Los nuevos Lysenko
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Asistimos en nuestra época al florecimiento de una pléyade de “flautistas de Hamelín”, gentes con labia que aprovechan su presencia mediática para defender las ideas más disparatadas sobre cualquier asunto, prometiendo a los incautos que si se aceptan sus propuestas, ayunas de un mínimo rigor científico, va a mejorar nuestra vida.
Por desgracia, siempre encuentran público al que engañar, porque crédulos habitualmente hay muchos en este mundo, pero si consiguen relevancia política pueden causar un daño muy grave.
Estos cuentistas reciben particular atención por parte de los medios de comunicación, pues suelen ser divertidos y atraen la atención general a través de debates y controversias, que muchas veces se difunden sin que se controle la realidad de los argumentos empleados, como si cualquier opinión fuera igual de fundada que cualquier otra, creándose bajo el paraguas de que “todo es opinable” una auténtica fuente de desinformación social.
Esto tiene una consecuencia muy negativa: debido al carácter de espectáculo que tiene la información en nuestra sociedad mediática dejamos el debate sobre sus problemas no a los expertos de verdad que puedan plantear soluciones diversas, generalmente menos espectaculares y aburridas, sino a las ocurrencias de charlatanes de feria, siempre más divertidos, que son convertidos en una especie de “influencers” santos que nos van a salvar de malignas conspiraciones de poderes oscuros (gobiernos, multinacionales, conspiraciones globales), que aseguran son las causas de nuestros problemas.
En pleno siglo XXI nos dejamos engañar con facilidad. Basta recordar a cierta niña de gesto serio y distante que hace pocos años la publicidad convirtió en una especie de Juana de Arco contra el cambio climático.
Sin tener una mínima formación sobre un asunto tan complejo, gracias a una campaña de promoción diseñada por sus padres basada en el buenísmo, la filosofía “Bambi” y los gestos para la galería, logró ser recibida en “olor de santidad” por presidentes y parlamentos, como si sus frases huecas fueran el oráculo de Delfos.
Pocas veces se ha hecho tanto el ridículo a nivel mundial porque nadie se atrevía a decir la verdad: su discurso era una cáscara vacía. Lo importante y popular era hacerse una foto con ella y su corte de imitadores juveniles.
Pero inesperadamente llegó la pandemia. La atención pasó a otro tema y la nueva Juana de Arco medioambiental se quedó a las puertas de su Orleans: no era ya noticia de portada, algo que para estas criaturas mediáticas es casi como acabar en la hoguera del olvido.
Recordar como nacen, triunfan y caen este tipo de embaucadores es necesario para evitar que nos sorprendan.
Por ejemplo, conviene recordar el caso de Trofim Lysenko, que provocó que el desarrollo de la biología en la Unión Soviética se retrasase décadas y llevó a su país al hambre.
Hijo de una familia campesina, nació en Karlivka, Ucrania, entonces parte del Imperio Ruso. Se graduó en el Instituto Agrícola de Kiev y fue destinado a la Estación Experimental de Gyandzha, en Azerbaiyán.
En 1927, cuando Lysenko aún no tenía 30 años, el diario soviético Pravda —la publicación oficial del Partido Comunista— se hizo eco de una de sus primeras “investigaciones”.
En ella Lysenko afirmaba haber descubierto un método para abonar la tierra sin emplear fertilizantes o minerales y la manera para que una cosecha invernal de guisantes pudiera crecer en las estepas heladas de Azerbaiyán "reverdeciendo los yermos campos del Transcáucaso en el invierno, de tal manera que el ganado no muriera por falta de comida y los campesinos pudieran vivir el invierno sin temor por el futuro".
Por supuesto, la cosecha de guisantes de Lysenko nunca llegó a prosperar.
Sin embargo, eso no importaba: desde el momento en que su figura se convirtió en noticia como “científico descalzo” del pueblo, encarnación del mítico genio del campesino soviético, la fama, fortuna y poder de Lysenko prevalecerían durante años ocultando por sí mismas las evidencias de sus constantes fracasos, pues la prensa del Partido Comunista de la Unión Soviética, no podía reconocerlos y no informaba de ellos.
En las primeras décadas del siglo XX, la biología, la genética y la agricultura se guiaban mayoritariamente por la teoría de la selección natural de Darwin y las leyes de la herencia de Mendel.
En la Unión Soviética de los años 30, Lysenko, apoyado por el PCUS, poco a poco se convirtió en una figura influyente, y sus fantasiosas ideas, contrarias a las teorías darwinistas y mendelianas, empezaron a imponerse porque encontraron eco en un régimen político que buscaba fomentar una “ciencia soviética” adaptada a sus ideales colectivistas.
