Sobre la manifestación del sábado en Bilbao
Este sábado está anunciada una gran manifestación en Bilbao, otra más, en favor de los presos de ETA. Es una auténtica vergüenza que las mayores expresiones de la voluntad popular como son las manifestaciones, en el País Vasco solo estén relacionadas con este tipo de cuestiones. La llamada izquierda abertzale, con el tiempo y con la capacidad atemorizadora y aglutinadora que le ha dado el terrorismo de ETA, ha educado a una gran parte de la población vasca para actuar así. Los tienen controlados en los pueblitos de la Euscadi profunda, que dominan desde hace décadas por medio del terror, donde ejercen a placer la presión social y física de hacer lo que ellos dicen y de pensar lo que ellos quieren, y de vez en cuando les sacan en autobuses fletados para la ocasión y les plantan por miles en Bilbao o en San Sebastián para allí manifestarse y hacer ver qué es lo que quiere “la mayoría de este pueblo”.
Todo demasiado evidente como para no apreciar el grado de manipulación social que hay debajo de estas manifestaciones. Eso no es democracia, eso es control social descarado, subvencionado, perfectamente organizado, donde luego son dos o tres los que hablan por todos y los que son aplaudidos y vitoreados. Necesitan hacerlo así para demostrar que mandan, que la gente hace lo que ellos dicen. Controlar pueblos pequeños es relativamente sencillo. Hay unos ayuntamientos que reparten prebendas, hay una opinión pública cortada a cuchillo por el nacionalismo. Basta luego trasladarles a las principales capitales, a Bilbao, a San Sebastián, para que la población de dichas capitales se dé cuenta de quién corta el bacalao, de quién manda en la calle.
Y luego tenemos a gente como Jose Mari Esparza Zabalegi, el editor de Chalaparta, que escribe un libro titulado 100 razones por las que dejé de ser español, donde explica en qué consiste el nacionalismo, que no es más que un odio refinado, destilado, madurado durante décadas, a España y todo lo español. Muchas veces sin saber muy bien por qué. Hasta incluso parece que les cuesta expresarlo de tantas cosas que se les acumulan en la imaginación cuando piensan en España y lo español, todas malas, todas repulsivas, todas insoportables.
Esparza llega un punto en el libro que dice: “Aunque los vascos no hubiéramos tenido Estado de Navarra, ni Fueros, ni Derecho, ni Árbol e Gernika, ni carlismo, ni aranismo, sería lo mismo. No vamos hacia el pasado sino hacia el futuro” (25). Quiere decirse que daría igual no tener argumentos históricos ni culturales ni científicos. No queremos saber nada de España y punto.
Como cuando dice: “Con Madrid lejos, todo resulta más fácil” (147).
España es racista a más no poder. De hecho, llega a pensar esta gilipollada: “Si los vascos fuéramos negros, ya seríamos independientes. Nos hubieran echado” (198).
Pero Esparza es incapaz de explicar que toda la aversión y todos los comportamientos repudiables que España, como dice él, tiene contra los vascos, solo se explican por la presencia de una organización terrorista que mataba a gente por la espalda, a traición, sin avisar, como alimañas que persiguen a su presa a la que quieren pillar siempre de improviso, para que no se pueda defender, para que su asesinato no suponga ningún riesgo para ellos.
Este hombre no quiere entender que todo lo que dice de la tortura y de las persecuciones y de los encarcelamientos solo existía porque existía ETA. De hecho, se acabó ETA y se acabaron las denuncias por torturas, las persecuciones, los encarcelamientos. ¿Por qué será? Si España era tan terrible, ¿por qué una vez que ha terminado ETA no hemos vuelto a saber nada de todo aquello tan abominable que hacía España al parecer porque sí, sin motivo y sin razón?
Es como cuando dice: “A las cárceles españolas debe el independentismo vasco su insobornable madurez. Toda la perfidia empleada para castigar a los prisioneros y a su entorno no ha hecho sino convencernos que la crueldad del Estado es mil veces mayor que la de toda la insurgencia vasca. Y que es más digno empuñar una pistola por cualquier causa que torturar durante veinticinco años, fríamente, a un prisionero indefenso” (305). Eso es. De modo que el Estado, ante el terrorismo, no tiene que encarcelar a sus ejecutores. Y en todo caso, les tiene que proporcionar un trato adecuado y considerado, porque si no es mucho mejor coger la pistola y seguir matando gente. Y la tortura que no se olvide. Que esa es la culpable de que existiera ETA.
