Miguel de Unamuno sobre el eusquera y la respuesta de Sabino Arana (que es la que ha triunfado)
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Los defensores actuales de Sabino Arana, sus seguidores acérrimos y sus simpatizantes y votantes se defienden siempre como gato panza arriba cuando nos metemos con su padre fundador. El argumento ideal de la defensa consiste en decir que aquellos tiempos eran otros y que hay que contextualizar lo que dijo su jefe.
Pero no nos engañemos. Aquellos tiempos eran iguales para todo el mundo que vivía entonces y no todo el mundo pensaba igual. Es más, lo que pensaba Sabino Arana era propio de un grupúsculo reducidísimo de personas, que luego, por azares de la historia y coyunturas varias se fue ampliando hasta dar en el movimiento que es hoy. Pero el origen y el contexto fueron los que fueron y fueron, sobra decirlo, iguales para todos, y en particular para Miguel de Unamuno y Sabino Arana.
Compararemos lo que dijo Miguel de Unamuno en su discurso de los Juegos Florales de Bilbao un 26 de agosto de 1901 y la respuesta que le dio Sabino Arana, para que veamos los mundos mentales tan distintos en que se movían estas dos personas que nacieron en Bilbao con muy poca diferencia uno de otro: Unamuno el 29 de septiembre de 1864 y Arana el 26 de enero de 1865. Y hagámoslo referido al tema del euskera, ya que Unamuno trató también en dicho discurso otros temas interesantes que podríamos considerar en otra ocasión.
l discurso de Miguel de Unamuno apareció en la prensa del día siguiente al que fue pronunciado, la del 27 de agosto, llenando toda la primera página de El Noticiero Bilbaíno, el principal periódico de Bilbao entonces, y de El Liberal, también de amplia difusión. Quiere decir esto que, por mucho que la rebajara luego Sabino Arana, la pieza no pasó en absoluto desapercibida, sino que fue, por así decir, un acontecimiento intelectual. Lo podemos encontrar reproducido en el tomo VI, dedicado a “La raza y la lengua” de las Obras Completas de Miguel de Unamuno editadas por Afrodisio Aguado (pp. 326-343), de donde tomamos los párrafos que vienen a continuación.
“El vascuence se extingue sin que haya fuerza humana que pueda impedir su extinción; muere por ley de vida. No nos apesadumbre que desaparezca su cuerpo, pues es para que mejor sobreviva su alma.
La mejor lengua es la propia, como es la mejor piel la que con uno se ha hecho; pero hay para muchos pueblos, como para otros organismos, épocas de muda. En ella estamos. En el milenario eusquera no cabe el pensamiento moderno: Bilbao, hablando vascuence, es un contrasentido. Y esto nos da la ventaja sobre otros, pues nos encierra menos en nuestra privativa personalidad, a riesgo de empobrecerla.
Tenemos que olvidarlo e irrumpir en el castellano, contribuyendo a hacer de él, como de núcleo germinal, el español o hispano-americano, sin admitir monopolios casticistas, que no es un idioma feudo de heredad. Le llevaremos nuestra peculiar manera de decir, algo elíptica, cortante, angulosa y seca; algo hemos de aportar al castizo decir castellano, de amplios pliegues de capa en que el caballero se emboza, dejándola flotar al viento.
Del viejo bajo latín, pronunciado y construido por tribus que para aprenderlo tuvieron que olvidar sus viejas lenguas, surgieron los hermosos romances.
Del castellano, pronunciado y construido por distintos pueblos que habitan en ambos mundos dilatados dominios, surgirán, no distintas lenguas, que no lo consiente la vida social de hoy y el rápido intercambio, sino el sobre-castellano, la lengua española o hispano-americana, una y varia, flexible y rica, dilatada como sus dominios.
Y en ella cabrá, me atrevo a esperarlo, la expresión de nuestros anhelos todos, de nuestra concepción de la vida y de la muerte, de nuestro sentimiento de la naturaleza y del arte. Será como una traducción gloriosa y depurada del para entonces muerto eusquera; el pensamiento que dormitaba cual crisálida en el vascuence de Axular, preso en el enmarañado capullo de la venerable lengua milenaria, lo romperá y saldrá a bañarse en luz, apenas secas al sol las recién abiertas alas, en el español de mañana.
Nuestra alma es más grande ya que su vestido secular; el vascuence nos viene ya estrecho; y como su material y tejido no se prestan a ensancharse, rompámosle. Hay, además, una ley de economía, y es que nos cuesta menos esfuerzo aprender el castellano que transformar el vascuence, que es un instrumento sobrado complicado y muy lejos de la sencillez y sobriedad de medios de los idiomas analíticos.
