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Elena García
Jueves, 23 de Enero de 2025 Tiempo de lectura:

Frente al "Me Too" el "Yo nunca"

Sí, hay muchos millones de mujeres que dicen “yo nunca me someteré a los deseos libidinosos de un hombre”, “Yo nunca perderé mi dignidad por conseguir ciertos puestos, ciertos papeles, poder, una buena nota o una vida de lujos”. O, quizá, “nunca cederé ante los deseos de un hombre que dice quererme hasta que no me demuestre que es así”. Para eso estaba antes el matrimonio, esta institución tan caduca que, aunque no a todas, protegía a muchas mujeres.

 

Yo creí que las víctimas eran aquellas mujeres anónimas que por decir “no” fueron relegadas ante las que dijeron “sí”, utilizando sus favores para conseguir ventajas de algún tipo, aunque el “sí” después fuese aparente, porque en realidad al cabo del tiempo era un “no”. ¡Pobre juez el que tenga que dilucidar si el “sí” era un “no” o el “no” era un “sí”! ¡Menudo lio!

 

Ahora resulta que las víctimas son las otras, las que jugaban con fuego, las imprudentes, las ligeras, las inconsecuentes. Si no fuera porque las consecuencias que la tan traída y llevada liberación sexual esta teniendo para la sociedad, aumento de las enfermedades de transmisión sexual (ETS), bajada de la natalidad -hasta el punto en que nuestra sociedad y cultura, corren el peligro de desaparecer-, aumento de la inestabilidad emocional, etc., podríamos considerar que el vodevil que inunda los medios de comunicación nos entretiene mejor que cualquier película de humor.

 

El caso es que muchas de estas mujeres que al cabo del tiempo han denunciado a sus amigos de fiesta como abusadores, en su momento sacaron partido de sus relaciones. Vimos carreras meteóricas en el cine y en la política. Mujeres que, de la noche a la mañana, obtuvieron los papeles que querían o se convirtieron en diputadas, ministras, concejales, directoras generales y otros puestos, con jugosos sueldos, sin que previamente tuviesen carrera política o profesional. Mujeres de brillante curriculum como haber trabajado de dependientas, cajeras, encuestadoras y traductoras, que a los 28 se convierten en personajes que tienen que tomar decisiones de gran responsabilidad, concejalas de importantes municipios o ministras del país. Y lo cierto es que nunca la valía, la preparación y el talento de la mujer estuvieron más desprestigiados que en estos días de cuotas y de liberación femenina en que ya no se sabe si está ahí por sus méritos o por las cuotas o favores. 

 

Aunque en realidad ante la propaganda o “educación” que reciben las niñas y jóvenes hoy día, dirigida hacia la satisfacción de ciertos deseos, -siempre que no aumenten el colesterol, el aumento de las ETS da igual- propios o estimulados, cuando el sexo se ha trivializado y separado del sentimiento, del compromiso y de la procreación, lo que tendría que extrañarnos es que ciertas mujeres, las que han recibido esta clase de educación y la han asimilado, sean tan desconsideradas, tan insolidarias, como para negarle a un pobre hombre la satisfacción de sus deseos. Recuérdese la tan famosa y citada novela de Un mundo feliz. En esta sociedad no hay violadores, ni sobones, ni acosadores, porque “todos están a disposición de todos”, es la coherencia total. Si estimulas los deseos tienes que poner al alcance de todos aquello que los satisfará. Los queridos progres fingen escandalizarse porque una mujer no es “respetada” cuando dice “no” a mitad de la película. Se han ido al hotel a ver la película con su bolsa de palomitas incluida, pero él se pone pesado, y de la película quiere pasar a la acción; después la coaccionada hasta que no pasa un tiempo no se da cuenta de que ella se sintió acosada.

 

Ah -y lo peor de todo- amigas y compañeras intimas durante años del acosador, del sobón, no advierten cómo es él. Qué poca perspicacia, qué ingenuidad, la de estas mujeres liberadas y liberadoras. Nuestras madres antes nos enseñaban a ser más desconfiadas, más cautas.

 

El caso es que todas estas liberadoras y liberadores no llevan sus ideas hasta sus últimas consecuencias. Entre otras cosas porque no se pueden defender unos principios y negar después lo que se deriva de ellos.

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