El regreso del buque fantasma
![[Img #27457]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/02_2025/8265_img-20250207-wa0024.jpg)
A veces me da la sensación que desde mi niñez han pasado abismos de tiempo y olvido muchas cosas que entonces me parecían muy importantes, pero las historias relacionadas con el mar que me contaba mi padre, capitán mercante, las recuerdo como si me las hubiera relatado ayer mismo, quizás porque las percibía llenas de vida, aventura y misterio.
Una de las que más me gustó fue la odisea del “Igotz Mendi”, el buque fantasma vizcaíno capturado por un corsario alemán en 1917, un navío al que se dio por perdido durante meses en las aguas del Océano Índico y por fallecida a toda su tripulación.
Aquella aventura me recordaba mi relato favorito de Julio Verne, titulado “Dos años de vacaciones”, la aventura de unos chicos perdidos en una isla en los mares del sur, que secretamente envidiaba. Pero la de aquel buque no era una ficción literaria, fue una historia real, de cuyo final mi padre fue testigo directo.
Cuando los hechos sucedieron, Papá tenía nueve años y aún residía en su Sestao natal. El sábado 21 de junio de 1918, junto a una muchedumbre acudió a recibir la arribada del “Igotz Mendi” al Abra de la ría de Bilbao, donde entró escoltado por un convoy de 18 embarcaciones de todo tipo.
Mi padre me contó aquella historia porque acabábamos de ver en la televisión la película de guerra titulada "Bajo diez banderas", sobre un buque corsario alemán en la segunda guerra mundial y le comenté a mi padre que la vida de los corsarios me parecía muy emocionante. Papá me miró y dijo:
-"De emocionante, nada. No sabes lo terrible que es para los marinos, tanto del buque corsario como de sus presas este tipo de guerra: ni ellos ni sus familias saben si podrán volver a casa algún día. Cada viaje es una ruleta rusa. Yo de niño vi desde Santurce el regreso de un buque apresado en la Primera Guerra Mundial que estuvo meses desaparecido y que pudo fácilmente haber acabado hundido. Muchísimo sufrimiento para que unos auténticos piratas de guante blanco hicieran negocio.”
Por lo que mi padre me contó, aquel carguero permaneció desaparecido tanto tiempo que en Bilbao se realizaron procesiones para que la Virgen de Begoña obrara el milagro de su regreso.
En esta ocasión, la Amatxo obró el milagro y contra todo pronóstico, todos volvieron a casa, barco incluido, pese a haber sufrido un naufragio.
Por lo que con los años y las lecturas he podido saber para completar el relato de mi padre, el “'Igotz Mendi” había protagonizado una de las aventuras más importantes de los buques y tripulaciones españolas durante la Gran Guerra.
El asunto era que aunque España no participaba de manera directa en el conflicto y era país neutral, sufría las consecuencias de la batalla entre los aliados y los imperios centrales en los mares.
A pesar de que enarbolase bandera española, la Marina Imperial alemana atacaba cualquier buque español que ayudase al enemigo, tal y como permitía el Derecho Internacional en tiempos de guerra. Lo que, tras el lógico pánico inicial, llevó a muchas navieras a realizar, pese a los riesgos para los buques y las tripulaciones, acuerdos con gobiernos extranjeros que garantizaban unos pingües ingresos, imposibles en tiempos de paz y libre comercio, haciéndose literalmente de oro.
Era público que la naviera bilbaína Sota y Aznar contribuía al esfuerzo bélico aliado, alquilando sus buques al Almirantazgo británico para el transporte de carbón, madera y alimentos en régimen de “time-charter” , lo que acarreó que perdiera 16 buques durante la guerra, a cambio de unos beneficios astronómicos.
Por eso, nadie se sorprendió cuando llegó la noticia a Bilbao de que uno de sus buques, el “Igotz Mendi”, estaba desaparecido en aguas del Indico.
El buque, de más de siete mil toneladas, fue construido en los astilleros Euskalduna y entregado en 1916.
El viaje en el que desapareció durante meses fue a Mozambique para cargar carbón para Colombo (Sri Lanka) por cuenta del gobierno inglés.