Y no digáis que no será nuestro pensamiento, verdaderamente nuestro, si en lengua que no sea la nuestra lo expresamos. Apropiémosle, y nuestro, a la vez que de ellos, será el castellano y más comunicable pensar. En el bárbaro y brioso latín de algunos germanos medievales estalla el pensamiento germánico, tan genuino y fuerte como en los rudos cantos de los Nibelungos, en lengua germánica vertidos; así se preparó la lengua de la Chanson de Roland, de que salió la de Voltaire; así la del Romanz de myo Cid, de que brotó la de Cervantes. ¿Es acaso Trueba menos vasco que Iparraguirre? Ni creemos que es el actual castellano definitivo; no hay Academias que detengan el proceso de la vida. Va desapareciendo, con nuestra leyenda áurea, aquello de que fuera Castilla el granero de España; pero aún hay quien cree que el castellano es la lengua más rica. Le falta mucho, muchísimo, para serlo. A enriquecerla, pues, a flexibilizarla, a hacerla nuestra, sin admitir monopolios casticistas.
¿Y el vascuence? ¡Hermoso monumento de estudio! ¡Venerable reliquia! ¡Noble ejecutoria!
Enterrémosle santamente, con dignos funerales, embalsamado en ciencia; leguemos a los estudios tan interesante reliquia. Y para lograrlo, estudiémosle con espíritu científico a la vez que con amor, sin prejuicio, no atentos a tal o cual tesis previa, sino a indagar lo que haya, y estudiémosle con los más rigurosos métodos que la moderna ciencia lingüística prescribe.
A un inglés es a quien más he oído reprocharnos el que olvidemos el vascuence; al tal le parecerá bien la desaparición de las lenguas célticas del Reino Unido.
No nos dejemos engañar por esas voces de eruditos que quieren que les criemos un conejito de Indias para sus experiencias lingüísticas: la vida está sobre la ciencia, y no hemos de acomodarnos a ser objeto de curiosidad, ni caso de etnografía. Porque observo en algunos paisanos la pueril vanidad de tenerse por parte de un caso que ha resistido hasta hoy a las clasificaciones. La vida ante todo, la vida concreta; y la vida nos trae la pérdida del vascuence.”
A continuación, veamos lo que Sabino Arana tuvo a bien contestarle a Miguel de Unamuno sobre el tema de la pérdida del vascuence. Lo hizo en un texto titulado “Crónica. Los Juegos Florales de Bilbao”, que salió reproducido en el número 18 de La Patria, de 23 de febrero de 1902 (páginas 2155-2160 de las Obras Completas), después de haber salido originalmente en el número 3 de la revista Euzkadi fundada por él mismo y de la que solo alcanzó a sacar cuatro números en vida.
En lugar de contrarrestar este punto de vista sobre el futuro del eusquera, el fundador del nacionalismo vasco optó por cargar contra el propio certamen donde se insertaba el discurso, así como contra el propio Unamuno. De hecho, al tema del eusquera le dedicó exactamente dos escuetos párrafos, como veremos. El resto fueron argumentos ad hominem. Este tipo de defensa es la misma que caracteriza al nacionalismo vasco actual cuando hoy entabla polémica con alguno de sus detractores, así que esto nos demuestra de modo fehaciente de dónde viene esta manera de proceder. Quiere decirse que forma parte del comportamiento del nacionalismo vasco desde su mismo origen: en lugar de ir al argumento o al fondo del asunto que se debate, van a quien lo profiere, para desprestigiarlo todo lo que puedan, dejando lo dicho en un muy segundo o tercer o último lugar, o ahorrándose directamente tener que rebatirlo.
Sabino Arana primero cargó, como ya hemos dicho, contra los propios Juegos Florales: “Nada nos debe, pues, admirar hayan aquí fracasado los Juegos Florales a su primer ensayo.” Para después apuntar directamente contra Miguel de Unamuno:
“El fracaso quedó colmado con el nombramiento de Mantenedor hecho en favor de D. Miguel Unamuno y Jugo, Doctor en Filosofía y Letras y actualmente Rector de la Universidad de Salamanca. Porque, realmente, el Sr. Unamuno, filósofo-literato conocido por sus excéntricas genialidades y por lo inconstante y variable de su criterio, que le ha llevado a abrazar alternativamente las teorías más contradictorias en religión, en moral y en sociología, no era el bilbaíno más indicado para mantener cosa alguna. Hombres doctos hay no escasos en Bilbao que habrían desempeñado con lucimiento y a satisfacción de todos los organizadores y amigos de los Juegos Florales el oficio de Mantenedor.
Ni es preciso ser sabio para mantener un torneo floral, ni el cargo de Rector de Universidad lleva consigo el lustre de sabio, siquiera en ocasiones le acompañe el título de Ilustrísimo.
El Ilustrísimo Rector de Salamanca, por cierto, no podía haber desempeñado de modo más lamentable el facilísimo papel de Mantenedor de las justas florales de Bilbao. No supo mantener ni el decoro de la fiesta, ni el buen nombre de la comisión que la organizara, ni el respeto debido al pueblo en cuyo seno se estaba celebrando, ni el mérito de los autores premiados y del orfeón que amenizaba el acto, ni siquiera la belleza y el honor de la dama bilbaína, representada en la Reina de los Juegos.
Nada quiso mantener: sólo pretendió destruir. De tal manera que, si la palabra del Sr. Unamuno hubiese sido lanza de bien templado hierro y de poder tanto como grande fue su osadía, no habría quedado títere con cabeza en Bilbao ni en todas las montañas vascas.”
