Sobre Notre Dame, nuestra civilización occidental y un país éticamente perdido
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Que un Gobierno repleto de fanáticos, sinvergüenzas y delincuentes como el que preside el radical de extrema izquierda Pedro Sánchez, no haya enviado representación a la reapertura de la Catedral de Notre Dame de París, no puede extrañar a nadie. Ni tan siquiera la ausencia del acto parisino de una Monarquía dimisionaria de su legado cultural como la que encabeza Felipe VI resulta llamativo: las instituciones españoles hace mucho tiempo que dejaron de ser un condensado de lo mejor de nuestra cultura, de nuestras tradiciones y de nuestros valores para convertirse en guiñapos de trapo al servicio de todo tipo de estupideces propagadas por un totalitario progresismo global al que responden el Ejecutivo socialista de Pedro Sánchez y la inútil monarquía de Felipe VI.
Hay que tener en cuenta que la Catedral de Notre Dame de París es mucho más que una edificación religiosa; es un símbolo de la civilización occidental y una manifestación de su rica herencia cultural, espiritual e histórica. Construida entre 1163 y 1345, esta obra maestra de la arquitectura gótica no solo refleja el genio técnico y artístico de la Edad Media, sino que también encarna los valores y tensiones que han moldeado a Occidente a lo largo de los siglos. Por eso es un objetivo a derribar simbólicamente por Pedro Sánchez y su banda.
Notre Dame es una obra cumbre del arte gótico, un estilo arquitectónico nacido en Francia que revolucionó la manera de concebir los espacios sagrados. Sus características distintivas —arbotantes, bóvedas de crucería, y vitrales que narran historias bíblicas— no solo desafiaron las limitaciones técnicas de su tiempo, sino que también buscaron expresar un ideal espiritual: acercar al hombre a lo divino a través de la luz y la verticalidad. Un afrenta para este Gobierno de miserables.
Como explica Emile Mâle, destacado historiador del arte medieval, "la arquitectura gótica no es solo un estilo, sino una manera de pensar que refleja el deseo de trascender el mundo terrenal y encontrar lo divino en cada detalle" (L’Art religieux du XIIIe siècle en France). Este impulso hacia lo trascendental es una constante en la tradición occidental, que ha luchado por armonizar lo material y lo espiritual. La simbiosis de funcionalidad y belleza en Notre Dame no solo influenció la arquitectura religiosa europea, sino que también dejó una huella en las artes y las letras, destacándose como fuente de inspiración para escritores, artistas y arquitectos posteriores.
Durante siglos, Notre Dame ha sido un punto de convergencia para la fe cristiana y la identidad cultural de Francia y Europa. Su construcción coincidió con el auge del poder de la Iglesia Católica, que desempeñó un papel central en la consolidación de los valores y estructuras sociales que definieron la civilización occidental. Albergó eventos cruciales como la coronación de Napoleón Bonaparte en 1804 y la beatificación de Juana de Arco en 1909, convirtiéndose en un escenario donde la historia secular y la sacra se entrelazan.
George Duby, en su obra Le temps des cathédrales, afirma que "las catedrales medievales no eran simplemente edificios, sino el corazón espiritual y social de las comunidades urbanas, reflejando tanto las aspiraciones religiosas como los desafíos culturales de su época". Notre Dame es, en este sentido, un microcosmos de la civilización occidental, uniendo lo espiritual y lo político en una obra monumental, y por eso la basura política que Gobierna España no considera preciso homenajear su reinauguración con su presencia en el mismo.
Victor Hugo inmortalizó Notre Dame en su novela Nuestra Señora de París (1831), convirtiéndola en un símbolo del alma de Francia y un faro de la historia europea. Hugo no solo denunció el abandono del patrimonio arquitectónico de su tiempo, sino que también resaltó la catedral como una metáfora de la complejidad y profundidad de la civilización occidental: un crisol donde lo sagrado y lo profano, lo eterno y lo efímero, se encuentran.
