Un matrimonio defendido
![[Img #26564]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/10_2024/4060_dalle-2024-10-10-160010-a-conceptual-image-representing-the-decline-of-meaningful-dialogue-in-modern-society-the-scene-shows-a-divided-space_-on-one-side-an-old-quiet-libr.webp)
El diálogo es algo misterioso que se oculta fácilmente, una pequeña aguja muy difícil de sostener. Aun siendo algo puramente humano, es solo un derivado del lenguaje, del pensamiento. Es por ello que el diálogo es tan difícil de afianzar; para que tenga lugar es necesario ponerlo en marcha de forma consciente. Nadie piensa en pensar para hacerlo, porque el pensamiento es algo necesario; el diálogo, en cambio, es solo una posibilidad. Una posibilidad que muy pocos buscan, ya que para ellos no existe ningún fin para hacerlo. No es descabellado afirmar que el mundo se ha olvidado de él; que ha sido desterrado por el espectáculo, un ente capaz de absorber toda nuestra atención, cada vez más devaluada. La pirotecnia móvil ha inundado cada hogar con debates muy poco argumentados y frenético en su exposición; lo que exigen es un gallinero y un solo ganador. Al fin y al cabo si todos tenemos nuestra verdad… ¿los debates son algo más que espectáculo?
Siguiendo el pensamiento de Heráclito, que consideraba que todo fluye y nada permanece, podríamos tener la tentación de decir que la verdad absoluta no es más que un engaño y que las opiniones podrían tomarse como verdades. Protágoras lo dijo y más tarde Nietzsche también haría un salto semejante, demasiado confiado, al negar de plano la existencia de la verdad. Los sofistas, como buenos relativistas, habían declarado al «hombre como medida de todas las cosas», colocando, de ese modo, la retórica y el consenso como fundamento de lo que existía y era. Estos expertos en debates despojaron al verso de su métrica exacta y precisa y lo convirtieron en una prosa simple y efectista.
Es así como, por ideas semejantes, la verdad ha quedado en último plano y con ella el diálogo. La argumentación de nuestras razones requiere que nos sepamos ignorantes y aceptemos que podemos estar equivocados; algo que, a su vez, requiere que no neguemos la verdad. De otro modo, los pequeños y grandes debates serán solo tinta y papel mojado, el burdo intento de los mortales por no ser olvidados. El buen decir debe comulgar con aquel ideal; solo en su matrimonio el diálogo se sentirá completo. Una acción consciente que hacemos al entablar un vínculo con el otro; es allí cuando nos sentimos parte de una misma búsqueda por entender lo que existe y es. Este matrimonio debe alzarse, como en los antiguos pueblos, en los tiempos en los que Dios aún no había muerto.
El diálogo es algo misterioso que se oculta fácilmente, una pequeña aguja muy difícil de sostener. Aun siendo algo puramente humano, es solo un derivado del lenguaje, del pensamiento. Es por ello que el diálogo es tan difícil de afianzar; para que tenga lugar es necesario ponerlo en marcha de forma consciente. Nadie piensa en pensar para hacerlo, porque el pensamiento es algo necesario; el diálogo, en cambio, es solo una posibilidad. Una posibilidad que muy pocos buscan, ya que para ellos no existe ningún fin para hacerlo. No es descabellado afirmar que el mundo se ha olvidado de él; que ha sido desterrado por el espectáculo, un ente capaz de absorber toda nuestra atención, cada vez más devaluada. La pirotecnia móvil ha inundado cada hogar con debates muy poco argumentados y frenético en su exposición; lo que exigen es un gallinero y un solo ganador. Al fin y al cabo si todos tenemos nuestra verdad… ¿los debates son algo más que espectáculo?
Siguiendo el pensamiento de Heráclito, que consideraba que todo fluye y nada permanece, podríamos tener la tentación de decir que la verdad absoluta no es más que un engaño y que las opiniones podrían tomarse como verdades. Protágoras lo dijo y más tarde Nietzsche también haría un salto semejante, demasiado confiado, al negar de plano la existencia de la verdad. Los sofistas, como buenos relativistas, habían declarado al «hombre como medida de todas las cosas», colocando, de ese modo, la retórica y el consenso como fundamento de lo que existía y era. Estos expertos en debates despojaron al verso de su métrica exacta y precisa y lo convirtieron en una prosa simple y efectista.
Es así como, por ideas semejantes, la verdad ha quedado en último plano y con ella el diálogo. La argumentación de nuestras razones requiere que nos sepamos ignorantes y aceptemos que podemos estar equivocados; algo que, a su vez, requiere que no neguemos la verdad. De otro modo, los pequeños y grandes debates serán solo tinta y papel mojado, el burdo intento de los mortales por no ser olvidados. El buen decir debe comulgar con aquel ideal; solo en su matrimonio el diálogo se sentirá completo. Una acción consciente que hacemos al entablar un vínculo con el otro; es allí cuando nos sentimos parte de una misma búsqueda por entender lo que existe y es. Este matrimonio debe alzarse, como en los antiguos pueblos, en los tiempos en los que Dios aún no había muerto.