¿Por qué escribir “Alfonso VIII. Historia de una voluntad”?
Augusto Bruyel, doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación y licenciado en Psicología y en Filología Hispánica, ha sido durante más de una década asesor de la Consejería de Educación de Galicia. Catedrático, orientador y director de instituto, Bruyel presenta ahora, con prólogo del académico Miguel Romero Saiz, la versión electrónica de su libro “Alfonso VIII. Historia de una voluntad”. En este artículo, el autor narra las claves de su trabajo, que se ha publicado coincidiendo con el reciente octavo centenario de la muerte de Alfonso VIII.
Por razones geográfico-familiares, llevaba tiempo documentándome sobre la vida de Alfonso VIII de Castilla. Resulta que mi mujer es de la provincia de Cuenca, y ese rey fue quien reconquistó para los cristianos una ciudad que era prácticamente inexpugnable; además, la esposa del monarca, Leonor Plantagenet, trajo como dote al matrimonio el Ducado de Gascogne (Francia), y el pueblo en que nació mi mujer es Gascueña, traducción castellana de Gascogne, fundado por gascones; en fin, la primera campaña en que participó Alfonso VIII dirigiendo al ejército castellano (con tan sólo 16 años) fue para liberar Huete del asedio almohade, y Huete es el partido judicial al que pertenece Gascueña y el sitio adonde acuden los gascueñeros para tratar asuntos más importantes, ya que es donde están las oficinas agrarias, el puesto de correos, la notaría, el registro de la propiedad…
Podríamos seguir enumerando alguna coincidencia interesante más, como que la castellana Uclés, tan cercana a Huete, fue donada por Alfonso VIII a la leonesa Orden militar de Santiago para que fuese su sede conventual. Esto significaba un nuevo punto de interés para alguien que, como un servidor, vive en Santiago de Compostela.
Por otra parte, Alfonso VIII fue el impulsor de la campaña contra los poderosos almohades, que culminó en la considerada por muchos como la victoria definitiva frente a los musulmanes: las Navas de Tolosa (16 de julio de 1212). Era la primera vez que acudían a pelear juntos tres reyes cristianos: el de Castilla (Alfonso VIII), el de Aragón (Pedro II) y el de Navarra (Sancho VII el Fuerte). El de León no fue, pero envió a su hermano y permitió que acudiesen cuantos caballeros lo desearan; esto mismo lo permitió también el rey de Portugal. Al ser proclamada Cruzada por el papa, acudirían también gentes de fuera de España, los ultramontanos, aunque al enfrentamiento asistieron en número mucho menor, ya que tres semanas antes habían abandonado casi todos.
Como este año de 2014 se cumple el VIII centenario, tanto de la muerte de Alfonso VIII como la de su esposa, Leonor de Plantagenet (tres semanas más tarde, en el mismo mes de octubre), es por lo que estamos presenta
ndo el libro Alfonso VIII. Historia de una voluntad, ahora como libro electrónico.
En él no se habla sólo de la victoriosa batalla de las Navas de Tolosa, sino que, entre otras cosas, procura encuadrarla en su contexto e intenta dar a conocer de una manera amena la vida singular de un monarca que, injustamente, no parece haber trascendido tanto en el acervo cultural de los españoles.
Trata, además, de extraer todo lo positivo que se pueda —que no es poco— de ese conocimiento.
Pero, ¿qué narra el libro?
