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Martes, 04 de Mayo de 2021 Tiempo de lectura:
Un artículo de Pedro Carlos González Cuevas

En torno a la derecha identitaria: ¿Extrema derecha o neofascistas?

Estas fuerzas políticas han sido catalogadas insistentemente en los medios de comunicación como «extrema derecha» o «neofascistas». ¿Es eso cierto?. En mi opinión, no. Sobre el concepto de «extrema derecha», el politólogo e historiador Jean-Pierre Taguieff ha señalado que, en realidad, carece de sentido preciso, ya que nunca se construyó para designar un tipo-ideal (en el sentido weberiano) o un modelo teórico.

 

Y concluye: «Ha quedado como una expresión polémica integrada, sin un trabajo mínimo de elaboración conceptual, en el vocabulario usual de los historiadores, de los politólogos y de los especialistas en ciencias sociales, pero igualmente en los actores políticos y los periodistas: una denominación convenida, ciertamente cómoda para referirse a la amalgama abigarrada de enemigos declarados de la democracia liberal, de la izquierda socialdemócrata y del comunismo, pero conceptualmente vaga, de fronteras indeterminadas».

 

En realidad, como señalan Seymour Martin Lipset y Earl Raab, el término «extremismo» sólo es válido para describir a los sectores políticos que intentan destruir el pluralismo inherente al sistema demoliberal de partidos, «un sistema con muchos centros de poder y zonas de intimidad». Una alternativa que ninguno de los partidos de derecha identitaria ha planteado jamás. Para el historiador norteamericano Stanley G. Payne, los resultados de la búsqueda constante de nuevos fascismos han sido «sistemáticamente negativos». «Cuando se identifica un nuevo fenómeno político de una cierta importancia, resulta no ser genuinamente fascista». Y es que el antifascismo es «un concepto y un estandarte propagandístico que en algunos sentidos resultaba más útil e intere-sante en su aplicación cuanto más se alejara cualquier sociedad concreta del fascismo, un símbolo por antonomasia de la izquierda, mucho más que las clases sociales tradicionales…».

 

Fenómenos tales como la crítica a la emigración nada tienen que ver en sí mismos con el “fascismo”. Como ha señalado el politólogo Andrés Rosler, la democracia es inseparable de un cierto particularismo, en concreto de la defensa de las identidades nacionales y culturales. La emigración es, y hay que dejarlo bien claro, un problema muy real para las sociedades europeas desarrolladas. Un problema a la vez político, social y económico. Como ha señalado el filósofo Roger Scruton, la globalización «no ha disminuido el sentido de la nacionalidad de la gente». Bajo su impacto, «las naciones se han convertido en los receptáculos primarios y preferidos de la confianza de los ciudadanos, y el medio indispensable para comprender y disfrutar las nuevas condiciones de nuestro mundo”.

 

En ese sentido, las migraciones masivas procedentes de África, Asia y Oriente Medio «han creado minorías potencialmente desleales y, en cualquier caso, antinacionales en el corazón de Francia, Alemania, Holanda, los países escandinavos y Gran Bretaña». No muy lejos de la postura del conservador Scruton se encuentra el izquierdista Zizek, para quien es «evidente la distinción entre el fascismo propiamente dicho y el populismo antiinmigración actual». Y es que aquellos que defienden una apertura total de las fronteras, «¿son conscientes de que, puesto que nuestras democracias son naciones-Estados, su petición equivale a la suspensión de la democracia?». «¿Debería permitirse que un cambio descomunal afecte a un país sin una consulta democrática a su población?».

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