Lysenko como seguidor de las nociones de Lamarck, creía que los caracteres adquiridos durante la vida se heredaban, afirmaba que la herencia se podía cambiar “educando” a las plantas y negaba la existencia de genes.
Las pretensiones científicas de Lysenko (el “lysenkoismo”) deslumbraban tanto a los periodistas como a los funcionarios soviéticos, ya que reforzaban las teorías del partido sobre la creación de un “hombre nuevo soviético” a través de la educación proletaria, cuyas características pasarían a las futuras generaciones como herencia de caracteres adquiridos.
La negación por Lysenko de la selección natural de Darwin y de la genética mendeliana y su promoción del Lamarckismo condujo a políticas agrícolas ineficientes y dañinas en la URSS, que llevaron a crisis alimentarias, pérdida de cosechas y hambrunas generalizadas.
En una época en la que la naturaleza del ADN era ya universalmente admitida, la genética oficial soviética controlada por Lysenko afirmaba que los cromosomas y el ADN no eran sino simples deificaciones debidas a la superstición del capitalismo.
La genética de Lysenko rechazaba de plano el concepto de competencia intraespecífica, entre variedades o individuos de la misma especie, defendiendo por el contrario la interespecífica, es decir la lucha entre especies diferentes (“la lucha de clases”). De ahí que postulase la plantación de árboles en grupo cerrado, basada en la suposición de la cooperación y no competencia entre ellos. Sin embargo, tras un gran intento de reforestación basado en esos principios, a los pocos años solo sobrevivían el 15% de los árboles plantados.
Lysenko no sólo promovió prácticas agrícolas equivocadas, sino que, apoyado por su poder mediático y su peso en el PCUS se dedicó a desacreditar a científicos, académicos y genetistas de primer nivel contemporáneos, como el botánico y genetista soviético Nikolai Vavilov, quien murió en la cárcel por oponerse al lysenkoismo, argumentando sus jueces que sus experimentos aislados en laboratorios “no ayudaban al pueblo”.
Las teorías pseudocientíficas de Lysenko, que se alineaban con las políticas estalinistas, condujeron al declive de la investigación científica rigurosa en la Unión Soviética durante el mandato de Stalin hasta el punto de que para 1948, la investigación en genética fue virtualmente prohibida en la URSS y resultaba frecuente la desaparición y muerte de muchos genetistas en extrañas circunstancias.
El gobierno de la URSS y la ciencia soviética negaban hechos tan evidentes como la existencia de hormonas vegetales, de enfermedades víricas de las plantas, o la consecución del maíz híbrido obtenido por mejora genética en los Estados Unidos, su rival en la guerra fría, que era definido como una simple “estafa” de los genetistas occidentales para “servir a los intereses de las compañías capitalistas”.
Por el contrario, se exhibían los “éxitos” oficiales de la “nueva genética soviética”, como la interconversión de variedades vegetales, transformación de unas especies en otras, etc.
En 1964, la sesión plenaria del “Consejo de los Comisarios del Pueblo de la URSS” llegó a aprobar la adopción del método propuesto por el lysenkoismo que aseguraba que los toros pequeños, dotados de la propiedad de tener una descendencia cuyas hembras producían leche de alto contenido graso, cruzados con vacas grandes darían lugar a una descendencia en la que dominaría la propiedad del padre y producirían excelente leche grasa y en gran cantidad. Los resultados, mantenidos ocultos y falseados durante años, fueron que la producción de leche por vaca disminuyó.
Hubo que esperar varios años para que se descubriese que todo había sido una inmensa superchería, con informes y datos falseados durante más de cuarenta años, con las consecuencias finales de pérdidas de billones de rublos, desastrosas aventuras agrícolas, reforestaciones fracasadas, encarcelamiento y muerte de numerosos científicos que se atrevieron a discrepar de la ciencia oficial, aparte del tremendo atraso producido en las ciencias biológicas en la URSS, en contraste con el adecuado desarrollo en la misma de otras ramas científicas y tecnológicas. Lysenko, que nunca respondió del daño que había causado a su sociedad con la complicidad de los dirigentes comunistas, falleció en Moscú un 20 de noviembre de 1976.
El caso Lysenko nos recuerda las consecuencias de instrumentalizar la ciencia y los debates científicos desde la política, dejándolos en manos de charlatanes ignorantes aupados por intereses ideológicos como líderes de opinión.
