ahora esté cantando por el cielo. Dios lo quiera.

 

Plauto, ese gran dramaturgo y comediógrafo, decía “celebremos cada ocasión con vino y palabras dulces”- Aunque eso no lo hiciera el protagonista de su obra “Miles Gloriosus” (el soldado fanfarrón), un tremendo egoísta que al final acaba en soledad y castigado. Tal vez una de las cosas que más destacan en sus 21 obras reconocidas es la anagnórisis o agnición, que es un término creado por Aristóteles para definir el descubrimiento de unos personajes por otros, de una manera un tanto espectacular. Tiene razón Plauto, pero sin excesos.

 

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El dinero no se puede almacenar en ahorros. El dinero hay que invertirlo para dar trabajo a los otros y gastarlo en disfrutar, porque también das trabajo así; al personal de hostelería, transportes, comunicaciones, etc. No se puede ser como El Avaro de Moliére. Pese a que el avaro ese decía que su mayor felicidad era contar dinero y no gastarlo. Eso es de locos. El dinero hay que saber invertirlo en algo útil para nosotros y para la humanidad. Yo pienso como Benjamin Franklin, el presidente norteamericano de Pensilvania, quien afirmaba lo siguiente: “una inversión en conocimiento paga el mejor interés". Por eso es ridículo eso que ahora padecemos: ministros y políticos sin preparación ni estudios, falsificaciones de títulos, posibilidad de pasar de curso con suspensos, profesorado universitario de gentes no tituladas, etc.

 

Benjamin Franklin no era un don nadie. Fue un científico, inventor, filósofo y político. Decisivo en la declaración de la independencia y la Constitución de los Estados Unidos. Fue también uno de los primeros abolicionistas.

 

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En su autobiografía describe sus trece virtudes:

 

Templanza: no comas hasta el hastío; nunca bebas hasta la exaltación.

 

Silencio: habla solo lo que pueda beneficiar a otros o a ti mismo; evita las conversaciones insignificantes.

 

Orden: que todas tus cosas tengan su sitio; que todos tus asuntos tengan su momento.

 

Determinación: resuélvete a realizar lo que deberías hacer; realiza sin fallas lo que resolviste.

 

Frugalidad: gasta solo en lo que traiga un bien para otros o para

 

ti. Ej.: no desperdicies nada.

 

Diligencia: no pierdas tiempo; ocúpate siempre en algo útil; corta todas las acciones innecesarias.

 

Sinceridad: no uses engaños que puedan lastimar, piensa inocente y justamente, y, si hablas, habla en concordancia.

 

Justicia: no lastimes a nadie con injurias u omitiendo entregar los beneficios que son tu deber.

Moderación: evita los extremos; abstente de injurias por resentimiento tanto como creas que las merecen.

Limpieza: no toleres la falta de limpieza en el cuerpo, vestido o habitación.

Tranquilidad: no te molestes por nimiedades o por accidentes comunes o inevitables.

Castidad: frecuenta raramente el placer sexual; solo hazlo por salud o descendencia, nunca por hastío, debilidad o para injuriar la paz o reputación propia o de otra persona.

 

Humildad: imita a Jesús y a Sócrates.

 

Realmente fue un ejemplo y lo sigue siendo. Vivamos, por tanto, al día, pero con nobleza, con justicia y sin rencores. No como algunos que, para justificar su crisodulia (léase avidez por el dinero), promueven el odio no motivado y amenazan con el separatismo para conseguir más y más dinero con menos y menos esfuerzo. El problema es la falta de preparación de nuestra clase política. Y la cosa viene de antiguo. Decía Manuel Azaña una cosa que era obvia: “no me preocupa que un político no sepa hablar, lo que me preocupa es que no sepa lo que habla”. Bien, pues esta panda de pícaros e inmorales, se aprovechan de la torpeza e incapacidad de nuestros gobernantes, rascándonos el bolsillo al resto de los españoles con la excusa del independentismo, que en realidad no es más que avaricia y egoísmo. Como ya comentaba Joaquín Borrell, en su libro “La esclava de azul”, hay tres tipos de romanos (y por extensión de ciudadanos): Hematófagos, Litocéfalos y Crisódulos. Bien, pues en España esto se manifiesta claramente en la política. Los hay hematófagos, devoradores de sangre y muy amigos de la violencia. Inclúyanse aquí a terroristas (activos o pasados), delincuentes camuflados de emigrantes, etc. Luego tenemos a los litocéfalos, que son quienes les votan, tarugos o cabezas de piedra, incapaces de pensar y muy fáciles de engañar. Finalmente están los cririsódulos, los amantes del crisol de riquezas, los que engañan a los dos grupos anteriores en su propio beneficio, los avaros y egoístas, que antes comentábamos, con preparación mediocre o sin ella, a quienes les importa un rábano el futuro y el presente de los demás. Hay un cuarto grupo, la inmensa mayoría, pero que va en descenso por culpa de esos tres grupos de canallas. Y tenemos que aguantarlos, porque no son más que dictadores y explotadores de las riquezas ajenas; en definitiva: quienes nos han robado nuestra libertad, nuestra convivencia y nuestra solidaridad. Estoy seguro de que arderán en los infiernos, pero ni se lo deseo ni me causa consuelo. Pidamos a Dios que nos de paciencia y que les limpie la podredumbre mental que los posee.

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