La Navidad solamente molesta a los idiotas: Sobre la trascendencia de las fechas navideñas para las sociedades occidentales
![[Img #27007]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/12_2024/5786_ornament-6845499_1280.jpg)
La Navidad, como celebración central en la cultura occidental, trasciende el ámbito religioso para abarcar aspectos sociales, económicos y culturales de gran relevancia. Aunque sus orígenes están profundamente arraigados en el cristianismo, su influencia se extiende más allá de las creencias espirituales, convirtiéndose en un fenómeno universal con significados diversos en las sociedades occidentales modernas.
La Navidad conmemora el nacimiento de Jesucristo, figura central en la tradición cristiana. Esta celebración, oficialmente instituida en el siglo IV, fue adoptada en parte para cristianizar festividades paganas como las Saturnales romanas y el Sol Invicto. El teólogo Jürgen Moltmann subraya que la resurrección de Cristo simboliza la esperanza de un mundo renovado, una promesa que trasciende fronteras culturales y temporales. Este simbolismo ha permitido que la Navidad mantenga su relevancia incluso en sociedades cada vez más seculares.
En el ámbito cultural, la Navidad actúa como un puente entre generaciones, reforzando tradiciones familiares y comunitarias. Las reuniones familiares, el intercambio de regalos y las decoraciones festivas son prácticas que han evolucionado a lo largo de los siglos, pero que conservan su capacidad de unir a las personas. Según el sociólogo Anthony Giddens, las festividades como la Navidad funcionan como rituales que refuerzan la identidad social y cohesionan las relaciones humanas en un mundo en constante cambio.
Además, la Navidad es un recordatorio anual de valores como la solidaridad, la generosidad y el perdón. Las iniciativas caritativas aumentan significativamente durante esta época, reflejando un compromiso colectivo con el bienestar de los más desfavorecidos. En este sentido, la Navidad actúa como un catalizador para reforzar el sentido de comunidad y responsabilidad social. Como destaca el filósofo Charles Taylor, la generosidad y la empatía, pilares de la tradición navideña y de la tradición cristiana, reflejan los valores humanistas que han definido a las sociedades occidentales desde la Ilustración.
La dimensión económica de la Navidad también es notable. Según datos del Banco Mundial, el gasto asociado a las festividades navideñas representa un porcentaje significativo del consumo anual en muchos países occidentales. Este incremento del consumo impulsa sectores como el comercio minorista, la hostelería y el transporte. Sin embargo, algunos expertos, como el economista Tim Jackson, advierten sobre los riesgos de una "Navidad mercantilizada", en la que el consumismo desvirtúe los valores originales de la celebración.
En un contexto de globalización, la Navidad ha adquirido características interculturales, incorporando elementos de otras tradiciones y adaptándose a las particularidades locales. Por ejemplo, el personaje de Santa Claus, basado en San Nicolás, se ha convertido en un icono universal gracias a su difusión en la literatura y los medios de comunicación. Esto refleja la capacidad de la Navidad para reinventarse y seguir siendo relevante en un mundo diverso.
A pesar de todo esto, el globalsocialismo idiota, unido a la izquierda más arcaica y a los movimientos islamistas que se extienden por doquier, ha convertido la Navidad en uno de los blancos predilectos del proceso de autonegación cultural que atraviesa Occidente. Bajo el pretexto de la “inclusión”, se la acusa de excluir; en nombre de la “diversidad”, se la deslegitima; apelando a una supuesta neutralidad pública, se la expulsa del espacio común. Este ataque no es anecdótico ni espontáneo: responde a una lógica ideológica que desconfía de todo símbolo fuerte, de toda tradición con raíces profundas y de cualquier celebración que recuerde que las sociedades occidentales no nacieron de la nada, sino de una historia concreta, con fundamentos cristianos, filosóficos y morales bien definidos.
Desde el punto de vista político, la Navidad resulta incómoda para todos estos abanderados de la estulticia moral socialista porque recuerda la existencia de una comunidad histórica previa al Estado y superior a él. La idea de familia, de transmisión generacional, de deber hacia el prójimo y de dignidad intrínseca de la persona choca frontalmente con una concepción tecnocrática y administrada de la sociedad, donde los individuos son átomos intercambiables y las identidades deben ser fluidas, reversibles y políticamente gestionables. Vaciar la Navidad de contenido —o sustituirla por "fiestas" y celebraciones asépticas— no es un gesto inocente, sino una forma de debilitar los lazos culturales que escapan al control ideológico del poder.