Dos años después de la, para muchos, decisiva batalla de las Navas de Tolosa, en el otoño de 1214 el rey Alfonso VIII emprende el que iba a ser su último viaje: sale de Burgos con dirección a Plasencia (Cáceres), para entrevistarse con el rey de Portugal, su yerno. Durante el camino, presintiendo ya el final de su vida, le van asaltando recuerdos de su muy largo reinado —¡(56 años!, sólo superados en la Edad Media por el rey aragonés Jaime I el Conquistador—, todo él lleno de hechos singulares: conflictiva minoría de edad amparada por una excelente familia tutorial (los Lara), matrimonio fecundo con la hija del rey de Inglaterra (Leonor Plantagenet), primeros éxitos frente a los musulmanes (levantamiento del asedio a Huete), desarrollo de la Orden Militar de Calatrava, luchas con otros reinos cristianos (especialmente León y Navarra), ampliación de los términos del reino de Castilla, impulso de la Escuela de Traductores de Toledo, reconquistas sonadas como la de la inexpugnable Cuenca (donde empezó la construcción de la primera catedral gótica española), durísima derrota en Alarcos frente a los almohades, resonante victoria final contra esos mismos en las Navas de Tolosa…
En ese continuo rebullir de pensamientos nuestro monarca repasa los hechos y los va enjuiciando desde su lógico punto de vista, pero ya enriquecido y algo atemperado con la perspectiva mayor que le ofrece el hecho de encontrarse más alejado de todo lo que sucedió.
Menos el primer y último capítulos, todo el libro está redactado, por tanto, en primera persona. Para este hipotético análisis retrospectivo me baso en los hechos históricos, aunque también utilizo parte de mi formación como psicólogo para pretender interpretar cómo o por qué sucedieron los hechos y pudieron ser vividos por su protagonista principal.
¿Cuál es el principal argumento de la obra?
Uno de los principios que subyacen en la obra es la importancia de la unidad cristiana para poder defenderse con garantías frente a quienes sustentan valores muy distintos a los propios. Tras la terrible derrota de Alarcos (18 de julio de 1995), el rey castellano no quiso volver a enfrentarse en solitario a los musulmanes. Diecisiete años después el papa Inocencio III concedía los beneficios de la cruzada a cuantos cristianos viniesen a España para luchar contra el islam, por lo que llegaron desde fuera de la Península Ibérica los llamados ultramontanos, y de aquí acudieron tropas en muy importante número de los cinco reinos cristianos. En la batalla participaron en persona tres de sus reyes (los de Castilla, Aragón y Navarra); el de León no estuvo, pero sí su hermano; y el de Portugal no pudo presentarse, pero permitió que acudiesen cuantos caballeros lo desearan.
La empresa acabaría siendo en la práctica sólo española: casi todos los ultramontanos, agobiados por el sofocante calor de la meseta castellana y por los problemas de avituallamiento en semejante ejército numeroso, se retiraron doce días después de comenzada la expedición, bastante antes de llegar a las Navas.
Mas la importancia de la unidad tiene otra cara, contrapuesta pero complementaria y tan digna de ser tenida en cuenta: la desunión debilita y hace desaparecer incluso a los imperios más poderosos.
Esto fue lo que sucedió con los almohades. A las Navas de Tolosa la tienen muchos como la batalla decisiva en ocho siglos de reconquista, la que debilitó para siempre a los musulmanes frente a los cristianos españoles. Pero eso no fue así.
Piénsese, tan sólo, en los siguientes datos. Dos días después de la batalla, el ejército cristiano entra sin oposición alguna en una solitaria Baeza, abandonada por unos aterrados moradores que huyen a refugiarse en Úbeda. Y cinco días después es tomada esta segunda ciudad, cuyas murallas son arrasadas y buena parte de sus habitantes llevados como cautivos a los reinos cristianos. Tan importante resultó la toma de esta ciudad, que la que hoy conocemos como batalla de las Navas de Tolosa fue conocida durante siglos como la batalla de Úbeda. Pues bien, al año siguiente Alfonso VIII se encontraba sitiando de nuevo Baeza; y debió levantar el cerco sin tomarla. Lo acabaría consiguiendo Fernando III el Santo ¡diez años después!, y porque el señor de Baeza se había declarado vasallo del rey castellano… para poder defenderse de otro gran señor musulmán, el de Úbeda. Es decir, que esta segunda ciudad había vuelto también a ser musulmana, y sólo pudo pasar a ser definitivamente cristiana tras ser tomada, de nuevo por Fernando III, ¡veinte años después! de haber sido ocupada aprovechando el éxito de aquella gran y ¿decisiva? batalla.
