La política mata
Todo el mundo conoce la catástrofe que ha ocurrido en Valencia y por qué sus consecuencias han sido devastadoras. Sólo los que intentan convencerse a sí mismos de relatos alternativos pueden negar la realidad. Únicamente se necesita un relato cuando se quieren obviar los hechos, adecuarlos a nuestros deseos, esto es, cuando se quiere vivir en la mentira. Pero los hechos son tozudos y no necesitan una narración que los interprete. Hay que verlos desnudos, como fueron. Y nadie que no sea un fanático o un ingenuo ignora a estas alturas que a los muertos los ha matado la política.
Desde el no hacer nada previamente a la gota fría, a la reacción posterior de unos y de otros, los muertos tienen una causa, la destrucción tiene una causa, la ruina tiene una causa.
No podía ser de otra manera. Por un lado tenemos un don nadie que se metió en un partido político a los dieciocho años y que jamás ha trabajado en nada que no sea cargos políticos, y que se ha comportado como un incompetente (Mazón). Ser, para colmo, ingenuo, y negarse a ceder el protagonismo a quien legalmente tenía la obligación de intervenir y los medios para ello, lo convierte en un cadáver político, aunque no quiera reconocerse en el espejo. Si, por otro lado, tenemos un gobierno criminal que, alentado porque no le pasó factura electoral el reguero de muerte y destrucción que dejó en la pandemia, que ha cometido todos los delitos habidos en el Código Penal sobre omisión del deber de socorro y homicidio y estragos por imprudencia y negligencia, el resultado es una catástrofe sin precedentes y que no tendrá remedio.
Tanto el lerdo como los malvados pretenden ahogar las lágrimas en millones, pero es una pantomima. Las vidas no pueden ser devueltas, lo que tuvieron o pudieron tener las gentes que vivían y trabajaban en la zona ya no tiene remedio; por mucho que en el futuro puedan salir del mal paso, ya nada será igual. Ahora están mucho peor y llegar al mismo punto donde se encontraban el día 27 de octubre les costará media vida. Como hemos dicho muchas veces, tan criminal es quitar lo que se tiene como lo que se pudo tener. Las ayudas de miles de millones que ha pedido Mazón no llegarán (y lo peor es que él lo sabe), porque no dependen del gobierno valenciano sino de un gobierno amoral que también ha prometido millones, pero, como era de esperar del gobierno de Hugo Sánchez, vienen con trampa. La mayoría de las ayudas son suspensiones o retrasos de pagos, no exenciones, o préstamos a devolver (ICO), y el grueso, encima, no depende del gobierno sino del sistema de aseguramiento. Por tanto, el gobierno no está dispuesto a poner mucho dinero. Lo necesita para otros propósitos, como pagar la deuda catalana.
Muchos pueden pensar que este panorama se debe exclusivamente a la escasa calidad momentánea de los políticos, pero es un error. Cierto que los actuales son nefastos, los peores, pero aliviarse así es seguir pensando que la política consiste en hacer el bien para la comunidad, ingenuo pensamiento ampliamente compartido. Añoramos otras épocas con políticos menos déspotas o más disimulados, pero entonces también nos quejábamos de sus corrupciones y de sus decisiones, siempre pendientes del cortoplacismo electoral más que del interés general. Que algunos políticos hayan sido buenos no justifica la política ni la excepción puede convertirse en norma más que en nuestra mente, ansiosa de ver lo menos malo para soportar la realidad. Cierto también que en algunos organismos puede haber funcionarios que hagan bien su trabajo, pero qué menos debemos esperar, lo que tampoco justifica la burocracia, del mismo modo que encauzar el Turia por Valencia fue una gran idea y no justifica el franquismo. El sistema estatal de organización demuestra constantemente su inidoneidad para hacer frente a los problemas reales de la población. Y la desgracia de Valencia sólo es el ejemplo extremo. Lástima que necesitemos calamidades como ésta para percatarnos del pernicioso sistema en que pacemos nuestra vida.
Alguien diseñó correctamente lo necesario para impedir que una gota fría tremenda como la sufrida provocara los terribles efectos que se han sufrido en Valencia. Pero el acto aislado de alguien inteligente no justifica la existencia misma del sistema.
