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Viernes, 07 de Febrero de 2025 Tiempo de lectura:
Un artículo de Aleksandr Duguin

La palabra «liberal» se está convirtiendo en un insulto en Estados Unidos

Lo que está ocurriendo en Estados Unidos tras la victoria de Trump en las elecciones presidenciales, su toma de posesión y la forma en que se está produciendo el traspaso de poderes, demuestra que estamos ante un rápido proceso de revolución conservadora en Estados Unidos. El sistema de valores está cambiando literalmente para convertirse en otra cosa. Lo que Trump y su equipo están proclamando y los primeros pasos que están dando van en una dirección muy diferente de la ideología liberal de izquierdas que sustenta las políticas, estrategias y acciones de los globalistas.

 

De hecho, lo que está ocurriendo hoy es una transformación muy profunda e incluso una escisión de Occidente en dos polos opuestos. Uno de estos polos sigue siendo el izquierdista-liberal y globalista, encarnado por Biden y prácticamente todos sus predecesores, incluido el republicano George W. Bush Jr, porque este último no representaba una alternativa a esta agenda izquierdista-liberal.

 

El segundo polo, en cambio, es Trump y el trumpismo. Se trata de una América conservadora, que de hecho rechaza la ideología liberal de izquierdas, al tiempo que afirma una ideología conservadora de derechas. Hay que subrayar que ya ni siquiera se trata de un liberalismo de derechas, sino de un conservadurismo de derechas, puesto que muchos representantes del trumpismo hablan de valores posliberales y rechazan el liberalismo.

 

La propia palabra «liberal» se está convirtiendo en un insulto en Estados Unidos. Y estos cambios son tan dinámicos y tan rápidos que mucha gente aún no se ha dado cuenta de la importancia de las transformaciones que se están produciendo en Occidente en general y en la sociedad estadounidense en particular.

 

Los valores liberales de izquierda de los globalistas están siendo sustituidos por valores tradicionales. Estamos pasando del progresismo liberal al conservadurismo, o incluso al tradicionalismo. De hecho, Trump y los trumpistas están promoviendo un sistema de valores que, en muchos sentidos y formas, se parece al de Rusia. Y en este sentido, el decreto nº 809 de Putin sobre los valores tradicionales, nuestra prohibición de la perversión y de toda política de género, la apelación al patriotismo, la prioridad de lo espiritual sobre lo material y muchos otros valores, está empezando a ser aplicado por Trump en Estados Unidos.

 

 

Lo sorprendente es la rapidez con que lo está haciendo. Aunque las personas que compartían tales puntos de vista eran, no hace mucho tiempo, grupos marginales a los que simplemente no se les daba la mano y eran constantemente «descartados» por la cultura de la anulación, llamándoles con nombres terribles como «extrema derecha», «fascistas» y demás, resulta que tras la llegada de Trump al poder, ahora se les sitúa en el centro. El apoyo que reciben los conservadores y tradicionalistas de derechas en la sociedad estadounidense es enorme. Y a diferencia del primer mandato de Trump, se han convertido en una tendencia sociopolítica de primer orden.

 

Es extremadamente importante que los rusos entendamos cómo actuar en esta situación. Porque uno de los aspectos más importantes de nuestra identidad civilizatoria, aquel en nombre del cual hemos desafiado al globalismo, ahora de alguna manera ha sido tomado por los trumpistas. En este contexto, además del dinamismo, la determinación, la extravagancia y la radicalidad de lo que ocurre en Estados Unidos, los rusos ya no parecemos tan vanguardistas y pioneros.

 

No, no renunciamos al liderazgo en este ámbito, que es nuestra mayor fuerza: la proclamación de los valores tradicionales, la prohibición de la política de género y muchas otras cosas buenas e importantes adoptadas por Rusia en los últimos años, pero no hemos conseguido dar lustre y dinamismo a nuestra reivindicación de la identidad, los valores tradicionales y los ideales conservadores.