No lo duden. Lo que acabó con el poderío almohade fueron las luchas intestinas que acaecieron pocos años después por la sucesión al califato, lo cual los dividió, haciendo aparecer en nuestra península por tercera, y última vez, los pequeños, mal avenidos y debilitados reinos de taifas. En el mundo musulmán la sucesión al trono no se regía de una manera tan estricta (por primogenitura) como en los reinos cristianos; de ahí que, a la muerte del califa (sucesor del de las Navas) en 1224, una parte de la familia imperial almohade nombrase como sucesor a un anciano, el cual no fue reconocido como tal por sus sobrinos, los gobernadores de Sevilla y de Córdoba, quienes proclamaron califa al gobernador de Murcia. Lo que vino después fue una serie de luchas internas y de alianzas con el enemigo cristiano (el poderoso rey Fernando III) que terminaron por debilitar a una y otra facción musulmana. El resultado: descomposición de un imperio almohade dividido, y pérdida de casi toda Andalucía frente a un rey que, en cambio, acababa de unir bajo el mismo cetro a los reinos de Castilla y de León.
La judía de Toledo: ¿historia o leyenda?
Pero no sólo estamos conmemorando el VIII centenario de la muerte de Alfonso VIII; también es el de su esposa, Leonor de Plantagenet.
El rey no lo podrá saber, pero Leonor (quien lo acompaña en el viaje) estaba tan unida a él que acabará falleciendo antes de que termine el mismo mes de octubre en que muere el monarca. Llevaban casados ¡44 años! Se trata, por tanto, también de una interesante historia de amor. La cual no debería ser enturbiada por los textos literarios surgidos ¡400 años después! a partir de una obra escrita hacia 1612 por Lope de Vega —Las paces de los Reyes, y judía de Toledo—. Literatura que vendría siendo repetida, de una u otra manera, hasta nuestros días, tal como vemos, por ejemplo, en La historia de Fermosa: la amante de Alfonso VIII, de Abraham S. Mariache, publicada en fecha tan próxima a nosotros como la del año 2009.
Es muy posible que Lope de Vega, cuyas obras se basaban con frecuencia en hechos que sí habían sucedido y que venían siendo recitados o cantados por el pueblo, se hubiera basado para escribir su drama en algo equivalente. Así, rastreando hacia atrás en el tiempo, nos encontramos con que en la Crónica de Veinte Reyes —escrita en la época de Alfonso X, biznieto de Alfonso VIII— se afirma que éste había sido castigado por Dios con la durísima derrota de Alarcos por haber vivido durante siete años con la judía de Toledo.
Pero, veamos.
En primer lugar, esa crónica se escribe tres cuartos de siglo después de haber podido suceder esos hipotéticos amores.
En segundo lugar, habla de que estuvo viviendo ¡siete años! con la judía toledana, lo cual es imposible: acabadas las campañas guerreras, normalmente en verano, Alfonso se retiraba a Burgos, donde estaba la corte, pues esa ciudad hacía por entonces las veces de capital efectiva del reino castellano. Además, fuera de las campañas militares, doña Leonor solía acompañar a su esposo en múltiples viajes, pues siempre había un ama de cría y un tutor para la educación y crianza de cada hijo, tal como era entonces costumbre.
En tercer lugar, en la Crónica de Veinte Reyes se dan otros elementos fantásticos, como afirmar que es un ángel quien le comunica al rey ese castigo divino, además del de que no va a heredar su casa ningún hijo varón. Pero es que cualquiera sabía esto décadas después de que hubiese muerto su último hijo, Enrique II, siendo todavía un niño; el escritor de la crónica, un eclesiástico, es proclive tanto a hacer aparecer un ángel como a justificar la derrota de Alarcos en un castigo de Dios. Por otra parte, la misma Crónica de Veinte Reyes afirma en el capítulo siguiente que el «…rrey don Alfonso faziendo su vida buena e muy linpia con su muger doña Leonor ouo de fazer fijos en ella quales vos contaremos.»
