El Olentzero y los guardias civiles de Areso
Estos días he estado repasando noticias sobre el Olentzero y sobre su origen y demás. El personaje se representaba como un muñeco vestido como un aldeano, con su camisola blanca, su blusón por encima, de mil rayas o azulón o su kaiku azul marino, su pañuelo al cuello de cuadros azules y blancos, sus pantalones de mahón, calzado con abarcas atadas con cuerdas sobre unos calcetines gruesos y tocado con la boina. En las zonas de más frío también aparece con un chaleco de lana de oveja lacha. Le ponen una pipa en la boca y barbas también. La cosa es que se identifique perfectamente con un personaje de entorno rural, agrícola, aunque su desempeño era el de carbonero, por lo que no está tampoco de más que vaya un poco sucio, con manchas de carbón hasta en la cara. Ese es el Olentzero típico al que se ponía encima de un carro y se paseaba por el pueblo, acompañado de gente vestida también de la misma forma o parecida. El Olentzero, se supone que, con el tiempo, se empezó a representar también con un personaje humano, vestido de igual manera, a ser posible grueso, aunque si el que lo representaba no era así se le ponían unos rellenos y ya estaba. De esa forma podía recibir también a los niños sentándolos encima de sus rodillas, asumiendo el rol de encargado, como un Papá Noel vasco, de traerles los regalos.
El Olentzero en el País Vasco, en origen, restringía su ámbito de aparición a las zonas de Guipúzcoa colindantes con Francia y al norte de Navarra. Parece ser que eso era debido a que su origen era francés, gascón concretamente, y esas zonas son las más próximas a Francia. Durante la Segunda República salió en desfile por San Sebastián, que es la capital vasca donde más tradición tiene su figura. Pero donde debía ser habitual era por los pueblecitos del norte de Navarra y del interior colindante de Guipúzcoa.
En su origen parece incluso que más que figura humana era un tronco de grandes proporciones que se ponía al fuego y que cuando se terminaba de quemar daba los regalos a los niños. Esto es algo también típico europeo y en Cataluña también hay otra versión. Pero vamos al personaje, que es lo que ha quedado. En tiempo del franquismo el Olentzero también salió. Hay testimonio documentado de su aparición en Lesaca, que es un pueblo del norte de Navarra, próximo a Guipúzcoa, donde desde 1956 el sacerdote navarro José Luis Ansorena Miranda (para la orden capuchina Padre Isidro de San Sebastián), director de las Juventudes de San Antonio de Pamplona, rescató la figura del Olentzero de un más que probable olvido definitivo y organizó una “Caravana Benéfico Navideña de ambiente regional”, destinando lo recaudado al asilo de San Martín, según consta en un documento del Gobierno Civil de Navarra de 1969 que da cuenta de los actos celebrados cada año con el mismo contenido desde 1956. El dato nos lo proporciona la investigadora de la Universidad de la Sorbona de París, Pilar Martínez Soto, en el artículo titulado “Olentzero: evolución de un mito”, publicado en el número 8 de la revista Antzina del año 2009.
Esta investigadora no parece conocer que en San Sebastián ya salía el personaje en procesión desde antes. Pío Baroja, en su entrañable obra “El País Vasco”, que consultamos por su primera edición de 1953, ya nos cuenta que “hace tiempo, en San Sebastián, decidieron restaurar una antigua fiesta vasca del día de Nochebuena: la fiesta del Olentzero u Olentzaro. La fiesta se reduce a pasear en andas un pelele de paja, sentado en una silla, que va fumando una pipa, entre ramos de laurel, cantarle unas coplas y después pegarle fuego”.
Durante el franquismo el Olentzero también apareció fuera de esa zona originaria de entre Guipúzcoa y Navarra. De 1968, por ejemplo, tenemos la noticia de que, en Nochebuena, en Vitoria, “a primeras horas de la noche recorrió las calles de la ciudad, con un grupo de jóvenes, el popular personaje «Olentzero», seguido de dos carrozas de carácter navideño, alegrando la población con los sones del chistu”. Ni que decir tiene que el protagonismo absoluto en la entrega de regalos por entonces lo tenían los Reyes Magos, pero ahí estaba también la figura del Olentzero en el País Vasco de entonces.
En Bilbao apareció también la figura, y tenemos testimonios en la prensa, desde 1950, que lo mencionan. En El Correo de Bilbao de 1971, por ejemplo, se decía: “La fiesta del Olentzero, al filo de la Nochebuena, es fiesta de alegría y juventud. Así lo entendieron dos grupos de Deusto y de Bilbao, y el año pasado sacaron el Olentzero por vez primera después de muchos años. El Olentzero, precedido por siete chistularis y un acordeonista y seguido de cincuenta chicos y chicas cantando y bailando, salió a las 3,45 de la tarde del complejo de los padres pasionistas. Terminado el paseo se le prendió fuego, según es tradición.”