En el plano cultural, se acusa a la Navidad de no ser “inclusiva”, como si una tradición solo pudiera sobrevivir negándose a sí misma. Este argumento parte de una falacia: confunde inclusión con disolución. La Navidad no excluye a nadie; simplemente no pide permiso para existir. Es precisamente su carácter definido —sus símbolos, su relato, su calendario— lo que la convierte en una referencia compartida. Las sociedades sanas no funcionan eliminando sus tradiciones mayoritarias, sino integrando a los nuevos miembros en un marco cultural preexistente. Pretender que una cultura desaparezca para no incomodar a los recién llegados es, en realidad, una forma de exclusión inversa: la exclusión de quienes desean seguir siendo lo que son.
También se intenta reducir la Navidad a puro consumismo, como si ese fuera su significado esencial. Pero el consumismo no es la causa de la Navidad, sino una degeneración moderna de todas las festividades, impulsada por el mismo sistema económico que ahora finge despreciarla. La Navidad, en su núcleo, no es una exaltación del tener, sino del dar: del don, del sacrificio, del tiempo compartido, de la memoria familiar y del cuidado de los más débiles. Que el mercado haya parasitado la celebración no invalida su sentido; al contrario, demuestra hasta qué punto incluso el capitalismo más mostrenco necesita apoyarse en rituales heredados para humanizarse. En última instancia, el ataque a la Navidad es el ataque a la idea misma de civilización occidental como proyecto moral. No se la combate porque sea insolidaria, sino porque recuerda que la solidaridad tiene raíces; no porque sea excluyente, sino porque afirma verdades; no porque sea consumista, sino porque señala un significado que trasciende el consumo. Una sociedad que siente vergüenza de celebrar su nacimiento espiritual es una sociedad que ha perdido la confianza en su futuro. Y ninguna civilización sobrevive mucho tiempo cuando aprende a odiar aquello que la hizo posible.
La Navidad sigue siendo una celebración de gran trascendencia para las sociedades occidentales. Y esperamos que siga siéndolo por muchos años más. Más allá de su significado religioso, actúa como un vínculo cultural, un motor económico y un recordatorio de valores fundamentales. Como señala el historiador Christopher Dawson, la Navidad no solo celebra un acontecimiento del pasado, el hecho fundamental de nuestra tradición, sino que también inspira una visión del futuro basada en la esperanza y la unidad. En este sentido, la Navidad encarna, y por eso algunos la odian tanto, lo mejor de las tradiciones occidentales, adaptándose y evolucionando para seguir siendo un faro de significado en un mundo en constante transformación.
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La Navidad, como celebración central en la cultura occidental, trasciende el ámbito religioso para abarcar aspectos sociales, económicos y culturales de gran relevancia. Aunque sus orígenes están profundamente arraigados en el cristianismo, su influencia se extiende más allá de las creencias espirituales, convirtiéndose en un fenómeno universal con significados diversos en las sociedades occidentales modernas.
La Navidad conmemora el nacimiento de Jesucristo, figura central en la tradición cristiana. Esta celebración, oficialmente instituida en el siglo IV, fue adoptada en parte para cristianizar festividades paganas como las Saturnales romanas y el Sol Invicto. El teólogo Jürgen Moltmann subraya que la resurrección de Cristo simboliza la esperanza de un mundo renovado, una promesa que trasciende fronteras culturales y temporales. Este simbolismo ha permitido que la Navidad mantenga su relevancia incluso en sociedades cada vez más seculares.
En el ámbito cultural, la Navidad actúa como un puente entre generaciones, reforzando tradiciones familiares y comunitarias. Las reuniones familiares, el intercambio de regalos y las decoraciones festivas son prácticas que han evolucionado a lo largo de los siglos, pero que conservan su capacidad de unir a las personas. Según el sociólogo Anthony Giddens, las festividades como la Navidad funcionan como rituales que refuerzan la identidad social y cohesionan las relaciones humanas en un mundo en constante cambio.
Además, la Navidad es un recordatorio anual de valores como la solidaridad, la generosidad y el perdón. Las iniciativas caritativas aumentan significativamente durante esta época, reflejando un compromiso colectivo con el bienestar de los más desfavorecidos. En este sentido, la Navidad actúa como un catalizador para reforzar el sentido de comunidad y responsabilidad social. Como destaca el filósofo Charles Taylor, la generosidad y la empatía, pilares de la tradición navideña y de la tradición cristiana, reflejan los valores humanistas que han definido a las sociedades occidentales desde la Ilustración.
La dimensión económica de la Navidad también es notable. Según datos del Banco Mundial, el gasto asociado a las festividades navideñas representa un porcentaje significativo del consumo anual en muchos países occidentales. Este incremento del consumo impulsa sectores como el comercio minorista, la hostelería y el transporte. Sin embargo, algunos expertos, como el economista Tim Jackson, advierten sobre los riesgos de una "Navidad mercantilizada", en la que el consumismo desvirtúe los valores originales de la celebración.