Que se trata de un asunto de corte más literario que real lo reafirman detalles como que el nombre de la supuesta amante judía fuese Fermosa o Raquel. No tuvieron los autores que estrujarse mucho la mente para llamar Fermosa a quien debía haber sido hermosa de veras para encandilar a un rey. En cuanto a Raquel, no deja de basarse en lo mismo: la belleza de la judía; Raquel era aquella prima de Jacob tan hermosa por la que estuvo dispuesto a trabajar para su tío Labán durante siete años… y por la que debió esperar otros siete más, pues el taimado tío lo hizo casarse antes con una hermana de Raquel. Pero Jacob estaba tan prendado de ésta, que no le importó esperarla durante ¡siete más siete años! Nótese lo esotérico del número siete, el de plenitud para la cultura judía.
En fin, no quiero decir que Alfonso, un hombre (y bien poderoso) al fin y al cabo, no hubiese podido tener sus devaneos. Lo que no pudo es vivir durante siete años apartado de su esposa. Es muy posible que, recién casado con una niña de 10 años (y contando él con 14), hubiesen sido aconsejados no convivir hasta que, al menos, ella fuese mujer. Como, además, pasan 10 años hasta que se tiene noticia de su primer hijo mantenido vivo (la gran Berenguela, madre del futuro Fernando III), es muy fácil concluir que el rey pasó siete años viviendo con otra mujer. Pero está documentado que su mujer se hallaba junto a él en fechas tan concretas como, por ejemplo, la donación de Uclés a la Orden de Santiago, cuatro años después de la boda de los reyes. ¿Y estaba viviendo entonces con una judía en Toledo?
Si a todo esto añadimos que el encargado de las finanzas de Castilla era un judío, y que se daban con relativa frecuencia levantamientos populares —seguro que muchas veces interesados— contra este pueblo, ¿qué cosa más fácil que achacar la derrota de Alarcos a un castigo divino por mantener amores con una judía?
Piénsese, por otra parte, que Alfonso VIII tuvo con frecuencia como enemigos a otros reinos cristianos, como el de León o el de Navarra. Si sus respectivos reyes se aliaron con los almohades para castigar muy duramente al castellano durante los tres años siguientes al desastre de Alarcos, ¿no pudieron aparecer enseguida juglares que cantasen la batalla perdida por el odiado cristiano rival, así como los motivos de ella?
Por razones geográfico-familiares, llevaba tiempo documentándome sobre la vida de Alfonso VIII de Castilla. Resulta que mi mujer es de la provincia de Cuenca, y ese rey fue quien reconquistó para los cristianos una ciudad que era prácticamente inexpugnable; además, la esposa del monarca, Leonor Plantagenet, trajo como dote al matrimonio el Ducado de Gascogne (Francia), y el pueblo en que nació mi mujer es Gascueña, traducción castellana de Gascogne, fundado por gascones; en fin, la primera campaña en que participó Alfonso VIII dirigiendo al ejército castellano (con tan sólo 16 años) fue para liberar Huete del asedio almohade, y Huete es el partido judicial al que pertenece Gascueña y el sitio adonde acuden los gascueñeros para tratar asuntos más importantes, ya que es donde están las oficinas agrarias, el puesto de correos, la notaría, el registro de la propiedad…
Podríamos seguir enumerando alguna coincidencia interesante más, como que la castellana Uclés, tan cercana a Huete, fue donada por Alfonso VIII a la leonesa Orden militar de Santiago para que fuese su sede conventual. Esto significaba un nuevo punto de interés para alguien que, como un servidor, vive en Santiago de Compostela.
Por otra parte, Alfonso VIII fue el impulsor de la campaña contra los poderosos almohades, que culminó en la considerada por muchos como la victoria definitiva frente a los musulmanes: las Navas de Tolosa (16 de julio de 1212). Era la primera vez que acudían a pelear juntos tres reyes cristianos: el de Castilla (Alfonso VIII), el de Aragón (Pedro II) y el de Navarra (Sancho VII el Fuerte). El de León no fue, pero envió a su hermano y permitió que acudiesen cuantos caballeros lo desearan; esto mismo lo permitió también el rey de Portugal. Al ser proclamada Cruzada por el papa, acudirían también gentes de fuera de España, los ultramontanos, aunque al enfrentamiento asistieron en número mucho menor, ya que tres semanas antes habían abandonado casi todos.
