Bilbao, cinco días de enero de 1780
Siempre que paseo por la Gran Vía de Bilbao, al acercarme al alucinante Palacio Foral, construido a finales del siglo XIX por la entonces Diputación Provincial para demostrar su poderío económico (realizando, por cierto, un enorme gasto para crear aquella joya ecléctica, en vez de aplicar los fondos a necesidades más urgentes en una Vizcaya entonces en rápido crecimiento), me detengo un rato y doy un vistazo a la estatua allí presente del segundo presidente de los Estados Unidos de América, John Adams. Se preguntará el ciudadano: ¿acaso era de origen vizcaíno?
No: el monumento fue erigido por la actual Diputación Foral en 2011 para presumir de las consideraciones de Adams sobre las raíces “democráticas” de nuestro sistema foral en pleno siglo XVIII, como si una “sociedad estamental de clase única” (todos nobles), que excluía la presencia en el Señorío de gentes tanto originarias como foráneas por consideraciones de raza y religión y que presumía de que en Vizcaya no había esclavos, pese a que bastantes de sus comerciantes participaban en la trata de los mismos con destino al Nuevo Mundo, pudiera considerarse una suerte de democracia anterior a las revoluciones americana y francesa, y ser un ejemplo a imitar, para pasmo de propios y extraños.
Pero ¿quién fue John Adams? Se trata nada menos que de uno de los redactores de la Constitución de los Estados Unidos de América, y fue su segundo Presidente (1797-1801).
John Adams fue un humanista cristiano y ante todo un demócrata, un enemigo acérrimo de cualquier privilegio de clase, opuesto a toda aristocracia y a la esclavitud. En otras palabras, un peso pesado de la historia política de occidente.
Cómo el lector puede comprobar si se acerca al monumento, una placa en el podio de la estatua recoge en inglés, euskera y castellano una frase elegida con un elogioso comentario que Adams hizo de nuestros ancestros y del régimen foral en su obra de 1787 “A defence of constitutions of Government of the United States of America ”:
“…ésta gente extraordinaria ha preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres sin cambios, mucho más que cualquier otra nación de Europa".
El caso es que de manera imprevista y para alcanzar por tierra París, Adams visitó Bilbao y Vizcaya durante cinco días en enero de 1780, cuando recorría Europa buscando fondos para la guerra de independencia norteamericana (1775-1783) Viajaba con dos de sus seis hijos, John Quincy –que también acabaría siendo presidente de EE UU, el sexto– y Charles, de 12 y 9 años.
Cuando llegó a Bilbao, Adams fue informado por sus contactos de lo que ellos consideraban raíces y realidades de nuestro sistema foral, que le pareció un caso interesante para comentar en sus futuros trabajos polítcos y legales.
Pero, ¿qué dijo en realidad Adams de nuestro régimen foral? ¿Qué le contaron sobre el mismo en 1780? ¿Era para él la Vizcaya foral un ejemplo a imitar por la joven democracia norteamericana? ¿Es el elogio recogido en el monumento bilbaíno una buena síntesis de su opinión? Quizás no, como vamos a ver.
Estás son sus palabras, traducidas del inglés, en la carta IV “ Vizcaya” de su obra de 1787 que hemos mencionado.
“Estimado caballero:
MI QUERIDO SEÑOR,
En una investigación como ésta, después de aquellos pueblos de Europa que han tenido la habilidad, el coraje y la fortuna de preferir una voz en el gobierno, no se debe omitir de ninguna manera a Vizcaya en España. Mientras que sus vecinos hace mucho que han relegado todas sus pretensiones a manos de reyes y sacerdotes, este pueblo extraordinario ha preferido su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres, sin innovación, durante más tiempo que cualquier otra nación de Europa.
De ascendencia celta, habitaron una vez algunas de las partes más hermosas de la antigua Bética; pero su amor a la libertad y su invencible aversión a la fervor extranjera, los hicieron retirarse, cuando fueron invadidos y dominados en sus antiguas hazañas, a estos países montañosos, llamados por los antiguos Cantabria.