En un contexto de globalización, la Navidad ha adquirido características interculturales, incorporando elementos de otras tradiciones y adaptándose a las particularidades locales. Por ejemplo, el personaje de Santa Claus, basado en San Nicolás, se ha convertido en un icono universal gracias a su difusión en la literatura y los medios de comunicación. Esto refleja la capacidad de la Navidad para reinventarse y seguir siendo relevante en un mundo diverso.
A pesar de todo esto, el globalsocialismo idiota, unido a la izquierda más arcaica y a los movimientos islamistas que se extienden por doquier, ha convertido la Navidad en uno de los blancos predilectos del proceso de autonegación cultural que atraviesa Occidente. Bajo el pretexto de la “inclusión”, se la acusa de excluir; en nombre de la “diversidad”, se la deslegitima; apelando a una supuesta neutralidad pública, se la expulsa del espacio común. Este ataque no es anecdótico ni espontáneo: responde a una lógica ideológica que desconfía de todo símbolo fuerte, de toda tradición con raíces profundas y de cualquier celebración que recuerde que las sociedades occidentales no nacieron de la nada, sino de una historia concreta, con fundamentos cristianos, filosóficos y morales bien definidos.
Desde el punto de vista político, la Navidad resulta incómoda para todos estos abanderados de la estulticia moral socialista porque recuerda la existencia de una comunidad histórica previa al Estado y superior a él. La idea de familia, de transmisión generacional, de deber hacia el prójimo y de dignidad intrínseca de la persona choca frontalmente con una concepción tecnocrática y administrada de la sociedad, donde los individuos son átomos intercambiables y las identidades deben ser fluidas, reversibles y políticamente gestionables. Vaciar la Navidad de contenido —o sustituirla por "fiestas" y celebraciones asépticas— no es un gesto inocente, sino una forma de debilitar los lazos culturales que escapan al control ideológico del poder.
En el plano cultural, se acusa a la Navidad de no ser “inclusiva”, como si una tradición solo pudiera sobrevivir negándose a sí misma. Este argumento parte de una falacia: confunde inclusión con disolución. La Navidad no excluye a nadie; simplemente no pide permiso para existir. Es precisamente su carácter definido —sus símbolos, su relato, su calendario— lo que la convierte en una referencia compartida. Las sociedades sanas no funcionan eliminando sus tradiciones mayoritarias, sino integrando a los nuevos miembros en un marco cultural preexistente. Pretender que una cultura desaparezca para no incomodar a los recién llegados es, en realidad, una forma de exclusión inversa: la exclusión de quienes desean seguir siendo lo que son.
También se intenta reducir la Navidad a puro consumismo, como si ese fuera su significado esencial. Pero el consumismo no es la causa de la Navidad, sino una degeneración moderna de todas las festividades, impulsada por el mismo sistema económico que ahora finge despreciarla. La Navidad, en su núcleo, no es una exaltación del tener, sino del dar: del don, del sacrificio, del tiempo compartido, de la memoria familiar y del cuidado de los más débiles. Que el mercado haya parasitado la celebración no invalida su sentido; al contrario, demuestra hasta qué punto incluso el capitalismo más mostrenco necesita apoyarse en rituales heredados para humanizarse. En última instancia, el ataque a la Navidad es el ataque a la idea misma de civilización occidental como proyecto moral. No se la combate porque sea insolidaria, sino porque recuerda que la solidaridad tiene raíces; no porque sea excluyente, sino porque afirma verdades; no porque sea consumista, sino porque señala un significado que trasciende el consumo. Una sociedad que siente vergüenza de celebrar su nacimiento espiritual es una sociedad que ha perdido la confianza en su futuro. Y ninguna civilización sobrevive mucho tiempo cuando aprende a odiar aquello que la hizo posible.
La Navidad sigue siendo una celebración de gran trascendencia para las sociedades occidentales. Y esperamos que siga siéndolo por muchos años más. Más allá de su significado religioso, actúa como un vínculo cultural, un motor económico y un recordatorio de valores fundamentales. Como señala el historiador Christopher Dawson, la Navidad no solo celebra un acontecimiento del pasado, el hecho fundamental de nuestra tradición, sino que también inspira una visión del futuro basada en la esperanza y la unidad. En este sentido, la Navidad encarna, y por eso algunos la odian tanto, lo mejor de las tradiciones occidentales, adaptándose y evolucionando para seguir siendo un faro de significado en un mundo en constante transformación.