Como este año de 2014 se cumple el VIII centenario, tanto de la muerte de Alfonso VIII como la de su esposa, Leonor de Plantagenet (tres semanas más tarde, en el mismo mes de octubre), es por lo que estamos presenta
ndo el libro Alfonso VIII. Historia de una voluntad, ahora como libro electrónico.
En él no se habla sólo de la victoriosa batalla de las Navas de Tolosa, sino que, entre otras cosas, procura encuadrarla en su contexto e intenta dar a conocer de una manera amena la vida singular de un monarca que, injustamente, no parece haber trascendido tanto en el acervo cultural de los españoles.
Trata, además, de extraer todo lo positivo que se pueda —que no es poco— de ese conocimiento.
Pero, ¿qué narra el libro?
Dos años después de la, para muchos, decisiva batalla de las Navas de Tolosa, en el otoño de 1214 el rey Alfonso VIII emprende el que iba a ser su último viaje: sale de Burgos con dirección a Plasencia (Cáceres), para entrevistarse con el rey de Portugal, su yerno. Durante el camino, presintiendo ya el final de su vida, le van asaltando recuerdos de su muy largo reinado —¡(56 años!, sólo superados en la Edad Media por el rey aragonés Jaime I el Conquistador—, todo él lleno de hechos singulares: conflictiva minoría de edad amparada por una excelente familia tutorial (los Lara), matrimonio fecundo con la hija del rey de Inglaterra (Leonor Plantagenet), primeros éxitos frente a los musulmanes (levantamiento del asedio a Huete), desarrollo de la Orden Militar de Calatrava, luchas con otros reinos cristianos (especialmente León y Navarra), ampliación de los términos del reino de Castilla, impulso de la Escuela de Traductores de Toledo, reconquistas sonadas como la de la inexpugnable Cuenca (donde empezó la construcción de la primera catedral gótica española), durísima derrota en Alarcos frente a los almohades, resonante victoria final contra esos mismos en las Navas de Tolosa…
En ese continuo rebullir de pensamientos nuestro monarca repasa los hechos y los va enjuiciando desde su lógico punto de vista, pero ya enriquecido y algo atemperado con la perspectiva mayor que le ofrece el hecho de encontrarse más alejado de todo lo que sucedió.
Menos el primer y último capítulos, todo el libro está redactado, por tanto, en primera persona. Para este hipotético análisis retrospectivo me baso en los hechos históricos, aunque también utilizo parte de mi formación como psicólogo para pretender interpretar cómo o por qué sucedieron los hechos y pudieron ser vividos por su protagonista principal.
¿Cuál es el principal argumento de la obra?
Uno de los principios que subyacen en la obra es la importancia de la unidad cristiana para poder defenderse con garantías frente a quienes sustentan valores muy distintos a los propios. Tras la terrible derrota de Alarcos (18 de julio de 1995), el rey castellano no quiso volver a enfrentarse en solitario a los musulmanes. Diecisiete años después el papa Inocencio III concedía los beneficios de la cruzada a cuantos cristianos viniesen a España para luchar contra el islam, por lo que llegaron desde fuera de la Península Ibérica los llamados ultramontanos, y de aquí acudieron tropas en muy importante número de los cinco reinos cristianos. En la batalla participaron en persona tres de sus reyes (los de Castilla, Aragón y Navarra); el de León no estuvo, pero sí su hermano; y el de Portugal no pudo presentarse, pero permitió que acudiesen cuantos caballeros lo desearan.
La empresa acabaría siendo en la práctica sólo española: casi todos los ultramontanos, agobiados por el sofocante calor de la meseta castellana y por los problemas de avituallamiento en semejante ejército numeroso, se retiraron doce días después de comenzada la expedición, bastante antes de llegar a las Navas.
