Miércoles, 17 de Septiembre de 2025

Actualizada Martes, 16 de Septiembre de 2025 a las 16:55:49 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Javier Salaberria
Lunes, 17 de Noviembre de 2014 Tiempo de lectura:

No podemos

[Img #5228]No pudimos en 1982 y entonces había motivos de sobra para poder. 202 escaños de 350, la mitad de los votos válidos emitidos. Un país en desarrollo, ilusionado con su futuro, observado con admiración por sus vecinos por haber acabado sin pegar un tiro con un régimen que accedió y se mantuvo cuarenta años en el poder por las armas. Un escenario político con líderes sobradamente preparados, capaces organizar la transición de un modo admirable, colocar a España de nuevo en el mapamundi y tener una visión de estado capaz de apartar diferencias y particularismos para procurar el bien común. El bien común, ¡que hermosa palabra...y qué olvidada!

 

Para mi generación fueron las primeras elecciones generales y acudimos a ellas con la emoción de saber que íbamos a hacer historia y a cambiar el país. Pegados a la tele seguimos el recuento sin respiro y los resultados nos dejaron entusiasmados. La UCD de Adolfo Suárez se hundía. El bipartidismo comenzaba su andadura con la hegemonía del PSOE de Felipe González y la sombra de Alianza Popular liderada por Manuel Fraga Iribarne. Para la mayoría de los españoles era el final de la transición y el comienzo del futuro. La celebración fue apoteósica. La gente en la calle saltaba eufórica como si hubiéramos ganado un mundial. Y no era para menos: la “izquierda” iba a gobernar tras una guerra civil seguida de cuatro décadas de persecución y exilio. Era casi un milagro. Todos creímos entonces que España podía, que todos podíamos...

 

La misma noche en la que el PSOE conseguía la mayoría absoluta por goleada, los corresponsales de todas las cadenas del mundo estaban retransmitiendo desde Madrid. Todos coincidían en el momento histórico, en la ventana de oportunidades que se abría para España, en el comportamiento modélico de los españoles, en la normalización de la democracia y la política en el país, en el cierre de una dolorosa etapa histórica. También todos coincidían en la posibilidad de superar los problemas económicos estructurales de la joven democracia, ya entonces con casi un millón de parados, algo que asustaba pero no tanto como para poder prometer pleno empleo en los programas políticos.

 

Todos, excepto uno. Lo recuerdo como si lo hubiera visto en el telediario de ayer.

 

Era yanqui, corresponsal de “The Washington Post”, creo recordar. Dijo algo, mirando de frente a la cámara, que me dejo congelado, dando al traste con mi ingenuidad política y mi euforia juvenil.

 

“Me alegro por los españoles, pero no creo que cambien mucho las cosas. España no tiene margen de maniobra dentro del bloque al que pertenece. No podrá eliminar las bases americanas, eso no podrán cumplirlo los socialistas.  Pero tampoco podrán tomar grandes decisiones en el plano económico que no sean pequeños ajustes locales que cualquier otro gobierno emprendería porque ya están pactados por los grupos de presión. En definitiva, es un cambio simbólico que tiene que ver más con las siglas y los protagonistas, que hasta hace poco estaban en la clandestinidad, que con un cambio importante y real, como han prometido en campaña”.

 

Fue un profeta.

 

La historia de lo que pasó después la sabemos todos.

Es importante conocer la historia y aprender de sus lecciones. Nada ha cambiado desde entonces como para hacernos suponer que ahora “Podemos” pueda hacer lo que el PSOE entonces no pudo con un escenario muchísimo más favorable y una clase política sin comparación posible con la que ahora tenemos, incluidos los políticos que militan en el partido liderado por Pablo Iglesias.

 

Si entonces España tenía muy poco margen de acción, ahora no tiene ninguno. La Piel de Toro ha vendido al mejor postor los últimos restos de soberanía económica, política y militar que le quedaban. Por si fuera poco, cualquier partido político que quiera gobernar esta nación enferma y decadente se enfrenta a un 25% de paro que deja en anecdóticos aquellos 800.000 que heredó el PSOE en los ochenta; una economía en coma con un crecimiento ridículo completamente hipotecado por la falta de crecimiento de sus principales clientes; unas finanzas endeudadas de por vida que sobreviven gracias a una actividad caprichosa como el turismo, el pelotazo inmobiliario y el cuento; que es incapaz de producir una tuerca y que tiene todos los sectores estratégicos en manos privadas o subvencionados por la Unión Europea, con una de las peores tasas de productividad y competitividad de los países desarrollados, y que sin embargo destaca en los deportes y en el saber vivir bien, pero también en corrupción y fraude fiscal. Un país al que se le escapan los más jóvenes y los más listos y al que llegan todos los días cientos de personas desesperadas de forma irregular. Un país del que quieren independizarse algunos ciudadanos porque ni siquiera se consideran españoles. Y desde luego, si ser español es retratarse en lo anteriormente expuesto, no me extraña nada que no quieran ni siquiera intentar cambiarlo desde dentro.

 

“Podemos” tiene tirón porque le dice a la gente lo que quiere oír. Pero no dice la verdad. Para conseguir darle la vuelta a esto no es que haya que hacer sacrificios, es que habría que empezar por hacernos el harakiri como españoles y reencarnarnos en japoneses. Por lo demás, no veo cómo con estos ingredientes podemos hacer una paella decente por muy creativo y maravilloso que sea el chef.

 

Para empezar, y por poner un ejemplo, la propia Unión Europea no sabe cómo acabar con los paraísos fiscales sin que el capital se vaya de vacaciones a las islas Caimán o a Hong Kong. Ni siquiera “puede” con la City de Londres porque se arriesga a que Gran Bretaña se aleje para siempre de Europa y cree un bloque con Estados Unidos y Canadá. ¿Podrá “podemos” acabar con el fraude fiscal y a la vez evitar que se descapitalice el país –más aún de lo que ya se ha descapitalizado-? ¿Podrá “Podemos” tener una política monetaria soberana? ¿Podrá “podemos” nacionalizar la banca? ¿Podrá “Podemos” crear un modelo de estado que evite que Cataluña y País Vasco se divorcien de mutuo acuerdo o traumáticamente de España? ¿Podrá “Podemos” dar una respuesta al problema de la emigración irregular? ¿Podrá “Podemos” acabar con el paro y la economía sumergida? ¿Cómo piensa hacerlo? ¿Podrá crear un sistema económico alternativo en el que recuperemos nuestra capacidad productiva y abandonemos la dependencia de sectores frágiles y caprichosos? ¿Qué piensa hacer con la monarquía y con el ejército? ¿Qué propuesta medioambiental tienen? ¿Cuál es su solución energética?

 

En fin, para lograr un cambio sustancial sería necesario emplear una cantidad de energía tan brutal que sólo una revolución, con lo que eso implica, podría lograrlo. No basta con explotar unos cuantos petardos de colorines, hay que hacer detonar muchos cartuchos de TNT, o una bomba atómica, para desviar la corriente histórica de esta avalancha.

 

No creo que puedan, no creo que les dejen siquiera intentarlo, y no creo que, aunque pudieran y les dejaran, consiguieran evitar que esta corriente desastrosa en la que estamos naufragando se detenga. Entre otras cosas, porque es mundial.

 

Ojalá me equivoque. Sinceramente: ojalá pudiéramos.

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.