Un artículo de Eric de Mascureau
Navidad en el año 800: Europa vuelve a tener un emperador
Coronación de Carlomagno
Si un soberano recibió alguna vez un magnífico regalo de Navidad, ése fue el emperador Carlomagno. El 25 de diciembre de 800, el más famoso de todos los carolingios recibió la corona imperial de manos del Papa León III. Este acto histórico marcó un giro decisivo en el destino de Europa y del mundo cristiano. La elección del día de Navidad no fue casual: esta fecha, en la que se celebraba el nacimiento de Cristo, confería también al acontecimiento una dimensión espiritual y política. En este día solemne, Carlomagno fue elevado al rango de los antiguos Césares y Basileus de Bizancio, uniendo la idea de la realeza terrenal a la del reino divino.
Imperator Romanorum
La coronación de Carlomagno tuvo lugar en Roma, en la antigua basílica de San Pedro. En un principio, el rey de los francos había acudido allí para apoyar al papa León III, que atravesaba serias dificultades. Durante algunos años, León III había estado más preocupado por los asuntos terrenales que por los espirituales. Como soberano de vastos territorios en el corazón de Italia, tenía que enfrentarse periódicamente al descontento de la aristocracia romana, que acusaba al vicario de Cristo de diversos delitos e incluso pretendía su destitución. Ante este descontento, Carlomagno hizo valer su papel de protector de la Iglesia prestando apoyo militar y político al soberano pontífice. A cambio, León III vio en Carlomagno un valioso aliado para restaurar su autoridad y fortalecer la posición del papado.
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— Letras Inquietas (@let_inquietas) December 22, 2024
Durante la misa de Navidad, se llevó a cabo un gesto espectacular y altamente simbólico: León III colocó una corona sobre la cabeza de Carlomagno y lo proclamó Imperator Romanorum, es decir, Emperador de los Romanos. Esta coronación, a menudo presentada como una iniciativa espontánea del Papa, fue en realidad el fruto de tratados políticos concluidos por el Papado en agradecimiento por el rescate político de Carlomagno. Este acontecimiento consagró una alianza estratégica entre el poder espiritual de la Iglesia y el poder temporal del rey de los francos. Sin embargo, se dice que Carlomagno abandonó la ceremonia furioso. En efecto, el ritual realizado por el Papa simbolizaba la sumisión del nuevo emperador a la Iglesia, afirmando que todo el poder procedía únicamente de ella. Mil años más tarde, Napoleón aprendería la lección de este episodio y se cuidaría de coronarse a sí mismo.
Una respuesta a las crisis de la época
A pesar de este inconveniente, la coronación de Carlomagno supuso una solución a los numerosos males que aquejaban a Europa en la Alta Edad Media. Desde la caída del Imperio Romano de Occidente en 476, el continente se había dividido en una serie de reinos bárbaros a menudo inestables. Invasiones, luchas dinásticas y el colapso de las estructuras políticas habían sumido a Europa en un periodo de agitación e incluso conflicto. Al ser coronado emperador, Carlomagno afirmó su deseo de restaurar la unidad política y construir un orden estable y duradero a través de su nuevo imperio, que se extendía desde los Pirineos hasta el Elba y desde el norte de Italia hasta el Mar del Norte.
La elección del título de «Emperador de los Romanos» también fue significativa. Carlomagno se presentaba ahora como heredero de los antiguos emperadores romanos de Occidente y protector de la cristiandad. Sin embargo, este título también le situaba en rivalidad con el Basileus de Bizancio, que también reivindicaba ser el depositario de la herencia romana. Esta reivindicación anunciaba la aparición de un poder político y religioso distinto en Occidente, capaz de competir con el Imperio bizantino.
Una alianza política y espiritual duradera
La coronación de Carlomagno también abrió el camino a siglos de tradición para las monarquías europeas. Al aceptar ser coronado por el Papa, Carlomagno estableció una estrecha relación entre el poder espiritual y el temporal. Este modelo, que vertebró la Europa medieval, estableció al emperador como protector de la Iglesia y garante del orden cristiano. Más tarde, esta visión continuó con la creación del Sacro Imperio Romano Germánico.
Para la Iglesia, la coronación era también una forma de reforzar su autoridad haciendo que los soberanos dependieran de su bendición. A cambio, los reyes y reinas de Europa encontraban en esta alianza una justificación sagrada para su reinado. La imagen de Carlomagno arrodillado ante el Papa dejó una impresión duradera, simbolizando una Europa unificada bajo la fe cristiana, una ambición que seguiría siendo un ideal durante siglos.
Por esta razón, la coronación de Carlomagno, que tuvo lugar el día de Navidad del año 800 d.C., fue mucho más que una simple ceremonia: reflejó una nueva visión política y espiritual de Europa. Al elegir el 25 de diciembre, Carlomagno y León III situaron este acontecimiento en una continuidad sagrada, asociando el nacimiento de Cristo con el renacimiento de un imperio cristiano. Esta coronación marcó el fin de la era de los reinos bárbaros y el advenimiento de una nueva Europa estructurada en torno a la alianza entre el trono y el altar. El 25 de diciembre de 800 encarna a la vez un retorno al orden y una promesa de futuro bajo el estandarte de la fe y la civilización.