Según Caroline Bruzelius, historiadora de la arquitectura medieval, "la novela de Hugo marcó un punto de inflexión en la forma en que el patrimonio cultural se percibía en Europa, promoviendo una visión romántica y protectora de los monumentos históricos" (The Stones of Naples). Esto subraya el papel de Notre Dame no solo como un hito arquitectónico, sino como un catalizador de nuestra conciencia cultural.
El incendio de 2019 que destruyó parte de la catedral provocó una respuesta global, destacando la centralidad de Notre Dame no solo para Francia, sino para toda la humanidad. Las imágenes de las llamas devorando su estructura resonaron como un lamento por el legado occidental y una llamada a la acción para protegerlo.
El filósofo Régis Debray reflexionó tras el incendio que "Notre Dame no es solo un lugar de culto, sino un lugar de memoria colectiva, un espejo de las aspiraciones y contradicciones de nuestra civilización" (Le moment fraternité). Este episodio nos recuerda que preservar el patrimonio cultural no es solo una tarea técnica, sino un acto de afirmación identitaria.
La civilización occidental se define por su búsqueda de sentido a través del arte, la religión, la razón y la memoria histórica. Notre Dame encarna esta síntesis y por eso algunos la odian tanto. Es una obra de arte que celebra lo divino, un monumento a la razón humana que desafió las leyes de la gravedad y una narrativa viva de los altibajos de la historia. Su capacidad de inspirar, unir y sobrevivir a los embates del tiempo la convierte en un pilar fundamental de la civilización occidental.
La Catedral de Notre Dame de París no es solo un edificio; es un símbolo que trasciende el tiempo y el espacio. Representa el espíritu de una civilización que ha buscado incansablemente lo eterno en medio de lo temporal, lo universal en lo particular, y lo trascendental en lo humano. Como señala Kenneth Clark en su influyente serie Civilisation, "Notre Dame es una celebración de lo que la humanidad puede lograr cuando une el conocimiento, la fe y la imaginación". Su importancia para la civilización occidental radica en su capacidad de conectar generaciones, de encarnar ideales y de recordar al mundo que, aunque frágil, el legado cultural es un puente hacia el futuro. Algo esencial que las instituciones “democráticas” españoles ignoran a voluntad.
Que un Gobierno repleto de fanáticos, sinvergüenzas y delincuentes como el que preside el radical de extrema izquierda Pedro Sánchez, no haya enviado representación a la reapertura de la Catedral de Notre Dame de París, no puede extrañar a nadie. Ni tan siquiera la ausencia del acto parisino de una Monarquía dimisionaria de su legado cultural como la que encabeza Felipe VI resulta llamativo: las instituciones españoles hace mucho tiempo que dejaron de ser un condensado de lo mejor de nuestra cultura, de nuestras tradiciones y de nuestros valores para convertirse en guiñapos de trapo al servicio de todo tipo de estupideces propagadas por un totalitario progresismo global al que responden el Ejecutivo socialista de Pedro Sánchez y la inútil monarquía de Felipe VI.
Hay que tener en cuenta que la Catedral de Notre Dame de París es mucho más que una edificación religiosa; es un símbolo de la civilización occidental y una manifestación de su rica herencia cultural, espiritual e histórica. Construida entre 1163 y 1345, esta obra maestra de la arquitectura gótica no solo refleja el genio técnico y artístico de la Edad Media, sino que también encarna los valores y tensiones que han moldeado a Occidente a lo largo de los siglos. Por eso es un objetivo a derribar simbólicamente por Pedro Sánchez y su banda.
Notre Dame es una obra cumbre del arte gótico, un estilo arquitectónico nacido en Francia que revolucionó la manera de concebir los espacios sagrados. Sus características distintivas —arbotantes, bóvedas de crucería, y vitrales que narran historias bíblicas— no solo desafiaron las limitaciones técnicas de su tiempo, sino que también buscaron expresar un ideal espiritual: acercar al hombre a lo divino a través de la luz y la verticalidad. Un afrenta para este Gobierno de miserables.