A continuación, vienen los dos párrafos que dedicó Sabino Arana a rebatir el punto dedicado al eusquera en el discurso de Unamuno:
“Al saludar a este pueblo, fue su primera palabra decirle: Eres un pueblo que te vas; cosa que sabe de sobra el indígena y no ignora el extraño. Pero le añadió: estorbas a la vida de la universal sociedad, debes irte, debes morir, transmitiendo la vida que te queda al pueblo que te sujeta y te invade. ¡Bonita manera de mantener los Juegos Florales, en muchos de cuyos temas, ora por el fondo, ora por la forma en que habían de tratarse, se tendía a conservar, como es corriente, algunos de los caracteres de ese mismo pueblo en cuyo hogar se verificaban!”
Antes de continuar con el segundo párrafo, obsérvese cómo Sabino Arana dice que empezó el discurso de Unamuno. Es falso que Unamuno empezara diciendo eso. Sabino confunde a posta la opinión de Unamuno sobre el eusquera con la que tenía el rector de la Universidad de Salamanca sobre el pueblo vasco, que no era en absoluto la misma. Además, utiliza las cursivas para hacer ver que está reproduciendo lo que el propio Unamuno dijo. Cuando el discurso de Unamuno en ningún caso empezó así. Es más, para referirse al pueblo vasco, que no hemos reproducido arriba ese punto, no dijo eso de que “eres un pueblo que te vas” sino todo lo contrario. Esto fue lo que dijo Unamuno al respecto del pueblo vasco:
“Ni temáis perder la personalidad étnica; no fructifica la simiente sino reviviendo la tierra. Un pueblo que en otro se vierte, se agranda; no muere, resucita. Dad vuestro oro sin importaros el cuño. A la gran aleación española primero, a la humana después, llevaremos nuestro metal. Se ha dicho del nuestro que es un pueblo que se va, y pregunto: ¿dónde? Porque tal es la pregunta para todos, pueblo u hombre, los que tenemos que irnos algún día. Mas yo os digo que no somos un pueblo que se va, sino un pueblo que se viene.”
Pero retomando la contestación de Sabino Arana, el segundo párrafo, de los dos que dedica a contestar el tema del eusquera del discurso de Unamuno, dice esto:
“Hablóle de su lengua, de la lengua que para uno de los tres principales temas se había fijado como precisa y para otros varios como admisible, de la lengua en que el Orfeón Bilbaino cantaba música vasca en los mismos Juegos, y díjole de ella: Esa lengua que hablas, pueblo vasco, ese euskera desaparece contigo; no importa, porque como tú debe desaparecer; apresúrate a darle muerte y enterrarle con honra, y habla en español.”
De nuevo, Sabino Arana utiliza las cursivas para dar a entender que está transcribiendo lo que dijo Unamuno, pero se trata una vez más de una falsificación o tergiversación en toda regla, puesto que eso no es lo que dijo Unamuno, sino, en todo caso, lo que Sabino Arana dedujo de lo dicho por el rector de Salamanca.
El resto de la contestación de Sabino Arana fue un ataque directo a la persona de Unamuno y a su trayectoria vital e intelectual, como modo de echar por tierra su opinión sobre el futuro del eusquera, que no del pueblo vasco, ya que en ningún caso Unamuno estableció ese paralelismo que quiso ver Arana en sus palabras. Justamente lo que Unamuno planteaba era un nuevo futuro para el pueblo vasco utilizando el idioma castellano como cosa propia.
Así se despachó Sabino Arana con Miguel de Unamuno en la parte final de su crónica:
“Como el cocinero que conoce a los que se sientan a la mesa, escoge y combina las especias y condimenta los manjares según el gusto de los que han de saborearlos, sin importarle un ardite que sean o no de su propio agrado los guisos que él mismo adereza: así el Sr. Unamuno, con toda frialdad, sin sentir mucho ni poco en pro ni en contra de lo que se propone decir, dice siempre a los que le oyen aquellas cosas que le conviene decirles, ora para mortificarlos, ora para ganarse su voluntad, sin que en aquel obedece principalmente al natural deseo de dar que hablar de él a los demás, y en éste especialmente al legítimo de atender a su propio sustento y al de su familia; moviéndose en uno y otro caso en ambas direcciones a la vez.
Había padecido poco sufridamente en Bilbao, su pueblo natal, tres distintos revolcones: presentóse a concurso para la cátedra de euskera (él, a quien nunca se le ha ocurrido tener aprecio a esta lengua, como tampoco le tiene a la castellana), y no le fue otorgada; hizo oposiciones para la de Filosofía del Instituto, y él quedó a la zaga de dos bilbaínos, uno de los cuales ganó la plaza; pretendió la de Archivero de la Provincia, y ni en esta ocasión fue tampoco más afortunado. Partió entonces y vagó allende el Ebro, y sólo al cabo de siete oposiciones en distintas asignaturas, esto es, seis derrotas, alcanzó la cátedra de la lengua griega en Salamanca. Encumbrado luego al puesto de Rector, se acordó de su país, el cual ya de él no se acordaba ni tan sólo para mentarle. Alguien, sin embargo, hizo, por fin, aquí memoria suya, y llamado a su tierra el desterrado a actuar de Mantenedor en los primeros Juegos Florales, halló en ello oportunísima ocasión para matar dos pájaros de un tiro: hiriéndole a su propio pueblo en la fibra más sensible, con lo que conseguía hablara ya de él por todo lo que hasta entonces había callado; y, con las mismas afirmaciones y deseos de ruina para el pueblo vasco, lisonjeando a los políticos que privan en Madrid, con lo que el telescopio de sus añejas aspiraciones le acortaba la distancia al Rectorado de la Corte. No es, pues, que en el Nuevo Teatro dijera lo que siente, ni aun que sintiera lo que dijo: es que le convino decirlo y lo dijo. Porque el Sr. Unamuno, a sus aficiones de filósofo y literato, une el temperamento de bilbaíno: positivista para elegir el fin, práctico para excogitar los medios.”
