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Pedro Chacón
Sábado, 05 de Octubre de 2024 Tiempo de lectura:

El odio integrista: origen del nacionalismo vasco

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Quienes pensamos en el nacionalismo vasco y buscamos las razones de su aparición nos solemos detener en dos factores principales: la raza, que sería una reivindicación originaria, y el idioma, el eusquera, que sería la verdadera y casi única diferencia entre lo español y lo vasco. Pero ninguna de esas dos razones satisface verdaderamente para entender el origen del nacionalismo. Porque lo de la raza sabemos que no sirve para muchos de los seguidores de Sabino Arana que son originarios de Zamora, de Burgos o de Soria, por poner unos ejemplos al azar, para no decir de allende el Ebro en general. Y lo de la lengua tampoco nos sirve, porque tenemos ejemplos de sobra para ver cómo hay muchos que no saben eusquera y son nacionalistas. En cambio, hay un factor que nunca falla para saber quién es nacionalista: el odio a España. Todos los nacionalistas lo tienen, es su motor principal, el origen de todo.

 

En mi libro Sabino Arana: padre del supremacismo vasco publicado por La Tribuna del País Vasco, recojo un trabajo titulado “Introducción al estudio de la etapa barcelonesa de Sabino Arana Goiri (1883-1888)” que, a mi modo de ver, nos da la clave principal para entender ese origen del nacionalismo vasco en el odio a España. El fundador del PNV estando en Barcelona conoció de primera mano la obra de Félix Sardá y Salvany, que era entonces algo así como el guía espiritual del integrismo en España. Como se sabe, el integrismo tomó carta de naturaleza política a partir del Manifiesto de Burgos, que es de 1888, pero desde antes venía desarrollándose en una serie de campañas de deslegitimación del carlismo a cargo de ciertos personajes que pululaban en torno al rey Carlos VII, en particular de quien había sido su más estrecho colaborador, el director del periódico cabecera del carlismo hasta entonces, y que a partir de ahí lo fue del integrismo. Nos referimos a El Siglo Futuro y a su director Cándido Nocedal. Estos, que a partir de entonces fueron llamados integristas y que acabaron por desgajarse del tronco común del tradicionalismo, como ya está dicho, en 1888, le reprochaban a Carlos VII que estaba dejando de ser católico, que se estaba liberalizando. Sabino Arana y toda su familia formaron parte del integrismo en Bilbao, entre 1888 y 1890, año este último en el que ya empezó a poner en marcha su proyecto nacionalista.

 

Sabino Arana Goiri adquirió de las lecturas de Félix Sardá y Salvany todo lo que necesitó saber para poner en marcha su proyecto político, esto es, crear una asociación y fundar un periódico. Félix Sardá, el párroco de Sabadell, en sus escritos, desarrolló todo un programa de acción para que un católico integrista se pudiera enfrentar a todos aquellos tibios que se estaban aproximando demasiado al liberalismo, empezando por el propio Carlos VII. El compendio de esas enseñanzas se convirtió en el best-seller integrista titulado El liberalismo es pecado. De este libro y también de otro famoso del mismo autor titulado El apostolado seglar, el fundador del nacionalismo vasco adquirió los fundamentos logísticos (la idea de fundar un periódico y una asociación) y todo el lenguaje que desplegó luego en sus escritos proselitistas a partir de entonces. Los integristas utilizaban un lenguaje drástico, beligerante, sin concesiones, porque pensaban que solo ellos eran los verdaderamente católicos. Extraigo uno de los epígrafes del artículo en el que expliqué esto, concretamente el titulado “El odio”, y que está recogido en las páginas 111 y 112 de mi libro Sabino Arana: padre del nacionalismo vasco. No lo voy a entrecomillar siquiera puesto que es de mi propia autoría y además lo que voy a hacer es adaptarlo a este artículo que estoy escribiendo ahora.

 

Empezaba diciendo entonces que suele chocar, a quien se acerca a los textos de Sabino Arana por primera vez, la continua apelación al odio que hay en ellos. Pero, como explico en el artículo donde se encuentran estos párrafos, dicho concepto es genuinamente integrista. Hay ocasiones en que leyendo a Félix Sardá parece que estamos leyendo al mismo Sabino Arana: “el siniestro ideal a que sueñan en vano llegar en su odio a Dios y a nuestra patria los enemigos jurados del Catolicismo y de nuestra histórica nacionalidad”.  Esto que acabo de citar, aunque lo parezca, no es de Arana, es de Sardá, en su artículo “Tesis, antítesis e hipótesis” que es de 1885.

