Autor de "Trump: El hombre que hace grande a América"
Sergio Fernández Riquelme: “La gran base electoral republicana sigue con fervor a Donald Trump”
Sergio Fernández Riquelme es un historiador, sociólogo y profesor titular en la Universidad de Murcia, especializado en política social, historia de las ideas y estudios sobre identidades. Doctor en Sociología y Política Social, ha centrado su investigación en temas como el cooperativismo, el bienestar social y la geopolítica, abarcando tanto análisis históricos como contemporáneos. Ha publicado más de 46 libros y 150 artículos académicos, y colabora habitualmente en medios como RT en Español, La Tribuna del País Vasco, El Español o Naves en Llamas.
Además de su intensa labor académica, Fernández Riquelme es director de la revista La Razón Histórica, que se centra en la historia de las ideas políticas y sociales. Entre sus obras más destacadas están Perfiles Identitarios, España soberana y El sueño de la democracia orgánica, donde analiza temas relacionados con el nacionalismo, la soberanía y los fenómenos identitarios a nivel global.
Fernández Riquelme también es un escritor prolífico, con ensayos que desafían el pensamiento convencional y abordan temas polémicos desde una perspectiva crítica y conservadora. Su producción literaria abarca tanto el ensayo académico como novelas distópicas, que reflejan sus preocupaciones sobre el rumbo de la sociedad contemporánea. Entre sus títulos más conocidos y populares se encuentra Trump: El hombre que hace grande a América, editado por La Tribuna del País Vasco.
¿Qué le impulsó a escribir su libro sobre Donald Trump y su impacto en Estados Unidos?
Surgió por la necesidad, a mi juicio, de dar una visión lo más neutral y completa posible sobre un personaje histórico complejo, más allá de las recurrentes y simplistas consideraciones como mero personaje mediático. Se escribía mucho sobre Trump en función de la visión partidista o de continuas valoraciones morales, especialmente sobre su vida pasada, pero poco sobre Trump respecto a su proyecto político en el contexto de la batalla cultural en Occidente.
En su libro, usted menciona que Trump representa una ruptura con el bipartidismo tradicional estadounidense. ¿Qué factores cree que contribuyen a esta ruptura?
Esta ruptura, o mutación (porque aún se mantienen en ciertos países la cáscara de socialdemócratas y liberalconservadores), supone un fenómeno de ámbito no solo occidental. Se da en medio mundo, ante un bipartidismo clásico agotado para las elites (frente el pluralismo posmoderno) y ante un electorado que en muchas ocasiones lo percibe como un “todo”: están cada vez más unidos en ciertos temas, en especial en los asuntos políticamente correctos (de la ideología de género a la Agenda 2030) y a veces son indiferenciables la supuesta derecha y la aparente izquierda. Así creo que lo detectaron bastantes analistas y lo comprenden cada vez más ciudadanos. Partidos similares en ideas, vasallos de poderes superiores poco democráticos, y centrados más en temas ajenos a sus verdaderas demandas. Y ante esta ruptura, las elites han reaccionado, obviamente, buscando desesperadamente hacer sobrevivir a los partidos clásicos menos desgastados (dentro de un incontestable “consenso” liberal-progresista), generando de forma urgente nuevas formaciones llamadas de “centro” (liberales, al estilo francés, o verdes, al estilo alemán); mientras que, en sus márgenes, han crecido opciones siempre denostadas como “populistas”: de extrema izquierda (usadas instrumentalmente por el propio sistema y ahora casi desechadas) y soberanistas como la plataforma de apoyo a Trump que, aunque tan polémico y controvertido, se ha mantenido dentro del Partido Republicano pero transformándolo, si no de manera total, sí sustancialmente con nuevos grupos más nacionalistas o más libertarios.
En el capítulo sobre el "excepcionalismo nacionalista," menciona que Trump capitaliza este sentimiento. ¿Cómo cree que ha evolucionado a lo largo del tiempo el excepcionalismo en la política estadounidense reciente?