Tras el recuento que hace de plazas a las que optó Miguel de Unamuno y en las que fracasó, Sabino Arana se permite una llamada a pie de página, justo detrás de la expresión “ni en esta ocasión fue tampoco más afortunado” donde dice: “Dígolo sin ánimo de ofender al Sr. Unamuno, a quien debo respeto y estimación como a todo prójimo, deseándole torne a los buenos caminos de la justicia universal y de los patrios lares (J. e. L.) [abreviatura de Jaungoikoa eta Lagizarra, el lema nacionalista], en los que haría tanto bien como daño pretenda hacer desde los opuestos. Estos apuntes biográficos del Sr. Unamuno los anoto aquí con el único fin de explicar el por qué y el para qué de su discurso: es la filosofía de su historia, ceñida al punto y hora en que lo pronunció. Al proceder así, tengo en cuenta dos cosas: la primera es que esas páginas de su vida externa son del dominio público en su tierra; y la segunda, que no constituyen deshonra, en mi concepto, las derrotas en la esfera intelectual, porque no es uno dueño de tener más inteligencia de la que tiene, ni, esto aparte, está en todos los casos obligado a saber más de lo que sabe, ni siempre ha de encontrarse en ganas de demostrar lo que de hecho alcanza y lo que es capaz de alcanzar. Que no es, a mi juicio, en las obras de la inteligencia donde el hombre puede justamente ganar méritos o padecer mengua, sino en los actos de la libre voluntad.”
Como acabamos de leer, para Sabino Arana la inteligencia no es importante, lo importante es lo que a uno le dé la real gana hacer. O sea, que entre la inteligencia y la voluntad no tiene que haber conexión alguna. Que son instancias separadas en el comportamiento humano. Que funcionan como compartimentos-estanco, vaya, cada una a su bola.
Pensar que a este hombre –con la sarta de melonadas que dejó por escrito–, le siguen hoy y le rinden pleitesía los dos partidos que copan más del setenta por ciento del Parlamento vasco da como un auténtico escalofrío.
En este debate que acabamos de revisar se encierra una de las claves más importantes, si no la mayor, para entender el País Vasco contemporáneo. Convendría leer detenidamente ambos textos en su totalidad para comprender que, desgraciadamente, al final ha triunfado entre nosotros la opción más mediocre, más resentida, más pobre, intelectual y moralmente hablando, y, por supuesto, más antiespañola de las dos. De nuevo, una vez más, se demuestra cómo el antiespañolismo en el que se basa el nacionalismo vasco nos hace peores.
El nacionalismo vasco actual, el de los seguidores de Sabino Arana, es el principal defensor del eusquera que hoy domina la enseñanza y la administración. Nos referimos al eusquera batua, que es una versión unificada y extraída de las distintas variantes de lo que se entiende por eusquera. Pero como esa gente que defiende el nacionalismo es tan mediocre y tan ignorante, en lugar de adaptar el eusquera respecto de los idiomas que le rodean, aprovechando e integrando sus préstamos en las estructuras de la lengua, tal como hizo Axular en Gero, lo que hacen es sostener y defender una versión del eusquera muy perjudicial para la propia lengua en el contexto actual, puesto que creyendo que la mantienen pura y libre de influencias extrañas, no la dejan adaptarse al contexto actual del pensamiento complejo y a las estructuras lingüísticas largas y sofisticadas, propias de las lenguas más evolucionadas de Occidente. El euskera no está sabiéndose adaptar, por esos corsés que le quieren imponer los nacionalistas, a los diferentes ámbitos de pensamiento y así tenemos el caso de que nadie es capaz de leer una ley en eusquera, ni realizar un juicio en eusquera, ni utilizar el eusquera para traducir con solvencia los textos clásicos del pensamiento sociológico o filosófico. Estamos ante una lengua que no sirve tal como se la está queriendo utilizar. Solo sirve para frases cortas, para lenguaje infantil, para desarrollos simples. En el lenguaje corriente en eusquera batua no se utilizan los subjuntivos y muy escasamente las oraciones subordinadas. Con lo cual falta hábito y capacidad para construir y luego leer textos complejos y a la vez comprensibles. Lo que dijo Unamuno sobre el eusquera en 1901 a los nacionalistas les entró por un oído y les salió por el otro y así llevamos desde entonces, sin querer reconocer la evidencia y convirtiendo al eusquera en un lenguaje simbólico, más aparente que real, fuertemente ideologizado y completamente inútil para el pensamiento complejo.
