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Miércoles, 15 de Enero de 2025 Tiempo de lectura:
Un artículo de Gianfranco de Turris

Las profecías de Orwell: Un escritor olvidado y condenado al ostracismo

George OrwellGeorge Orwell

George Orwell, nacido Eric Blair (1903-1950), es el periodista y escritor que siempre será recordado por haber advertido a sus compatriotas y a Occidente en su conjunto contra la dictadura del pensamiento implantada también, y quizá sobre todo, por la dictadura de la palabra y contra una pseudodemocracia basada únicamente en las apariencias. Me vienen a la mente sus dos novelas más famosas, o al menos las que más se recuerdan hoy de su vasta producción: Rebelión en la granja, de 1943, donde se ha hecho inmortal la frase de los cerdos dirigida a las demás bestias: «Todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros»; y 1984, publicada en 1948 y cuyo guión parece haberse terminado ahora en 2024, es decir, 40 años después de la fecha que había previsto, porque el mismo hombre que indicó cómo, en los hechos concretos, en la conservación de la memoria y el recuerdo, en el uso preciso del papel impreso, se jugaba el destino de la humanidad, hoy, en lugar de 2018, como recordaba el Corriere della Sera el 27 de agosto de 2024, todos sus archivos se han dispersado. ..

 

¿Qué significa esto? Significa que una importante editorial, habiendo comprado la que había impreso sus libros hasta su muerte, decidió, por razones triviales, las de la falta de espacio, regalar ciertos archivos y entre ellos, por casualidad, precisamente el de Orwell, que ciertamente no es un autor menor y desconocido, y en consecuencia todo lo que contenían, desde los textos originales hasta los borradores, notas, correspondencia, etc., todo, realmente todo, se dispersó, todo, realmente todo, estaba disperso, no reunido en un solo lugar, sino desperdigado entre particulares, librerías, bibliotecas, simplemente porque la persona que debía llevar a cabo esta mudanza había decidido dárselo a alguien y había exigido la exorbitante suma de un millón de libras. Al no conseguirlo, en lugar de negociar, repartió el material del archivo Orwell entre muchas personas, de modo que e escritor fue golpeado precisamente donde era más típico y característico.

 

 

Llegados a este punto, no podemos dejar de recordar la figura del Gran Hermano inmortalizada en 1984. El título italiano deriva de la traducción literal del inglés Big Brother, que significa simplemente «hermano mayor», el que nos ayuda en el camino, el que acude en nuestra ayuda en los momentos difíciles. Esto no es inmediatamente obvio en la versión italiana, y puede entenderse en parte pensando que el escritor eligió esta definición en contraste (y quizá lo fuera) con el término Little Father atribuido a Stalin y, antes que él, al Zar.

 

Ahora bien, el protagonista de 1984, Winston Smith, trabaja en el Ministerio de la Verdad, que se encarga de actualizar, o más bien adaptar, libros, diccionarios y enciclopedias a la cambiante situación política e histórica del momento, suprimiendo nombres y hechos y añadiendo otros, lo que es propio de las dictaduras del pensamiento que quieren hacer olvidar ciertas cosas y retener sólo otras, según otro principio inmortal: quien controla el pasado controla el presente, y quien controla el presente controla el futuro.

 

El escritor también tuvo la idea de adjuntar a su novela un breve ensayo sobre los Principios de la Novo-lengua, que utilizó para demostrar cómo podría existir una dictadura simplemente influyendo en las palabras, un ensayo que un editor inteligente y previsor debería decidir reeditar de forma autónoma con un aparato crítico y tópico adecuado.

 

La neolengua, o novolengua, es el lenguaje que nos permite decir todo y lo contrario de todo sin que resulte ilógico o contradictorio: por poner un ejemplo, guerra significa paz (y viceversa). Y no es eso lo que está pasando hoy, donde ciertas palabras tienen que usarse de una determinada manera y otras no, o incluso están absolutamente prohibidas, donde el Gran Hermano se llama ahora políticamente correcto, que fue concebido e impuesto por la élite académica estadounidense y que luego se extendió como la pólvora y se convirtió en una especie de sentido común artificial gracias a los intelectuales y los medios de comunicación, hasta llegar a la reciente cultura woke, que significa «¡despierta!». Por supuesto, despertar, abrir los ojos, llegar a la infame cultura cancel, que quiere borrar todo lo que no se ajuste a los criterios de lo políticamente correcto, hasta el punto de destruir monumentos, derribar estatuas y prohibir libros.

 

 

Y estamos en el meollo del problema, porque de un César monocrático y autoritario que impone su voluntad y sus gustos a sus súbditos, en definitiva, del Gran Hermano como comúnmente le oímos llamar, hemos pasado a un César democrático de mil cabezas al que le gustaría dictar su ley a todo el mundo en una temblorosa mezcla de corrección política y respetabilidad/bien-pensancia. E incluso esta buena noticia nos llega de Estados Unidos, donde, recordemos, hace algún tiempo una profesora de historia del arte fue despedida de su colegio por las protestas de las familias de los alumnos a los que se había atrevido a enseñar, ¡pobrecita, una imagen del David de Miguel Ángel! Afortunadamente, el alcalde de Florencia la invitó a visitar la ciudad...

 

Lea el reportaje de Il Giornale del 8 de octubre de 2024, en el que Alessandro Gnocchi describe cómo el PEN Club ha publicado un dossier sobre los «libros prohibidos» en Estados Unidos, aquellos que son considerados como tales en el país de las libertades democráticas por excelencia. No son menos de diez mil (10.000) los que no pueden incluirse en las bibliotecas de la enseñanza pública, escuelas, ferias del libro, etc. Estados como Florida, Iowa y Wisconsin destacan por su legislación restrictiva, una tendencia a la censura que se ha intensificado en los últimos cinco años.

 

Así pues, cancelar la cultura no sólo forma parte del movimiento woke, sino que se ha convertido prácticamente en algo «institucional»: de la demolición de monumentos hemos pasado a la demolición del pensamiento. Sin paradojas, podemos suponer que en el siglo XXI no hay mucha diferencia entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética en cuanto a la libertad de expresión de las ideas, como profetizó Julius Evola en los años treinta. Y como el pobre George Orwell, ahora condenado al ostracismo, nos advirtió en vano....

 

En el estado actual de las cosas en Estados Unidos, no quisiéramos que fuera tan paradójico o absurdo que, incluso en la nación de las libertades por excelencia, se pudiera crear un ministerio para la represión del vicio y la promoción de la virtud, como en el Irán de los ayatolás, y que, por otro lado, acabáramos con la sociedad descrita en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury hace 70 años, pero igual de actual, donde los bomberos no apagan fuegos, sino que los provocan. . ¡todo sea dicho! Culpable de decir demasiadas cosas diferentes a riesgo de confundir a los pobres lectores, como explica el jefe de bomberos a un joven asistente desconcertado. Por desgracia, la cultura de la anulación es fundamentalmente similar...

 

Nota: Cortesía de Euro-Synergies

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