Tomemos nota, pues en nuestros días Lysenko tiene numerosos imitadores que también hablan y pontifican sobre temas que ni conocen ni comprenden.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019
Asistimos en nuestra época al florecimiento de una pléyade de “flautistas de Hamelín”, gentes con labia que aprovechan su presencia mediática para defender las ideas más disparatadas sobre cualquier asunto, prometiendo a los incautos que si se aceptan sus propuestas, ayunas de un mínimo rigor científico, va a mejorar nuestra vida.
Por desgracia, siempre encuentran público al que engañar, porque crédulos habitualmente hay muchos en este mundo, pero si consiguen relevancia política pueden causar un daño muy grave.
Estos cuentistas reciben particular atención por parte de los medios de comunicación, pues suelen ser divertidos y atraen la atención general a través de debates y controversias, que muchas veces se difunden sin que se controle la realidad de los argumentos empleados, como si cualquier opinión fuera igual de fundada que cualquier otra, creándose bajo el paraguas de que “todo es opinable” una auténtica fuente de desinformación social.
Esto tiene una consecuencia muy negativa: debido al carácter de espectáculo que tiene la información en nuestra sociedad mediática dejamos el debate sobre sus problemas no a los expertos de verdad que puedan plantear soluciones diversas, generalmente menos espectaculares y aburridas, sino a las ocurrencias de charlatanes de feria, siempre más divertidos, que son convertidos en una especie de “influencers” santos que nos van a salvar de malignas conspiraciones de poderes oscuros (gobiernos, multinacionales, conspiraciones globales), que aseguran son las causas de nuestros problemas.
En pleno siglo XXI nos dejamos engañar con facilidad. Basta recordar a cierta niña de gesto serio y distante que hace pocos años la publicidad convirtió en una especie de Juana de Arco contra el cambio climático.
Sin tener una mínima formación sobre un asunto tan complejo, gracias a una campaña de promoción diseñada por sus padres basada en el buenísmo, la filosofía “Bambi” y los gestos para la galería, logró ser recibida en “olor de santidad” por presidentes y parlamentos, como si sus frases huecas fueran el oráculo de Delfos.
Pocas veces se ha hecho tanto el ridículo a nivel mundial porque nadie se atrevía a decir la verdad: su discurso era una cáscara vacía. Lo importante y popular era hacerse una foto con ella y su corte de imitadores juveniles.
Pero inesperadamente llegó la pandemia. La atención pasó a otro tema y la nueva Juana de Arco medioambiental se quedó a las puertas de su Orleans: no era ya noticia de portada, algo que para estas criaturas mediáticas es casi como acabar en la hoguera del olvido.
Recordar como nacen, triunfan y caen este tipo de embaucadores es necesario para evitar que nos sorprendan.
Por ejemplo, conviene recordar el caso de Trofim Lysenko, que provocó que el desarrollo de la biología en la Unión Soviética se retrasase décadas y llevó a su país al hambre.
Hijo de una familia campesina, nació en Karlivka, Ucrania, entonces parte del Imperio Ruso. Se graduó en el Instituto Agrícola de Kiev y fue destinado a la Estación Experimental de Gyandzha, en Azerbaiyán.
En 1927, cuando Lysenko aún no tenía 30 años, el diario soviético Pravda —la publicación oficial del Partido Comunista— se hizo eco de una de sus primeras “investigaciones”.
En ella Lysenko afirmaba haber descubierto un método para abonar la tierra sin emplear fertilizantes o minerales y la manera para que una cosecha invernal de guisantes pudiera crecer en las estepas heladas de Azerbaiyán "reverdeciendo los yermos campos del Transcáucaso en el invierno, de tal manera que el ganado no muriera por falta de comida y los campesinos pudieran vivir el invierno sin temor por el futuro".
Por supuesto, la cosecha de guisantes de Lysenko nunca llegó a prosperar.
Sin embargo, eso no importaba: desde el momento en que su figura se convirtió en noticia como “científico descalzo” del pueblo, encarnación del mítico genio del campesino soviético, la fama, fortuna y poder de Lysenko prevalecerían durante años ocultando por sí mismas las evidencias de sus constantes fracasos, pues la prensa del Partido Comunista de la Unión Soviética, no podía reconocerlos y no informaba de ellos.
En las primeras décadas del siglo XX, la biología, la genética y la agricultura se guiaban mayoritariamente por la teoría de la selección natural de Darwin y las leyes de la herencia de Mendel.
En la Unión Soviética de los años 30, Lysenko, apoyado por el PCUS, poco a poco se convirtió en una figura influyente, y sus fantasiosas ideas, contrarias a las teorías darwinistas y mendelianas, empezaron a imponerse porque encontraron eco en un régimen político que buscaba fomentar una “ciencia soviética” adaptada a sus ideales colectivistas.