Los defensores actuales de Sabino Arana, sus seguidores acérrimos y sus simpatizantes y votantes se defienden siempre como gato panza arriba cuando nos metemos con su padre fundador. El argumento ideal de la defensa consiste en decir que aquellos tiempos eran otros y que hay que contextualizar lo que dijo su jefe.
Pero no nos engañemos. Aquellos tiempos eran iguales para todo el mundo que vivía entonces y no todo el mundo pensaba igual. Es más, lo que pensaba Sabino Arana era propio de un grupúsculo reducidísimo de personas, que luego, por azares de la historia y coyunturas varias se fue ampliando hasta dar en el movimiento que es hoy. Pero el origen y el contexto fueron los que fueron y fueron, sobra decirlo, iguales para todos, y en particular para Miguel de Unamuno y Sabino Arana.
Compararemos lo que dijo Miguel de Unamuno en su discurso de los Juegos Florales de Bilbao un 26 de agosto de 1901 y la respuesta que le dio Sabino Arana, para que veamos los mundos mentales tan distintos en que se movían estas dos personas que nacieron en Bilbao con muy poca diferencia uno de otro: Unamuno el 29 de septiembre de 1864 y Arana el 26 de enero de 1865. Y hagámoslo referido al tema del euskera, ya que Unamuno trató también en dicho discurso otros temas interesantes que podríamos considerar en otra ocasión.
l discurso de Miguel de Unamuno apareció en la prensa del día siguiente al que fue pronunciado, la del 27 de agosto, llenando toda la primera página de El Noticiero Bilbaíno, el principal periódico de Bilbao entonces, y de El Liberal, también de amplia difusión. Quiere decir esto que, por mucho que la rebajara luego Sabino Arana, la pieza no pasó en absoluto desapercibida, sino que fue, por así decir, un acontecimiento intelectual. Lo podemos encontrar reproducido en el tomo VI, dedicado a “La raza y la lengua” de las Obras Completas de Miguel de Unamuno editadas por Afrodisio Aguado (pp. 326-343), de donde tomamos los párrafos que vienen a continuación.
“El vascuence se extingue sin que haya fuerza humana que pueda impedir su extinción; muere por ley de vida. No nos apesadumbre que desaparezca su cuerpo, pues es para que mejor sobreviva su alma.
La mejor lengua es la propia, como es la mejor piel la que con uno se ha hecho; pero hay para muchos pueblos, como para otros organismos, épocas de muda. En ella estamos. En el milenario eusquera no cabe el pensamiento moderno: Bilbao, hablando vascuence, es un contrasentido. Y esto nos da la ventaja sobre otros, pues nos encierra menos en nuestra privativa personalidad, a riesgo de empobrecerla.
Tenemos que olvidarlo e irrumpir en el castellano, contribuyendo a hacer de él, como de núcleo germinal, el español o hispano-americano, sin admitir monopolios casticistas, que no es un idioma feudo de heredad. Le llevaremos nuestra peculiar manera de decir, algo elíptica, cortante, angulosa y seca; algo hemos de aportar al castizo decir castellano, de amplios pliegues de capa en que el caballero se emboza, dejándola flotar al viento.
Del viejo bajo latín, pronunciado y construido por tribus que para aprenderlo tuvieron que olvidar sus viejas lenguas, surgieron los hermosos romances.
Del castellano, pronunciado y construido por distintos pueblos que habitan en ambos mundos dilatados dominios, surgirán, no distintas lenguas, que no lo consiente la vida social de hoy y el rápido intercambio, sino el sobre-castellano, la lengua española o hispano-americana, una y varia, flexible y rica, dilatada como sus dominios.
Y en ella cabrá, me atrevo a esperarlo, la expresión de nuestros anhelos todos, de nuestra concepción de la vida y de la muerte, de nuestro sentimiento de la naturaleza y del arte. Será como una traducción gloriosa y depurada del para entonces muerto eusquera; el pensamiento que dormitaba cual crisálida en el vascuence de Axular, preso en el enmarañado capullo de la venerable lengua milenaria, lo romperá y saldrá a bañarse en luz, apenas secas al sol las recién abiertas alas, en el español de mañana.
Nuestra alma es más grande ya que su vestido secular; el vascuence nos viene ya estrecho; y como su material y tejido no se prestan a ensancharse, rompámosle. Hay, además, una ley de economía, y es que nos cuesta menos esfuerzo aprender el castellano que transformar el vascuence, que es un instrumento sobrado complicado y muy lejos de la sencillez y sobriedad de medios de los idiomas analíticos.
Y no digáis que no será nuestro pensamiento, verdaderamente nuestro, si en lengua que no sea la nuestra lo expresamos. Apropiémosle, y nuestro, a la vez que de ellos, será el castellano y más comunicable pensar. En el bárbaro y brioso latín de algunos germanos medievales estalla el pensamiento germánico, tan genuino y fuerte como en los rudos cantos de los Nibelungos, en lengua germánica vertidos; así se preparó la lengua de la Chanson de Roland, de que salió la de Voltaire; así la del Romanz de myo Cid, de que brotó la de Cervantes. ¿Es acaso Trueba menos vasco que Iparraguirre? Ni creemos que es el actual castellano definitivo; no hay Academias que detengan el proceso de la vida. Va desapareciendo, con nuestra leyenda áurea, aquello de que fuera Castilla el granero de España; pero aún hay quien cree que el castellano es la lengua más rica. Le falta mucho, muchísimo, para serlo. A enriquecerla, pues, a flexibilizarla, a hacerla nuestra, sin admitir monopolios casticistas.