Salió de Bahía De Lagos (Portugal) el 3 de noviembre de 1917. En el Océano Índico se cruzaría con el buque corsario alemán “Wolf”, un antiguo mercante artillado y camuflado, que había empezado sus singladuras saliendo de Kiel en los últimos días de noviembre de 1916.
Este buque corsario ya había hundido un barco español. Fue el “Carlos de Eizaguirre” de la Compañía Trasatlántica, que chocó con una mina el 26 de mayo de 1917 cuando estaba esperando para entrar en Ciudad del Cabo, hundiéndose de inmediato, lo que causó la muerte de 81 tripulantes y 49 pasajeros. Sólo se salvaron 23 tripulantes y 2 pasajeros. Estas minas habían sido fondeadas por el “Wolf” meses antes, el 16 de enero de 1917.
El encuentro del “Igotz Mendi” y el corsario se produjo el 10 de noviembre de 1917 en la latitud 18 Sur y longitud 55 Este aproximadamente. El capitán y sus oficiales observaron con sorpresa aproximarse un hidroplano que había despegado de un buque aparentemente mercante.
Minutos después, a las 10 de la mañana, el “Wolf” se acercaba por babor y dos oficiales de presa, junto con una dotación de marineros, subieron a bordo del “Igotz Mendi”.
Debido a su larga singladura y al número de presas que había realizado, el corsario tenía graves problemas de espacio, con cubiertas abarrotadas de prisioneros. Los víveres empezaban a escasear y se había declarado una epidemia de tifus y escorbuto. Ante este panorama, el capitán alemán había tomado la decisión de regresar a Alemania. Sin embargo, no tenían carbón suficiente para alimentar las calderas y navegar hasta un puerto alemán.
Cuando el capitán supo que el recién capturado “Igotz Mendi” llevaba las bodegas abarrotadas de carbón, en vez de hundir el barco o enviarlo a Alemania, decidió utilizar el carguero vasco como buque nodriza, en tanto navegaban rumbo a casa.
Fue tal la alegría de los alemanes por la presa hecha, que en uno de los hechos más pintorescos de la historia de los buques corsarios, el capitán alemán invitó a la sorprendida oficialidad del “Igotz Mendi” a una copiosa cena a bordo del “Wolf”, donde no faltaron puros y whisky, con una fiesta que se prolongó, según se decía, desde las ocho de la tarde hasta las ocho de la mañana del día siguiente.
Según los diarios de navegación, fondearon el 13 de noviembre en el arrecife de las Mascareñas, donde ambos buques se abarloaron y transfirieron 1.000 toneladas de carbón al “Wolf”.
El buque alemán estaba tan sobrecargado que no cabía nada más. Así que se construyeron alojamientos improvisados en el “Igotz Mendi” y se trasladaron parte de los prisioneros al buque bilbaíno. Algunos oficiales alemanes fueron transferidos al “Igotz Mendi” para controlar a la tripulación durante el largo regreso a Europa.
A los cuatro días zarparon rumbo al cabo de Buena Esperanza, el cual doblaron muy al sur para evitar las minas fondeadas.
El día de Navidad de 1917, en medio de un temporal en el Atlántico sur, el capitán alemán ordenó abarloarse de nuevo al “Igotz Mendi”, para transferir más carbón, lo que produjo averías y vías de agua en ambas naves como consecuencia de los golpes recibidos por el mal estado de la mar.
En la isla brasileña de Trinidad se pintó el casco del “Igotz Mendi” para camuflarlo y el “Wolf” hizo aún alguna presa entre los buques que navegaban por la zona.
Según cuenta la prensa de la época, en Bilbao ya nadie tenía esperanzas de que el “Igotz Mendi” fuera a volver a puerto, y se daba por perdidos al buque y a toda su tripulación.
Aún con todo, se promovieron novenas y procesiones a la Basílica de Begoña para pedir a la Virgen que obrara el milagro del regreso. Pero era tal la desesperanza, que en la mente de los familiares se comenzó a fraguar la idea de celebrar los funerales por los marinos muertos.
Pero no sólo en Bilbao daban por perdido su barco, en Berlín no habían tenido noticias del “Wolf” desde hacía más de un año y el alto mando alemán también daba por perdido el buque corsario, que creían seguramente hundido por algún buque aliado o una mina.
Corsario y presa navegaron rumbo norte a cierta distancia, para no llamar la atención de las defensas aliadas.