Lysenko como seguidor de las nociones de Lamarck, creía que los caracteres adquiridos durante la vida se heredaban, afirmaba que la herencia se podía cambiar “educando” a las plantas y negaba la existencia de genes.
Las pretensiones científicas de Lysenko (el “lysenkoismo”) deslumbraban tanto a los periodistas como a los funcionarios soviéticos, ya que reforzaban las teorías del partido sobre la creación de un “hombre nuevo soviético” a través de la educación proletaria, cuyas características pasarían a las futuras generaciones como herencia de caracteres adquiridos.
La negación por Lysenko de la selección natural de Darwin y de la genética mendeliana y su promoción del Lamarckismo condujo a políticas agrícolas ineficientes y dañinas en la URSS, que llevaron a crisis alimentarias, pérdida de cosechas y hambrunas generalizadas.
En una época en la que la naturaleza del ADN era ya universalmente admitida, la genética oficial soviética controlada por Lysenko afirmaba que los cromosomas y el ADN no eran sino simples deificaciones debidas a la superstición del capitalismo.
La genética de Lysenko rechazaba de plano el concepto de competencia intraespecífica, entre variedades o individuos de la misma especie, defendiendo por el contrario la interespecífica, es decir la lucha entre especies diferentes (“la lucha de clases”). De ahí que postulase la plantación de árboles en grupo cerrado, basada en la suposición de la cooperación y no competencia entre ellos. Sin embargo, tras un gran intento de reforestación basado en esos principios, a los pocos años solo sobrevivían el 15% de los árboles plantados.
Lysenko no sólo promovió prácticas agrícolas equivocadas, sino que, apoyado por su poder mediático y su peso en el PCUS se dedicó a desacreditar a científicos, académicos y genetistas de primer nivel contemporáneos, como el botánico y genetista soviético Nikolai Vavilov, quien murió en la cárcel por oponerse al lysenkoismo, argumentando sus jueces que sus experimentos aislados en laboratorios “no ayudaban al pueblo”.
Las teorías pseudocientíficas de Lysenko, que se alineaban con las políticas estalinistas, condujeron al declive de la investigación científica rigurosa en la Unión Soviética durante el mandato de Stalin hasta el punto de que para 1948, la investigación en genética fue virtualmente prohibida en la URSS y resultaba frecuente la desaparición y muerte de muchos genetistas en extrañas circunstancias.
El gobierno de la URSS y la ciencia soviética negaban hechos tan evidentes como la existencia de hormonas vegetales, de enfermedades víricas de las plantas, o la consecución del maíz híbrido obtenido por mejora genética en los Estados Unidos, su rival en la guerra fría, que era definido como una simple “estafa” de los genetistas occidentales para “servir a los intereses de las compañías capitalistas”.
Por el contrario, se exhibían los “éxitos” oficiales de la “nueva genética soviética”, como la interconversión de variedades vegetales, transformación de unas especies en otras, etc.
En 1964, la sesión plenaria del “Consejo de los Comisarios del Pueblo de la URSS” llegó a aprobar la adopción del método propuesto por el lysenkoismo que aseguraba que los toros pequeños, dotados de la propiedad de tener una descendencia cuyas hembras producían leche de alto contenido graso, cruzados con vacas grandes darían lugar a una descendencia en la que dominaría la propiedad del padre y producirían excelente leche grasa y en gran cantidad. Los resultados, mantenidos ocultos y falseados durante años, fueron que la producción de leche por vaca disminuyó.
Hubo que esperar varios años para que se descubriese que todo había sido una inmensa superchería, con informes y datos falseados durante más de cuarenta años, con las consecuencias finales de pérdidas de billones de rublos, desastrosas aventuras agrícolas, reforestaciones fracasadas, encarcelamiento y muerte de numerosos científicos que se atrevieron a discrepar de la ciencia oficial, aparte del tremendo atraso producido en las ciencias biológicas en la URSS, en contraste con el adecuado desarrollo en la misma de otras ramas científicas y tecnológicas. Lysenko, que nunca respondió del daño que había causado a su sociedad con la complicidad de los dirigentes comunistas, falleció en Moscú un 20 de noviembre de 1976.
El caso Lysenko nos recuerda las consecuencias de instrumentalizar la ciencia y los debates científicos desde la política, dejándolos en manos de charlatanes ignorantes aupados por intereses ideológicos como líderes de opinión.
Tomemos nota, pues en nuestros días Lysenko tiene numerosos imitadores que también hablan y pontifican sobre temas que ni conocen ni comprenden.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019