El sistema político en su conjunto ha fallado estrepitosamente. La mayor parte de culpa es de organismos estatales: la AEMET, que no acertó en sus predicciones (más hiriente aún cuando la agencia francesa sí lo hizo), y la Confederación Hidrográfica del Júcar, que envió tarde los avisos y por e-mail, por no decir si el pantano de Forata desaguó, como parece confirmarse, incrementando el caudal del Barranco del Poyo. Que los avisos por SMS del Gobierno valenciano se emitieran con más o menos diligencia es irrelevante, porque es un sistema ineficaz y no llega a todo el mundo o, simplemente, la gente ni se percata de tales avisos (en Castilla la Mancha no hubo, y nadie parece acordarse porque el Gobierno de esta región es socialista). Que no se pudieran limpiar los cauces ayudó a la destrucción, lo que impidió la CHJ. Todas las causas de la desgracia, por tanto, obedecen a decisiones políticas: la ineficacia y negligencia de las agencias estatales.
El pecado original que ha conducido a la catástrofe fue no acometer el proyecto de encauzar el Barranco del Poyo. Negativa a llevarlo a cabo que, evidentemente, en un país en que se gastan millones de euros como si fueran arena, no puede tener otra causa que las decisiones políticas. Proyecto que dormía el sueño de los injustos porque los políticos, especialmente los de izquierdas y los nacionalistas, preferían gastarse el dinero en otra cosa o por decisión ideológica: el ecologismo que pretende volver la naturaleza a su disposición primigenia cuando la historia del progreso de la Humanidad ha sido todo lo contrario: la victoria del hombre sobre la naturaleza. El ecologismo mata. El ecologismo es política.
Los progresistas culpan a la gente por construir en los cauces o cerca de ellos. Olvidan que en España no se puede construir donde se quiere, sino donde se permite por la autoridad municipal o regional. Condenar a la gente a tener que vivir en lugares peligrosos es una decisión política. La política mata.
Si la AEMET no dependiera del poder político, a su frente no estarían políticos sino profesionales que hubieran alertado hace muchos años de la imperiosa necesidad del encauzar el famoso barranco; si la CHJ no dependiera de los políticos sino de los agricultores y vecinos de la zona no estaría dirigida por políticos sino por ingenieros; si los ayuntamientos no estuviera dirigidos por políticos, la gente no hubiera tenido que vivir junto al cauce de los ríos o de los barrancos sino que hubiera elegido por sentido común lugares más seguros.
Si el ejército dependiera de los militares, pagados directamente por la población, no hubieran estado esperando cuatro días órdenes de políticos que calibraban cómo aprovecharse de la desgracia, sino que hubieran estado en el lugar antes de que cayera la última gota de lluvia. Cuántas vidas se hubieran podido salvar no lo sabemos, pero seguramente muchas (una sola hubiera bastado para justificarlo).
Si los anteriores organismos hubieran sido dirigidos por profesionales pagados por la comunidad y la gente y no sometidos al poder político hubieran actuado de forma mucho más inteligente y, aunque la gota fría hubiera sido de la misma intensidad, sus efectos hubieran sido mucho menores. Todos hubieran actuado de la forma más diligente porque en ello les iría su futuro y su prestigio.
Lo único positivo de toda esta desgracia ha sido la conmovedora ayuda totalmente desinteresada de miles de particulares. Para muchos ha sido una sorpresa comprobar el grado de solidaridad de gentes de Valencia y otras llegadas de todas partes del país (ayuda personal y no digamos la material, que ha colmado cualquier previsión). Estamos acostumbrados a no hacer nada y a delegar en los organismos estatales. La ausencia y omisión de ayudas de éstos ha puesto de manifiesto que el Estado es una lacra, no una solución. Y que donde el Estado está ausente funciona todo mucho mejor, pues la gente ha de ser responsable de sí misma y de los demás, lo que redunda en un grado de responsabilidad y altruismo desinteresado impensables hoy en la mayoría de los lugares, precisamente porque el Estado ha invadido todos los ámbitos de lo que antes ocupaba la responsabilidad personal y social voluntaria. Ese nuevo Humanismo que hemos visto en Valencia es el que trato de poner de manifiesto en mi novela Utopyc. La realidad ha corroborado lo que allí se dice: que cuando el Estado no está presente las personas desarrollan un sentido de la responsabilidad, de la generosidad y de la ayuda y colaboración recíprocas voluntarias que ahora nos parece impensable pero que fue lo que convirtió a nuestra civilización en lo que ha llegado a ser (y que ahora pretenden ahogar y destruir esos Estados). Es fácil imaginar el grado de colaboración que se hubiera podido desarrollar si las agencias más arriba mencionadas, incluso el ejército, hubieran obedecido a instrucciones y necesidades privadas y no hubieran estado al servicio de lo "público", cuyo interés no suele coincidir con las necesidades reales de la gente. Se dice, y es verdad, que la izquierda ha estado ausente de las labores de ayuda y colaboración. De hecho, lo único que han hecho ha sido convocar manifestaciones para aprovechar el caudal de indignación popular en su propio beneficio. Ni una sola de ellas se dirigía contra el principal responsable de la masacre: el gobierno central. Lo que prueba que la política mata. Y la izquierda mata doblemente.
