La liberación sexual como forma de control político (I)
A finales de la década de los años 60, y promovida sobre todo por la Escuela de Frankfurt, se produjo una despenalización social de las conductas sexuales que ha tenido serias consecuencias no solo personales, sino para el tejido social y, lo que es igualmente grave, para la supervivencia de las naciones que han adoptado tales formas de vida.
Esta despenalización sexual ha tenido dos efectos importantes para el tejido social: primero, una alteración profunda en las relaciones personales y familiares; y segundo, una disminución drástica de la natalidad. Parece que el primer objetivo está en vías de cumplirse y el segundo se cumple a marchas aceleradas. Aunque en la historia todo es reversible. ¿Han sido buscadas estas consecuencias? ¿Había unas metas a conseguir? ¿Quién ha salido ganando? Trataremos de responder a estos interrogantes.
En ambos casos era necesario contar con la mujer, que tenía un papel central en ambas modificaciones, era la llave. Hoy podemos afirmar después de que han salido a la luz las subvenciones de USAID a tantos y tantos proyectos para alterar la vida de las sociedades y de las naciones, que la promoción de ciertas ideologías y formas de vida no ha sido casual, no ha sido espontánea ni mucho menos, sino financiada y buscada en función de ciertas utopías y de ciertos intereses. La mujer, protagonista de estos cambios, ha sido utilizada sin miramiento alguno.
Por una parte, a nivel individual, ha significado una alteración emocional y vital de lo que tradicionalmente había sido la perspectiva de toda una vida desde la niñez: encontrar una pareja, casarte, tener hijos, una estabilidad familiar y un apoyo mutuo, especialmente de los padres a los hijos primero, y, después, en la vejez, de los hijos a los padres. Lo que ahora se esta produciendo es un individualismo exacerbado que desemboca en “vivir solos y morir solos” –con un perrito de compañero o en una residencia en tu vejez– ayudados por el consumo, cada vez mayor, de ansiolíticos, según nos dicen las estadísticas. Desde luego, estos cambios individuales y sociales no parecen muy alentadores. El índice de suicidios ha aumentado notablemente. En España, en 1971 –aquellos años “tenebrosos” para la mujer según la progresía pagada o sin pagar– el suicidio era de 373 mujeres al año, una de las tasas más bajas de Europa; en 2023 –año de “luminosos” avances progresistas– el numero de suicidios femeninos es de 1072 (Datosmacro.com), se ha casi triplicado. España, por otra parte, está a la cabeza del consumo de ansiolíticos. Este consumo “no ha dejado de aumentar en las últimas décadas”, 249% desde el año 2000 (OCDE). Pero a pesar de estos datos un periódico español, antes de gran tirada, publicaba no hace mucho como titular “Cada vez más solteras y más felices (...) La decisión de no tener pareja es una tendencia al alza”. No sé de dónde han tomado el dato. O mienten a conciencia o dan prioridad a su imaginación, que no a la realidad, para seguir con su utopía. Así son las mejoradoras de las mujeres.
Que la mujer española retrase la edad de tener hijos por encima de la media europea nos lleva a pensar, entre otras cosas, que no es fácil encontrar hombres que quieran comprometerse para formar una familia estable. Que aumente sin parar el número de mujeres que se hace la inseminación “in vitro” sin pareja alrededor de los 40 años, con las dificultades que de ello se derivaran estando solas, parece indicar que ya han perdido la esperanza de encontrar un hombre que acepte el compromiso y no sea un simple consumidor de sexo. Por tanto, podríamos pensar, que más bien que una decisión de la mujer de estar sola está siendo la decisión del hombre. Y desde luego si miramos el aumento de suicidios y del consumo de antidepresivos, o el aumento de las ETS, no parece que estas nuevas formas de vida, esta promoción del hedonismo y de todo tipo de placeres y comodidades –siempre que no sea el consumo de tabaco o el de alimentos que aumenten el colesterol– estén trayendo tanta felicidad.
Estas consecuencias, esta modificación de los comportamientos, para unos ha sido casual, para otros, sin embargo, ha sido intencionada, con unos propósitos determinados –lo que podríamos considerar como ingeniería social– por el poderoso Estado actual que “crea” las opiniones artificiosamente, con la mayoría de los medios de comunicación a su servicio –medios que subvenciona con nuestros impuestos– hasta que en un momento dado parece que esa opinión ha surgido de manera natural entre la gente. Así pues, se ha manipulado a la mujer hasta extremos no conocidos. Y esto era necesario porque sin esta desnaturalización el proyecto habría fracasado.