Así es como piensan los de la manifestación en favor de los presos de este sábado en Bilbao. Así que cuando veamos a semejante cantidad de gente recorriendo las calles de la capital vizcaína ya sabemos cómo piensan y si nos interesaría o no sumarnos a su itinerario.
Dice Esparza de su infancia: “En esos años tiernos, en los que las almas se moldean cual plastilina, me educaron como un españolito más, esto es, como un imbécil” (53). Y cómo cree él que el nacionalismo vasco está educando ahora a los que están en la edad de aprender. Y cómo cree que el nacionalismo vasco educa y manipula ahora a toda esa masa de la Euscadi profunda que se manifiesta este sábado en Bilbao por los presos de ETA.
Para Esparza “el atraso es el sello identitario de España” (98). En cambio, los vascos que se manifiestan este sábado en Bilbao por los presos de ETA representan el progreso, el avance social, la superación de todos los atrasos.
Dice Esparza: “Para una nación, como para cualquier persona, ser independiente es una forma de madurez; supone adquirir el desarrollo como individuo o como pueblo” (328). Entonces, ¿ser independiente, según él, es acudir como borregos a una manifestación masiva donde todos piensan igual, sin matices, sin fisuras?
Donde todos piensan que “el matrimonio España-Euskal Herria está en crisis. Eso nadie lo niega. Siempre lo estuvo. El macho hispano nunca aceptó el divorcio de la novia vasca. (…) Son dos votos y con uno basta. Se acabó. Si, como dicen, verdaderamente nos amasen, nada les haría más felices que vernos dichosos, nuestra felicidad sería la suya. Todas las demás razones de este libro son minucias frente a este argumento. Ni la Historia, ni la cultura, ni la lengua, tienen el peso demoledor de un pueblo que decida pedir el divorcio” (363).
O sea, para Esparza la relación entre el País Vasco y el resto de España en realidad es como una relación de pareja, de igual a igual, donde puede que se lleven bien pero, como pasa en este caso, siempre se han llevado mal y ha sido España, ejerciendo de macho hispano, la que siempre ha querido tener sometida a Euscadi, como novia indefensa, a su voluntad.
Así es como piensa esta gente y así es como piensan la inmensa mayoría de quienes acudirán este sábado a la gran manifestación de Bilbao en favor de los presos de ETA. Si esa es la mayoría social del País Vasco, como efectivamente lo es, ¿qué porvenir nos espera aquí al resto?
Este sábado está anunciada una gran manifestación en Bilbao, otra más, en favor de los presos de ETA. Es una auténtica vergüenza que las mayores expresiones de la voluntad popular como son las manifestaciones, en el País Vasco solo estén relacionadas con este tipo de cuestiones. La llamada izquierda abertzale, con el tiempo y con la capacidad atemorizadora y aglutinadora que le ha dado el terrorismo de ETA, ha educado a una gran parte de la población vasca para actuar así. Los tienen controlados en los pueblitos de la Euscadi profunda, que dominan desde hace décadas por medio del terror, donde ejercen a placer la presión social y física de hacer lo que ellos dicen y de pensar lo que ellos quieren, y de vez en cuando les sacan en autobuses fletados para la ocasión y les plantan por miles en Bilbao o en San Sebastián para allí manifestarse y hacer ver qué es lo que quiere “la mayoría de este pueblo”.
Todo demasiado evidente como para no apreciar el grado de manipulación social que hay debajo de estas manifestaciones. Eso no es democracia, eso es control social descarado, subvencionado, perfectamente organizado, donde luego son dos o tres los que hablan por todos y los que son aplaudidos y vitoreados. Necesitan hacerlo así para demostrar que mandan, que la gente hace lo que ellos dicen. Controlar pueblos pequeños es relativamente sencillo. Hay unos ayuntamientos que reparten prebendas, hay una opinión pública cortada a cuchillo por el nacionalismo. Basta luego trasladarles a las principales capitales, a Bilbao, a San Sebastián, para que la población de dichas capitales se dé cuenta de quién corta el bacalao, de quién manda en la calle.
Y luego tenemos a gente como Jose Mari Esparza Zabalegi, el editor de Chalaparta, que escribe un libro titulado 100 razones por las que dejé de ser español, donde explica en qué consiste el nacionalismo, que no es más que un odio refinado, destilado, madurado durante décadas, a España y todo lo español. Muchas veces sin saber muy bien por qué. Hasta incluso parece que les cuesta expresarlo de tantas cosas que se les acumulan en la imaginación cuando piensan en España y lo español, todas malas, todas repulsivas, todas insoportables.
