Goropianismo e historia vasca
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Seguro que la mayoría de los lectores no han oído hablar del “goropianismo”, que no es una enfermedad de la piel o nerviosa, sino un error chauvinista en la comprensión del pasado de nuestra lengua propia, cultura y tradiciones. Cuyo interés y defensa no es nada bueno que se basen en discursos falaces, sino en un conocimiento científico de la verdad histórica, despojada de mixtificaciones.
En la actualidad los vascos vivimos en una sociedad propicia para el florecimiento de mitos, porque a mucha gente le gusta mirarse el ombligo y pensar que lo suyo, lo local, es no sólo más importante y mejor que lo de los vecinos, sino casi siempre más antiguo y el origen de todo.
Curiosamente, lo mismo que en nuestro mundo actual, lleno de tecnología y sumergido en Internet, sucedía al final de la edad media y comienzos del Renacimiento, quizás porque ambas son épocas de transición en las que a las personas les gusta identificarse con lo propio, pues lo sienten más seguro y acogedor, ante las incógnitas de un futuro desconocido.
Para comprender las antiguas raíces de esa manía “adanista”, y prevenir sus errores, vamos a seguir con detalle los escritos del historiador y arqueólogo español Martín Almagro Gorbea, catedrático de Prehistoria en la Universidad Complutense de Madrid y una de las máximas autoridades mundiales en la protohistoria y etnogénesis española y europea.
El interés de las sociedades por conocer y explicar sus orígenes es muy antiguo y resurge con fuerza entre las gentes eruditas del Renacimiento europeo. Debían poner de acuerdo y enlazar las dos fuentes consideradas entonces esenciales sobre el pasado: la Biblia y los textos conservados del mundo clásico, lo que obligaba a veces a recurrir a mitos, e incluso inventarlos según las necesidades.
En 1767, James Parsons publica The Remains of Japhet, being historical enquiries into the affinity and origins of European languages, obra en la que se parte de la idea bíblica mítica de relacionar las lenguas con los descendientes de Noé: Sem, antecesor de judíos y árabes, Cam, de egipcios y camitas, y Jafet, de nosotros los europeos.
Parsons comparó 1.000 palabras de lenguas conocidas y concluyó que la mayor parte de ellas, procedentes de las lenguas europeas, eslavas, húngaro, persa y bengalí eran semejantes entre sí y distintas del turco, hebreo, malayo y chino.
“Pero también llegó a la conclusión de que todas descendían del irlandés (de su Irlanda natal), que sería casualmente la lengua primordial, frente a la creencia tradicional de que era el hebreo, según la Biblia.
Esta conclusión es un claro ejemplo de «Goropianismo», término que designa la ingenua creencia de que la propia lengua es la más antigua del mundo, como creyó el humanista holandés Ioannes Goropius Becanus (1518-1572), quien, en sus Origenes Antwerpianae (Amberes, 1572), consideró que todas las lenguas descendían del holandés (casualmente su lengua natal), por lo que el término «goropianismo» ha quedado asociado a dicho tipo de interpretación histórica localista, en la que las propias raíces son consideradas casualmente las de todos.
En España los eruditos y humanistas del Renacimiento a partir del siglo XVI siguieron estas formas tan pintorescas de interpretar el pasado. Juan de Mariana (1536-1623), en su Historia General de España (1601), aceptó el antiguo mito medieval de que «Tubal, hijo de Jafet, y nieto de Noé fue el primero que vino a España.
Pero el mayor engaño nació de las supercherías del dominico Giovanni Manni, ‘Annio de Viterbo’ (1432-1502), que en su Antiquitatum variarum volumina XVII, obra editada en Roma en 1498 y que dedicó a los Reyes Católicos, se inventó alegremente la existencia de un códice de un sacerdote caldeo de estirpe real de los siglos IV-III a.C., llamado Beroso, que explicaba cómo Tubal, hijo de Jafet (Génesis 10, 2), llegó a Iberia, donde dio lugar a los iberos sobre los que reinó 155 años, siendo sucedido en el trono por su hijo Ibero, dando lugar a una dinastía de 22 reyes, algunos de cuyos nombres inventados eran Hispalus, Hispanus o Lusus, hasta enlazar con los conocidos reyes míticos tartésicos, Gargoris y Habidis, recogidos en el Epítome de Pompeyo Trogo realizado por Justino.
Naturalmente, estas concepciones influyeron en las primeras historias sobre el Señorío de Vizcaya y las provincias de Guipúzcoa y Álava, preocupadas por resaltar la nobleza de sus orígenes para defender sus fueros y privilegios.