Fueron gobernados por condes, que les fueron dados por los reyes de Oviedo y León, hasta el año 859, cuando, hallándose sin jefe, porque Zenón, que los mandaba, fue hecho prisionero, se rebelaron y tomaron las armas para defenderse a Ordoño, hijo de Alfonso III, cuyo dominio era demasiado fuerte para ellos, y eligieron por jefe a un descendiente de la sangre real de Escocia por la parte de madre y yerno de Zenón, su gobernador. Jefe a quien, habiendo vencido a Ordoño, en el año 870, eligieron por señor.
Su posteridad después llevó el nombre “de Haro”, por sucesión de padre a hijo, hasta que el rey don Pedro el Cruel, habiendo dado muerte a los que estaban en poder del Señorío, los redujo con un tratado, por el cual unió su país, bajo el título de Señorío, con Castilla, por cuya convención el rey de España es ahora Señor de Vizcaya.
Es una república, y uno de los privilegios en los que más han insistido es el de no tener rey. Otro es que todo nuevo Señor, al ascender al trono, debía venir al país en persona, llevando una de sus piernas desnudas, y prestar juramento de defender los privilegios del señorío. El actual rey de España es el primero al que se ha dado consentimiento para que el juramento se realice en Madrid, aunque la ceremonia humillante e indecente ha sido postergada desde hace mucho tiempo.
Su celo por la defensa ha cercado de murallas todas las poblaciones del distrito. Son veintiún pueblos, de los cuales los principales son Orduña, Laredo, Portugalete, Durango, Bilbao y Santander. Vizcaya está dividida en nueve merindades, bajo la jurisdicción de un funcionario, además de las cuatro poblaciones de la costa. La capital es Bilbao.
El territorio es una colección de montañas muy altas, escarpadas y rocosas hasta tal punto que una compañía de hombres colocada en una de ellas podría defenderse mientras fuera posible hacerlo haciendo rodar rocas sobre su enemigo. Esta formación natural del país, que ha hecho imposible la marcha de los ejércitos, y el espíritu audaz de los habitantes han preferido su libertad.
Activos, vigilantes, generosos, valientes, resistentes, inclinados a la guerra y a la navegación, han gozado durante dos mil años de la reputación de los mejores marinos y soldados de España, e incluso de los mejores cortesanos, y muchos de ellos, por su ingenio y modales, se han elevado a puestos de importancia en la corte de Madrid.
Sus valiosas cualidades los han recomendado a la estima de los reyes de España, que hasta ahora los han dejado en el orgullo de esas grandes inmunidades de las que son tan celosos.
En 1632, en efecto, la corte impuso un impuesto sobre la sal: los habitantes de Bilbao se rebelaron y despojaron a todos los oficiales designados para cobrarlo, y a todos los oficiales del gran almirante. Se enviaron tres mil tropas para castigarlos por la rebelión: lucharon contra ellos y fueron totalmente derrotados, empujando a la mayoría de ellos al mar, lo que disuadió a la corte de llevar adelante su plan de impuestos; y desde entonces el rey no ha tenido ningún oficial de ningún tipo en el Señorío, excepto su corregidor. Muchos escritores atribuyen su floreciente comercio.
Los habitantes de este pequeño territorio tienen una situación similar a la de Ferrol o La Coruña, pero, como puerto no es mejor que la de Ferrol o La Coruña, es más probable que esa ventaja se deba a su libertad.
Al recorrer este pequeño territorio, uno se imaginaría que está en Connecticut; en lugar de miserables chozas, construidas con barro y cubiertas de paja, se ve el país lleno de casas y graneros grandes y espaciosos, tierras bien cultivadas y una población de campesinos rica y feliz. Los caminos, tan peligrosos e inaccesibles en la mayoría de las otras partes de España, aquí son muy buenos, ya que se han construido con un gran gasto de mano de obra.
Aunque al gobierno se llama democracia, no podemos encontrar aquí toda la autoridad reunida en un solo centro; hay, por el contrario, tantos gobiernos distintos como ciudades y merindades. El gobierno general tiene dos órdenes por lo menos, el Señor o gobernador y el parlamento bienal. Cada una de las trece divisiones superiores tiene su gobierno organizado, con su magistrado principal a la cabeza del mismo.
Podemos juzgar la forma de todas ellas por la de la metrópoli, que se llama, en todas sus leyes, la noble e ilustre república de Bilbao. Esta ciudad tiene su alcalde, que es a la vez gobernador y juez principal, sus doce regidores o consejeros, procurador general, etc. y por todos ellos, reunidos en el palacio de gobierno bajo los títulos de concejo, justicia y regimiento, las leyes se hacen en nombre del señor de Vizcaya y se confirman por él.