Nos intentan convencer de que España es un Estado fallido, pero no es cierto. Funciona muy bien para lo que les interesa: Hacienda para robarnos y exprimirnos, la policía política para perseguirnos, el aparato de propaganda para engañarnos y la corrupción como el cemento que une a la casta a su líder. Puro nacionalsocialismo del que ya hablábamos aquí desde hace años y que ahora otros parecen descubrir, demasiado tarde.
El Estado funciona tan bien para lo que les interesa que nadie paga por sus errores y nadie es responsable: la máxima responsable de la tragedia será comisaria europea con sueldazo y demás prebendas en cuestión de días; los máximos responsables de impedir la presencia inmediata del ejército (Robles y Hugo Sánchez) continuarán en sus puestos, bendecidos por el ejército mediático nazi de siempre. Sólo alguna consejera autonómica ha sido cesada por quien debería presentar su dimisión. Una burla del Estado a las víctimas.
Todo seguirá igual, por tanto, tras enterrar a los muertos y el futuro de toda una zona. Tanto negligente y criminal seguirán al frente de nuestro destino, a la espera de la próxima desgracia para jodernos la vida otra vez. Mientras tanto, continuarán robando nuestro dinero, nuestro futuro y nuestras esperanzas, porque la política mata.
Todo el mundo conoce la catástrofe que ha ocurrido en Valencia y por qué sus consecuencias han sido devastadoras. Sólo los que intentan convencerse a sí mismos de relatos alternativos pueden negar la realidad. Únicamente se necesita un relato cuando se quieren obviar los hechos, adecuarlos a nuestros deseos, esto es, cuando se quiere vivir en la mentira. Pero los hechos son tozudos y no necesitan una narración que los interprete. Hay que verlos desnudos, como fueron. Y nadie que no sea un fanático o un ingenuo ignora a estas alturas que a los muertos los ha matado la política.
Desde el no hacer nada previamente a la gota fría, a la reacción posterior de unos y de otros, los muertos tienen una causa, la destrucción tiene una causa, la ruina tiene una causa.
No podía ser de otra manera. Por un lado tenemos un don nadie que se metió en un partido político a los dieciocho años y que jamás ha trabajado en nada que no sea cargos políticos, y que se ha comportado como un incompetente (Mazón). Ser, para colmo, ingenuo, y negarse a ceder el protagonismo a quien legalmente tenía la obligación de intervenir y los medios para ello, lo convierte en un cadáver político, aunque no quiera reconocerse en el espejo. Si, por otro lado, tenemos un gobierno criminal que, alentado porque no le pasó factura electoral el reguero de muerte y destrucción que dejó en la pandemia, que ha cometido todos los delitos habidos en el Código Penal sobre omisión del deber de socorro y homicidio y estragos por imprudencia y negligencia, el resultado es una catástrofe sin precedentes y que no tendrá remedio.