Pero a partir de la Transición y hasta hoy la cuestión alrededor del Olentzero ha variado muy sustancialmente por un factor añadido que ha venido a pervertir por completo su significado histórico y tradicional. Y ese ha sido su utilización a destajo por parte del nacionalismo vasco. Y es que la figura del aldeano carbonero le ha venido a esta ideología que ni pintada para inculcar en la población una representación de lo vasco perfectamente sintonizada con sus fundamentos teóricos. De ahí se desprende su utilización intensiva desde el movimiento de las ikastolas, utilizado por el nacionalismo como primer ariete educativo e ideologizador, así como por los ayuntamientos gobernados por el nacionalismo, que son la inmensa mayoría en el País Vasco, así como por la televisión pública vasca, ETB, donde la emisión de programas navideños relacionados con el Olentzero en detrimento de los Reyes Magos, como portadores de regalos para los niños, es también abrumadora.
Y qué es lo que tiene el Olentzero que resulta tan atractivo y aprovechable por el nacionalismo. Pues básicamente que el personaje resulta una traslación perfecta de lo que, en origen, hizo la propia ideología nacionalista para manifestarse por primera vez: convertir lo agrario en el depósito de las esencias vascas. Todos los vascos en los que piensa el nacionalismo procederían en origen de un caserío. Por lo tanto, qué mejor que representar lo vasco por medio de un aldeano dedicado a carbonero, que es una práctica que se hace en lo más alto del monte. Por encima del carbonero, en sentido real e ideológico, ya no puede vivir nadie más. O, dicho de otro modo, más vasco que un carbonero ya no se puede ser.
Me van a permitir que use aquí, una vez más, un texto de Sabino Arana para demostrar lo que digo. Se trata de un párrafo de uno de sus primeros folletos, escrito en 1889, titulado “Pliegos Histórico-Políticos (II)”, bajo el epígrafe «Criterio nacionalista», donde dice: “Trepad, si no, estas montañas y llegad a uno de esos apartados caseríos, morada de los últimos ejemplares de esta singular raza prehistórica; entablad conversación con un anciano y un joven, no sea que atribuyáis a la edad lo que es efecto de los sentimientos innatos y carácter natural del corazón euskeldun. Tantead por de pronto su opinión sobre el estado actual de Euskeria, y os dirán francamente que es el de esclavitud, el estado más triste y desgraciado. Preguntadles su parecer sobre la manera de volver Euskeria a su antigua ventura, y notaréis que, antes de manifestaros nada, os miran con cierta expresión de sospecha y duda, como queriendo adivinar conocéis un medio más legítimo y seguro que el que ellos juzgan el más adecuado para aquel fin” (Obras Completas de Sabino Arana, tomo 1, pp. 84-85).
Quiere decirse que, para Sabino Arana y para todo el nacionalismo vasco posterior, la identidad vasca reside precisamente allí donde vive el Olentzero y que el Olentzero mismo podría ser perfectamente ese personaje que nos encontraríamos, según Sabino Arana, si trepáramos a las montañas y nos encontráramos con uno de los “últimos ejemplares de esta singular raza prehistórica”.
Por eso en el nacionalismo el Olentzero es tan importante y tan significativo. Porque no hay nadie mejor que él que represente lo que es un auténtico vasco para esta ideología. Y eso es lo que nos está transmitiendo la apropiación nacionalista de esta figura tradicional del folklore y de la cultura vasca, muy anterior a la existencia de la ideología sabiniana que hoy nos asola.
Entre los años 2003 y 2005, en el pueblecito de Areso en Navarra, que no llega a los 300 habitantes, el muñeco del Olentzero, una vez que, por Nochebuena, lo habían paseado por el pueblo y lo habían dejado en la plaza, desaparecía de allí y nadie sabía lo que pasaba. Un año lo encontraron junto a una señal de tráfico, fuera del pueblo. Otro año lo encontraron también en los arrabales todo destrozado. Hasta que al tercer año unos vecinos vieron que era un coche de la guardia civil el que entraba en el pueblo por la noche y se lo llevaba. El alcalde se lo contó al Delegado del Gobierno y lo que hicieron fue identificar a los guardias civiles que venían haciendo eso, los expedientaron y los cambiaron de servicio. Y luego pidieron disculpas, en nombre de la Benemérita, sobre lo que había pasado.