Estos oficiales, es cierto, son elegidos por los ciudadanos, pero deben ser elegidos por ley, lo mismo que los diputados al parlamento bienal o junta general, de unas pocas familias nobles, no contaminadas, tanto por la fe del padre como por la madre, por cualquier mezcla con moros, judíos, nuevos conversos, penitentes de la inquisición, etc., deben ser naturales y residentes, con un capital de mil ducados, y no deben tener nada que ver con el comercio, las manufacturas o los oficios, y, por un acuerdo fundamental entre todas las merindades, todos sus diputados a la junta general, y todos sus regidores, fideicomisarios, secretarios y tesoreros, deben ser nobles, por lo menos caballeros, y que nunca hayan ejercido ningún oficio mecánico, ellos mismos o sus padres.
Así, sentimos que el propio pueblo ha establecido por ley un gobierno de la aristocracia bajo la apariencia de una democracia liberal. ¡Americanos, cuidado!
Aunque aquí en el gobierno general y en el de cada ciudad y meridional vemos las tres ramas del poder, el de uno, el de pocos y el de muchos, sin embargo, si fuera tan democrático como algunos lo han pensado, de ninguna manera podríamos inferir, de este ejemplo de una pequeña población en unas cuantas montañas impracticables, en una forma redonda de diez leguas de diámetro, la utilidad o carácter práctico de tal gobierno en cualquier otro país.
La tendencia a la división, tan evidente en todos los gobiernos democráticos, por más moderados que estén con los poderes aristocráticos y monárquicos, se ha mostrado al separarse de ella Guipúzcoa y Álava; y la única diferencia que ha tenido con otras divisiones ha sido el temor a sus vecinos. Siempre supieron que tan pronto como cayeran en facciones o intentaran innovaciones, la corte de España intervendría y les prescribiría un gobierno que no fuera de su gusto.”
Cómo se ve, a John Adams le contaron un refrito de mitos e historias imaginarias sobre el pasado de Vizcaya, desde el vasco - iberismo, el vasco – cantabrismo, Jaun Zuria, la Casa de Haro, la unión con Castilla, los rituales de jura del Señor, y diversas entelequias creadas para dar cuerpo a un pasado del territorio que se pretendía adaptar a la necesidad de justificar los privilegios del mismo en el Antiguo Régimen de la Corona de España bajo Carlos III.
Curiosamente se evita contarle a John Adams el mito del Tubalismo, pues hubiera visto el absurdo de pretender descender los vizcaínos de Tubal, nieto de Noé, y ser por tanto semitas de origen y haber prohibido en el Fuero nuevo la presencia en Vizcaya de los judíos, también semitas y descendientes de Noé, por ser de “mala raza”.
Y se arregla el silencio sobre el origen de los vizcaínos contando al futuro presidente de e los Estados Unidos que éramos celtas.
Lo cierto es que Adams se llevó buena impresión del carácter de las gentes vizcaínas y de sus anfitriones locales: el poderoso jauntxo y comerciante (futuro primer embajador de España en Estados Unidos) Diego María de Gardoquí y Arriquibar y su pronto malogrado hijo José y de algunos aspectos de la vida y gobierno de Vizcaya.
Pero no todo le gustó, ni mucho menos, y fue muy consciente de que el Señorío era un territorio gobernado por una aristocracia de unas pocas familias, por más que se presumiera de ser una especie de “república” de iguales bajo la apariencia de una democracia, y advertía a sus lectores norteamericanos de que el Señorio de Vizcaya no era un ejemplo a imitar.
Así, la visita de John Adams y de su hijo John Quincy Adams (dos futuros Presidentes de los Estados Unidos de América durante cinco días de enero a Bilbao en 1780 fue en el fondo la constatación de que pese al Fuero, los jauntxos y familias poderosas seguían controlando el Señorío, por más que sus gentes hubieran “preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres sin cambios, mucho más que cualquier otra nación de Europa".