Indudablemente, esto respondía a un plan por parte de algunos –aunque otros lo aceptasen encantados y engañados porque se presentaba como algo “moderno”, “progresista”– que junto con el cientifismo nos llevaría a la felicidad, haciéndonos olvidar la enfermedad –vimos la respuesta histérica de la mayoría de la gente ante la pandemia del Covid y las vacunas–, la soledad y la muerte. Además, de momento, efectivamente, se presenta como una liberación de compromisos y un gozar animal sin consecuencias ni límites. Y así han ido consiguiendo lo que después se transformaría en una autentica subversión de la sociedad: la deconstrucción del ser humano. ¿Quién estaba detrás de esto verdaderamente? ¿Cuáles eran sus propósitos? No, no fue una casualidad.
A lo largo de dos mil años hubo épocas de crisis, de guerras, de desorientación, de pobreza, de enfermedades, de revoluciones, de matanzas, pero nunca antes se había producido una desnaturalización del ser humano como la que se promueve en la actualidad, un jugar a ser dioses con la utopía en perspectiva. Esta perversión, esta “creación” del hombre nuevo, de la “mujer nueva”, pretende llevarse a cabo mediante “ingeniería social”. Quizá esta es la forma de dirigirse hacia la meta iniciada en el siglo XVIII, que cristaliza en la revolución francesa y para la cual las sociedades aun no estaban preparadas, o mejor dicho todavía no se disponía de los medios para llevar a cabo el control social hasta ese extremo. Primero había que deshacerse de la familia y de la religión pervirtiendo a la mujer, porque ella tenía el papel central como alma de la primera y transmisora de la segunda. De la familia porque en ella se cultiva el amor, la responsabilidad y el ejercicio de los comportamientos ya probados. De la religión, de la fe, como base de la esperanza y de la caridad (sustituida hoy por la hueca solidaridad). Así no quedaría instancia alguna que se interpusiese entre el individuo y el Estado. Y a pervertir la esencia de la mujer se han empleado a fondo. Había que quitarla de en medio. La coartada era la utopía racionalista en una primera etapa, la consecución de una sociedad donde todos los individuos, a través de la educación, serían seres perfectamente racionales y felices; esto llevaría a la paz perpetua kantiana y acabaría con todos los conflictos y males sociales. Aunque ahora lo que tengamos en el horizonte sea la conflictividad en aumento en los centros educativos entre las nuevas generaciones y, más bien, la guerra perpetua entre las naciones.
A finales de la década de los años 60, y promovida sobre todo por la Escuela de Frankfurt, se produjo una despenalización social de las conductas sexuales que ha tenido serias consecuencias no solo personales, sino para el tejido social y, lo que es igualmente grave, para la supervivencia de las naciones que han adoptado tales formas de vida.
Esta despenalización sexual ha tenido dos efectos importantes para el tejido social: primero, una alteración profunda en las relaciones personales y familiares; y segundo, una disminución drástica de la natalidad. Parece que el primer objetivo está en vías de cumplirse y el segundo se cumple a marchas aceleradas. Aunque en la historia todo es reversible. ¿Han sido buscadas estas consecuencias? ¿Había unas metas a conseguir? ¿Quién ha salido ganando? Trataremos de responder a estos interrogantes.
En ambos casos era necesario contar con la mujer, que tenía un papel central en ambas modificaciones, era la llave. Hoy podemos afirmar después de que han salido a la luz las subvenciones de USAID a tantos y tantos proyectos para alterar la vida de las sociedades y de las naciones, que la promoción de ciertas ideologías y formas de vida no ha sido casual, no ha sido espontánea ni mucho menos, sino financiada y buscada en función de ciertas utopías y de ciertos intereses. La mujer, protagonista de estos cambios, ha sido utilizada sin miramiento alguno.
Por una parte, a nivel individual, ha significado una alteración emocional y vital de lo que tradicionalmente había sido la perspectiva de toda una vida desde la niñez: encontrar una pareja, casarte, tener hijos, una estabilidad familiar y un apoyo mutuo, especialmente de los padres a los hijos primero, y, después, en la vejez, de los hijos a los padres. Lo que ahora se esta produciendo es un individualismo exacerbado que desemboca en “vivir solos y morir solos” –con un perrito de compañero o en una residencia en tu vejez– ayudados por el consumo, cada vez mayor, de ansiolíticos, según nos dicen las estadísticas. Desde luego, estos cambios individuales y sociales no parecen muy alentadores. El índice de suicidios ha aumentado notablemente. En España, en 1971 –aquellos años “tenebrosos” para la mujer según la progresía pagada o sin pagar– el suicidio era de 373 mujeres al año, una de las tasas más bajas de Europa; en 2023 –año de “luminosos” avances progresistas– el numero de suicidios femeninos es de 1072 (Datosmacro.com), se ha casi triplicado. España, por otra parte, está a la cabeza del consumo de ansiolíticos. Este consumo “no ha dejado de aumentar en las últimas décadas”, 249% desde el año 2000 (OCDE). Pero a pesar de estos datos un periódico español, antes de gran tirada, publicaba no hace mucho como titular “Cada vez más solteras y más felices (...) La decisión de no tener pareja es una tendencia al alza”. No sé de dónde han tomado el dato. O mienten a conciencia o dan prioridad a su imaginación, que no a la realidad, para seguir con su utopía. Así son las mejoradoras de las mujeres.
