Joan Manuel Serrat o la izquierda reaccionaria
Durante demasiados años, Joan Manuel Serrat ha demostrado una habilidad poco común para no comprometerse públicamente con temas políticamente relevantes y cercanos. Y es que resulta muy fácil cantar contra la opresión en Chile, criticar al “enemigo americano”, protestar contra la pena de muerte en el mundo o sumarse a todo tipo de causas que la progresía considera políticamente correctas, pero es algo más complicado y embarazoso denunciar aberraciones más cercanas como las promovidas por el independentismo catalán, por partidos liberticidas como Bildu o Podemos o, en su momento, por José Luis Rodríguez Zapatero, que ofreció raudales de legitimidad ética, ideológica y política a la banda terrorista ETA ante el silencio cómplice de la gran mayoría de los intelectuales y de la práctica totalidad de los cantautores españoles.
A Joan Manuel Serrat, que tanto y tan bien ha cantado en apoyo de las víctimas lejanas, se le ha escuchado poco recitar en favor de las víctimas más cercanas de tantos programas e iniciativas totalitarias como diariamente se jalean en este país. Ahora, el vocalista ha decidido, nuevamente, y para no perder la costumbre, situarse al lado de la inane izquierda española, la más estulta e ignorante que hay en Europa, y lo hace con unas declaraciones que, aparentemente, no tienen trampa ni cartón: "¿Cómo no voy a estar de acuerdo con que las personas y las sociedades decidan sobre su futuro? Estoy a favor de que usted pueda elegir libremente su futuro, que plantee con libertad sus aspiraciones respecto al futuro, en el caso de Cataluña y en el de cualquier sociedad".
Cuando Joan Manuel Serrat une la libertad individual de los ciudadanos con la posibilidad de que éstos “decidan sobre su futuro” se olvida, interesada y manipuladoramente, de una realidad esencial: que los catalanes y el resto de los españoles votamos asiduamente desde que se aprobó la Constitución actual, por cierto con unan elevadísima participación y votos afirmativos en Cataluña. Además, Joan Manuel Serrat también comete otro error crucial: ligar el concepto de decidir (votar) con democracia y libertad. Como la Asociación por la Tolerancia de Cataluña señalaba recientemente, “no siempre el acto de votar es consustancial a la democracia, pues se ha votado y se vota en regímenes dictatoriales, sea el caso de España durante el franquismo o en la Cuba actual, al mismo tiempo que en algunas democracias consolidadas hay cosas que no tienen el marchamo de la legalidad, esto es, que no pueden ser sometidas a referendo por los ciudadanos, y menos aún por una parte de ellos. Para hablar de democracia no basta, desde luego, con votar cada cuatro años o con votar todo aquello que uno quiera o pretenda, sino que dicho acto ha de conformarse a un marco legal y a una efectiva separación de poderes que todos hemos de respetar, pues en una democracia homologable nadie habría de estar por encima de la ley, y nadie es mejor que los demás por sus ideas o por su lugar de nacimiento”.
La izquierda cultural española, de la que Joan Manuel Serrat es uno de sus máximos exponentes, se ha convertido en una entelequia sectaria, excluyente e indocta que no duda en abrazar el filoterrorismo más obtuso, en apoyar la más vacuas radicalidades, en tontear con el antisistema más ramplón y en colaborar con todo tipo de talibanes doctrinales.
Estos supuestos progresistas, insustanciales en sus argumentos, irracionales en su querencia por las patrias inventadas, a veces violentos y siempre reaccionarios en cuanto que no dudan en apoyar cualquier proyecto totalitario que vaya envuelto en palabras y expresiones tótem como “diálogo”, “derecho a decidir” o “pueblo”, son uno de los motivos principales, aunque haya otros, de que, actualmente, frente a la impotencia de algunos, la impasividad de bastantes y la ceguera de muchos, la sociedad española padezca una realidad purulenta en la que los peores de cada casa son propuestos como líderes del futuro, en la que los ciudadanos simplemente demócratas son expulsados al rincón de los apestados y en la que, en el colmo de las vilezas, las personas simplemente decentes son consideradas como peligrosos apologetas de la “extrema derecha”, el “capital”, la “globalización” y “los poderes del Estado”.
Por cierto, Joan Manuel Serrat acaba de publicar un nuevo disco que, según él mismo ha recalcado, no es una recopilación de canciones, sino que lo ha llamado “una puesta al día”, puesto que la gran mayoría de los temas han sido grabados con nuevos arreglos. ¿Será que el cantautor catalán se ha quedado anclado en el franquismo y en la década de los setenta del pasado siglo, allí donde tanto triunfó?