Vamos, que entonces como hoy , “en todas partes cuecen habas” aunque no nos guste recordarlo y prefiramos quedarnos con los elogios.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019
Siempre que paseo por la Gran Vía de Bilbao, al acercarme al alucinante Palacio Foral, construido a finales del siglo XIX por la entonces Diputación Provincial para demostrar su poderío económico (realizando, por cierto, un enorme gasto para crear aquella joya ecléctica, en vez de aplicar los fondos a necesidades más urgentes en una Vizcaya entonces en rápido crecimiento), me detengo un rato y doy un vistazo a la estatua allí presente del segundo presidente de los Estados Unidos de América, John Adams. Se preguntará el ciudadano: ¿acaso era de origen vizcaíno?
No: el monumento fue erigido por la actual Diputación Foral en 2011 para presumir de las consideraciones de Adams sobre las raíces “democráticas” de nuestro sistema foral en pleno siglo XVIII, como si una “sociedad estamental de clase única” (todos nobles), que excluía la presencia en el Señorío de gentes tanto originarias como foráneas por consideraciones de raza y religión y que presumía de que en Vizcaya no había esclavos, pese a que bastantes de sus comerciantes participaban en la trata de los mismos con destino al Nuevo Mundo, pudiera considerarse una suerte de democracia anterior a las revoluciones americana y francesa, y ser un ejemplo a imitar, para pasmo de propios y extraños.
Pero ¿quién fue John Adams? Se trata nada menos que de uno de los redactores de la Constitución de los Estados Unidos de América, y fue su segundo Presidente (1797-1801).
John Adams fue un humanista cristiano y ante todo un demócrata, un enemigo acérrimo de cualquier privilegio de clase, opuesto a toda aristocracia y a la esclavitud. En otras palabras, un peso pesado de la historia política de occidente.
Cómo el lector puede comprobar si se acerca al monumento, una placa en el podio de la estatua recoge en inglés, euskera y castellano una frase elegida con un elogioso comentario que Adams hizo de nuestros ancestros y del régimen foral en su obra de 1787 “A defence of constitutions of Government of the United States of America ”:
“…ésta gente extraordinaria ha preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres sin cambios, mucho más que cualquier otra nación de Europa".
El caso es que de manera imprevista y para alcanzar por tierra París, Adams visitó Bilbao y Vizcaya durante cinco días en enero de 1780, cuando recorría Europa buscando fondos para la guerra de independencia norteamericana (1775-1783) Viajaba con dos de sus seis hijos, John Quincy –que también acabaría siendo presidente de EE UU, el sexto– y Charles, de 12 y 9 años.
Cuando llegó a Bilbao, Adams fue informado por sus contactos de lo que ellos consideraban raíces y realidades de nuestro sistema foral, que le pareció un caso interesante para comentar en sus futuros trabajos polítcos y legales.
Pero, ¿qué dijo en realidad Adams de nuestro régimen foral? ¿Qué le contaron sobre el mismo en 1780? ¿Era para él la Vizcaya foral un ejemplo a imitar por la joven democracia norteamericana? ¿Es el elogio recogido en el monumento bilbaíno una buena síntesis de su opinión? Quizás no, como vamos a ver.
Estás son sus palabras, traducidas del inglés, en la carta IV “ Vizcaya” de su obra de 1787 que hemos mencionado.
“Estimado caballero:
MI QUERIDO SEÑOR,
En una investigación como ésta, después de aquellos pueblos de Europa que han tenido la habilidad, el coraje y la fortuna de preferir una voz en el gobierno, no se debe omitir de ninguna manera a Vizcaya en España. Mientras que sus vecinos hace mucho que han relegado todas sus pretensiones a manos de reyes y sacerdotes, este pueblo extraordinario ha preferido su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres, sin innovación, durante más tiempo que cualquier otra nación de Europa.
De ascendencia celta, habitaron una vez algunas de las partes más hermosas de la antigua Bética; pero su amor a la libertad y su invencible aversión a la fervor extranjera, los hicieron retirarse, cuando fueron invadidos y dominados en sus antiguas hazañas, a estos países montañosos, llamados por los antiguos Cantabria.
Fueron gobernados por condes, que les fueron dados por los reyes de Oviedo y León, hasta el año 859, cuando, hallándose sin jefe, porque Zenón, que los mandaba, fue hecho prisionero, se rebelaron y tomaron las armas para defenderse a Ordoño, hijo de Alfonso III, cuyo dominio era demasiado fuerte para ellos, y eligieron por jefe a un descendiente de la sangre real de Escocia por la parte de madre y yerno de Zenón, su gobernador. Jefe a quien, habiendo vencido a Ordoño, en el año 870, eligieron por señor.