Esto hizo que el nacionalismo saltara de sus asientos y corroborara la tradicional persecución de la Guardia Civil sobre los elementos de identidad de lo vasco. Por ejemplo, el inefable Jose Mari Esparza Zabalegi, el director de la editorial Txalaparta de Tafalla, probablemente el que elabora la mejor representación por escrito de todo ese mundo (con el permiso de Joxe Azurmendi), le dedicó al episodio un capítulo de su infumable Cien razones por las que dejé de ser español. El capitulillo se titula “Liberar a Olentzero”. Y dice: “En realidad, más allá de haberlos cogido con las manos en la masa, a nadie extrañó esa inquina de los guardias hacia el muñeco solsticial: patrullando una Nochebuena por esos perdidos valles, malvistos, lejos de su tierra y aguantando costumbres que no entienden, los guardias arremetían contra el símbolo vasco de la Navidad como arremeterían contra el niñico Jesús si sospecharan que chapurreaba vascuence. Forma parte del libreto colonial” (op.cit., pp. 319-320).
Sin conocer siquiera el texto de Sabino Arana donde sitúa en lo alto de las montañas, en un perdido caserío, al mejor representante de la raza vasca –al Olentzero que siente de verdad lo que quiere y le conviene al pueblo vasco–, los guardias civiles que hicieron aquello debieron sentir también, de alguna manera, que ese muñeco era el causante de todos sus males, por ejemplo, para empezar, el de tener que estar en plena Nochebuena, lejos de su familia, patrullando unas carreteras en previsión de que no saliera por ahí un comando que les pusiera una bomba. Recordemos que Areso está cerca de Leiza, en Navarra, y cerca también de la comarca guipuzcoana de Tolosaldea, donde destacan localidades como Berástegui o Lizarza, aparte de Tolosa que es la cabecera. La zona en general, tanto de la parte navarra, donde está Areso, como de la guipuzcoana, ha sido de marcada actividad y refugio de comandos de ETA. Ayudándonos con el llamado “mapa del terror”, habilitado por Covite, tenemos que, si vamos de Leiza hasta Tolosa, ese itinerario nos da los siguientes asesinados por parte de ETA:
En Leiza:
Gregorio Hernández Corchete, 15 octubre 1982, calderero
José Javier Múgica Astibia, 14 julio 2001, concejal de UPN
En Erreka:
Juan Carlos Beiro Montes, 24 septiembre 2002, guardia civil
En Berástegui:
Pablo Garayalde Jaureguizábal, 2 enero 1982, taxista, por la Triple A, años antes había sufrido otro atentado por parte de ETA
En Lizarza:
Ramiro Quintero Ávila, 2 octubre 1978, guarda forestal
En Leaburu:
Mikel Uribe Aurkia, 14 julio 2001, ertzaina
En Ibarra:
Aurelio Prieto Prieto, 21 noviembre 1980, guardia civil
En Tolosa:
Antonio García Caballero, 21 julio 1978, policía municipal
Mariano Criado Ramajo, 5 noviembre 1978, guardia civil
Esteban Saez Gómez, 29 enero 1979, guardia civil.
Adolfo Mariñas Vence, 6 abril 1979, desempleado
Juan Francisco Bautista García, 14 abril 1979, guardia civil
Andrés Antonio Varela Rúa, 7 junio 1979, comandante infantería retirado
Ignacio Ibarguchi Erostarbe, 24 junio 1981, vendedor de libros, militante PNV
Pedro Conrado Martínez Castaños, 24 junio 1981, vendedor de libros
José Manuel Martínez Castaños, 24 junio 1981, vendedor de libros
José Ramón Joya Lago, 12 diciembre 1982, guardia civil
Joaquina Patricia Llanillo Borbolla, 12 febrero 1983, ama de casa, mujer de detective privado
Patxi Arratibel Fuentes, 11 febrero 1997, hostelero
Juan María Jáuregui Apalategui, 29 julio 2000, exgobernador civil de Guipúzcoa
Del total de 19 asesinados por ETA en la zona (hubo también, como hemos visto, un asesinado más por la Triple A, que no obstante también sufrió un atentado previo por ETA), 6 eran guardias civiles.
El año 2003, cuando empezaron unos guardias civiles a llevarse al Olentzero de Areso, ETA había asesinado a Joseba Pagazaortundua, jefe de la policía municipal en Andoáin (Guipúzcoa), que está a 24 minutos por carretera de Areso, y a dos policías nacionales en Sangüesa (Navarra).
A los guardias civiles que se llevaron esos tres años el Olentzero de Areso, seguro que se les preguntó, dentro de la investigación abierta para aclarar lo sucedido y para aplicarles la correspondiente sanción, por qué se estuvieron llevando el muñeco y por qué lo dejaban luego tirado o lo destrozaban. Hubiera estado bien saber qué contestaron. Vamos, yo habría dado algo por saberlo. Por ver si tenía algo que ver con la situación en la que vivían la Nochebuena, lejos de sus casas, añorando a sus familias, en una tierra donde había gente que no les quería, hasta el punto de que se asesinaba a sus compañeros de manera habitual y sobre ello se imponía la ley del silencio.