Por suerte, consiguieron capear los temporales y evitar las defensas marítimas del sur de Islandia, en el Atlántico norte, y ambos buques se dirigieron al estrecho de Dinamarca por unas aguas atestadas aquel invierno de bloques de hielo, que suponían una amenaza tanto o más peligrosa que el enemigo.
Finalmente se dirigieron los dos a Alemania, llegando el "Wolf" el 17 de febrero de 1918 a las costas de Noruega para esperar al "Igotz-Mendi".
Este llegó el 24 de febrero a las costas de Dinamarca, pero debido a la intensa niebla embarrancó. Las autoridades danesas arrestaron a la dotación alemana, que antes de desembarcar dejó preparadas algunas bombas en el barco, que desactivó el capitán del “Igotz Mendi’” a riesgo de su vida. El buque permaneció allí hasta el 10 de marzo cuando pudo ser reflotado.
Después de ser reparado en un puerto cercano salió el 10 de mayo para Newcastle (Reino Unido) donde cargó carbón para Bilbao, a donde llegó el 21 de junio de 1918 y lo vio mi padre.
Para la población de la Villa y los familiares no había más que una explicación: la Amatxo, patrona de los marineros bilbaínos, había obrado el milagro. El 18 de julio de 1918 se celebró una misa de acción de gracias en la Basílica de Begoña, en la que participaron el capitán del buque, Quintín Uralde Viguri, los tripulantes con sus familiares, las autoridades y Ramón y Alejandro de la Sota.
¿Y mientras qué fue del buque corsario “Wolf”? ¿Consiguió llegar a Alemania?
El 27 de febrero de 1918, habiendo pasado 451 días en el mar, "Wolf" regresó a Kiel. Llevó consigo 467 prisioneros de guerra y un valioso cargamento de materias primas como caucho, cobre y zinc.
Nadie lo estaba esperando. Más de un mes antes, el Almirantazgo había registrado oficialmente al buque corsario entre los navíos desaparecidos y enviado una notificación sobre ello a las familias de la tripulación.
Ahora, el navío fantasma había vuelto y la población de Kiel recibió con júbilo a los héroes que regresaban. Los marineros desfilaron por el centro de la ciudad. El Capitán recibió la orden “Pour le Mérite” y el resto de la tripulación recibió la Cruz de Hierro.
Por su desempeño, el capitán del “Wolf”, Karl August Nerger, recibió las más altas condecoraciones militares de los cinco estados principales del Imperio alemán, un hecho solo alcanzado sólo por siete personas más durante la Gran Guerra, incluidos el propio Káiser y el emperador de Austria Hungría, y fue objeto de un grandioso homenaje en Berlín.
Su singladura fue el último éxito en la primera guerra mundial de la marina imperial del alemana.
Ocho meses después todo su mundo se desmoronó: comenzó un levantamiento de marineros en Kiel, que se convirtió en el el primer paso para la caída del Kaiser.
Después de la guerra, el “Wolf” fue entregado a Francia como reparación y rebautizado como “SS Antinous”. Olvidado por todos, fue desguazado en Italia en 1931.
¿Y qué fue del “Igotz Mendi”? Regresó a la navegación comercial y siguió con el mismo nombre, hasta que en 1939 cambió el mismo tras la guerra civil por el de “Monte Mulhacén”
En 1953 fue vendido a Altos Hornos de Vizcaya, que le renombró “José Vilallonga”, siendo el segundo barco con este nombre. Finalmente, fue desguazado en 1969 en Bilbao.
En todas estás aventuras navales de la Gran Guerra de muchas navieras bilbaínas para aprovechar una oportunidad de enriquecimiento rápido, el dinero conseguido a un altísimo precio generalmente se malgastó y sólo quedaron al final los pecios hundidos, las víctimas, el sufrimiento de los supervivientes, la incertidumbre y dolor causados a sus familias y las inevitables medallas y breves homenajes para quienes tuvieron la suerte de regresar.
Y curiosamente, también hubo honores para algunos que ni siquiera estaban embarcados aunque, como decía mi padre, eran piratas de guante blanco. Al finalizar la guerra, Ramón de la Sota recibió en 1921 de Jorge V el título de “Caballero del Imperio Británico”, y empezó a usar el titulo de “Sir”.