Que la mujer española retrase la edad de tener hijos por encima de la media europea nos lleva a pensar, entre otras cosas, que no es fácil encontrar hombres que quieran comprometerse para formar una familia estable. Que aumente sin parar el número de mujeres que se hace la inseminación “in vitro” sin pareja alrededor de los 40 años, con las dificultades que de ello se derivaran estando solas, parece indicar que ya han perdido la esperanza de encontrar un hombre que acepte el compromiso y no sea un simple consumidor de sexo. Por tanto, podríamos pensar, que más bien que una decisión de la mujer de estar sola está siendo la decisión del hombre. Y desde luego si miramos el aumento de suicidios y del consumo de antidepresivos, o el aumento de las ETS, no parece que estas nuevas formas de vida, esta promoción del hedonismo y de todo tipo de placeres y comodidades –siempre que no sea el consumo de tabaco o el de alimentos que aumenten el colesterol– estén trayendo tanta felicidad.
Estas consecuencias, esta modificación de los comportamientos, para unos ha sido casual, para otros, sin embargo, ha sido intencionada, con unos propósitos determinados –lo que podríamos considerar como ingeniería social– por el poderoso Estado actual que “crea” las opiniones artificiosamente, con la mayoría de los medios de comunicación a su servicio –medios que subvenciona con nuestros impuestos– hasta que en un momento dado parece que esa opinión ha surgido de manera natural entre la gente. Así pues, se ha manipulado a la mujer hasta extremos no conocidos. Y esto era necesario porque sin esta desnaturalización el proyecto habría fracasado.
Indudablemente, esto respondía a un plan por parte de algunos –aunque otros lo aceptasen encantados y engañados porque se presentaba como algo “moderno”, “progresista”– que junto con el cientifismo nos llevaría a la felicidad, haciéndonos olvidar la enfermedad –vimos la respuesta histérica de la mayoría de la gente ante la pandemia del Covid y las vacunas–, la soledad y la muerte. Además, de momento, efectivamente, se presenta como una liberación de compromisos y un gozar animal sin consecuencias ni límites. Y así han ido consiguiendo lo que después se transformaría en una autentica subversión de la sociedad: la deconstrucción del ser humano. ¿Quién estaba detrás de esto verdaderamente? ¿Cuáles eran sus propósitos? No, no fue una casualidad.
A lo largo de dos mil años hubo épocas de crisis, de guerras, de desorientación, de pobreza, de enfermedades, de revoluciones, de matanzas, pero nunca antes se había producido una desnaturalización del ser humano como la que se promueve en la actualidad, un jugar a ser dioses con la utopía en perspectiva. Esta perversión, esta “creación” del hombre nuevo, de la “mujer nueva”, pretende llevarse a cabo mediante “ingeniería social”. Quizá esta es la forma de dirigirse hacia la meta iniciada en el siglo XVIII, que cristaliza en la revolución francesa y para la cual las sociedades aun no estaban preparadas, o mejor dicho todavía no se disponía de los medios para llevar a cabo el control social hasta ese extremo. Primero había que deshacerse de la familia y de la religión pervirtiendo a la mujer, porque ella tenía el papel central como alma de la primera y transmisora de la segunda. De la familia porque en ella se cultiva el amor, la responsabilidad y el ejercicio de los comportamientos ya probados. De la religión, de la fe, como base de la esperanza y de la caridad (sustituida hoy por la hueca solidaridad). Así no quedaría instancia alguna que se interpusiese entre el individuo y el Estado. Y a pervertir la esencia de la mujer se han empleado a fondo. Había que quitarla de en medio. La coartada era la utopía racionalista en una primera etapa, la consecución de una sociedad donde todos los individuos, a través de la educación, serían seres perfectamente racionales y felices; esto llevaría a la paz perpetua kantiana y acabaría con todos los conflictos y males sociales. Aunque ahora lo que tengamos en el horizonte sea la conflictividad en aumento en los centros educativos entre las nuevas generaciones y, más bien, la guerra perpetua entre las naciones.