America First. Muchos votantes han encontrado en Trump, como en otros países, a su respectivo líder soberanista, como representante y defensor tanto de la considerada identidad esencial como del llamado bienestar exclusivo de sus naciones. En el caso estadounidense, muchos han dicho basta: los inmensos gastos en ser el sheriff del mundo más allá de sus fronteras, el presupuesto desbocado para imponer supuestos valores democráticos por medio planeta, la deslocalización y desindustrialización en beneficio de elites que tributan fuera y de países que poco devuelven a los Estados Unidos, precios desbocados por dependencia de recursos extranjeros, salarios desplomados por la inmigración masiva, etc. Primero centrarse en su país, en los problemas nacionales, en las verdaderas necesidades de los habitantes nativos o asimilados. Ahí está la clave.
¿Cuál es su opinión sobre la forma en que los medios de comunicación tratan al “angry white man”?
Es el enemigo público número uno del progresismo norteamericano e internacional. El hombre blanco, cristiano y heterosexual se convirtió a finales del siglo XX, en la prensa y en la academia, en el arquetipo reaccionario, especialmente el procedente de las zonas rurales y provinciales o los supuestos grandes empresarios malvados. Era el representante de ese pasado oscurantista que superar y el responsable último de todos los males de los colectivos diversos a los que apelaba la izquierda como causas (tras el fin del marxismo) o del mismo planeta tierra que había esquilmado y colonizado (sin poner nada en su contexto). Y en pleno siglo XXI, ese hombre (y mujeres también) son caricaturizados como los retrógrados “enfadados”, opuestos al progreso universal y como los rabiosos votantes xenófobos enemigos de la tolerancia y la diversidad, seguidores prototípicos de Trump y su “nuevo” Partido Republicano.
Un tema recurrente en su obra es la "guerra cultural" en Estados Unidos. ¿Cómo define este concepto y de qué manera cree que Trump lo utiliza para consolidar su base política?
Es la clave del “sattelzeit” (Koselleck dixit) de nuestra época. El nombre que da sentido y significado a las consecuencias, y sus conflictos, del proceso de transformación y reacción de este momento histórico entre la Modernidad y la Posmodernidad. Un concepto que representa, entre el cambio y la continuidad, el debate ideológico y la lucha política de los quieren avanzar respetando el pasado singular, y los que pretenden transformarlo todo en nombre de un progreso ilimitado. Una guerra entre, de un lado, los diferentes globalistas y, de otro, los distintos soberanistas.
¿Considera que el movimiento de Trump tiene raíces más profundas en la historia de Estados Unidos, o es un fenómeno político reciente impulsado por las circunstancias actuales?
En la historia de los Estados Unidos han existido experiencias excepcionalistas, nacionalistas y libertarias más o menos acusadas, pero por primera vez, con Donald Trump eclosionó un movimiento que ha integrado esas diferentes corrientes republicanas bajo un particular soberanismo, que ha superado la línea más liberal-conservadora del Great Old Party de las últimas décadas, y que ha escuchado la voz de muchos descartados del “progreso global” en pueblos y periferias. Y que ha sido, de esta manera, capaz de aunar a sectores de la clase obrera, de la derecha religiosa o del patriotismo secular, que reivindica también “dominar el relato”, y que, por ello, ha sido capaz de luchar en las ideas y en las urnas con las mismas armas que sus enemigos: redes sociales, marketing, propaganda, etc.
Usted describe a Trump como un "outsider" dentro de su propio partido. ¿Qué cree que finalmente lo ha hecho tan atractivo para los votantes tradicionales y no tradicionales del Partido Republicano?
No lo querían, y creo que nunca le querrán. Porque viene de fuera, no busca consensos, no se liga a una determinada facción, es ajeno a la carrera de méritos dentro del partido, desprecia la burocracia interna, se acerca a los descartados, prima su personalidad. Y por ello, antiguos líderes republicanos llamados “moderados” han declarado su voto por sus adversarios demócratas: Clinton, Biden o Harris. Pero en tiempos de inseguridad identitaria, con sus consecuencias sociales, morales y económicas, Trump sí ha conectado con sus bases y las ha ampliado (más que sus predecesores, candidatos “oficiales” republicanos en las presidenciales, como McCain, o Romney), al apelar a sectores bajos y medios aparentemente alejados del denunciado elitismo del establishment republicano, cada vez más alejado de ciudadanos que se sienten empobrecidos, inseguros, abandonados en su propio país. Recordemos que Trump, pese a perder en 2020, batió récords con más de 74 millones de votos en el Partido Republicano, mostrando que podía crecer pese a toda la oposición interna y externa.
