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Gabriel Lanswok
Sábado, 11 de Enero de 2025 Tiempo de lectura:

Como rosas abiertas al dolor

Este año fue el fin para muchos, uno más para muchos otros, y este que empieza será el último para varios miles más. Mientras unos cuantos viven estos días con el peso entre las sienes, algunos otros, hipnotizados por el optimismo de los felices años veinte, se agarrotan como cada enero en una orgía de metas y objetivos por cumplir. Es cierto, la cotidianidad exige que dejemos a un lado cualquier pensamiento triste que, ¿cómo dicen?, nos incapacite. Necesitamos trabajar y cuidar a nuestra familia, amar y ser amados, ayudar a otros y ser felices mientras lo hacemos. Pese a ello, siento que detrás del acto de enumerar todo aquello que deseamos conseguir, añadiendo fechas, escaleras de avance y muestras pequeñas de logro, se esconde algo más radical: una pugna contra la muerte.

 

Una acción tan simple como nuestra intención de año nuevo puede ser una muestra de resistencia o de escape. Igual que una madre que sabe que va a morir y decide resistirse y hacer lo que sea buscando salvar a su hijo mientras las fuerzas de sus piernas aún le pertenezcan, así nuestra vida cobra sentido, no en función del desenlace en el que caeremos, y tampoco huyendo u olvidándonos de él. Más hay otra forma. Negándose a contemplar el rostro demacrado de nuestro futuro, el ser humano lucharía por enfrascar su atención en la vida, pero esta vez su atención sería frenética a causa de la huida, volcado en sí mismo, ciego al dolor ajeno. Cual caballo, el hombre contemporáneo se encontraría con las gríngolas del miedo en un movimiento tan frenético que no podría aceptar su tembloroso cuerpo. ¿No es acaso eso lo que observamos? Personas que buscan solo el dinero sin saber si podrán gastarlo, que exigen un año lleno de “éxitos” y movimiento sin saber si podrán llegar a ver siquiera un día más. Y en Internet todo lo que se ve es eso: felicidad y dinero. A la brillantez de la bolsa que llevó a La Gran Depresión, la cotidianidad transparentada en redes sociales se me observa similar: como caballos persiguiendo el sueño americano sobre un puente de humo, verde y mojado. Como dice un antiguo proverbio: “Todos van al mismo lugar. Todos vienen del polvo y todos volverán a él”. Así, al igual que el consumismo a crédito se precipitó al caos y a la miseria de los treinta, nosotros implosionaremos al reencontrarnos, cuando todo se detenga, con un mundo doloroso, real, más allá de lo virtual.

 

Ayer comencé a leer “Hermana Muerte” de Thomas Wolfe, después de haber intentado consolar a una mujer espléndida que lloraba por alguien a quien nunca había conocido. Rabiosa, aullaba por una joven de 23 años que contra el cáncer había perdido, por una niña cuya belleza por envejecer ahora se encontraba detenida sin vida. El texto relata la historia de un joven que es testigo de cómo la muerte hace acto de presencia al rodear cada esquina, cada tiempo y luna asfalta, cada flor de hierro y hormigón. La muerte pasea por la ciudad junto a él. La ciudad es la muerte. No como una sombra secreta y escondida; que se esconde dispuesta a sorprender. Más bien como una ciudad, algo cotidiano que ocurre sin sorpresa para quien la observa entre dos quehaceres, perdido entre los segundos y las cosas por hacer. Sin embargo, no es una experiencia frecuente para alguien que recurre a la distracción, al licor y a la eyaculación para no verse punzado por el pensamiento y la nada. Velando a una muerte siempre presente.

 

El  año viejo ha quedado atrás como una antigua y gastada exhalación. Algunos lo vitorean con sus corrosivas almas en alza. Se ha vencido al sistema y el dinero ha aumentado. En cambio, pocas personas son como rosas abiertas al dolor, rosas rojas llenas de sangre y de desolación. Muchas filosofías y tradiciones procuran alejarse del ahogamiento de la humanidad, surgidas algunas como apoyo al sistema, otras como último bastión y reacción a una crisis. Procurando su felicidad, las personas se sumen en un camino espiritualmente deficiente. Desconectadas de lo que en la existencia palpita tan alto, se sumergen muy dentro del éxito económico y consumista, del polvo de la política gerencial, muy dentro del placer y la prostitución virtual. Todo para que el llanto no llegue a asustarlos. Pocas personas son tan hermosas como para sentir la tierna punzada de un corazón ajeno, de cuya existencia la ciudad creciente olvida.

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