Su posteridad después llevó el nombre “de Haro”, por sucesión de padre a hijo, hasta que el rey don Pedro el Cruel, habiendo dado muerte a los que estaban en poder del Señorío, los redujo con un tratado, por el cual unió su país, bajo el título de Señorío, con Castilla, por cuya convención el rey de España es ahora Señor de Vizcaya.
Es una república, y uno de los privilegios en los que más han insistido es el de no tener rey. Otro es que todo nuevo Señor, al ascender al trono, debía venir al país en persona, llevando una de sus piernas desnudas, y prestar juramento de defender los privilegios del señorío. El actual rey de España es el primero al que se ha dado consentimiento para que el juramento se realice en Madrid, aunque la ceremonia humillante e indecente ha sido postergada desde hace mucho tiempo.
Su celo por la defensa ha cercado de murallas todas las poblaciones del distrito. Son veintiún pueblos, de los cuales los principales son Orduña, Laredo, Portugalete, Durango, Bilbao y Santander. Vizcaya está dividida en nueve merindades, bajo la jurisdicción de un funcionario, además de las cuatro poblaciones de la costa. La capital es Bilbao.
El territorio es una colección de montañas muy altas, escarpadas y rocosas hasta tal punto que una compañía de hombres colocada en una de ellas podría defenderse mientras fuera posible hacerlo haciendo rodar rocas sobre su enemigo. Esta formación natural del país, que ha hecho imposible la marcha de los ejércitos, y el espíritu audaz de los habitantes han preferido su libertad.
Activos, vigilantes, generosos, valientes, resistentes, inclinados a la guerra y a la navegación, han gozado durante dos mil años de la reputación de los mejores marinos y soldados de España, e incluso de los mejores cortesanos, y muchos de ellos, por su ingenio y modales, se han elevado a puestos de importancia en la corte de Madrid.
Sus valiosas cualidades los han recomendado a la estima de los reyes de España, que hasta ahora los han dejado en el orgullo de esas grandes inmunidades de las que son tan celosos.
En 1632, en efecto, la corte impuso un impuesto sobre la sal: los habitantes de Bilbao se rebelaron y despojaron a todos los oficiales designados para cobrarlo, y a todos los oficiales del gran almirante. Se enviaron tres mil tropas para castigarlos por la rebelión: lucharon contra ellos y fueron totalmente derrotados, empujando a la mayoría de ellos al mar, lo que disuadió a la corte de llevar adelante su plan de impuestos; y desde entonces el rey no ha tenido ningún oficial de ningún tipo en el Señorío, excepto su corregidor. Muchos escritores atribuyen su floreciente comercio.
Los habitantes de este pequeño territorio tienen una situación similar a la de Ferrol o La Coruña, pero, como puerto no es mejor que la de Ferrol o La Coruña, es más probable que esa ventaja se deba a su libertad.
Al recorrer este pequeño territorio, uno se imaginaría que está en Connecticut; en lugar de miserables chozas, construidas con barro y cubiertas de paja, se ve el país lleno de casas y graneros grandes y espaciosos, tierras bien cultivadas y una población de campesinos rica y feliz. Los caminos, tan peligrosos e inaccesibles en la mayoría de las otras partes de España, aquí son muy buenos, ya que se han construido con un gran gasto de mano de obra.
Aunque al gobierno se llama democracia, no podemos encontrar aquí toda la autoridad reunida en un solo centro; hay, por el contrario, tantos gobiernos distintos como ciudades y merindades. El gobierno general tiene dos órdenes por lo menos, el Señor o gobernador y el parlamento bienal. Cada una de las trece divisiones superiores tiene su gobierno organizado, con su magistrado principal a la cabeza del mismo.
Podemos juzgar la forma de todas ellas por la de la metrópoli, que se llama, en todas sus leyes, la noble e ilustre república de Bilbao. Esta ciudad tiene su alcalde, que es a la vez gobernador y juez principal, sus doce regidores o consejeros, procurador general, etc. y por todos ellos, reunidos en el palacio de gobierno bajo los títulos de concejo, justicia y regimiento, las leyes se hacen en nombre del señor de Vizcaya y se confirman por él.