En el capítulo "El arquetipo: Angry white man" analiza el perfil de los votantes de Trump. ¿Cómo describe el vínculo entre Trump y estos sectores sociales?
Indestructible. Pese a la propaganda masiva en su contra, su controvertida derrota contra Biden (en esos peculiares días de recuento electoral), los continuos juicios políticos y el desprecio de la elite de su partido, la gran base electoral republicana le sigue con fervor, haya hecho lo que haya hecho en el pasado o diga lo que diga en el presente, al considerarlo como uno de los suyos, en su sueño de ser rico e independiente (el ideal del American way of life) y en su pretensión de hacer América grande de nuevo (el lema Make America Great Again)
¿Cómo compara el liderazgo de Trump con el de otros presidentes similares a nivel global?
Marcó un antes y un después. Llegaron Bolsonaro, Bukele, Milei. Y tantos otros que vendrán. Antes surgieron líderes identitarios, pero al abrigo de potentes partidos (de Polonia a Hungría), de grandes plataformas (de Turquía a la India) o de inmensas estructuras estatales (de Rusia a China). Aunque con Trump (pese a las comparaciones con el inefable Silvio Berlusconi), el fenómeno se convirtió en global en plena batalla cultural posmoderna, más allá de los viejos consensos, de los viejos partidos, de los viejos medios, además desde un nuevo soberanismo más liberal (o libertario) en el plano socioeconómico.
Finalmente, ¿qué le gustaría que los lectores comprendieran sobre la política de Trump que cree que muchas veces se malinterpreta?
Guste o no guste, responde a una opción inevitable en el tiempo histórico que vivimos y a una posible solución a los problemas que surgen en él. No surge de la nada, y no es flor de un día. Sus raíces son profundas y sus efectos serán transformadores. En política nacional, ha mostrado a los cuatro vientos la oportunidad de priorizar la economía patria y sus valores propios, y en política internacional, la viabilidad de apostar por una multipolaridad que respete las identidades propias de cada civilización y sus áreas de influencia.
Sergio Fernández Riquelme es un historiador, sociólogo y profesor titular en la Universidad de Murcia, especializado en política social, historia de las ideas y estudios sobre identidades. Doctor en Sociología y Política Social, ha centrado su investigación en temas como el cooperativismo, el bienestar social y la geopolítica, abarcando tanto análisis históricos como contemporáneos. Ha publicado más de 46 libros y 150 artículos académicos, y colabora habitualmente en medios como RT en Español, La Tribuna del País Vasco, El Español o Naves en Llamas.
Además de su intensa labor académica, Fernández Riquelme es director de la revista La Razón Histórica, que se centra en la historia de las ideas políticas y sociales. Entre sus obras más destacadas están Perfiles Identitarios, España soberana y El sueño de la democracia orgánica, donde analiza temas relacionados con el nacionalismo, la soberanía y los fenómenos identitarios a nivel global.
Fernández Riquelme también es un escritor prolífico, con ensayos que desafían el pensamiento convencional y abordan temas polémicos desde una perspectiva crítica y conservadora. Su producción literaria abarca tanto el ensayo académico como novelas distópicas, que reflejan sus preocupaciones sobre el rumbo de la sociedad contemporánea. Entre sus títulos más conocidos y populares se encuentra Trump: El hombre que hace grande a América, editado por La Tribuna del País Vasco.
¿Qué le impulsó a escribir su libro sobre Donald Trump y su impacto en Estados Unidos?
Surgió por la necesidad, a mi juicio, de dar una visión lo más neutral y completa posible sobre un personaje histórico complejo, más allá de las recurrentes y simplistas consideraciones como mero personaje mediático. Se escribía mucho sobre Trump en función de la visión partidista o de continuas valoraciones morales, especialmente sobre su vida pasada, pero poco sobre Trump respecto a su proyecto político en el contexto de la batalla cultural en Occidente.
En su libro, usted menciona que Trump representa una ruptura con el bipartidismo tradicional estadounidense. ¿Qué factores cree que contribuyen a esta ruptura?