Juan Martínez de Zaldibia († 1578), en su obra Suma de las cosas cantábricas y guipuzcoanas, recogió como históricos tanto mitos como hechos procedentes de las fuentes clásicas, que utilizó con la idea de fundamentar los Fueros, por lo que, junto a ideas como la nobleza universal, recogió la tradición legendaria de Tubal, quien habría traído la lengua vasca tras la confusión de la Torre de Babel. Además identificó a los vascos (vizcaínos y guipuzcoanos) con los cántabros, para resaltar su heroísmo y su amor a la libertad.
‘Esteban de Garibay (1533-1599) en su obra Los cuarenta libros del compendio historial de las chronicas y universal historia de todos los reynos de España, redactada antes de 1571, también recogió el origen ancestral de la lengua vasca, pues sería una de las 72 surgidas en la Torre de Babel, que habría sido traída a España por Tubal el año 142 después del diluvio universal, que, según los cálculos de la época, equivalía al 2163 a.C. También fue Tubal quién trajo el culto al auténtico Dios y las buenas costumbres que recogen los Fueros, lo que justifica su defensa de la hidalguía universal de guipuzcoanos y vizcaínos, una nobleza muy anterior a los demás títulos nobiliarios de su época, pues dicha hidalguía se remontaba a menos de 150 años después del diluvio universal.
En el siglo XVIII, tanto la Corografía de M. de Larramendi como la obra de J.M. de Zaldibia, se interesaban por la antigüedad de los vascos, que exageraban para defender sus fueros y prerrogativas dentro de la sociedad gentilicia estamental de la época, con ideas que necesariamente partían de la Biblia y a las que tenían que hacer concordar con los datos históricos de las fuentes clásicas, cosa imposible en la práctica, por lo que acudían, casi de forma sistemática, a las supercherías.
Este modelo histórico plenamente impregnado de «goropianismo» más que de conocimientos lingüísticos, pasó a los eruditos vascos que iniciaron los estudios lingüísticos a comienzos del siglo XIX.
Así, Pedro Pablo de Astarloa (1752-1806), publicó en 1804 su Apología de la lengua vascongada o Ensayo crítico filológico de su perfección y antigüedad sobre todas las que se conocen, en respuesta a los reparos sobre el asunto propuestos por el entonces recién publicado Diccionario geográfico histórico de España (1802). A esta obra replicó el mismo año de 1804 José Antonio Conde, cura de Montuenga, Anticuario de la Real Academia de la Historia y que dominaba el latín, griego, hebreo, árabe, persa y turco y que, en su Censura crítica de la pretendida excelencia y antigüedad del vascuence, ironizó sobre que sin amplios conocimientos lingüísticos se pudiera afirmar, como se hacía, que la lengua vasca era la más antigua del mundo.
La polémica prosiguió ese mismo año de 1804 con una respuesta anónima, Reflexiones filosóficas en defensa de la Apología de la lengua vascongada o respuesta a la censura crítica del cura de Montuenga y con la publicación por Juan Bautista Erro (1774-1854) de su Alfabeto de la lengua primitiva de España (1806), obra que se tradujo al francés e inglés, lo que evidencia el interés suscitado, pero que fue de nuevo replicada por Conde (1806) en su Censura crítica del alfabeto primitivo de España.
Como respuesta, Erro (1807) publicó unas Observaciones filosóficas a favor del alfabeto primitivo ó respuesta apologética a la censura crítica del cura de Montuenga, en las que llegó a defender que el origen del alfabeto griego estaba en el País Vasco pues, según afirmó, “después de varias tentativas hallé en los alfabetos hebreo y griego el valor y representación de los signos bascongados, descubriendo al mismo tiempo el origen de aquellos”, pues Erro creyó documentar que el nombre de las letras griegas procedía del vasco y, siempre en esta línea, publicó, en 1815, El mundo primitivo o examen de la antigüedad y cultura de la nación bascongada, en la que defendió que el vascuence era la lengua más antigua del universo y la hablada por Dios, Adán y Eva en el Paraíso, dentro de concepciones goropianistas cada vez más desatadas.
Larramendi, Astarloa y Erro proponían etimologías vascas para casi todos los topónimos e, incluso para las inscripciones ibéricas, cuando todavía ni siquiera se había descifrado su escritura, pues según Astarloa, en vasco cada sílaba y cada letra tenían sentido propio, lo que utilizaban para traducir cualquier tipo de texto, como han seguido haciendo algunos aficionados hasta la actualidad.