![[Img #27458]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/02_2025/5020_img-20250207-wa0034.jpg)
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 -2019
A veces me da la sensación que desde mi niñez han pasado abismos de tiempo y olvido muchas cosas que entonces me parecían muy importantes, pero las historias relacionadas con el mar que me contaba mi padre, capitán mercante, las recuerdo como si me las hubiera relatado ayer mismo, quizás porque las percibía llenas de vida, aventura y misterio.
Una de las que más me gustó fue la odisea del “Igotz Mendi”, el buque fantasma vizcaíno capturado por un corsario alemán en 1917, un navío al que se dio por perdido durante meses en las aguas del Océano Índico y por fallecida a toda su tripulación.
Aquella aventura me recordaba mi relato favorito de Julio Verne, titulado “Dos años de vacaciones”, la aventura de unos chicos perdidos en una isla en los mares del sur, que secretamente envidiaba. Pero la de aquel buque no era una ficción literaria, fue una historia real, de cuyo final mi padre fue testigo directo.
Cuando los hechos sucedieron, Papá tenía nueve años y aún residía en su Sestao natal. El sábado 21 de junio de 1918, junto a una muchedumbre acudió a recibir la arribada del “Igotz Mendi” al Abra de la ría de Bilbao, donde entró escoltado por un convoy de 18 embarcaciones de todo tipo.
Mi padre me contó aquella historia porque acabábamos de ver en la televisión la película de guerra titulada "Bajo diez banderas", sobre un buque corsario alemán en la segunda guerra mundial y le comenté a mi padre que la vida de los corsarios me parecía muy emocionante. Papá me miró y dijo:
-"De emocionante, nada. No sabes lo terrible que es para los marinos, tanto del buque corsario como de sus presas este tipo de guerra: ni ellos ni sus familias saben si podrán volver a casa algún día. Cada viaje es una ruleta rusa. Yo de niño vi desde Santurce el regreso de un buque apresado en la Primera Guerra Mundial que estuvo meses desaparecido y que pudo fácilmente haber acabado hundido. Muchísimo sufrimiento para que unos auténticos piratas de guante blanco hicieran negocio.”
Por lo que mi padre me contó, aquel carguero permaneció desaparecido tanto tiempo que en Bilbao se realizaron procesiones para que la Virgen de Begoña obrara el milagro de su regreso.
En esta ocasión, la Amatxo obró el milagro y contra todo pronóstico, todos volvieron a casa, barco incluido, pese a haber sufrido un naufragio.
Por lo que con los años y las lecturas he podido saber para completar el relato de mi padre, el “'Igotz Mendi” había protagonizado una de las aventuras más importantes de los buques y tripulaciones españolas durante la Gran Guerra.
El asunto era que aunque España no participaba de manera directa en el conflicto y era país neutral, sufría las consecuencias de la batalla entre los aliados y los imperios centrales en los mares.
A pesar de que enarbolase bandera española, la Marina Imperial alemana atacaba cualquier buque español que ayudase al enemigo, tal y como permitía el Derecho Internacional en tiempos de guerra. Lo que, tras el lógico pánico inicial, llevó a muchas navieras a realizar, pese a los riesgos para los buques y las tripulaciones, acuerdos con gobiernos extranjeros que garantizaban unos pingües ingresos, imposibles en tiempos de paz y libre comercio, haciéndose literalmente de oro.
Era público que la naviera bilbaína Sota y Aznar contribuía al esfuerzo bélico aliado, alquilando sus buques al Almirantazgo británico para el transporte de carbón, madera y alimentos en régimen de “time-charter” , lo que acarreó que perdiera 16 buques durante la guerra, a cambio de unos beneficios astronómicos.
Por eso, nadie se sorprendió cuando llegó la noticia a Bilbao de que uno de sus buques, el “Igotz Mendi”, estaba desaparecido en aguas del Indico.
El buque, de más de siete mil toneladas, fue construido en los astilleros Euskalduna y entregado en 1916.
El viaje en el que desapareció durante meses fue a Mozambique para cargar carbón para Colombo (Sri Lanka) por cuenta del gobierno inglés.
Salió de Bahía De Lagos (Portugal) el 3 de noviembre de 1917. En el Océano Índico se cruzaría con el buque corsario alemán “Wolf”, un antiguo mercante artillado y camuflado, que había empezado sus singladuras saliendo de Kiel en los últimos días de noviembre de 1916.