Mas la importancia de la unidad tiene otra cara, contrapuesta pero complementaria y tan digna de ser tenida en cuenta: la desunión debilita y hace desaparecer incluso a los imperios más poderosos.
Esto fue lo que sucedió con los almohades. A las Navas de Tolosa la tienen muchos como la batalla decisiva en ocho siglos de reconquista, la que debilitó para siempre a los musulmanes frente a los cristianos españoles. Pero eso no fue así.
Piénsese, tan sólo, en los siguientes datos. Dos días después de la batalla, el ejército cristiano entra sin oposición alguna en una solitaria Baeza, abandonada por unos aterrados moradores que huyen a refugiarse en Úbeda. Y cinco días después es tomada esta segunda ciudad, cuyas murallas son arrasadas y buena parte de sus habitantes llevados como cautivos a los reinos cristianos. Tan importante resultó la toma de esta ciudad, que la que hoy conocemos como batalla de las Navas de Tolosa fue conocida durante siglos como la batalla de Úbeda. Pues bien, al año siguiente Alfonso VIII se encontraba sitiando de nuevo Baeza; y debió levantar el cerco sin tomarla. Lo acabaría consiguiendo Fernando III el Santo ¡diez años después!, y porque el señor de Baeza se había declarado vasallo del rey castellano… para poder defenderse de otro gran señor musulmán, el de Úbeda. Es decir, que esta segunda ciudad había vuelto también a ser musulmana, y sólo pudo pasar a ser definitivamente cristiana tras ser tomada, de nuevo por Fernando III, ¡veinte años después! de haber sido ocupada aprovechando el éxito de aquella gran y ¿decisiva? batalla.
No lo duden. Lo que acabó con el poderío almohade fueron las luchas intestinas que acaecieron pocos años después por la sucesión al califato, lo cual los dividió, haciendo aparecer en nuestra península por tercera, y última vez, los pequeños, mal avenidos y debilitados reinos de taifas. En el mundo musulmán la sucesión al trono no se regía de una manera tan estricta (por primogenitura) como en los reinos cristianos; de ahí que, a la muerte del califa (sucesor del de las Navas) en 1224, una parte de la familia imperial almohade nombrase como sucesor a un anciano, el cual no fue reconocido como tal por sus sobrinos, los gobernadores de Sevilla y de Córdoba, quienes proclamaron califa al gobernador de Murcia. Lo que vino después fue una serie de luchas internas y de alianzas con el enemigo cristiano (el poderoso rey Fernando III) que terminaron por debilitar a una y otra facción musulmana. El resultado: descomposición de un imperio almohade dividido, y pérdida de casi toda Andalucía frente a un rey que, en cambio, acababa de unir bajo el mismo cetro a los reinos de Castilla y de León.
La judía de Toledo: ¿historia o leyenda?
Pero no sólo estamos conmemorando el VIII centenario de la muerte de Alfonso VIII; también es el de su esposa, Leonor de Plantagenet.
El rey no lo podrá saber, pero Leonor (quien lo acompaña en el viaje) estaba tan unida a él que acabará falleciendo antes de que termine el mismo mes de octubre en que muere el monarca. Llevaban casados ¡44 años! Se trata, por tanto, también de una interesante historia de amor. La cual no debería ser enturbiada por los textos literarios surgidos ¡400 años después! a partir de una obra escrita hacia 1612 por Lope de Vega —Las paces de los Reyes, y judía de Toledo—. Literatura que vendría siendo repetida, de una u otra manera, hasta nuestros días, tal como vemos, por ejemplo, en La historia de Fermosa: la amante de Alfonso VIII, de Abraham S. Mariache, publicada en fecha tan próxima a nosotros como la del año 2009.
Es muy posible que Lope de Vega, cuyas obras se basaban con frecuencia en hechos que sí habían sucedido y que venían siendo recitados o cantados por el pueblo, se hubiera basado para escribir su drama en algo equivalente. Así, rastreando hacia atrás en el tiempo, nos encontramos con que en la Crónica de Veinte Reyes —escrita en la época de Alfonso X, biznieto de Alfonso VIII— se afirma que éste había sido castigado por Dios con la durísima derrota de Alarcos por haber vivido durante siete años con la judía de Toledo.