Esta ruptura, o mutación (porque aún se mantienen en ciertos países la cáscara de socialdemócratas y liberalconservadores), supone un fenómeno de ámbito no solo occidental. Se da en medio mundo, ante un bipartidismo clásico agotado para las elites (frente el pluralismo posmoderno) y ante un electorado que en muchas ocasiones lo percibe como un “todo”: están cada vez más unidos en ciertos temas, en especial en los asuntos políticamente correctos (de la ideología de género a la Agenda 2030) y a veces son indiferenciables la supuesta derecha y la aparente izquierda. Así creo que lo detectaron bastantes analistas y lo comprenden cada vez más ciudadanos. Partidos similares en ideas, vasallos de poderes superiores poco democráticos, y centrados más en temas ajenos a sus verdaderas demandas. Y ante esta ruptura, las elites han reaccionado, obviamente, buscando desesperadamente hacer sobrevivir a los partidos clásicos menos desgastados (dentro de un incontestable “consenso” liberal-progresista), generando de forma urgente nuevas formaciones llamadas de “centro” (liberales, al estilo francés, o verdes, al estilo alemán); mientras que, en sus márgenes, han crecido opciones siempre denostadas como “populistas”: de extrema izquierda (usadas instrumentalmente por el propio sistema y ahora casi desechadas) y soberanistas como la plataforma de apoyo a Trump que, aunque tan polémico y controvertido, se ha mantenido dentro del Partido Republicano pero transformándolo, si no de manera total, sí sustancialmente con nuevos grupos más nacionalistas o más libertarios.
En el capítulo sobre el "excepcionalismo nacionalista," menciona que Trump capitaliza este sentimiento. ¿Cómo cree que ha evolucionado a lo largo del tiempo el excepcionalismo en la política estadounidense reciente?
America First. Muchos votantes han encontrado en Trump, como en otros países, a su respectivo líder soberanista, como representante y defensor tanto de la considerada identidad esencial como del llamado bienestar exclusivo de sus naciones. En el caso estadounidense, muchos han dicho basta: los inmensos gastos en ser el sheriff del mundo más allá de sus fronteras, el presupuesto desbocado para imponer supuestos valores democráticos por medio planeta, la deslocalización y desindustrialización en beneficio de elites que tributan fuera y de países que poco devuelven a los Estados Unidos, precios desbocados por dependencia de recursos extranjeros, salarios desplomados por la inmigración masiva, etc. Primero centrarse en su país, en los problemas nacionales, en las verdaderas necesidades de los habitantes nativos o asimilados. Ahí está la clave.
¿Cuál es su opinión sobre la forma en que los medios de comunicación tratan al “angry white man”?
Es el enemigo público número uno del progresismo norteamericano e internacional. El hombre blanco, cristiano y heterosexual se convirtió a finales del siglo XX, en la prensa y en la academia, en el arquetipo reaccionario, especialmente el procedente de las zonas rurales y provinciales o los supuestos grandes empresarios malvados. Era el representante de ese pasado oscurantista que superar y el responsable último de todos los males de los colectivos diversos a los que apelaba la izquierda como causas (tras el fin del marxismo) o del mismo planeta tierra que había esquilmado y colonizado (sin poner nada en su contexto). Y en pleno siglo XXI, ese hombre (y mujeres también) son caricaturizados como los retrógrados “enfadados”, opuestos al progreso universal y como los rabiosos votantes xenófobos enemigos de la tolerancia y la diversidad, seguidores prototípicos de Trump y su “nuevo” Partido Republicano.
Un tema recurrente en su obra es la "guerra cultural" en Estados Unidos. ¿Cómo define este concepto y de qué manera cree que Trump lo utiliza para consolidar su base política?
Es la clave del “sattelzeit” (Koselleck dixit) de nuestra época. El nombre que da sentido y significado a las consecuencias, y sus conflictos, del proceso de transformación y reacción de este momento histórico entre la Modernidad y la Posmodernidad. Un concepto que representa, entre el cambio y la continuidad, el debate ideológico y la lucha política de los quieren avanzar respetando el pasado singular, y los que pretenden transformarlo todo en nombre de un progreso ilimitado. Una guerra entre, de un lado, los diferentes globalistas y, de otro, los distintos soberanistas.