¿Y el vascuence? ¡Hermoso monumento de estudio! ¡Venerable reliquia! ¡Noble ejecutoria!
Enterrémosle santamente, con dignos funerales, embalsamado en ciencia; leguemos a los estudios tan interesante reliquia. Y para lograrlo, estudiémosle con espíritu científico a la vez que con amor, sin prejuicio, no atentos a tal o cual tesis previa, sino a indagar lo que haya, y estudiémosle con los más rigurosos métodos que la moderna ciencia lingüística prescribe.
A un inglés es a quien más he oído reprocharnos el que olvidemos el vascuence; al tal le parecerá bien la desaparición de las lenguas célticas del Reino Unido.
No nos dejemos engañar por esas voces de eruditos que quieren que les criemos un conejito de Indias para sus experiencias lingüísticas: la vida está sobre la ciencia, y no hemos de acomodarnos a ser objeto de curiosidad, ni caso de etnografía. Porque observo en algunos paisanos la pueril vanidad de tenerse por parte de un caso que ha resistido hasta hoy a las clasificaciones. La vida ante todo, la vida concreta; y la vida nos trae la pérdida del vascuence.”
A continuación, veamos lo que Sabino Arana tuvo a bien contestarle a Miguel de Unamuno sobre el tema de la pérdida del vascuence. Lo hizo en un texto titulado “Crónica. Los Juegos Florales de Bilbao”, que salió reproducido en el número 18 de La Patria, de 23 de febrero de 1902 (páginas 2155-2160 de las Obras Completas), después de haber salido originalmente en el número 3 de la revista Euzkadi fundada por él mismo y de la que solo alcanzó a sacar cuatro números en vida.
En lugar de contrarrestar este punto de vista sobre el futuro del eusquera, el fundador del nacionalismo vasco optó por cargar contra el propio certamen donde se insertaba el discurso, así como contra el propio Unamuno. De hecho, al tema del eusquera le dedicó exactamente dos escuetos párrafos, como veremos. El resto fueron argumentos ad hominem. Este tipo de defensa es la misma que caracteriza al nacionalismo vasco actual cuando hoy entabla polémica con alguno de sus detractores, así que esto nos demuestra de modo fehaciente de dónde viene esta manera de proceder. Quiere decirse que forma parte del comportamiento del nacionalismo vasco desde su mismo origen: en lugar de ir al argumento o al fondo del asunto que se debate, van a quien lo profiere, para desprestigiarlo todo lo que puedan, dejando lo dicho en un muy segundo o tercer o último lugar, o ahorrándose directamente tener que rebatirlo.
Sabino Arana primero cargó, como ya hemos dicho, contra los propios Juegos Florales: “Nada nos debe, pues, admirar hayan aquí fracasado los Juegos Florales a su primer ensayo.” Para después apuntar directamente contra Miguel de Unamuno:
“El fracaso quedó colmado con el nombramiento de Mantenedor hecho en favor de D. Miguel Unamuno y Jugo, Doctor en Filosofía y Letras y actualmente Rector de la Universidad de Salamanca. Porque, realmente, el Sr. Unamuno, filósofo-literato conocido por sus excéntricas genialidades y por lo inconstante y variable de su criterio, que le ha llevado a abrazar alternativamente las teorías más contradictorias en religión, en moral y en sociología, no era el bilbaíno más indicado para mantener cosa alguna. Hombres doctos hay no escasos en Bilbao que habrían desempeñado con lucimiento y a satisfacción de todos los organizadores y amigos de los Juegos Florales el oficio de Mantenedor.
Ni es preciso ser sabio para mantener un torneo floral, ni el cargo de Rector de Universidad lleva consigo el lustre de sabio, siquiera en ocasiones le acompañe el título de Ilustrísimo.
El Ilustrísimo Rector de Salamanca, por cierto, no podía haber desempeñado de modo más lamentable el facilísimo papel de Mantenedor de las justas florales de Bilbao. No supo mantener ni el decoro de la fiesta, ni el buen nombre de la comisión que la organizara, ni el respeto debido al pueblo en cuyo seno se estaba celebrando, ni el mérito de los autores premiados y del orfeón que amenizaba el acto, ni siquiera la belleza y el honor de la dama bilbaína, representada en la Reina de los Juegos.
Nada quiso mantener: sólo pretendió destruir. De tal manera que, si la palabra del Sr. Unamuno hubiese sido lanza de bien templado hierro y de poder tanto como grande fue su osadía, no habría quedado títere con cabeza en Bilbao ni en todas las montañas vascas.”