Este buque corsario ya había hundido un barco español. Fue el “Carlos de Eizaguirre” de la Compañía Trasatlántica, que chocó con una mina el 26 de mayo de 1917 cuando estaba esperando para entrar en Ciudad del Cabo, hundiéndose de inmediato, lo que causó la muerte de 81 tripulantes y 49 pasajeros. Sólo se salvaron 23 tripulantes y 2 pasajeros. Estas minas habían sido fondeadas por el “Wolf” meses antes, el 16 de enero de 1917.
El encuentro del “Igotz Mendi” y el corsario se produjo el 10 de noviembre de 1917 en la latitud 18 Sur y longitud 55 Este aproximadamente. El capitán y sus oficiales observaron con sorpresa aproximarse un hidroplano que había despegado de un buque aparentemente mercante.
Minutos después, a las 10 de la mañana, el “Wolf” se acercaba por babor y dos oficiales de presa, junto con una dotación de marineros, subieron a bordo del “Igotz Mendi”.
Debido a su larga singladura y al número de presas que había realizado, el corsario tenía graves problemas de espacio, con cubiertas abarrotadas de prisioneros. Los víveres empezaban a escasear y se había declarado una epidemia de tifus y escorbuto. Ante este panorama, el capitán alemán había tomado la decisión de regresar a Alemania. Sin embargo, no tenían carbón suficiente para alimentar las calderas y navegar hasta un puerto alemán.
Cuando el capitán supo que el recién capturado “Igotz Mendi” llevaba las bodegas abarrotadas de carbón, en vez de hundir el barco o enviarlo a Alemania, decidió utilizar el carguero vasco como buque nodriza, en tanto navegaban rumbo a casa.
Fue tal la alegría de los alemanes por la presa hecha, que en uno de los hechos más pintorescos de la historia de los buques corsarios, el capitán alemán invitó a la sorprendida oficialidad del “Igotz Mendi” a una copiosa cena a bordo del “Wolf”, donde no faltaron puros y whisky, con una fiesta que se prolongó, según se decía, desde las ocho de la tarde hasta las ocho de la mañana del día siguiente.
Según los diarios de navegación, fondearon el 13 de noviembre en el arrecife de las Mascareñas, donde ambos buques se abarloaron y transfirieron 1.000 toneladas de carbón al “Wolf”.
El buque alemán estaba tan sobrecargado que no cabía nada más. Así que se construyeron alojamientos improvisados en el “Igotz Mendi” y se trasladaron parte de los prisioneros al buque bilbaíno. Algunos oficiales alemanes fueron transferidos al “Igotz Mendi” para controlar a la tripulación durante el largo regreso a Europa.
A los cuatro días zarparon rumbo al cabo de Buena Esperanza, el cual doblaron muy al sur para evitar las minas fondeadas.
El día de Navidad de 1917, en medio de un temporal en el Atlántico sur, el capitán alemán ordenó abarloarse de nuevo al “Igotz Mendi”, para transferir más carbón, lo que produjo averías y vías de agua en ambas naves como consecuencia de los golpes recibidos por el mal estado de la mar.
En la isla brasileña de Trinidad se pintó el casco del “Igotz Mendi” para camuflarlo y el “Wolf” hizo aún alguna presa entre los buques que navegaban por la zona.
Según cuenta la prensa de la época, en Bilbao ya nadie tenía esperanzas de que el “Igotz Mendi” fuera a volver a puerto, y se daba por perdidos al buque y a toda su tripulación.
Aún con todo, se promovieron novenas y procesiones a la Basílica de Begoña para pedir a la Virgen que obrara el milagro del regreso. Pero era tal la desesperanza, que en la mente de los familiares se comenzó a fraguar la idea de celebrar los funerales por los marinos muertos.
Pero no sólo en Bilbao daban por perdido su barco, en Berlín no habían tenido noticias del “Wolf” desde hacía más de un año y el alto mando alemán también daba por perdido el buque corsario, que creían seguramente hundido por algún buque aliado o una mina.
Corsario y presa navegaron rumbo norte a cierta distancia, para no llamar la atención de las defensas aliadas.