El nacionalismo no tuvo ninguna duda en relacionar el episodio con el odio ancestral de España al País Vasco. El caso es que el propio José Mari Esparza Zabalegi, que lo cuenta en su libro, como mencionábamos antes, desvía la argumentación situando el episodio dentro de una pugna entre Olentzero y Papá Noel, como si esos guardias civiles que se lo llevaban en Areso fueran partidarios de Papá Noel más que de Olentzero. Larga cambiada para desviar el tema y no ir a lo esencial. Y termina así el capítulo: “El secuestro del Olentzero de Areso es la metáfora del país que vivimos. O lo liberamos, o Papá Noel se adueñará de todo”.
Todavía en 2020 tuvo un coletazo esta historia, a raíz de la propuesta del Ayuntamiento de Lejona en Vizcaya (Leioa es ahora el nombre oficial) para que los niños le escribieran al Olentzero solo en eusquera, a riesgo de no recibir regalos si no lo hacían en ese idioma. Ante la protesta del grupo municipal del PP, diciendo que no tenían alma por jugar así con los deseos de los niños, los partidarios del eusquera en las cartas recordaron el caso del Olentzero “secuestrado” en Areso, diciendo que eso sí que fue no tener alma, lo de dejar a los niños sin regalos llevándose el Olentzero.
En la misma página de El Nervión de 29 de diciembre de 2005, donde se recogía el caso del Olentzero de Areso, podemos encontrar también las siguientes tres noticias de entonces:
- Detenidos dos presuntos etarras en Francia: los sospechosos, dos varones de unos 30 años, se saltaron un control de carreteras instalado en el centro del país. Las Fuerzas de Seguridad francesas han detenido a 34 miembros o colaboradores de la banda terrorista en lo que va de año.
- La Policía gala sospecha que tres miembros de ETA robaron casi 1300 kilos de polvo de aluminio el pasado 22 de diciembre en una empresa química de la región de Normandía, a 100 kilómetros al oeste de París. La sustancia sustraída se emplea en la fabricación de amonal, el explosivo que utiliza la banda terrorista, y en la creación de documentación falsa.
- ETA reivindica la colocación de 21 bombas en los dos últimos meses: ETA reivindicó ayer, en un comunicado remitido al diario Gara, la colocación de 21 artefactos explosivos en los dos últimos meses, desde el 25 de octubre hasta el 21 de diciembre pasados, entre los que figuran las cinco bombas colocadas en carreteras españolas coincidiendo con el Día de la Constitución. El resto de los ataques se refiere a cinco artefactos dirigidos contra juzgados, otros tantos contra empresas que se negaron a pagar el “impuesto revolucionario”, otro contra una discoteca, uno contra el Instituto Nacional de Empleo, las dos granadas colocadas en el aeropuerto de Santander y tres bombas contra oficinas de Correos. «Contra el aparato judicial español (refiriéndose a los atentados en juzgados); por negarse a aportar ayuda económica en favor de la libertad de Euskal Herria (en relación a las empresas); contra la Administración española (por los atentados contra el Inem)», son algunas de las explicaciones de ETA.
El delegado del Gobierno, una vez aclarado el caso de los guardias civiles y el Olentzero, expresó sus disculpas al Ayuntamiento de Areso y a todos sus vecinos por una conducta que calificó de “impropia del espíritu de servicio, abnegación e historia del Benemérito Instituto”.
Frente a los desafíos de la inmigración más reciente y la que está por venir, pero sobre todo para anular la presencia de la inmigración pasada, la del siglo XX, la procedente del resto de España, que nadie quiere reconocer pero que transformó por completo el paisaje urbano y demográfico vasco, el Olentzero representaría mejor que nadie el tarro de las esencias de la identidad vasca nacionalista: un individuo aislado, viviendo en lo más alto del monte, haciendo carbón, acompañado en todo caso por ciertos animales (ovejas, perro), que una vez al año baja al valle a anunciarnos que se acaba un año y empieza otro. Como esa situación solitaria en la que vivía el Olentzero podría llevarle a la autodestrucción (se le suele caracterizar con coloretes como buen bebedor) y no debía de parecer muy apetecible, ni siquiera mínimamente comprensible, para los niños que recibían sus regalos, desde 1994 –como está perfectamente documentado que ocurrió por primera vez ese año en San Sebastián–, se le hace acompañar de “Mari Domingi” (pronunciado “Mari Domingui”), una mujer vestida al modo supuestamente medieval (como la mentalidad nacionalista en la que se inspira), también procedente del ámbito agrícola y pastoril, lo mismo que Olentzero, porque ambos se erigen así en guardianes de esas esencias misteriosas que nadie ve nunca por la calle pero que hacen que el País Vasco sea distinto a cualquier otro ámbito que le rodea, distinción a la que todos sus habitantes deben rendir pleitesía para mayor gloria de la casta que nos gobierna.