Tanto el lerdo como los malvados pretenden ahogar las lágrimas en millones, pero es una pantomima. Las vidas no pueden ser devueltas, lo que tuvieron o pudieron tener las gentes que vivían y trabajaban en la zona ya no tiene remedio; por mucho que en el futuro puedan salir del mal paso, ya nada será igual. Ahora están mucho peor y llegar al mismo punto donde se encontraban el día 27 de octubre les costará media vida. Como hemos dicho muchas veces, tan criminal es quitar lo que se tiene como lo que se pudo tener. Las ayudas de miles de millones que ha pedido Mazón no llegarán (y lo peor es que él lo sabe), porque no dependen del gobierno valenciano sino de un gobierno amoral que también ha prometido millones, pero, como era de esperar del gobierno de Hugo Sánchez, vienen con trampa. La mayoría de las ayudas son suspensiones o retrasos de pagos, no exenciones, o préstamos a devolver (ICO), y el grueso, encima, no depende del gobierno sino del sistema de aseguramiento. Por tanto, el gobierno no está dispuesto a poner mucho dinero. Lo necesita para otros propósitos, como pagar la deuda catalana.
Muchos pueden pensar que este panorama se debe exclusivamente a la escasa calidad momentánea de los políticos, pero es un error. Cierto que los actuales son nefastos, los peores, pero aliviarse así es seguir pensando que la política consiste en hacer el bien para la comunidad, ingenuo pensamiento ampliamente compartido. Añoramos otras épocas con políticos menos déspotas o más disimulados, pero entonces también nos quejábamos de sus corrupciones y de sus decisiones, siempre pendientes del cortoplacismo electoral más que del interés general. Que algunos políticos hayan sido buenos no justifica la política ni la excepción puede convertirse en norma más que en nuestra mente, ansiosa de ver lo menos malo para soportar la realidad. Cierto también que en algunos organismos puede haber funcionarios que hagan bien su trabajo, pero qué menos debemos esperar, lo que tampoco justifica la burocracia, del mismo modo que encauzar el Turia por Valencia fue una gran idea y no justifica el franquismo. El sistema estatal de organización demuestra constantemente su inidoneidad para hacer frente a los problemas reales de la población. Y la desgracia de Valencia sólo es el ejemplo extremo. Lástima que necesitemos calamidades como ésta para percatarnos del pernicioso sistema en que pacemos nuestra vida.
Alguien diseñó correctamente lo necesario para impedir que una gota fría tremenda como la sufrida provocara los terribles efectos que se han sufrido en Valencia. Pero el acto aislado de alguien inteligente no justifica la existencia misma del sistema.
El sistema político en su conjunto ha fallado estrepitosamente. La mayor parte de culpa es de organismos estatales: la AEMET, que no acertó en sus predicciones (más hiriente aún cuando la agencia francesa sí lo hizo), y la Confederación Hidrográfica del Júcar, que envió tarde los avisos y por e-mail, por no decir si el pantano de Forata desaguó, como parece confirmarse, incrementando el caudal del Barranco del Poyo. Que los avisos por SMS del Gobierno valenciano se emitieran con más o menos diligencia es irrelevante, porque es un sistema ineficaz y no llega a todo el mundo o, simplemente, la gente ni se percata de tales avisos (en Castilla la Mancha no hubo, y nadie parece acordarse porque el Gobierno de esta región es socialista). Que no se pudieran limpiar los cauces ayudó a la destrucción, lo que impidió la CHJ. Todas las causas de la desgracia, por tanto, obedecen a decisiones políticas: la ineficacia y negligencia de las agencias estatales.
El pecado original que ha conducido a la catástrofe fue no acometer el proyecto de encauzar el Barranco del Poyo. Negativa a llevarlo a cabo que, evidentemente, en un país en que se gastan millones de euros como si fueran arena, no puede tener otra causa que las decisiones políticas. Proyecto que dormía el sueño de los injustos porque los políticos, especialmente los de izquierdas y los nacionalistas, preferían gastarse el dinero en otra cosa o por decisión ideológica: el ecologismo que pretende volver la naturaleza a su disposición primigenia cuando la historia del progreso de la Humanidad ha sido todo lo contrario: la victoria del hombre sobre la naturaleza. El ecologismo mata. El ecologismo es política.
Los progresistas culpan a la gente por construir en los cauces o cerca de ellos. Olvidan que en España no se puede construir donde se quiere, sino donde se permite por la autoridad municipal o regional. Condenar a la gente a tener que vivir en lugares peligrosos es una decisión política. La política mata.
Si la AEMET no dependiera del poder político, a su frente no estarían políticos sino profesionales que hubieran alertado hace muchos años de la imperiosa necesidad del encauzar el famoso barranco; si la CHJ no dependiera de los políticos sino de los agricultores y vecinos de la zona no estaría dirigida por políticos sino por ingenieros; si los ayuntamientos no estuviera dirigidos por políticos, la gente no hubiera tenido que vivir junto al cauce de los ríos o de los barrancos sino que hubiera elegido por sentido común lugares más seguros.