A continuación, vienen los dos párrafos que dedicó Sabino Arana a rebatir el punto dedicado al eusquera en el discurso de Unamuno:
“Al saludar a este pueblo, fue su primera palabra decirle: Eres un pueblo que te vas; cosa que sabe de sobra el indígena y no ignora el extraño. Pero le añadió: estorbas a la vida de la universal sociedad, debes irte, debes morir, transmitiendo la vida que te queda al pueblo que te sujeta y te invade. ¡Bonita manera de mantener los Juegos Florales, en muchos de cuyos temas, ora por el fondo, ora por la forma en que habían de tratarse, se tendía a conservar, como es corriente, algunos de los caracteres de ese mismo pueblo en cuyo hogar se verificaban!”
Antes de continuar con el segundo párrafo, obsérvese cómo Sabino Arana dice que empezó el discurso de Unamuno. Es falso que Unamuno empezara diciendo eso. Sabino confunde a posta la opinión de Unamuno sobre el eusquera con la que tenía el rector de la Universidad de Salamanca sobre el pueblo vasco, que no era en absoluto la misma. Además, utiliza las cursivas para hacer ver que está reproduciendo lo que el propio Unamuno dijo. Cuando el discurso de Unamuno en ningún caso empezó así. Es más, para referirse al pueblo vasco, que no hemos reproducido arriba ese punto, no dijo eso de que “eres un pueblo que te vas” sino todo lo contrario. Esto fue lo que dijo Unamuno al respecto del pueblo vasco:
“Ni temáis perder la personalidad étnica; no fructifica la simiente sino reviviendo la tierra. Un pueblo que en otro se vierte, se agranda; no muere, resucita. Dad vuestro oro sin importaros el cuño. A la gran aleación española primero, a la humana después, llevaremos nuestro metal. Se ha dicho del nuestro que es un pueblo que se va, y pregunto: ¿dónde? Porque tal es la pregunta para todos, pueblo u hombre, los que tenemos que irnos algún día. Mas yo os digo que no somos un pueblo que se va, sino un pueblo que se viene.”
Pero retomando la contestación de Sabino Arana, el segundo párrafo, de los dos que dedica a contestar el tema del eusquera del discurso de Unamuno, dice esto:
“Hablóle de su lengua, de la lengua que para uno de los tres principales temas se había fijado como precisa y para otros varios como admisible, de la lengua en que el Orfeón Bilbaino cantaba música vasca en los mismos Juegos, y díjole de ella: Esa lengua que hablas, pueblo vasco, ese euskera desaparece contigo; no importa, porque como tú debe desaparecer; apresúrate a darle muerte y enterrarle con honra, y habla en español.”
De nuevo, Sabino Arana utiliza las cursivas para dar a entender que está transcribiendo lo que dijo Unamuno, pero se trata una vez más de una falsificación o tergiversación en toda regla, puesto que eso no es lo que dijo Unamuno, sino, en todo caso, lo que Sabino Arana dedujo de lo dicho por el rector de Salamanca.
El resto de la contestación de Sabino Arana fue un ataque directo a la persona de Unamuno y a su trayectoria vital e intelectual, como modo de echar por tierra su opinión sobre el futuro del eusquera, que no del pueblo vasco, ya que en ningún caso Unamuno estableció ese paralelismo que quiso ver Arana en sus palabras. Justamente lo que Unamuno planteaba era un nuevo futuro para el pueblo vasco utilizando el idioma castellano como cosa propia.
Así se despachó Sabino Arana con Miguel de Unamuno en la parte final de su crónica:
“Como el cocinero que conoce a los que se sientan a la mesa, escoge y combina las especias y condimenta los manjares según el gusto de los que han de saborearlos, sin importarle un ardite que sean o no de su propio agrado los guisos que él mismo adereza: así el Sr. Unamuno, con toda frialdad, sin sentir mucho ni poco en pro ni en contra de lo que se propone decir, dice siempre a los que le oyen aquellas cosas que le conviene decirles, ora para mortificarlos, ora para ganarse su voluntad, sin que en aquel obedece principalmente al natural deseo de dar que hablar de él a los demás, y en éste especialmente al legítimo de atender a su propio sustento y al de su familia; moviéndose en uno y otro caso en ambas direcciones a la vez.
Había padecido poco sufridamente en Bilbao, su pueblo natal, tres distintos revolcones: presentóse a concurso para la cátedra de euskera (él, a quien nunca se le ha ocurrido tener aprecio a esta lengua, como tampoco le tiene a la castellana), y no le fue otorgada; hizo oposiciones para la de Filosofía del Instituto, y él quedó a la zaga de dos bilbaínos, uno de los cuales ganó la plaza; pretendió la de Archivero de la Provincia, y ni en esta ocasión fue tampoco más afortunado. Partió entonces y vagó allende el Ebro, y sólo al cabo de siete oposiciones en distintas asignaturas, esto es, seis derrotas, alcanzó la cátedra de la lengua griega en Salamanca. Encumbrado luego al puesto de Rector, se acordó de su país, el cual ya de él no se acordaba ni tan sólo para mentarle. Alguien, sin embargo, hizo, por fin, aquí memoria suya, y llamado a su tierra el desterrado a actuar de Mantenedor en los primeros Juegos Florales, halló en ello oportunísima ocasión para matar dos pájaros de un tiro: hiriéndole a su propio pueblo en la fibra más sensible, con lo que conseguía hablara ya de él por todo lo que hasta entonces había callado; y, con las mismas afirmaciones y deseos de ruina para el pueblo vasco, lisonjeando a los políticos que privan en Madrid, con lo que el telescopio de sus añejas aspiraciones le acortaba la distancia al Rectorado de la Corte. No es, pues, que en el Nuevo Teatro dijera lo que siente, ni aun que sintiera lo que dijo: es que le convino decirlo y lo dijo. Porque el Sr. Unamuno, a sus aficiones de filósofo y literato, une el temperamento de bilbaíno: positivista para elegir el fin, práctico para excogitar los medios.”