Por suerte, consiguieron capear los temporales y evitar las defensas marítimas del sur de Islandia, en el Atlántico norte, y ambos buques se dirigieron al estrecho de Dinamarca por unas aguas atestadas aquel invierno de bloques de hielo, que suponían una amenaza tanto o más peligrosa que el enemigo.
Finalmente se dirigieron los dos a Alemania, llegando el "Wolf" el 17 de febrero de 1918 a las costas de Noruega para esperar al "Igotz-Mendi".
Este llegó el 24 de febrero a las costas de Dinamarca, pero debido a la intensa niebla embarrancó. Las autoridades danesas arrestaron a la dotación alemana, que antes de desembarcar dejó preparadas algunas bombas en el barco, que desactivó el capitán del “Igotz Mendi’” a riesgo de su vida. El buque permaneció allí hasta el 10 de marzo cuando pudo ser reflotado.
Después de ser reparado en un puerto cercano salió el 10 de mayo para Newcastle (Reino Unido) donde cargó carbón para Bilbao, a donde llegó el 21 de junio de 1918 y lo vio mi padre.
Para la población de la Villa y los familiares no había más que una explicación: la Amatxo, patrona de los marineros bilbaínos, había obrado el milagro. El 18 de julio de 1918 se celebró una misa de acción de gracias en la Basílica de Begoña, en la que participaron el capitán del buque, Quintín Uralde Viguri, los tripulantes con sus familiares, las autoridades y Ramón y Alejandro de la Sota.
¿Y mientras qué fue del buque corsario “Wolf”? ¿Consiguió llegar a Alemania?
El 27 de febrero de 1918, habiendo pasado 451 días en el mar, "Wolf" regresó a Kiel. Llevó consigo 467 prisioneros de guerra y un valioso cargamento de materias primas como caucho, cobre y zinc.
Nadie lo estaba esperando. Más de un mes antes, el Almirantazgo había registrado oficialmente al buque corsario entre los navíos desaparecidos y enviado una notificación sobre ello a las familias de la tripulación.
Ahora, el navío fantasma había vuelto y la población de Kiel recibió con júbilo a los héroes que regresaban. Los marineros desfilaron por el centro de la ciudad. El Capitán recibió la orden “Pour le Mérite” y el resto de la tripulación recibió la Cruz de Hierro.
Por su desempeño, el capitán del “Wolf”, Karl August Nerger, recibió las más altas condecoraciones militares de los cinco estados principales del Imperio alemán, un hecho solo alcanzado sólo por siete personas más durante la Gran Guerra, incluidos el propio Káiser y el emperador de Austria Hungría, y fue objeto de un grandioso homenaje en Berlín.
Su singladura fue el último éxito en la primera guerra mundial de la marina imperial del alemana.
Ocho meses después todo su mundo se desmoronó: comenzó un levantamiento de marineros en Kiel, que se convirtió en el el primer paso para la caída del Kaiser.
Después de la guerra, el “Wolf” fue entregado a Francia como reparación y rebautizado como “SS Antinous”. Olvidado por todos, fue desguazado en Italia en 1931.
¿Y qué fue del “Igotz Mendi”? Regresó a la navegación comercial y siguió con el mismo nombre, hasta que en 1939 cambió el mismo tras la guerra civil por el de “Monte Mulhacén”
En 1953 fue vendido a Altos Hornos de Vizcaya, que le renombró “José Vilallonga”, siendo el segundo barco con este nombre. Finalmente, fue desguazado en 1969 en Bilbao.
En todas estás aventuras navales de la Gran Guerra de muchas navieras bilbaínas para aprovechar una oportunidad de enriquecimiento rápido, el dinero conseguido a un altísimo precio generalmente se malgastó y sólo quedaron al final los pecios hundidos, las víctimas, el sufrimiento de los supervivientes, la incertidumbre y dolor causados a sus familias y las inevitables medallas y breves homenajes para quienes tuvieron la suerte de regresar.
Y curiosamente, también hubo honores para algunos que ni siquiera estaban embarcados aunque, como decía mi padre, eran piratas de guante blanco. Al finalizar la guerra, Ramón de la Sota recibió en 1921 de Jorge V el título de “Caballero del Imperio Británico”, y empezó a usar el titulo de “Sir”.
(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 -2019