Si el ejército dependiera de los militares, pagados directamente por la población, no hubieran estado esperando cuatro días órdenes de políticos que calibraban cómo aprovecharse de la desgracia, sino que hubieran estado en el lugar antes de que cayera la última gota de lluvia. Cuántas vidas se hubieran podido salvar no lo sabemos, pero seguramente muchas (una sola hubiera bastado para justificarlo).
Si los anteriores organismos hubieran sido dirigidos por profesionales pagados por la comunidad y la gente y no sometidos al poder político hubieran actuado de forma mucho más inteligente y, aunque la gota fría hubiera sido de la misma intensidad, sus efectos hubieran sido mucho menores. Todos hubieran actuado de la forma más diligente porque en ello les iría su futuro y su prestigio.
Lo único positivo de toda esta desgracia ha sido la conmovedora ayuda totalmente desinteresada de miles de particulares. Para muchos ha sido una sorpresa comprobar el grado de solidaridad de gentes de Valencia y otras llegadas de todas partes del país (ayuda personal y no digamos la material, que ha colmado cualquier previsión). Estamos acostumbrados a no hacer nada y a delegar en los organismos estatales. La ausencia y omisión de ayudas de éstos ha puesto de manifiesto que el Estado es una lacra, no una solución. Y que donde el Estado está ausente funciona todo mucho mejor, pues la gente ha de ser responsable de sí misma y de los demás, lo que redunda en un grado de responsabilidad y altruismo desinteresado impensables hoy en la mayoría de los lugares, precisamente porque el Estado ha invadido todos los ámbitos de lo que antes ocupaba la responsabilidad personal y social voluntaria. Ese nuevo Humanismo que hemos visto en Valencia es el que trato de poner de manifiesto en mi novela Utopyc. La realidad ha corroborado lo que allí se dice: que cuando el Estado no está presente las personas desarrollan un sentido de la responsabilidad, de la generosidad y de la ayuda y colaboración recíprocas voluntarias que ahora nos parece impensable pero que fue lo que convirtió a nuestra civilización en lo que ha llegado a ser (y que ahora pretenden ahogar y destruir esos Estados). Es fácil imaginar el grado de colaboración que se hubiera podido desarrollar si las agencias más arriba mencionadas, incluso el ejército, hubieran obedecido a instrucciones y necesidades privadas y no hubieran estado al servicio de lo "público", cuyo interés no suele coincidir con las necesidades reales de la gente. Se dice, y es verdad, que la izquierda ha estado ausente de las labores de ayuda y colaboración. De hecho, lo único que han hecho ha sido convocar manifestaciones para aprovechar el caudal de indignación popular en su propio beneficio. Ni una sola de ellas se dirigía contra el principal responsable de la masacre: el gobierno central. Lo que prueba que la política mata. Y la izquierda mata doblemente.
Nos intentan convencer de que España es un Estado fallido, pero no es cierto. Funciona muy bien para lo que les interesa: Hacienda para robarnos y exprimirnos, la policía política para perseguirnos, el aparato de propaganda para engañarnos y la corrupción como el cemento que une a la casta a su líder. Puro nacionalsocialismo del que ya hablábamos aquí desde hace años y que ahora otros parecen descubrir, demasiado tarde.
El Estado funciona tan bien para lo que les interesa que nadie paga por sus errores y nadie es responsable: la máxima responsable de la tragedia será comisaria europea con sueldazo y demás prebendas en cuestión de días; los máximos responsables de impedir la presencia inmediata del ejército (Robles y Hugo Sánchez) continuarán en sus puestos, bendecidos por el ejército mediático nazi de siempre. Sólo alguna consejera autonómica ha sido cesada por quien debería presentar su dimisión. Una burla del Estado a las víctimas.
Todo seguirá igual, por tanto, tras enterrar a los muertos y el futuro de toda una zona. Tanto negligente y criminal seguirán al frente de nuestro destino, a la espera de la próxima desgracia para jodernos la vida otra vez. Mientras tanto, continuarán robando nuestro dinero, nuestro futuro y nuestras esperanzas, porque la política mata.