Estos oficiales, es cierto, son elegidos por los ciudadanos, pero deben ser elegidos por ley, lo mismo que los diputados al parlamento bienal o junta general, de unas pocas familias nobles, no contaminadas, tanto por la fe del padre como por la madre, por cualquier mezcla con moros, judíos, nuevos conversos, penitentes de la inquisición, etc., deben ser naturales y residentes, con un capital de mil ducados, y no deben tener nada que ver con el comercio, las manufacturas o los oficios, y, por un acuerdo fundamental entre todas las merindades, todos sus diputados a la junta general, y todos sus regidores, fideicomisarios, secretarios y tesoreros, deben ser nobles, por lo menos caballeros, y que nunca hayan ejercido ningún oficio mecánico, ellos mismos o sus padres.
Así, sentimos que el propio pueblo ha establecido por ley un gobierno de la aristocracia bajo la apariencia de una democracia liberal. ¡Americanos, cuidado!
Aunque aquí en el gobierno general y en el de cada ciudad y meridional vemos las tres ramas del poder, el de uno, el de pocos y el de muchos, sin embargo, si fuera tan democrático como algunos lo han pensado, de ninguna manera podríamos inferir, de este ejemplo de una pequeña población en unas cuantas montañas impracticables, en una forma redonda de diez leguas de diámetro, la utilidad o carácter práctico de tal gobierno en cualquier otro país.
La tendencia a la división, tan evidente en todos los gobiernos democráticos, por más moderados que estén con los poderes aristocráticos y monárquicos, se ha mostrado al separarse de ella Guipúzcoa y Álava; y la única diferencia que ha tenido con otras divisiones ha sido el temor a sus vecinos. Siempre supieron que tan pronto como cayeran en facciones o intentaran innovaciones, la corte de España intervendría y les prescribiría un gobierno que no fuera de su gusto.”
Cómo se ve, a John Adams le contaron un refrito de mitos e historias imaginarias sobre el pasado de Vizcaya, desde el vasco - iberismo, el vasco – cantabrismo, Jaun Zuria, la Casa de Haro, la unión con Castilla, los rituales de jura del Señor, y diversas entelequias creadas para dar cuerpo a un pasado del territorio que se pretendía adaptar a la necesidad de justificar los privilegios del mismo en el Antiguo Régimen de la Corona de España bajo Carlos III.
Curiosamente se evita contarle a John Adams el mito del Tubalismo, pues hubiera visto el absurdo de pretender descender los vizcaínos de Tubal, nieto de Noé, y ser por tanto semitas de origen y haber prohibido en el Fuero nuevo la presencia en Vizcaya de los judíos, también semitas y descendientes de Noé, por ser de “mala raza”.
Y se arregla el silencio sobre el origen de los vizcaínos contando al futuro presidente de e los Estados Unidos que éramos celtas.
Lo cierto es que Adams se llevó buena impresión del carácter de las gentes vizcaínas y de sus anfitriones locales: el poderoso jauntxo y comerciante (futuro primer embajador de España en Estados Unidos) Diego María de Gardoquí y Arriquibar y su pronto malogrado hijo José y de algunos aspectos de la vida y gobierno de Vizcaya.
Pero no todo le gustó, ni mucho menos, y fue muy consciente de que el Señorío era un territorio gobernado por una aristocracia de unas pocas familias, por más que se presumiera de ser una especie de “república” de iguales bajo la apariencia de una democracia, y advertía a sus lectores norteamericanos de que el Señorio de Vizcaya no era un ejemplo a imitar.
Así, la visita de John Adams y de su hijo John Quincy Adams (dos futuros Presidentes de los Estados Unidos de América durante cinco días de enero a Bilbao en 1780 fue en el fondo la constatación de que pese al Fuero, los jauntxos y familias poderosas seguían controlando el Señorío, por más que sus gentes hubieran “preservado su antigua lengua, genio, leyes, gobierno y costumbres sin cambios, mucho más que cualquier otra nación de Europa".
Vamos, que entonces como hoy , “en todas partes cuecen habas” aunque no nos guste recordarlo y prefiramos quedarnos con los elogios.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019