Pero, veamos.
En primer lugar, esa crónica se escribe tres cuartos de siglo después de haber podido suceder esos hipotéticos amores.
En segundo lugar, habla de que estuvo viviendo ¡siete años! con la judía toledana, lo cual es imposible: acabadas las campañas guerreras, normalmente en verano, Alfonso se retiraba a Burgos, donde estaba la corte, pues esa ciudad hacía por entonces las veces de capital efectiva del reino castellano. Además, fuera de las campañas militares, doña Leonor solía acompañar a su esposo en múltiples viajes, pues siempre había un ama de cría y un tutor para la educación y crianza de cada hijo, tal como era entonces costumbre.
En tercer lugar, en la Crónica de Veinte Reyes se dan otros elementos fantásticos, como afirmar que es un ángel quien le comunica al rey ese castigo divino, además del de que no va a heredar su casa ningún hijo varón. Pero es que cualquiera sabía esto décadas después de que hubiese muerto su último hijo, Enrique II, siendo todavía un niño; el escritor de la crónica, un eclesiástico, es proclive tanto a hacer aparecer un ángel como a justificar la derrota de Alarcos en un castigo de Dios. Por otra parte, la misma Crónica de Veinte Reyes afirma en el capítulo siguiente que el «…rrey don Alfonso faziendo su vida buena e muy linpia con su muger doña Leonor ouo de fazer fijos en ella quales vos contaremos.»
Que se trata de un asunto de corte más literario que real lo reafirman detalles como que el nombre de la supuesta amante judía fuese Fermosa o Raquel. No tuvieron los autores que estrujarse mucho la mente para llamar Fermosa a quien debía haber sido hermosa de veras para encandilar a un rey. En cuanto a Raquel, no deja de basarse en lo mismo: la belleza de la judía; Raquel era aquella prima de Jacob tan hermosa por la que estuvo dispuesto a trabajar para su tío Labán durante siete años… y por la que debió esperar otros siete más, pues el taimado tío lo hizo casarse antes con una hermana de Raquel. Pero Jacob estaba tan prendado de ésta, que no le importó esperarla durante ¡siete más siete años! Nótese lo esotérico del número siete, el de plenitud para la cultura judía.
En fin, no quiero decir que Alfonso, un hombre (y bien poderoso) al fin y al cabo, no hubiese podido tener sus devaneos. Lo que no pudo es vivir durante siete años apartado de su esposa. Es muy posible que, recién casado con una niña de 10 años (y contando él con 14), hubiesen sido aconsejados no convivir hasta que, al menos, ella fuese mujer. Como, además, pasan 10 años hasta que se tiene noticia de su primer hijo mantenido vivo (la gran Berenguela, madre del futuro Fernando III), es muy fácil concluir que el rey pasó siete años viviendo con otra mujer. Pero está documentado que su mujer se hallaba junto a él en fechas tan concretas como, por ejemplo, la donación de Uclés a la Orden de Santiago, cuatro años después de la boda de los reyes. ¿Y estaba viviendo entonces con una judía en Toledo?
Si a todo esto añadimos que el encargado de las finanzas de Castilla era un judío, y que se daban con relativa frecuencia levantamientos populares —seguro que muchas veces interesados— contra este pueblo, ¿qué cosa más fácil que achacar la derrota de Alarcos a un castigo divino por mantener amores con una judía?
Piénsese, por otra parte, que Alfonso VIII tuvo con frecuencia como enemigos a otros reinos cristianos, como el de León o el de Navarra. Si sus respectivos reyes se aliaron con los almohades para castigar muy duramente al castellano durante los tres años siguientes al desastre de Alarcos, ¿no pudieron aparecer enseguida juglares que cantasen la batalla perdida por el odiado cristiano rival, así como los motivos de ella?