Estos días he estado repasando noticias sobre el Olentzero y sobre su origen y demás. El personaje se representaba como un muñeco vestido como un aldeano, con su camisola blanca, su blusón por encima, de mil rayas o azulón o su kaiku azul marino, su pañuelo al cuello de cuadros azules y blancos, sus pantalones de mahón, calzado con abarcas atadas con cuerdas sobre unos calcetines gruesos y tocado con la boina. En las zonas de más frío también aparece con un chaleco de lana de oveja lacha. Le ponen una pipa en la boca y barbas también. La cosa es que se identifique perfectamente con un personaje de entorno rural, agrícola, aunque su desempeño era el de carbonero, por lo que no está tampoco de más que vaya un poco sucio, con manchas de carbón hasta en la cara. Ese es el Olentzero típico al que se ponía encima de un carro y se paseaba por el pueblo, acompañado de gente vestida también de la misma forma o parecida. El Olentzero, se supone que, con el tiempo, se empezó a representar también con un personaje humano, vestido de igual manera, a ser posible grueso, aunque si el que lo representaba no era así se le ponían unos rellenos y ya estaba. De esa forma podía recibir también a los niños sentándolos encima de sus rodillas, asumiendo el rol de encargado, como un Papá Noel vasco, de traerles los regalos.
El Olentzero en el País Vasco, en origen, restringía su ámbito de aparición a las zonas de Guipúzcoa colindantes con Francia y al norte de Navarra. Parece ser que eso era debido a que su origen era francés, gascón concretamente, y esas zonas son las más próximas a Francia. Durante la Segunda República salió en desfile por San Sebastián, que es la capital vasca donde más tradición tiene su figura. Pero donde debía ser habitual era por los pueblecitos del norte de Navarra y del interior colindante de Guipúzcoa.
En su origen parece incluso que más que figura humana era un tronco de grandes proporciones que se ponía al fuego y que cuando se terminaba de quemar daba los regalos a los niños. Esto es algo también típico europeo y en Cataluña también hay otra versión. Pero vamos al personaje, que es lo que ha quedado. En tiempo del franquismo el Olentzero también salió. Hay testimonio documentado de su aparición en Lesaca, que es un pueblo del norte de Navarra, próximo a Guipúzcoa, donde desde 1956 el sacerdote navarro José Luis Ansorena Miranda (para la orden capuchina Padre Isidro de San Sebastián), director de las Juventudes de San Antonio de Pamplona, rescató la figura del Olentzero de un más que probable olvido definitivo y organizó una “Caravana Benéfico Navideña de ambiente regional”, destinando lo recaudado al asilo de San Martín, según consta en un documento del Gobierno Civil de Navarra de 1969 que da cuenta de los actos celebrados cada año con el mismo contenido desde 1956. El dato nos lo proporciona la investigadora de la Universidad de la Sorbona de París, Pilar Martínez Soto, en el artículo titulado “Olentzero: evolución de un mito”, publicado en el número 8 de la revista Antzina del año 2009.
Esta investigadora no parece conocer que en San Sebastián ya salía el personaje en procesión desde antes. Pío Baroja, en su entrañable obra “El País Vasco”, que consultamos por su primera edición de 1953, ya nos cuenta que “hace tiempo, en San Sebastián, decidieron restaurar una antigua fiesta vasca del día de Nochebuena: la fiesta del Olentzero u Olentzaro. La fiesta se reduce a pasear en andas un pelele de paja, sentado en una silla, que va fumando una pipa, entre ramos de laurel, cantarle unas coplas y después pegarle fuego”.
Durante el franquismo el Olentzero también apareció fuera de esa zona originaria de entre Guipúzcoa y Navarra. De 1968, por ejemplo, tenemos la noticia de que, en Nochebuena, en Vitoria, “a primeras horas de la noche recorrió las calles de la ciudad, con un grupo de jóvenes, el popular personaje «Olentzero», seguido de dos carrozas de carácter navideño, alegrando la población con los sones del chistu”. Ni que decir tiene que el protagonismo absoluto en la entrega de regalos por entonces lo tenían los Reyes Magos, pero ahí estaba también la figura del Olentzero en el País Vasco de entonces.
En Bilbao apareció también la figura, y tenemos testimonios en la prensa, desde 1950, que lo mencionan. En El Correo de Bilbao de 1971, por ejemplo, se decía: “La fiesta del Olentzero, al filo de la Nochebuena, es fiesta de alegría y juventud. Así lo entendieron dos grupos de Deusto y de Bilbao, y el año pasado sacaron el Olentzero por vez primera después de muchos años. El Olentzero, precedido por siete chistularis y un acordeonista y seguido de cincuenta chicos y chicas cantando y bailando, salió a las 3,45 de la tarde del complejo de los padres pasionistas. Terminado el paseo se le prendió fuego, según es tradición.”
