Martes, 11 de Noviembre de 2025

Actualizada Lunes, 10 de Noviembre de 2025 a las 16:11:15 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Arturo Aldecoa Ruiz
Jueves, 31 de Octubre de 2024 Tiempo de lectura:

Encuentro junto al Palacio de Invierno

[Img #26701]

 

Dicen que, a veces, uno puede intuir que se cruza con un personaje destinado a ser punto de arranque de lo que Stefan Zweig llamaba “momentos estelares de la humanidad” pues “cada uno de esos momentos, marca un rumbo durante décadas y siglos".

 

Creo que algo parecido sintió mi abuelo materno Don Primitivo Ruiz Martínez, capitán mercante en la primavera de 1914 cuando hizo, por última vez en su vida, la ruta del Báltico de Bilbao a San Petersburgo.

 

Don Primi, como le llamaban, un portugalujo serio y de fuerte carácter, era entonces la mano derecha del Conde Abasolo en la Naviera Vascongada, y navegaba habitualmente por las costas europeas del Atlántico, Mar del Norte y Báltico.

 

Pero como estaba casado y tenía hijos, intuía que sus días  de capitán mercante tocaban a su fin. Además, sus ausencias causaban un fuerte enfado a su mujer, mi abuela, la bilbaína con raíces en Berriz, Primitiva Bravo Zarragoicoechea, que no le iba a la zaga en cuanto a genio vivo y que le había exigido dedicarse definitivamente a su trabajo en Bilbao en la dirección de la naviera y abandonar los viajes, porque suponían reiteradas ausencias del hogar.

 

Al abuelo le encantaba navegar y visitar otros países de aquella Europa feliz  y despreocupada de la Belle Époque, que nos cuesta imaginar en estos tiempos de zozobras y crisis. Un mundo lleno de confianza en el futuro que desaparecería en breve plazo. Pero de ello Din Primi nada podía saber. Y aquella primavera de 1914 logró un último permiso de mi abuela de para hacer una  "escapadita” a San Petersburgo.

 

El caso es que su barco había atracado en los muelles del río Neva, marco de la esplendorosa capital imperial de los Zares de todas las Rusias, llamada con motivo “la Venecia del norte”. Una ciudad que le maravillaba.

 

[Img #26700]Tras desembarcar, paseó por su grandioso centro monumental en medio de lujosos palacios. Allí Don Primi se encontró, junto a una verja del Palacio de Invierno, con una figura que le resultó familiar por su aspecto, ademanes y vestimenta, además de por el cilindro lleno de barquillos adornado con un texto en español que lo decoraba. Estaba claro que aquel personaje no era ruso, aunque la lengua local sí que la hablaba pues en ella vendía su dulce género a niños y mayores.

 

Tras entablar conversación con él, Don Primi averiguó que se trataba de un barquillero gallego, que vendía habitualmente sus dulces apostado en aquel punto, muy concurrido por los paseantes, emplazado junto a la que hasta pocos años antes había sido la residencia de la familia imperial.

 

El abuelo le preguntó qué hacia allí, tan lejos de su tierra gallega. El barquillero le contestó que "Carallo, es la vida, la que nos trae y nos lleva a donde quiere. Y hay que aceptarlo. He llegado hasta aquí recorriendo Europa, de país en país y de ciudad en ciudad”. Al verlo allí solo y tan lejos de su hogar, como marino acostumbrado a sentir nostalgia del hogar, sintió simpatía por aquel hombre y le ofreció enrolarle como pinche en su buque y llevarle de vuelta a la península.

 

Pero el gallego no quiso. No quería volver a su pequeña aldea, de la que había salido en su juventud. “Si el destino me ha traído hasta aquí, será con algún propósito”.

 

El abuelo quedó impresionado por su peripecia humana y la confianza que demostraba en su destino. A los pocos meses estalló la Gran Guerra y el hombre debió quedar atrapado en San Petersburgo. Y, luego, con la Revolución de Octubre  de 1917, y la posterior guerra civil, quedar aislado en la inmensa estepa rusa a un mundo de distancia de su tierra.

 

Don Primi siempre se preguntó qué habría sido de aquel barquillero gallego, que para él tenía algo de especial, por su total confianza en el destino. ¿Habría muerto? ¿Habría participado en la I Guerra Mundial? ¿Se habría unido luego a la Revolución bolchevique o al ejército blanco?  Si había logrado sobrevivir a todos aquellos desastres, ¿se habría casado en Rusia y tenido hijos?

 

Los años fueron pasando, naturalmente sin noticias del gallego. Mientras el abuelo se convirtió en primer Presidente de la Asociación de Navieros Vascos, y hombre de cierta relevancia en su entorno, pero muy a menudo comentaba aquel encuentro con el barquillero. Lo sentía de alguna manera como algo importante.

 

En la última conversación que, ya muy enfermo, mantuvo con mi madre en 1946, Don Primi aún se interrogaba sobre el destino de aquel hombre, y qué le habría deparado la vida. Sabía que nunca conocería la respuesta.

 

Pasaron los años. La familia, de tanto haberla oído, nunca olvidó la historia del barquillero gallego de San Petersburgo, luego rebautizada como Leningrado, recordándola como una bella anécdota de su último viaje.

 

Hasta que en 1985 algunas noticias sugirieron un posible desenlace de la historia.

 

Aquel año asumió el cargo de secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética un hombre de raíces poco conocidas y carácter muy diferente del ruso habitual, Mijaíl Gorbachov. Y con una forma de ser totalmente distinta de la de los anteriores jerarcas soviéticos. Casi no parecía un eslavo.

 

En unos años, Gorbachov puso en marcha sus necesarias reformas y acabó con la guerra fría y el telón de acero. Finalmente, el intento de contragolpe de sus oponentes internos comunistas de la vieja guardia, causó el desmoronamiento del imperio soviético, el cual, en pocas semanas, se fue literalmente "al carallo".

 

Contaban algunas fuentes (y jaleaban los que se oponían a las reformas de Gorbachov para intentar desacreditarle ante el pueblo soviético) que sus raíces en realidad no eran rusas, que el abuelo de Gorbachov había llegado a Rusia desde Occidente antes de la caída de los Zares y que había modificado su apellido extranjero cuando se sumó a la Revolución para hacer olvidar su origen foráneo, algo negativo para la mentalidad local. Se afirmaba incluso que su apellido original era Corbacho. Un apellido gallego. 

 

¿Se trataba sólo de campañas de intoxicación basadas en casualidades y simples apariencias, o había algo de verdad en aquellos rumores?  Es difícil saberlo, pues las sucesivas guerras (dos mundiales y una civil) y la propia revolución habían arrasado muchos registros y pruebas documentales que pudieran haber aclarado el asunto.

 

En todo caso, si fuera cierto el nexo de Gorbachov con el gallego de 1914 en San Petersburgo, al abuelo le habría encantado saber que su barquillero sí cumplió un papel marcado por el Destino: que sí sobrevivió a la Gran Guerra y a la Revolución, que sí se casó y que tuvo descendencia en tierras rusas y que un nieto suyo encontró finalmente su “momento estelar” en aquel país. Y que cambió su historia.

 

Pero ¿quién puede saberlo?

 

Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019.

 

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.