Estas visiones goropianistas, generalizadas en la época, suponían que el vasco era la lengua más antigua existente, pues procedía de la confusión de las lenguas en la Torre de Babel. Fue traída por Tubal y se habría hablado por toda la Península Ibérica de manera uniforme antes de los romanos, siendo la misma lengua que el llamado ibérico, Por ello, con el vasco se suponía que se podría leer e interpretar el ibérico (idea que originó el llamado vascoiberismo).
Esta teoría fue adoptada por W. von Humboldt (1821), quien, al publicarla, difundió con su autoridad por toda Europa que «los antiguos iberos eran vascos que hablaban el idioma actual o uno análogo y que habitaban todas las regiones de España», siendo los celtas una invasión posterior, como la romana.
Esta interpretación errónea del pasado prosiguió hasta la lectura del alfabeto ibérico por Gómez Moreno (1922). Ya entrado el siglo XX se demostró por la investigación lingüística y arqueológica, que en la Hispania prerromana se habían hablado lenguas muy distintas, con lo que se demostraba la falsedad de la vieja tesis del vascoiberismo: gran parte de Hispania, (todas sus zonas centrales, occidentales y septentrionales, incluidos los tres territorios del País Vasco), habían hablado lenguas celtas, con lo que se reducían drásticamente las supuestas áreas originales de la lengua vasca.
Los ingenuos presupuestos fundamentados en las nada científicas tesis goropianistas del siglo XVIII, mantenidos de manera más o menos consciente pero siempre con devoción casi religiosa, y asimilados por el ideario político del carlismo, del que pasaron al nacionalismo vasco, han constituido las bases para los modelos interpretativos de la prehistoria del País Vasco desde sus inicios en el siglo XIX hasta muy avanzado el siglo XX, y en algunos contumaces casi hasta la actualidad. Y aunque científicamente están desacreditados, siguen coleando.
Lo cierto es que tesis de esta naturaleza tan ingenua y dañina para nuestra lengua propia, cultura y tradiciones afloran en pleno siglo XXI en el sustrato de ciertos discursos políticos y artículos divulgativos, cuyos autores posiblemente ni siquiera sospechan que padecen de goropianísmo, ni conocen por tanto el curioso origen medieval y renacentista de su error.
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 – 2019.
Seguro que la mayoría de los lectores no han oído hablar del “goropianismo”, que no es una enfermedad de la piel o nerviosa, sino un error chauvinista en la comprensión del pasado de nuestra lengua propia, cultura y tradiciones. Cuyo interés y defensa no es nada bueno que se basen en discursos falaces, sino en un conocimiento científico de la verdad histórica, despojada de mixtificaciones.
En la actualidad los vascos vivimos en una sociedad propicia para el florecimiento de mitos, porque a mucha gente le gusta mirarse el ombligo y pensar que lo suyo, lo local, es no sólo más importante y mejor que lo de los vecinos, sino casi siempre más antiguo y el origen de todo.
Curiosamente, lo mismo que en nuestro mundo actual, lleno de tecnología y sumergido en Internet, sucedía al final de la edad media y comienzos del Renacimiento, quizás porque ambas son épocas de transición en las que a las personas les gusta identificarse con lo propio, pues lo sienten más seguro y acogedor, ante las incógnitas de un futuro desconocido.
Para comprender las antiguas raíces de esa manía “adanista”, y prevenir sus errores, vamos a seguir con detalle los escritos del historiador y arqueólogo español Martín Almagro Gorbea, catedrático de Prehistoria en la Universidad Complutense de Madrid y una de las máximas autoridades mundiales en la protohistoria y etnogénesis española y europea.
El interés de las sociedades por conocer y explicar sus orígenes es muy antiguo y resurge con fuerza entre las gentes eruditas del Renacimiento europeo. Debían poner de acuerdo y enlazar las dos fuentes consideradas entonces esenciales sobre el pasado: la Biblia y los textos conservados del mundo clásico, lo que obligaba a veces a recurrir a mitos, e incluso inventarlos según las necesidades.
En 1767, James Parsons publica The Remains of Japhet, being historical enquiries into the affinity and origins of European languages, obra en la que se parte de la idea bíblica mítica de relacionar las lenguas con los descendientes de Noé: Sem, antecesor de judíos y árabes, Cam, de egipcios y camitas, y Jafet, de nosotros los europeos.
Parsons comparó 1.000 palabras de lenguas conocidas y concluyó que la mayor parte de ellas, procedentes de las lenguas europeas, eslavas, húngaro, persa y bengalí eran semejantes entre sí y distintas del turco, hebreo, malayo y chino.