Tras el recuento que hace de plazas a las que optó Miguel de Unamuno y en las que fracasó, Sabino Arana se permite una llamada a pie de página, justo detrás de la expresión “ni en esta ocasión fue tampoco más afortunado” donde dice: “Dígolo sin ánimo de ofender al Sr. Unamuno, a quien debo respeto y estimación como a todo prójimo, deseándole torne a los buenos caminos de la justicia universal y de los patrios lares (J. e. L.) [abreviatura de Jaungoikoa eta Lagizarra, el lema nacionalista], en los que haría tanto bien como daño pretenda hacer desde los opuestos. Estos apuntes biográficos del Sr. Unamuno los anoto aquí con el único fin de explicar el por qué y el para qué de su discurso: es la filosofía de su historia, ceñida al punto y hora en que lo pronunció. Al proceder así, tengo en cuenta dos cosas: la primera es que esas páginas de su vida externa son del dominio público en su tierra; y la segunda, que no constituyen deshonra, en mi concepto, las derrotas en la esfera intelectual, porque no es uno dueño de tener más inteligencia de la que tiene, ni, esto aparte, está en todos los casos obligado a saber más de lo que sabe, ni siempre ha de encontrarse en ganas de demostrar lo que de hecho alcanza y lo que es capaz de alcanzar. Que no es, a mi juicio, en las obras de la inteligencia donde el hombre puede justamente ganar méritos o padecer mengua, sino en los actos de la libre voluntad.”
Como acabamos de leer, para Sabino Arana la inteligencia no es importante, lo importante es lo que a uno le dé la real gana hacer. O sea, que entre la inteligencia y la voluntad no tiene que haber conexión alguna. Que son instancias separadas en el comportamiento humano. Que funcionan como compartimentos-estanco, vaya, cada una a su bola.
Pensar que a este hombre –con la sarta de melonadas que dejó por escrito–, le siguen hoy y le rinden pleitesía los dos partidos que copan más del setenta por ciento del Parlamento vasco da como un auténtico escalofrío.
En este debate que acabamos de revisar se encierra una de las claves más importantes, si no la mayor, para entender el País Vasco contemporáneo. Convendría leer detenidamente ambos textos en su totalidad para comprender que, desgraciadamente, al final ha triunfado entre nosotros la opción más mediocre, más resentida, más pobre, intelectual y moralmente hablando, y, por supuesto, más antiespañola de las dos. De nuevo, una vez más, se demuestra cómo el antiespañolismo en el que se basa el nacionalismo vasco nos hace peores.
El nacionalismo vasco actual, el de los seguidores de Sabino Arana, es el principal defensor del eusquera que hoy domina la enseñanza y la administración. Nos referimos al eusquera batua, que es una versión unificada y extraída de las distintas variantes de lo que se entiende por eusquera. Pero como esa gente que defiende el nacionalismo es tan mediocre y tan ignorante, en lugar de adaptar el eusquera respecto de los idiomas que le rodean, aprovechando e integrando sus préstamos en las estructuras de la lengua, tal como hizo Axular en Gero, lo que hacen es sostener y defender una versión del eusquera muy perjudicial para la propia lengua en el contexto actual, puesto que creyendo que la mantienen pura y libre de influencias extrañas, no la dejan adaptarse al contexto actual del pensamiento complejo y a las estructuras lingüísticas largas y sofisticadas, propias de las lenguas más evolucionadas de Occidente. El euskera no está sabiéndose adaptar, por esos corsés que le quieren imponer los nacionalistas, a los diferentes ámbitos de pensamiento y así tenemos el caso de que nadie es capaz de leer una ley en eusquera, ni realizar un juicio en eusquera, ni utilizar el eusquera para traducir con solvencia los textos clásicos del pensamiento sociológico o filosófico. Estamos ante una lengua que no sirve tal como se la está queriendo utilizar. Solo sirve para frases cortas, para lenguaje infantil, para desarrollos simples. En el lenguaje corriente en eusquera batua no se utilizan los subjuntivos y muy escasamente las oraciones subordinadas. Con lo cual falta hábito y capacidad para construir y luego leer textos complejos y a la vez comprensibles. Lo que dijo Unamuno sobre el eusquera en 1901 a los nacionalistas les entró por un oído y les salió por el otro y así llevamos desde entonces, sin querer reconocer la evidencia y convirtiendo al eusquera en un lenguaje simbólico, más aparente que real, fuertemente ideologizado y completamente inútil para el pensamiento complejo.