Como explica Emile Mâle, destacado historiador del arte medieval, "la arquitectura gótica no es solo un estilo, sino una manera de pensar que refleja el deseo de trascender el mundo terrenal y encontrar lo divino en cada detalle" (L’Art religieux du XIIIe siècle en France). Este impulso hacia lo trascendental es una constante en la tradición occidental, que ha luchado por armonizar lo material y lo espiritual. La simbiosis de funcionalidad y belleza en Notre Dame no solo influenció la arquitectura religiosa europea, sino que también dejó una huella en las artes y las letras, destacándose como fuente de inspiración para escritores, artistas y arquitectos posteriores.
Durante siglos, Notre Dame ha sido un punto de convergencia para la fe cristiana y la identidad cultural de Francia y Europa. Su construcción coincidió con el auge del poder de la Iglesia Católica, que desempeñó un papel central en la consolidación de los valores y estructuras sociales que definieron la civilización occidental. Albergó eventos cruciales como la coronación de Napoleón Bonaparte en 1804 y la beatificación de Juana de Arco en 1909, convirtiéndose en un escenario donde la historia secular y la sacra se entrelazan.
George Duby, en su obra Le temps des cathédrales, afirma que "las catedrales medievales no eran simplemente edificios, sino el corazón espiritual y social de las comunidades urbanas, reflejando tanto las aspiraciones religiosas como los desafíos culturales de su época". Notre Dame es, en este sentido, un microcosmos de la civilización occidental, uniendo lo espiritual y lo político en una obra monumental, y por eso la basura política que Gobierna España no considera preciso homenajear su reinauguración con su presencia en el mismo.
Victor Hugo inmortalizó Notre Dame en su novela Nuestra Señora de París (1831), convirtiéndola en un símbolo del alma de Francia y un faro de la historia europea. Hugo no solo denunció el abandono del patrimonio arquitectónico de su tiempo, sino que también resaltó la catedral como una metáfora de la complejidad y profundidad de la civilización occidental: un crisol donde lo sagrado y lo profano, lo eterno y lo efímero, se encuentran.
Según Caroline Bruzelius, historiadora de la arquitectura medieval, "la novela de Hugo marcó un punto de inflexión en la forma en que el patrimonio cultural se percibía en Europa, promoviendo una visión romántica y protectora de los monumentos históricos" (The Stones of Naples). Esto subraya el papel de Notre Dame no solo como un hito arquitectónico, sino como un catalizador de nuestra conciencia cultural.
El incendio de 2019 que destruyó parte de la catedral provocó una respuesta global, destacando la centralidad de Notre Dame no solo para Francia, sino para toda la humanidad. Las imágenes de las llamas devorando su estructura resonaron como un lamento por el legado occidental y una llamada a la acción para protegerlo.
El filósofo Régis Debray reflexionó tras el incendio que "Notre Dame no es solo un lugar de culto, sino un lugar de memoria colectiva, un espejo de las aspiraciones y contradicciones de nuestra civilización" (Le moment fraternité). Este episodio nos recuerda que preservar el patrimonio cultural no es solo una tarea técnica, sino un acto de afirmación identitaria.
La civilización occidental se define por su búsqueda de sentido a través del arte, la religión, la razón y la memoria histórica. Notre Dame encarna esta síntesis y por eso algunos la odian tanto. Es una obra de arte que celebra lo divino, un monumento a la razón humana que desafió las leyes de la gravedad y una narrativa viva de los altibajos de la historia. Su capacidad de inspirar, unir y sobrevivir a los embates del tiempo la convierte en un pilar fundamental de la civilización occidental.
La Catedral de Notre Dame de París no es solo un edificio; es un símbolo que trasciende el tiempo y el espacio. Representa el espíritu de una civilización que ha buscado incansablemente lo eterno en medio de lo temporal, lo universal en lo particular, y lo trascendental en lo humano. Como señala Kenneth Clark en su influyente serie Civilisation, "Notre Dame es una celebración de lo que la humanidad puede lograr cuando une el conocimiento, la fe y la imaginación". Su importancia para la civilización occidental radica en su capacidad de conectar generaciones, de encarnar ideales y de recordar al mundo que, aunque frágil, el legado cultural es un puente hacia el futuro. Algo esencial que las instituciones “democráticas” españoles ignoran a voluntad.