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Lunes, 27 de Enero de 2025 Tiempo de lectura:
Un artículo de Andrea Marcigliano

Democracias de libertad limitada

Las noticias son escasas. Y lo que es más, no la difunden los grandes medios de comunicación. Una pequeña nota a pie de página, en resumen.

 

Thierry Breton es un antiguo comisario europeo. Un francés. Dejó la Comisión en polémica con Ursula von der Leyen. Por razones internas a los complejos equilibrios de la cumbre burocrática europea. Pero eso no es lo que nos interesa hoy.

 

Breton sigue siendo un importante representante de Francia. Con una larga trayectoria como ministro, en verdad siempre de asuntos interiores. Un técnico, si se quiere. E incluso eso, francamente, tendría para nosotros un interés extremadamente relativo.

 

 

Pero hoy habla de las próximas elecciones alemanas. Lo cual es bastante extraño... y lo que es aún más extraño es que Breton hable claro. Dice alto y claro que, sí, la democracia es buena, y las elecciones son buenas... pero sólo si los resultados coinciden con la línea adoptada por la Unión Europea.

 

De lo contrario, no cuentan. Y hay que rehacerlas.

 

Ahora, prescindamos de nuestro inefable francés (que sin embargo ha dado una voz clara a los razonamientos de ciertas cumbres europeas) y razonemos un poco. A grandes rasgos.

 

Los hombres y mujeres que gravitan en torno a la Comisión Europea, o que forman parte de ella, están evidentemente a favor de la democracia. Aunque, no lo olvidemos, nunca han sido elegidos, sino escogidos por cumbres burocráticas. Libres de cualquier control electoral.

 

Están a favor de la democracia... siempre que confirme sus decisiones. De lo contrario... no cuenta y volvemos a empezar. Las cosas se rehacen hasta que el resultado de las elecciones coincide con lo que ellos decidieron a priori.

 

En esencia, la democracia en Europa sólo sirve para confirmar, e inevitablemente reforzar, las decisiones de esas supuestas élites que nunca han sido elegidas por nadie. Elegidas por derecho divino, claro. O, más exactamente, porque son los representantes de ciertos intereses, de círculos cerrados que nada tienen que ver con el pueblo y su voluntad. Todo lo contrario.

 

Personas que, además, son despreciadas. Porque se les considera inmaduros, estúpidos y obtusos. Y que deben adaptarse a las decisiones de sus señores. O, más exactamente, de quienes, en la sombra, los mandan y maniobran.

 

Todo esto es claro y, en verdad, extremadamente sencillo de entender. Aquí, en el mundo occidental, esto se llama Democracia. Con mayúscula. Y pobre de ti si no te inclinas o incluso te postras ante ella. Te arriesgas a ser considerado un paria, un fascista o algo peor.

 

Pero esto también se aplica, y sobre todo, cuando las decisiones de estos líderes iluminados van en contra de los intereses de la mayoría. O, incluso, cuando planean reducir nuestro número -o incluso extinguirnos a escala masiva- y empujar al mayor número posible de personas a la pobreza y otros desarrollos similares.

 

Tenemos que entenderlo. Y tenerlo presente. Lo que, por desgracia, rara vez ocurre. La mayoría de la gente ve la televisión. Y se tragan todo lo que les dan de comer.

 

Así que Putin es malo. Los chinos son desagradables y deshonestos. Vivimos en el mejor de los mundos posibles... como para hacer estremecer al Cándido de Voltaire.

 

Nota: Cortesía de Euro-Synergies

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