Durante demasiados años, Joan Manuel Serrat ha demostrado una habilidad poco común para no comprometerse públicamente con temas políticamente relevantes y cercanos. Y es que resulta muy fácil cantar contra la opresión en Chile, criticar al “enemigo americano”, protestar contra la pena de muerte en el mundo o sumarse a todo tipo de causas que la progresía considera políticamente correctas, pero es algo más complicado y embarazoso denunciar aberraciones más cercanas como las promovidas por el independentismo catalán, por partidos liberticidas como Bildu o Podemos o, en su momento, por José Luis Rodríguez Zapatero, que ofreció raudales de legitimidad ética, ideológica y política a la banda terrorista ETA ante el silencio cómplice de la gran mayoría de los intelectuales y de la práctica totalidad de los cantautores españoles.
A Joan Manuel Serrat, que tanto y tan bien ha cantado en apoyo de las víctimas lejanas, se le ha escuchado poco recitar en favor de las víctimas más cercanas de tantos programas e iniciativas totalitarias como diariamente se jalean en este país. Ahora, el vocalista ha decidido, nuevamente, y para no perder la costumbre, situarse al lado de la inane izquierda española, la más estulta e ignorante que hay en Europa, y lo hace con unas declaraciones que, aparentemente, no tienen trampa ni cartón: "¿Cómo no voy a estar de acuerdo con que las personas y las sociedades decidan sobre su futuro? Estoy a favor de que usted pueda elegir libremente su futuro, que plantee con libertad sus aspiraciones respecto al futuro, en el caso de Cataluña y en el de cualquier sociedad".
Cuando Joan Manuel Serrat une la libertad individual de los ciudadanos con la posibilidad de que éstos “decidan sobre su futuro” se olvida, interesada y manipuladoramente, de una realidad esencial: que los catalanes y el resto de los españoles votamos asiduamente desde que se aprobó la Constitución actual, por cierto con unan elevadísima participación y votos afirmativos en Cataluña. Además, Joan Manuel Serrat también comete otro error crucial: ligar el concepto de decidir (votar) con democracia y libertad. Como la Asociación por la Tolerancia de Cataluña señalaba recientemente, “no siempre el acto de votar es consustancial a la democracia, pues se ha votado y se vota en regímenes dictatoriales, sea el caso de España durante el franquismo o en la Cuba actual, al mismo tiempo que en algunas democracias consolidadas hay cosas que no tienen el marchamo de la legalidad, esto es, que no pueden ser sometidas a referendo por los ciudadanos, y menos aún por una parte de ellos. Para hablar de democracia no basta, desde luego, con votar cada cuatro años o con votar todo aquello que uno quiera o pretenda, sino que dicho acto ha de conformarse a un marco legal y a una efectiva separación de poderes que todos hemos de respetar, pues en una democracia homologable nadie habría de estar por encima de la ley, y nadie es mejor que los demás por sus ideas o por su lugar de nacimiento”.
La izquierda cultural española, de la que Joan Manuel Serrat es uno de sus máximos exponentes, se ha convertido en una entelequia sectaria, excluyente e indocta que no duda en abrazar el filoterrorismo más obtuso, en apoyar la más vacuas radicalidades, en tontear con el antisistema más ramplón y en colaborar con todo tipo de talibanes doctrinales.
Estos supuestos progresistas, insustanciales en sus argumentos, irracionales en su querencia por las patrias inventadas, a veces violentos y siempre reaccionarios en cuanto que no dudan en apoyar cualquier proyecto totalitario que vaya envuelto en palabras y expresiones tótem como “diálogo”, “derecho a decidir” o “pueblo”, son uno de los motivos principales, aunque haya otros, de que, actualmente, frente a la impotencia de algunos, la impasividad de bastantes y la ceguera de muchos, la sociedad española padezca una realidad purulenta en la que los peores de cada casa son propuestos como líderes del futuro, en la que los ciudadanos simplemente demócratas son expulsados al rincón de los apestados y en la que, en el colmo de las vilezas, las personas simplemente decentes son consideradas como peligrosos apologetas de la “extrema derecha”, el “capital”, la “globalización” y “los poderes del Estado”.
Por cierto, Joan Manuel Serrat acaba de publicar un nuevo disco que, según él mismo ha recalcado, no es una recopilación de canciones, sino que lo ha llamado “una puesta al día”, puesto que la gran mayoría de los temas han sido grabados con nuevos arreglos. ¿Será que el cantautor catalán se ha quedado anclado en el franquismo y en la década de los setenta del pasado siglo, allí donde tanto triunfó?