Pero a partir de la Transición y hasta hoy la cuestión alrededor del Olentzero ha variado muy sustancialmente por un factor añadido que ha venido a pervertir por completo su significado histórico y tradicional. Y ese ha sido su utilización a destajo por parte del nacionalismo vasco. Y es que la figura del aldeano carbonero le ha venido a esta ideología que ni pintada para inculcar en la población una representación de lo vasco perfectamente sintonizada con sus fundamentos teóricos. De ahí se desprende su utilización intensiva desde el movimiento de las ikastolas, utilizado por el nacionalismo como primer ariete educativo e ideologizador, así como por los ayuntamientos gobernados por el nacionalismo, que son la inmensa mayoría en el País Vasco, así como por la televisión pública vasca, ETB, donde la emisión de programas navideños relacionados con el Olentzero en detrimento de los Reyes Magos, como portadores de regalos para los niños, es también abrumadora.
Y qué es lo que tiene el Olentzero que resulta tan atractivo y aprovechable por el nacionalismo. Pues básicamente que el personaje resulta una traslación perfecta de lo que, en origen, hizo la propia ideología nacionalista para manifestarse por primera vez: convertir lo agrario en el depósito de las esencias vascas. Todos los vascos en los que piensa el nacionalismo procederían en origen de un caserío. Por lo tanto, qué mejor que representar lo vasco por medio de un aldeano dedicado a carbonero, que es una práctica que se hace en lo más alto del monte. Por encima del carbonero, en sentido real e ideológico, ya no puede vivir nadie más. O, dicho de otro modo, más vasco que un carbonero ya no se puede ser.
Me van a permitir que use aquí, una vez más, un texto de Sabino Arana para demostrar lo que digo. Se trata de un párrafo de uno de sus primeros folletos, escrito en 1889, titulado “Pliegos Histórico-Políticos (II)”, bajo el epígrafe «Criterio nacionalista», donde dice: “Trepad, si no, estas montañas y llegad a uno de esos apartados caseríos, morada de los últimos ejemplares de esta singular raza prehistórica; entablad conversación con un anciano y un joven, no sea que atribuyáis a la edad lo que es efecto de los sentimientos innatos y carácter natural del corazón euskeldun. Tantead por de pronto su opinión sobre el estado actual de Euskeria, y os dirán francamente que es el de esclavitud, el estado más triste y desgraciado. Preguntadles su parecer sobre la manera de volver Euskeria a su antigua ventura, y notaréis que, antes de manifestaros nada, os miran con cierta expresión de sospecha y duda, como queriendo adivinar conocéis un medio más legítimo y seguro que el que ellos juzgan el más adecuado para aquel fin” (Obras Completas de Sabino Arana, tomo 1, pp. 84-85).
Quiere decirse que, para Sabino Arana y para todo el nacionalismo vasco posterior, la identidad vasca reside precisamente allí donde vive el Olentzero y que el Olentzero mismo podría ser perfectamente ese personaje que nos encontraríamos, según Sabino Arana, si trepáramos a las montañas y nos encontráramos con uno de los “últimos ejemplares de esta singular raza prehistórica”.
Por eso en el nacionalismo el Olentzero es tan importante y tan significativo. Porque no hay nadie mejor que él que represente lo que es un auténtico vasco para esta ideología. Y eso es lo que nos está transmitiendo la apropiación nacionalista de esta figura tradicional del folklore y de la cultura vasca, muy anterior a la existencia de la ideología sabiniana que hoy nos asola.
Entre los años 2003 y 2005, en el pueblecito de Areso en Navarra, que no llega a los 300 habitantes, el muñeco del Olentzero, una vez que, por Nochebuena, lo habían paseado por el pueblo y lo habían dejado en la plaza, desaparecía de allí y nadie sabía lo que pasaba. Un año lo encontraron junto a una señal de tráfico, fuera del pueblo. Otro año lo encontraron también en los arrabales todo destrozado. Hasta que al tercer año unos vecinos vieron que era un coche de la guardia civil el que entraba en el pueblo por la noche y se lo llevaba. El alcalde se lo contó al Delegado del Gobierno y lo que hicieron fue identificar a los guardias civiles que venían haciendo eso, los expedientaron y los cambiaron de servicio. Y luego pidieron disculpas, en nombre de la Benemérita, sobre lo que había pasado.