“Pero también llegó a la conclusión de que todas descendían del irlandés (de su Irlanda natal), que sería casualmente la lengua primordial, frente a la creencia tradicional de que era el hebreo, según la Biblia.
Esta conclusión es un claro ejemplo de «Goropianismo», término que designa la ingenua creencia de que la propia lengua es la más antigua del mundo, como creyó el humanista holandés Ioannes Goropius Becanus (1518-1572), quien, en sus Origenes Antwerpianae (Amberes, 1572), consideró que todas las lenguas descendían del holandés (casualmente su lengua natal), por lo que el término «goropianismo» ha quedado asociado a dicho tipo de interpretación histórica localista, en la que las propias raíces son consideradas casualmente las de todos.
En España los eruditos y humanistas del Renacimiento a partir del siglo XVI siguieron estas formas tan pintorescas de interpretar el pasado. Juan de Mariana (1536-1623), en su Historia General de España (1601), aceptó el antiguo mito medieval de que «Tubal, hijo de Jafet, y nieto de Noé fue el primero que vino a España.
Pero el mayor engaño nació de las supercherías del dominico Giovanni Manni, ‘Annio de Viterbo’ (1432-1502), que en su Antiquitatum variarum volumina XVII, obra editada en Roma en 1498 y que dedicó a los Reyes Católicos, se inventó alegremente la existencia de un códice de un sacerdote caldeo de estirpe real de los siglos IV-III a.C., llamado Beroso, que explicaba cómo Tubal, hijo de Jafet (Génesis 10, 2), llegó a Iberia, donde dio lugar a los iberos sobre los que reinó 155 años, siendo sucedido en el trono por su hijo Ibero, dando lugar a una dinastía de 22 reyes, algunos de cuyos nombres inventados eran Hispalus, Hispanus o Lusus, hasta enlazar con los conocidos reyes míticos tartésicos, Gargoris y Habidis, recogidos en el Epítome de Pompeyo Trogo realizado por Justino.
Naturalmente, estas concepciones influyeron en las primeras historias sobre el Señorío de Vizcaya y las provincias de Guipúzcoa y Álava, preocupadas por resaltar la nobleza de sus orígenes para defender sus fueros y privilegios.
Juan Martínez de Zaldibia († 1578), en su obra Suma de las cosas cantábricas y guipuzcoanas, recogió como históricos tanto mitos como hechos procedentes de las fuentes clásicas, que utilizó con la idea de fundamentar los Fueros, por lo que, junto a ideas como la nobleza universal, recogió la tradición legendaria de Tubal, quien habría traído la lengua vasca tras la confusión de la Torre de Babel. Además identificó a los vascos (vizcaínos y guipuzcoanos) con los cántabros, para resaltar su heroísmo y su amor a la libertad.
‘Esteban de Garibay (1533-1599) en su obra Los cuarenta libros del compendio historial de las chronicas y universal historia de todos los reynos de España, redactada antes de 1571, también recogió el origen ancestral de la lengua vasca, pues sería una de las 72 surgidas en la Torre de Babel, que habría sido traída a España por Tubal el año 142 después del diluvio universal, que, según los cálculos de la época, equivalía al 2163 a.C. También fue Tubal quién trajo el culto al auténtico Dios y las buenas costumbres que recogen los Fueros, lo que justifica su defensa de la hidalguía universal de guipuzcoanos y vizcaínos, una nobleza muy anterior a los demás títulos nobiliarios de su época, pues dicha hidalguía se remontaba a menos de 150 años después del diluvio universal.
En el siglo XVIII, tanto la Corografía de M. de Larramendi como la obra de J.M. de Zaldibia, se interesaban por la antigüedad de los vascos, que exageraban para defender sus fueros y prerrogativas dentro de la sociedad gentilicia estamental de la época, con ideas que necesariamente partían de la Biblia y a las que tenían que hacer concordar con los datos históricos de las fuentes clásicas, cosa imposible en la práctica, por lo que acudían, casi de forma sistemática, a las supercherías.
Este modelo histórico plenamente impregnado de «goropianismo» más que de conocimientos lingüísticos, pasó a los eruditos vascos que iniciaron los estudios lingüísticos a comienzos del siglo XIX.
