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Arturo Aldecoa Ruiz
Sábado, 08 de Febrero de 2025 Tiempo de lectura:

Un presente para el César

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¿Qué me dirían ustedes si les cuento que el regalo más valioso que recibió Nerón en toda su vida no fue una joya ni una piedra preciosa, sino una planta? Y que el emperador se la comió. El caso  lo recoge Plinio en su Historia Natural.


Se trataba de la planta silvestre, llamada silfio que desgraciadamente parece que está hoy extinguida. Originaria de la Cirenaica, en el norte de África, se consideraba desde antiguo una panacea por sus propiedades médicas, además de una delicia por sus usos en gastronomía.


Por dichas características  fue tan buscada durante cientos de años que, a mediados del siglo primero después de Cristo, tras remover la administración romana las provincias mediterráneas del Imperio, únicamente pudieron encontrar “un tallo” y este último ejemplar fue regalado a Nerón. Con ello, parece ser que el silfio desapareció  para siempre.


Los silfios se descubrieron por primera vez en la costa de Libia. Según una leyenda, aparecieron  en el año 625 a.C. después de que cayera una lluvia “negra" (torrencial) que los hizo brotar y crecer rápidamente (una de sus características).  Seguramente se conocían desde muchos siglos antes en el Egipto faraónico y la Creta minoica. A la vista sus propiedades, se intentó por griegos y romanos (parece que sin éxito) poder cultivarlos. Los botánicos  antiguos también realizaron múltiples intentos de trasplantarlos a otras regiones. No lo lograron.


Pero, ¿qué propiedades tenía, o se le atribuían,  a la planta para hacerla tan deseada y considerarse un regalo digno de un César? Basta hacer una lista de las mismas, según los datos que aportan las fuentes clásicas para darnos cuenta indirectamente de su potencial farmacológico, hoy por desgracia perdido.


El silfio ayudaba a aliviar la pesadez estomacal, se usaba como calmante para cólicos y malestares digestivos y se creía que reducía los gases intestinales.


También se empleaba para tratar afecciones respiratorias y calmar la tos persistente. Se preparaba en infusiones o pastillas para aliviar la irritación, Además actuaba como expectorante, ayudando a eliminar mucosidades.


Como cicatrizante y antiinflamatorio, se aplicaba externamente para tratar heridas y problemas de la piel y se usaba para acelerar la cicatrización. Se usaba para combatir la calvicie.


Se sabía que reducía la hinchazón en golpes y contusiones. En las verrugas se aplicaba directamente para eliminarlas.
 

Otro de los usos más famosos del silfio era su capacidad para prevenir embarazos y regular el ciclo menstrual. Como anticonceptivo se consumía en forma de té o de píldoras para evitar la concepción. Se cree que su efecto era similar al de las píldoras anticonceptivas modernas. Como regulador menstrual, ayudaba a regular los ciclos menstruales y a aliviar los dolores asociados.


También se utilizaba como analgésico para aliviar dolores de cabeza (mediante infusiones o  en forma de cataplasma) o dolores musculares, para reducir molestias y tensiones.
 

Era además un antibiótico natural: se usaba para tratar infecciones, probablemente debido a sus propiedades antimicrobianas.
 

Además de sus usos medicinales, el silfio también se consideraba un potente afrodisíaco, se usaba como perfume y se le atribuía ser un remedio para las picaduras de escorpión.
 

Respecto a su consumo gastronómico, se consideraba que lograba que los alimentos fueran más sabrosos. Por ello, se convirtió en producto culinario básico a todos los niveles, crucial para condimentar tanto una humilde olla de lentejas como un carísimo plato de lenguas de flamenco.
 

En muchas recetas del famoso manual gastronómico de Apicio,  “De re coquinaria”, se incluye el silfio, en alguna de sus tres formas: resina de goma pura (“laser vivum”) resina mezclada con harina (“laserpicium”); o la raíz seca (“laseris radix’), que generalmente se corta en trozos y se machaca en un mortero con otros condimentos. 

 

Era un producto imprescindible.
 

Por todas estas propiedades el silfio era tan valioso que se convirtió en uno de los principales productos de exportación de la Cirenaica. Su comercio (y contrabando) era una importantísima fuente de riqueza para la región. La planta incluso aparecía representada en las monedas de Cirene con su tallo, hojas y flores características.
El valor económico de la planta era igual al de  su peso en plata. Por ello se almacenaba como un tesoro. Se sabe que durante el gobierno de Julio César, se guardaban en un templo de Roma más de 450 kilos de  tallos de silfio  junto con el oro de la República.
Muchos historiadores consideran que la desaparición del silfio es la primera extinción registrada formalmente en la historia y un ejemplo de cómo la acción humana (la sobrexplotación descontrolada por una demanda excesiva combinada con la destrucción de su hábitat natural por un uso ganadero irresponsable del territorio) puede eliminar una especie de la naturaleza.

 

Cuando desapareció, se intentó sustituirlo por plantas aparentemente parecidas procedentes de oriente, pero ninguna tenía todas sus propiedades y eran meros sucedáneos destinados, sobre todo, a la gastronomía, que no pudieron hacer olvidar la panacea médica perdida.


Su extinción temprana ha dificultado su identificación exacta, aunque se cree que podría estar relacionado con plantas de la familia de las apiáceas (como el hinojo o el asafétida).
Desde principios del siglo XIX, se han propuesto al menos cuatro especies como posibles candidatas a ser el silfio perdido o descendientes del mismo: la “Ferula tingitana, la “Cachrys ferulacea” la “Margotia gummifera”, y más recientemente la “Férula drudeana”, pero las tres primeras se han descartado por no coincidir sus propiedades con las descritas del silfio y de la última no hay certeza de su relación con aquel.


Solo nos quedan del silfio los comentarios de autores como Plinio el Viejo, Heródoto, Dioscórides, Teofrasto, Galeno, Apuleyo,  Estrabón y otros, que  elogiaban sus propiedades.
Quizás quien mejor explica  su valor de la planta es el poeta Ovidio: "El silfio es tan raro como el amor verdadero, y tan valioso como el oro."


Por eso Nerón, al que imagino -si me lo permiten- tocando la lira mientras quemaba Roma, se comió en una última cena el postrer tallo de silfio, pues ciertamente era  un festín digno de un César.
 

Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 – 2019 Químico Físico

 

Enlaces con más información:
https://www.mdpi.com/2223-7747/10/1/102
 

SILFIUM CHALMERS L. GEMMILL
Boletín de Historia de la Medicin
a

Vol. 40, No. 4 (JULIO-AGOSTO DE 1966), págs. 295-313 (19 páginas)


Publicado por: The Johns Hopkins University Press
https://www.jstor.org/stable/44447186

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