¿Considera que el movimiento de Trump tiene raíces más profundas en la historia de Estados Unidos, o es un fenómeno político reciente impulsado por las circunstancias actuales?
En la historia de los Estados Unidos han existido experiencias excepcionalistas, nacionalistas y libertarias más o menos acusadas, pero por primera vez, con Donald Trump eclosionó un movimiento que ha integrado esas diferentes corrientes republicanas bajo un particular soberanismo, que ha superado la línea más liberal-conservadora del Great Old Party de las últimas décadas, y que ha escuchado la voz de muchos descartados del “progreso global” en pueblos y periferias. Y que ha sido, de esta manera, capaz de aunar a sectores de la clase obrera, de la derecha religiosa o del patriotismo secular, que reivindica también “dominar el relato”, y que, por ello, ha sido capaz de luchar en las ideas y en las urnas con las mismas armas que sus enemigos: redes sociales, marketing, propaganda, etc.
Usted describe a Trump como un "outsider" dentro de su propio partido. ¿Qué cree que finalmente lo ha hecho tan atractivo para los votantes tradicionales y no tradicionales del Partido Republicano?
No lo querían, y creo que nunca le querrán. Porque viene de fuera, no busca consensos, no se liga a una determinada facción, es ajeno a la carrera de méritos dentro del partido, desprecia la burocracia interna, se acerca a los descartados, prima su personalidad. Y por ello, antiguos líderes republicanos llamados “moderados” han declarado su voto por sus adversarios demócratas: Clinton, Biden o Harris. Pero en tiempos de inseguridad identitaria, con sus consecuencias sociales, morales y económicas, Trump sí ha conectado con sus bases y las ha ampliado (más que sus predecesores, candidatos “oficiales” republicanos en las presidenciales, como McCain, o Romney), al apelar a sectores bajos y medios aparentemente alejados del denunciado elitismo del establishment republicano, cada vez más alejado de ciudadanos que se sienten empobrecidos, inseguros, abandonados en su propio país. Recordemos que Trump, pese a perder en 2020, batió récords con más de 74 millones de votos en el Partido Republicano, mostrando que podía crecer pese a toda la oposición interna y externa.
En el capítulo "El arquetipo: Angry white man" analiza el perfil de los votantes de Trump. ¿Cómo describe el vínculo entre Trump y estos sectores sociales?
Indestructible. Pese a la propaganda masiva en su contra, su controvertida derrota contra Biden (en esos peculiares días de recuento electoral), los continuos juicios políticos y el desprecio de la elite de su partido, la gran base electoral republicana le sigue con fervor, haya hecho lo que haya hecho en el pasado o diga lo que diga en el presente, al considerarlo como uno de los suyos, en su sueño de ser rico e independiente (el ideal del American way of life) y en su pretensión de hacer América grande de nuevo (el lema Make America Great Again)
¿Cómo compara el liderazgo de Trump con el de otros presidentes similares a nivel global?
Marcó un antes y un después. Llegaron Bolsonaro, Bukele, Milei. Y tantos otros que vendrán. Antes surgieron líderes identitarios, pero al abrigo de potentes partidos (de Polonia a Hungría), de grandes plataformas (de Turquía a la India) o de inmensas estructuras estatales (de Rusia a China). Aunque con Trump (pese a las comparaciones con el inefable Silvio Berlusconi), el fenómeno se convirtió en global en plena batalla cultural posmoderna, más allá de los viejos consensos, de los viejos partidos, de los viejos medios, además desde un nuevo soberanismo más liberal (o libertario) en el plano socioeconómico.
Finalmente, ¿qué le gustaría que los lectores comprendieran sobre la política de Trump que cree que muchas veces se malinterpreta?
Guste o no guste, responde a una opción inevitable en el tiempo histórico que vivimos y a una posible solución a los problemas que surgen en él. No surge de la nada, y no es flor de un día. Sus raíces son profundas y sus efectos serán transformadores. En política nacional, ha mostrado a los cuatro vientos la oportunidad de priorizar la economía patria y sus valores propios, y en política internacional, la viabilidad de apostar por una multipolaridad que respete las identidades propias de cada civilización y sus áreas de influencia.