Así, Pedro Pablo de Astarloa (1752-1806), publicó en 1804 su Apología de la lengua vascongada o Ensayo crítico filológico de su perfección y antigüedad sobre todas las que se conocen, en respuesta a los reparos sobre el asunto propuestos por el entonces recién publicado Diccionario geográfico histórico de España (1802). A esta obra replicó el mismo año de 1804 José Antonio Conde, cura de Montuenga, Anticuario de la Real Academia de la Historia y que dominaba el latín, griego, hebreo, árabe, persa y turco y que, en su Censura crítica de la pretendida excelencia y antigüedad del vascuence, ironizó sobre que sin amplios conocimientos lingüísticos se pudiera afirmar, como se hacía, que la lengua vasca era la más antigua del mundo.
La polémica prosiguió ese mismo año de 1804 con una respuesta anónima, Reflexiones filosóficas en defensa de la Apología de la lengua vascongada o respuesta a la censura crítica del cura de Montuenga y con la publicación por Juan Bautista Erro (1774-1854) de su Alfabeto de la lengua primitiva de España (1806), obra que se tradujo al francés e inglés, lo que evidencia el interés suscitado, pero que fue de nuevo replicada por Conde (1806) en su Censura crítica del alfabeto primitivo de España.
Como respuesta, Erro (1807) publicó unas Observaciones filosóficas a favor del alfabeto primitivo ó respuesta apologética a la censura crítica del cura de Montuenga, en las que llegó a defender que el origen del alfabeto griego estaba en el País Vasco pues, según afirmó, “después de varias tentativas hallé en los alfabetos hebreo y griego el valor y representación de los signos bascongados, descubriendo al mismo tiempo el origen de aquellos”, pues Erro creyó documentar que el nombre de las letras griegas procedía del vasco y, siempre en esta línea, publicó, en 1815, El mundo primitivo o examen de la antigüedad y cultura de la nación bascongada, en la que defendió que el vascuence era la lengua más antigua del universo y la hablada por Dios, Adán y Eva en el Paraíso, dentro de concepciones goropianistas cada vez más desatadas.
Larramendi, Astarloa y Erro proponían etimologías vascas para casi todos los topónimos e, incluso para las inscripciones ibéricas, cuando todavía ni siquiera se había descifrado su escritura, pues según Astarloa, en vasco cada sílaba y cada letra tenían sentido propio, lo que utilizaban para traducir cualquier tipo de texto, como han seguido haciendo algunos aficionados hasta la actualidad.
Estas visiones goropianistas, generalizadas en la época, suponían que el vasco era la lengua más antigua existente, pues procedía de la confusión de las lenguas en la Torre de Babel. Fue traída por Tubal y se habría hablado por toda la Península Ibérica de manera uniforme antes de los romanos, siendo la misma lengua que el llamado ibérico, Por ello, con el vasco se suponía que se podría leer e interpretar el ibérico (idea que originó el llamado vascoiberismo).
Esta teoría fue adoptada por W. von Humboldt (1821), quien, al publicarla, difundió con su autoridad por toda Europa que «los antiguos iberos eran vascos que hablaban el idioma actual o uno análogo y que habitaban todas las regiones de España», siendo los celtas una invasión posterior, como la romana.
Esta interpretación errónea del pasado prosiguió hasta la lectura del alfabeto ibérico por Gómez Moreno (1922). Ya entrado el siglo XX se demostró por la investigación lingüística y arqueológica, que en la Hispania prerromana se habían hablado lenguas muy distintas, con lo que se demostraba la falsedad de la vieja tesis del vascoiberismo: gran parte de Hispania, (todas sus zonas centrales, occidentales y septentrionales, incluidos los tres territorios del País Vasco), habían hablado lenguas celtas, con lo que se reducían drásticamente las supuestas áreas originales de la lengua vasca.
Los ingenuos presupuestos fundamentados en las nada científicas tesis goropianistas del siglo XVIII, mantenidos de manera más o menos consciente pero siempre con devoción casi religiosa, y asimilados por el ideario político del carlismo, del que pasaron al nacionalismo vasco, han constituido las bases para los modelos interpretativos de la prehistoria del País Vasco desde sus inicios en el siglo XIX hasta muy avanzado el siglo XX, y en algunos contumaces casi hasta la actualidad. Y aunque científicamente están desacreditados, siguen coleando.
Lo cierto es que tesis de esta naturaleza tan ingenua y dañina para nuestra lengua propia, cultura y tradiciones afloran en pleno siglo XXI en el sustrato de ciertos discursos políticos y artículos divulgativos, cuyos autores posiblemente ni siquiera sospechan que padecen de goropianísmo, ni conocen por tanto el curioso origen medieval y renacentista de su error.
Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 – 2019.