 

Todo este proceso está teniendo lugar en nuestro país de forma muy lenta y vacilante, con constantes retrocesos, retrocesos y correcciones frente al liberalismo. Además, es evidente que una parte importante de nuestras élites se ha visto obligada a aceptar una actitud positiva hacia los valores tradicionales, percibiéndolos como algo temporal y formal, con la esperanza de que pronto desaparezcan.

 

De ahí que nuestro profundo giro conservador surja ahora como «de una manta o una almohada», algo amortiguado e inseguro. Lo que realmente tenemos que hacer es promover con orgullo estas ideas, dándoles una forma bella y atractiva en forma de vídeos musicales, nuevos programas de televisión, debates, obras de arte, etcétera.

 

Por supuesto, el hecho de que hoy el Decreto 809 reciba tanta atención y se aplique en todas partes es algo muy positivo. Pero parece que aún no hemos conseguido inculcar estos valores tradicionales a nuestra clase dirigente. Todo se hace «en sentido figurado». Los que mandan sólo creen parcialmente en la necesidad de ese cambio de valores, o no creen en absoluto en ellos y sólo fingen estar de acuerdo. Todo esto es perfectamente perceptible y visible. Sobre todo si se compara con las dinámicas transformaciones conservadoras del trumpismo. Por eso no debemos mantenernos al margen.

 

Por el contrario, es importante que llevemos nuestra estrategia conservadora-ideológica a un nivel fundamentalmente distinto. No temer a nada, proclamar nuestros valores, intereses e ideales, defender nuestra identidad. Y hablar más del gran pueblo ruso, de nuestro Imperio, de la importancia de la Ortodoxia. Por supuesto, subrayando al mismo tiempo que en nuestro Imperio, el pueblo ruso, que forma el Estado, ocupa el lugar más importante junto al resto de los gloriosos pueblos euroasiáticos. Además de la Ortodoxia, nuestra religión principal y madre, que define toda nuestra identidad histórica, existen otras creencias tradicionales.

 

Sin embargo, seguimos postrándonos una y otra vez, disculpándonos y poniendo excusas. Y eso no es bueno. Basta ya de tonterías izquierdistas, liberales, occidentales, seculares, modernistas y posmodernistas que incluso los estadounidenses se niegan a aceptar. Somos rusos, ¡Dios está con nosotros! Nuestros valores tradicionales están con nosotros y no necesitamos a la OMS ni la sanción del capitalismo al que estamos apegados desde 1990. Construyamos la Gran Rusia, establezcamos nuestro poder, revivamos y restauremos el Imperio en todo su esplendor y poder. Y debemos luchar sin piedad contra las dolorosas tendencias nihilistas, la perversión, la decadencia y la corrupción que existen en el mundo.

 

 

Es hora de que reunamos nuestras fuerzas y demos un nuevo impulso a nuestras reformas patrióticas y al retorno a los valores tradicionales. Y esto requiere tanto la rotación de las élites (para lo que necesitamos crear un DOGE -Department of Government Efficiency- similar al de Estados Unidos, que dirige Elon Musk) como la liberación del potencial creativo de la gente corriente, de nuestro pueblo. Sin eso, no llegaremos a ser verdaderamente convincentes, ni siquiera para nosotros mismos.

 

De lo contrario, todos nuestros puntos fuertes, todos nuestros aspectos positivos y todas nuestras diferencias fundamentales no sólo desaparecerán, sino que perderán su brillo, su filo y su relevancia al verse eclipsados y superados por otros. Por quienes no sólo no son nuestros amigos y socios, sino que utilizan su giro conservador para reforzar su propia hegemonía mundial.

 

Es esencial que tracemos una línea clara entre lo que aceptamos y aplaudimos en el trumpismo y lo que en él sigue siendo nuestro enemigo. Porque si Trump vuelve a hacer grande a Estados Unidos, como promete, sólo podemos esperar hacer lo mismo con Rusia. No tenemos un acrónimo como MAGA, Make America Great Again, y no lo necesitamos. Pero Rusia necesita recuperar su grandeza en todos los ámbitos, saliendo de un largo periodo de letargo social y cultural. O florecemos ahora y damos un salto hacia el futuro, o lo pasaremos mal más adelante.

 

Nota: Cortesía de Euro-Synergies

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