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La Tribuna del País Vasco
Sábado, 19 de Octubre de 2024 Tiempo de lectura:

El Athletic Club, orgulloso símbolo del estercolero vasco

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El deporte, en sus más altas expresiones, no es solo una competencia física. Es un testimonio de disciplina, superación y de valores humanos. Cada vez que un deportista se corona en una competencia, no solo triunfa él o ella, sino que se convierte en un referente, en un modelo a seguir para miles, tal vez millones, de jóvenes y aficionados que ven en ellos la encarnación de la perseverancia y el esfuerzo. Pero ¿qué ocurre cuando ese pedestal de influencia es utilizado para promover o glorificar el terrorismo, el odio y la violencia?


Hoy, el Athletic Club ha homenajeado a un tipejo que ascendió al Everest portando una ikurriña con el logotipo de la banda terrorista ETA. Con esta ofrenda ignominiosa e infame, el equipo bilbaíno  y los miles que alabaron su “hazaña” han puesto una vez más de manifiesto cómo el País Vasco es todavía un inmenso basurero ético en el que un logro deportivo cuyo recuerdo debía ser un motivo de celebración unánime, de orgullo para la tierra y para el país se ve rápidamente ensombrecido por una dedicatoria que heló y hiela la sangre de cualquier ciudadano decente: ofrecer un trofeo a un puñado de terroristas asesinos, responsables del sufrimiento y la muerte de cientos de personas inocentes, es un acto fanático y miserable de profunda bajeza moral que se hace todavía más indignante si se tiene en cuenta que cuando el tal Zabaleta lograba su hazaña, sus admirados terroristas asesinaban a decenas de vascos un día sí y otro también.
 

La insensibilidad y el dolor provocados hoy por el Athletic Club no solo es una afrenta a la dignidad más elemental, sino también hacia todas las víctimas de la banda terrorista ETA y hacia toda una sociedad que, más mal que bien, trata de dejar atrás los días oscuros del terrorismo para construir un futuro de paz y concordia.

 

Es responsabilidad de todos, políticos, medios de comunicación, instituciones, equipos deportivos y aficionados, condenar estas actitudes y garantizar que el deporte no sea utilizado como plataforma para propagar mensajes de odio o para reavivar heridas del pasado. El deporte debe ser unificador, no divisivo. En este sentido, es triste pensar en el talento y la influencia desperdiciados. En lugar de ser recordado por su habilidad y logros, Martin Zabaleta es trístemente recordado hoy como el miserable que puso el símbolo de ETA en el punto más elevado del mundo.


¿Cómo es posible que, en pleno 2024, aún haya quienes sientan admiración o simpatía por una organización terrorista que ha provocado tanto dolor?; ¿Cómo es posible que el Athletic Club apoye y organice estos homenajes?; ¿Cómo es posible que el actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, haga descansar su próximo Gobierno en gentuza como esta?
 

Debemos tenerlo muy presente. El problema no es ya solo que las nuevas generaciones olviden el pasado, ni que, con absoluta impunidad, y ante el mutismo absoluto de la Fiscalía sanchista, glorifiquen a quienes alimentan o han alimentado la cultura de la violencia, el terror y el odio. El problema descomunal es que son precisamente miserables de este tipo y condición los que, gracias al PSOE, están dirigiendo algunas de las principales instituciones políticas de este país.

 

 

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