Esto hizo que el nacionalismo saltara de sus asientos y corroborara la tradicional persecución de la Guardia Civil sobre los elementos de identidad de lo vasco. Por ejemplo, el inefable Jose Mari Esparza Zabalegi, el director de la editorial Txalaparta de Tafalla, probablemente el que elabora la mejor representación por escrito de todo ese mundo (con el permiso de Joxe Azurmendi), le dedicó al episodio un capítulo de su infumable Cien razones por las que dejé de ser español. El capitulillo se titula “Liberar a Olentzero”. Y dice: “En realidad, más allá de haberlos cogido con las manos en la masa, a nadie extrañó esa inquina de los guardias hacia el muñeco solsticial: patrullando una Nochebuena por esos perdidos valles, malvistos, lejos de su tierra y aguantando costumbres que no entienden, los guardias arremetían contra el símbolo vasco de la Navidad como arremeterían contra el niñico Jesús si sospecharan que chapurreaba vascuence. Forma parte del libreto colonial” (op.cit., pp. 319-320).
Sin conocer siquiera el texto de Sabino Arana donde sitúa en lo alto de las montañas, en un perdido caserío, al mejor representante de la raza vasca –al Olentzero que siente de verdad lo que quiere y le conviene al pueblo vasco–, los guardias civiles que hicieron aquello debieron sentir también, de alguna manera, que ese muñeco era el causante de todos sus males, por ejemplo, para empezar, el de tener que estar en plena Nochebuena, lejos de su familia, patrullando unas carreteras en previsión de que no saliera por ahí un comando que les pusiera una bomba. Recordemos que Areso está cerca de Leiza, en Navarra, y cerca también de la comarca guipuzcoana de Tolosaldea, donde destacan localidades como Berástegui o Lizarza, aparte de Tolosa que es la cabecera. La zona en general, tanto de la parte navarra, donde está Areso, como de la guipuzcoana, ha sido de marcada actividad y refugio de comandos de ETA. Ayudándonos con el llamado “mapa del terror”, habilitado por Covite, tenemos que, si vamos de Leiza hasta Tolosa, ese itinerario nos da los siguientes asesinados por parte de ETA:
En Leiza:
Gregorio Hernández Corchete, 15 octubre 1982, calderero
José Javier Múgica Astibia, 14 julio 2001, concejal de UPN
En Erreka:
Juan Carlos Beiro Montes, 24 septiembre 2002, guardia civil
En Berástegui:
Pablo Garayalde Jaureguizábal, 2 enero 1982, taxista, por la Triple A, años antes había sufrido otro atentado por parte de ETA
En Lizarza:
Ramiro Quintero Ávila, 2 octubre 1978, guarda forestal
En Leaburu:
Mikel Uribe Aurkia, 14 julio 2001, ertzaina
En Ibarra:
Aurelio Prieto Prieto, 21 noviembre 1980, guardia civil
En Tolosa:
Antonio García Caballero, 21 julio 1978, policía municipal
Mariano Criado Ramajo, 5 noviembre 1978, guardia civil
Esteban Saez Gómez, 29 enero 1979, guardia civil.
Adolfo Mariñas Vence, 6 abril 1979, desempleado
Juan Francisco Bautista García, 14 abril 1979, guardia civil
Andrés Antonio Varela Rúa, 7 junio 1979, comandante infantería retirado
Ignacio Ibarguchi Erostarbe, 24 junio 1981, vendedor de libros, militante PNV
Pedro Conrado Martínez Castaños, 24 junio 1981, vendedor de libros
José Manuel Martínez Castaños, 24 junio 1981, vendedor de libros
José Ramón Joya Lago, 12 diciembre 1982, guardia civil
Joaquina Patricia Llanillo Borbolla, 12 febrero 1983, ama de casa, mujer de detective privado
Patxi Arratibel Fuentes, 11 febrero 1997, hostelero
Juan María Jáuregui Apalategui, 29 julio 2000, exgobernador civil de Guipúzcoa
Del total de 19 asesinados por ETA en la zona (hubo también, como hemos visto, un asesinado más por la Triple A, que no obstante también sufrió un atentado previo por ETA), 6 eran guardias civiles.
El año 2003, cuando empezaron unos guardias civiles a llevarse al Olentzero de Areso, ETA había asesinado a Joseba Pagazaortundua, jefe de la policía municipal en Andoáin (Guipúzcoa), que está a 24 minutos por carretera de Areso, y a dos policías nacionales en Sangüesa (Navarra).
A los guardias civiles que se llevaron esos tres años el Olentzero de Areso, seguro que se les preguntó, dentro de la investigación abierta para aclarar lo sucedido y para aplicarles la correspondiente sanción, por qué se estuvieron llevando el muñeco y por qué lo dejaban luego tirado o lo destrozaban. Hubiera estado bien saber qué contestaron. Vamos, yo habría dado algo por saberlo. Por ver si tenía algo que ver con la situación en la que vivían la Nochebuena, lejos de sus casas, añorando a sus familias, en una tierra donde había gente que no les quería, hasta el punto de que se asesinaba a sus compañeros de manera habitual y sobre ello se imponía la ley del silencio.