 

En el capítulo X de El apostolado seglar, que ya hemos dicho que es otro libro de Sardá, clave para entender el integrismo así como el origen del nacionalismo vasco, dice: “Se debe tener odio sumo a la herejía, por lo mismo que se debe tener amor sumo a la verdad. A nadie escandalice la palabra odio que hemos empleado, porque es la propia que en este caso debe emplearse, y la estrictamente cristiana. No sabe odiar de veras sino quien de veras sabe amar. (…) El santo amor a Dios se confunde con el odio no menos santo al pecado; el nobilísimo amor a la patria es en el fondo un conjunto de odios varoniles a todo lo que tienda a oprimirla o envilecerla”. El planteamiento de la combinación amor-odio en términos políticos es el mismo que veremos luego en Sabino Arana cuando dice en El partido carlista y los fueros vasko-nabarros: “Amo a mi Patria, y tengo que odiar cuanto atente contra ella”.

 

Volvamos a Sardá y a su El apostolado seglar: “Mas repárese bien. No debe ser este un odio en abstracto, digámoslo así, o puramente ideal. No, sino odio formal, concreto, como se tiene por todos los hombres a las demás cosas que detestan estos y aborrecen. Odio a las doctrinas falsas; odio a los libros que las enseñan; odio a los periódicos que las propalan; odio a los lugares que las cobijan; odio a los centros de donde se desparraman; odio a las leyes que no las reprimen; odio a las instituciones que las autorizan”.

 

En Sabino Arana hay muchas apariciones del término odio en exactamente el mismo sentido que lo vemos empleado en su maestro Sardá. Quizás una de las más significativas es esta, que está en Bizkaitarra: “ese camino del odio al maketismo es mucho más directo y seguro que el que llevan los que se dicen amantes de los Fueros, pero no sienten rencor hacia el invasor”. En ella se trasluce la idea fundamental de que el nacionalismo no surge como consecuencia del fuerismo, como sostiene a día de hoy una gran parte de la literatura especializada, sino del odio al maketo, del antimaketismo.

 

Se puede decir sin miedo a errar que el nacionalismo vasco está fundado en el odio a España, tal como el propio Sabino Arana lo declara: “El odio cordial que nosotros profesamos a España se funda en el amor igualmente vivo que tenemos a Euskeria, nuestra Patria.” Si le diéramos la vuelta a esta frase tendríamos la clave de todo, puesto que se deduce directamente de ella. Quedaría así: “El amor que tenemos a Euskeria, nuestra Patria, se funda en el odio que profesamos a España”. Ambos términos, amor y odio, focalizados respectivamente en Euskadi y España, constituyen el núcleo esencial del nacionalismo. Todo lo demás, sea el eusquera, la raza, la religión o la historia, son completamente accesorios o consecuencia de lo esencial, que es el odio a España. Del mismo modo, como vimos en el anterior capítulo de esta serie dedicado a Ortuzar-Obélix, Francia no tiene papel alguno en esta historia: se puede uno disfrazar de Obélix, que es uno de los símbolos por antonomasia de la cultura popular francesa, y el nacionalismo vasco no se resiente en absoluto. Estamos hablando de un odio en origen integrista, integrista español para más señas, que quedó arraigado en el origen del nacionalismo vasco y de ahí no se separó, hasta hoy, en que el integrismo ha perdido todos sus añadidos propiamente religiosos y se ha quedado solo con el sentimiento que lo impulsó desde un inicio: el odio.

 

Félix Sardá y Salvany, como explico en otro trabajo mío también contenido en el libro Sabino Arana: padre del supremacismo vasco, concretamente en el titulado “El concepto de independencia vasca en Sabino Arana Goiri”, se desvinculó finalmente de las batallas contra los liberales en un artículo titulado “¡Alto el fuego!”, que es de 1896, donde decía, entre otras cosas, que ya estaba bien de banderías y de considerarse unos más católicos que otros. Pero el daño ya estaba hecho y Sabino Arana, para entonces, ya había fundado su partido en 1895 e iba lanzado en busca de su ideal, equipado con las ideas de odio que había aprendido del párroco de Sabadell durante su estancia en Barcelona entre 1883 y 1888, en su caso aplicadas a los maquetos y a España. Recordemos que para el integrismo español de la época el principal enemigo era el liberalismo y que para Sabino Arana todos los españoles eran, como mínimo, liberales.

 

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