Nota: Cortesía de Boulevard Voltaire
Coronación de CarlomagnoSi un soberano recibió alguna vez un magnífico regalo de Navidad, ése fue el emperador Carlomagno. El 25 de diciembre de 800, el más famoso de todos los carolingios recibió la corona imperial de manos del Papa León III. Este acto histórico marcó un giro decisivo en el destino de Europa y del mundo cristiano. La elección del día de Navidad no fue casual: esta fecha, en la que se celebraba el nacimiento de Cristo, confería también al acontecimiento una dimensión espiritual y política. En este día solemne, Carlomagno fue elevado al rango de los antiguos Césares y Basileus de Bizancio, uniendo la idea de la realeza terrenal a la del reino divino.
Imperator Romanorum
La coronación de Carlomagno tuvo lugar en Roma, en la antigua basílica de San Pedro. En un principio, el rey de los francos había acudido allí para apoyar al papa León III, que atravesaba serias dificultades. Durante algunos años, León III había estado más preocupado por los asuntos terrenales que por los espirituales. Como soberano de vastos territorios en el corazón de Italia, tenía que enfrentarse periódicamente al descontento de la aristocracia romana, que acusaba al vicario de Cristo de diversos delitos e incluso pretendía su destitución. Ante este descontento, Carlomagno hizo valer su papel de protector de la Iglesia prestando apoyo militar y político al soberano pontífice. A cambio, León III vio en Carlomagno un valioso aliado para restaurar su autoridad y fortalecer la posición del papado.
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Durante la misa de Navidad, se llevó a cabo un gesto espectacular y altamente simbólico: León III colocó una corona sobre la cabeza de Carlomagno y lo proclamó Imperator Romanorum, es decir, Emperador de los Romanos. Esta coronación, a menudo presentada como una iniciativa espontánea del Papa, fue en realidad el fruto de tratados políticos concluidos por el Papado en agradecimiento por el rescate político de Carlomagno. Este acontecimiento consagró una alianza estratégica entre el poder espiritual de la Iglesia y el poder temporal del rey de los francos. Sin embargo, se dice que Carlomagno abandonó la ceremonia furioso. En efecto, el ritual realizado por el Papa simbolizaba la sumisión del nuevo emperador a la Iglesia, afirmando que todo el poder procedía únicamente de ella. Mil años más tarde, Napoleón aprendería la lección de este episodio y se cuidaría de coronarse a sí mismo.
Una respuesta a las crisis de la época
A pesar de este inconveniente, la coronación de Carlomagno supuso una solución a los numerosos males que aquejaban a Europa en la Alta Edad Media. Desde la caída del Imperio Romano de Occidente en 476, el continente se había dividido en una serie de reinos bárbaros a menudo inestables. Invasiones, luchas dinásticas y el colapso de las estructuras políticas habían sumido a Europa en un periodo de agitación e incluso conflicto. Al ser coronado emperador, Carlomagno afirmó su deseo de restaurar la unidad política y construir un orden estable y duradero a través de su nuevo imperio, que se extendía desde los Pirineos hasta el Elba y desde el norte de Italia hasta el Mar del Norte.
La elección del título de «Emperador de los Romanos» también fue significativa. Carlomagno se presentaba ahora como heredero de los antiguos emperadores romanos de Occidente y protector de la cristiandad. Sin embargo, este título también le situaba en rivalidad con el Basileus de Bizancio, que también reivindicaba ser el depositario de la herencia romana. Esta reivindicación anunciaba la aparición de un poder político y religioso distinto en Occidente, capaz de competir con el Imperio bizantino.
Una alianza política y espiritual duradera
La coronación de Carlomagno también abrió el camino a siglos de tradición para las monarquías europeas. Al aceptar ser coronado por el Papa, Carlomagno estableció una estrecha relación entre el poder espiritual y el temporal. Este modelo, que vertebró la Europa medieval, estableció al emperador como protector de la Iglesia y garante del orden cristiano. Más tarde, esta visión continuó con la creación del Sacro Imperio Romano Germánico.
Para la Iglesia, la coronación era también una forma de reforzar su autoridad haciendo que los soberanos dependieran de su bendición. A cambio, los reyes y reinas de Europa encontraban en esta alianza una justificación sagrada para su reinado. La imagen de Carlomagno arrodillado ante el Papa dejó una impresión duradera, simbolizando una Europa unificada bajo la fe cristiana, una ambición que seguiría siendo un ideal durante siglos.
Por esta razón, la coronación de Carlomagno, que tuvo lugar el día de Navidad del año 800 d.C., fue mucho más que una simple ceremonia: reflejó una nueva visión política y espiritual de Europa. Al elegir el 25 de diciembre, Carlomagno y León III situaron este acontecimiento en una continuidad sagrada, asociando el nacimiento de Cristo con el renacimiento de un imperio cristiano. Esta coronación marcó el fin de la era de los reinos bárbaros y el advenimiento de una nueva Europa estructurada en torno a la alianza entre el trono y el altar. El 25 de diciembre de 800 encarna a la vez un retorno al orden y una promesa de futuro bajo el estandarte de la fe y la civilización.
Nota: Cortesía de Boulevard Voltaire