El nacionalismo no tuvo ninguna duda en relacionar el episodio con el odio ancestral de España al País Vasco. El caso es que el propio José Mari Esparza Zabalegi, que lo cuenta en su libro, como mencionábamos antes, desvía la argumentación situando el episodio dentro de una pugna entre Olentzero y Papá Noel, como si esos guardias civiles que se lo llevaban en Areso fueran partidarios de Papá Noel más que de Olentzero. Larga cambiada para desviar el tema y no ir a lo esencial. Y termina así el capítulo: “El secuestro del Olentzero de Areso es la metáfora del país que vivimos. O lo liberamos, o Papá Noel se adueñará de todo”.
Todavía en 2020 tuvo un coletazo esta historia, a raíz de la propuesta del Ayuntamiento de Lejona en Vizcaya (Leioa es ahora el nombre oficial) para que los niños le escribieran al Olentzero solo en eusquera, a riesgo de no recibir regalos si no lo hacían en ese idioma. Ante la protesta del grupo municipal del PP, diciendo que no tenían alma por jugar así con los deseos de los niños, los partidarios del eusquera en las cartas recordaron el caso del Olentzero “secuestrado” en Areso, diciendo que eso sí que fue no tener alma, lo de dejar a los niños sin regalos llevándose el Olentzero.
En la misma página de El Nervión de 29 de diciembre de 2005, donde se recogía el caso del Olentzero de Areso, podemos encontrar también las siguientes tres noticias de entonces:
- Detenidos dos presuntos etarras en Francia: los sospechosos, dos varones de unos 30 años, se saltaron un control de carreteras instalado en el centro del país. Las Fuerzas de Seguridad francesas han detenido a 34 miembros o colaboradores de la banda terrorista en lo que va de año.
- La Policía gala sospecha que tres miembros de ETA robaron casi 1300 kilos de polvo de aluminio el pasado 22 de diciembre en una empresa química de la región de Normandía, a 100 kilómetros al oeste de París. La sustancia sustraída se emplea en la fabricación de amonal, el explosivo que utiliza la banda terrorista, y en la creación de documentación falsa.
- ETA reivindica la colocación de 21 bombas en los dos últimos meses: ETA reivindicó ayer, en un comunicado remitido al diario Gara, la colocación de 21 artefactos explosivos en los dos últimos meses, desde el 25 de octubre hasta el 21 de diciembre pasados, entre los que figuran las cinco bombas colocadas en carreteras españolas coincidiendo con el Día de la Constitución. El resto de los ataques se refiere a cinco artefactos dirigidos contra juzgados, otros tantos contra empresas que se negaron a pagar el “impuesto revolucionario”, otro contra una discoteca, uno contra el Instituto Nacional de Empleo, las dos granadas colocadas en el aeropuerto de Santander y tres bombas contra oficinas de Correos. «Contra el aparato judicial español (refiriéndose a los atentados en juzgados); por negarse a aportar ayuda económica en favor de la libertad de Euskal Herria (en relación a las empresas); contra la Administración española (por los atentados contra el Inem)», son algunas de las explicaciones de ETA.
El delegado del Gobierno, una vez aclarado el caso de los guardias civiles y el Olentzero, expresó sus disculpas al Ayuntamiento de Areso y a todos sus vecinos por una conducta que calificó de “impropia del espíritu de servicio, abnegación e historia del Benemérito Instituto”.
Frente a los desafíos de la inmigración más reciente y la que está por venir, pero sobre todo para anular la presencia de la inmigración pasada, la del siglo XX, la procedente del resto de España, que nadie quiere reconocer pero que transformó por completo el paisaje urbano y demográfico vasco, el Olentzero representaría mejor que nadie el tarro de las esencias de la identidad vasca nacionalista: un individuo aislado, viviendo en lo más alto del monte, haciendo carbón, acompañado en todo caso por ciertos animales (ovejas, perro), que una vez al año baja al valle a anunciarnos que se acaba un año y empieza otro. Como esa situación solitaria en la que vivía el Olentzero podría llevarle a la autodestrucción (se le suele caracterizar con coloretes como buen bebedor) y no debía de parecer muy apetecible, ni siquiera mínimamente comprensible, para los niños que recibían sus regalos, desde 1994 –como está perfectamente documentado que ocurrió por primera vez ese año en San Sebastián–, se le hace acompañar de “Mari Domingi” (pronunciado “Mari Domingui”), una mujer vestida al modo supuestamente medieval (como la mentalidad nacionalista en la que se inspira), también procedente del ámbito agrícola y pastoril, lo mismo que Olentzero, porque ambos se erigen así en guardianes de esas esencias misteriosas que nadie ve nunca por la calle pero que hacen que el País Vasco sea distinto a cualquier otro ámbito que le rodea, distinción a la que todos sus habitantes deben rendir pleitesía para mayor gloria de la casta que nos gobierna.