Esparza llega un punto en el libro que dice: “Aunque los vascos no hubiéramos tenido Estado de Navarra, ni Fueros, ni Derecho, ni Árbol e Gernika, ni carlismo, ni aranismo, sería lo mismo. No vamos hacia el pasado sino hacia el futuro” (25). Quiere decirse que daría igual no tener argumentos históricos ni culturales ni científicos. No queremos saber nada de España y punto.
Como cuando dice: “Con Madrid lejos, todo resulta más fácil” (147).
España es racista a más no poder. De hecho, llega a pensar esta gilipollada: “Si los vascos fuéramos negros, ya seríamos independientes. Nos hubieran echado” (198).
Pero Esparza es incapaz de explicar que toda la aversión y todos los comportamientos repudiables que España, como dice él, tiene contra los vascos, solo se explican por la presencia de una organización terrorista que mataba a gente por la espalda, a traición, sin avisar, como alimañas que persiguen a su presa a la que quieren pillar siempre de improviso, para que no se pueda defender, para que su asesinato no suponga ningún riesgo para ellos.
Este hombre no quiere entender que todo lo que dice de la tortura y de las persecuciones y de los encarcelamientos solo existía porque existía ETA. De hecho, se acabó ETA y se acabaron las denuncias por torturas, las persecuciones, los encarcelamientos. ¿Por qué será? Si España era tan terrible, ¿por qué una vez que ha terminado ETA no hemos vuelto a saber nada de todo aquello tan abominable que hacía España al parecer porque sí, sin motivo y sin razón?
Es como cuando dice: “A las cárceles españolas debe el independentismo vasco su insobornable madurez. Toda la perfidia empleada para castigar a los prisioneros y a su entorno no ha hecho sino convencernos que la crueldad del Estado es mil veces mayor que la de toda la insurgencia vasca. Y que es más digno empuñar una pistola por cualquier causa que torturar durante veinticinco años, fríamente, a un prisionero indefenso” (305). Eso es. De modo que el Estado, ante el terrorismo, no tiene que encarcelar a sus ejecutores. Y en todo caso, les tiene que proporcionar un trato adecuado y considerado, porque si no es mucho mejor coger la pistola y seguir matando gente. Y la tortura que no se olvide. Que esa es la culpable de que existiera ETA.
Así es como piensan los de la manifestación en favor de los presos de este sábado en Bilbao. Así que cuando veamos a semejante cantidad de gente recorriendo las calles de la capital vizcaína ya sabemos cómo piensan y si nos interesaría o no sumarnos a su itinerario.
Dice Esparza de su infancia: “En esos años tiernos, en los que las almas se moldean cual plastilina, me educaron como un españolito más, esto es, como un imbécil” (53). Y cómo cree él que el nacionalismo vasco está educando ahora a los que están en la edad de aprender. Y cómo cree que el nacionalismo vasco educa y manipula ahora a toda esa masa de la Euscadi profunda que se manifiesta este sábado en Bilbao por los presos de ETA.
Para Esparza “el atraso es el sello identitario de España” (98). En cambio, los vascos que se manifiestan este sábado en Bilbao por los presos de ETA representan el progreso, el avance social, la superación de todos los atrasos.
Dice Esparza: “Para una nación, como para cualquier persona, ser independiente es una forma de madurez; supone adquirir el desarrollo como individuo o como pueblo” (328). Entonces, ¿ser independiente, según él, es acudir como borregos a una manifestación masiva donde todos piensan igual, sin matices, sin fisuras?
Donde todos piensan que “el matrimonio España-Euskal Herria está en crisis. Eso nadie lo niega. Siempre lo estuvo. El macho hispano nunca aceptó el divorcio de la novia vasca. (…) Son dos votos y con uno basta. Se acabó. Si, como dicen, verdaderamente nos amasen, nada les haría más felices que vernos dichosos, nuestra felicidad sería la suya. Todas las demás razones de este libro son minucias frente a este argumento. Ni la Historia, ni la cultura, ni la lengua, tienen el peso demoledor de un pueblo que decida pedir el divorcio” (363).
O sea, para Esparza la relación entre el País Vasco y el resto de España en realidad es como una relación de pareja, de igual a igual, donde puede que se lleven bien pero, como pasa en este caso, siempre se han llevado mal y ha sido España, ejerciendo de macho hispano, la que siempre ha querido tener sometida a Euscadi, como novia indefensa, a su voluntad.
Así es como piensa esta gente y así es como piensan la inmensa mayoría de quienes acudirán este sábado a la gran manifestación de Bilbao en favor de los presos de ETA. Si esa es la mayoría social del País Vasco, como efectivamente lo es, ¿qué porvenir nos espera aquí al resto?