Martes, 11 de Noviembre de 2025

Actualizada Lunes, 10 de Noviembre de 2025 a las 16:11:15 horas

Tienes activado un bloqueador de publicidad

Intentamos presentarte publicidad respectuosa con el lector, que además ayuda a mantener este medio de comunicación y ofrecerte información de calidad.

Por eso te pedimos que nos apoyes y desactives el bloqueador de anuncios. Gracias.

Continuar...

Winston Galt
Domingo, 30 de Marzo de 2025 Tiempo de lectura:

El Estado es la verdadera mafia

[Img #27709]Se habla mucho de mafias: mafias de la droga, mafias de la inmigración, mafias del fraude..., pero nadie habla de la verdadera mafia: El Estado.

 

Si esas mafias son grupos organizados dirigidos y ordenados para cometer crímenes, el Estado es la mayor mafia de todas, sólo que sus actos no son calificados de crímenes, precisamente porque es el Estado el que determina qué son crímenes y qué no.

 

La mafia del Estado, por ese motivo, no tiene por qué ocultarse de la Ley: es la Ley. Es el monopolio no sólo de la fuerza, sino del crimen organizado. Controla la violencia (la propia y la ajena), el dinero y la información, con una brutalidad que haría palidecer a cualquier capo de la mafia. Se decía en Italia que la mafia había colonizado el Estado, que se había imbricado en él de una manera que era imposible conocer el alcance de todos sus tentáculos. Pero lo cierto es que era el Estado el que había colonizado la mafia. Ya no era necesario sobornar a policías o jueces, el Estado los tenía en el bolsillo, como Marlon Brando en El Padrino.

 

A nadie se le escapa que la prohibición es un negocio. Las leyes antidroga permiten que el negocio sea mucho más lucrativo. Se convierte así un producto común, que hace cien años se vendía sin problema alguno sin crear grandes problemas sociales, en un producto de altísimo valor. La existencia de la prohibición, como durante la Ley Seca, provoca que los cárteles obtengan beneficios de miles de millones de dólares, que no podrían producirse de no disponer de la complicidad estatal: si se tiene el monopolio de la seguridad, ¿cómo es posible que las fronteras sean tan porosas que permitan el paso continuo de toneladas de droga? ¿Quién protege a los grandes capos mientras llena las cárceles de pequeños vendedores? Los altos niveles de corrupción policial, judicial y militar en decenas de países no son algo extraordinario sino todo lo contrario, es un proceso habitual. La complicidad con el narcotráfico es estructural, no accidental, y provoca en torno al 80% de la delincuencia.

 

La llamada guerra contra las drogas no es más que una estrategia para someter a la población "protegiéndola" y aumentar el control social, justificando también el aumento del gasto público y cada vez más restricciones a la libertad. Es un panorama en que todos los actores implicados ganan, excepto los ciudadanos comunes: los políticos obtienen votos con sus discursos populistas y de supuesta protección de la ciudadanía; las fuerzas de seguridad reciben más presupuesto, sueldos y poder; los bancos y corporaciones lavan dinero y los cárteles continúan operando con total impunidad y una cuota de poder económico y territorial cada vez más amplio, que se expande ya no sólo a su sector de negocio sino a todos los ámbitos.

 

El Estado no es un actor contra el crimen, sino sólo el regulador del crimen. Sin el Estado, el narcotráfico, tal y como lo conocemos, desaparecería y, con él la justificación para el control y la represión que sostienen a la verdadera mafia: el poder político.

 

Lo mismo podemos decir del otro problema de mayor gravedad que enfrentan las sociedades occidentales, especialmente en Europa. Se habla de mafias de la inmigración ilegal haciéndonos mirar a los pequeños traficantes que se ocupan de trasladar a los inmigrantes en la frontera, pero son sólo elementos menores. Las verdaderas mafias son los Estados que permiten la porosidad de las fronteras. ¿Cómo es posible que los inmigrantes atraviesen países, otras fronteras, hasta llegar a las de EEUU o Europa, sin que sean interceptados, a pesar del control total de los Estados sobre sus territorios? Porque los Estados no sólo lo consienten, lo alientan. La inmigración se convierte así en un instrumento de guerra mucho más potente que las armas: no se puede luchar contra la suplantación poblacional. La inmigración ilegal es un arma política de destrucción. Desde los países depauperados por el socialismo masas de personas intentan entrar en EEUU y, encima, acusan a este país de ser cruel con ellos; la mayoría votaría opciones que volverían EEUU tan miserable como los países de los que huyen. Y en Europa aún es peor, porque no sólo se pretende cambiar el sistema político hasta una dictadura progresista sino que la suplantación poblacional está mucho más avanzada, lo que implica, sin posibilidad de reversión, la desaparición de la civilización europea en apenas unas pocas décadas. Europa no podría estar siendo invadida de jóvenes y familias musulmanas, que se cuentan por decenas de miles, sin la organización directa y deliberada de la Unión Europea y de los gobiernos nacionales. La intención es tan manifiesta que la oposición de algunos pocos países a la invasión se considera un crimen desde los organismos de la UE. La verdadera mafia de la inmigración no opera en la clandestinidad ni en los mares, la verdadera mafia de la inmigración en Europa opera en los parlamentos, en las oficinas gubernamentales y en los organismos internacionales.

 

El Estado es, por su tamaño y poder, la mafia más grande y peligrosa. Practica el robo y la extorsión bajo la forma de impuestos que hoy, en la gran mayoría de nuestros países, gravan a un trabajador medio con más del 50% de su sueldo o ganancias entre impuestos directos e indirectos.

 

Seguramente podrás huir de una pequeña mafia de tu barrio o ciudad. De la mafia estatal no puedes huir, salvo que cambies de país para caer en manos de otra mafia estatal. Te venden que te ofrecen servicios, pero siempre son ineficientes y salen muy caros y, para colmo, la mayor parte del presupuesto se gasta en corrupción, burocracia, privilegios para los políticos y sus grupos de intereses y en guerras, como vemos actualmente. Del mismo modo que sus actos son esencialmente terroristas: desde desvalorizar tu dinero a base de impresiones monetarias al uso de la fuerza contra cualquier manifestación en su contra, desde comprar votos con tu dinero a empobrecerte y mantenerte subsidiado en barrios que se convierten en auténticos guetos en los que se vive en un círculo vicioso de subsidios, paro, pobreza, depauperización educativa... que convierten a esas masas en carne de cañón para la guerra y para el consumo de drogas y la disfunción familiar. Los Estados aplastan a escala jamás vista en la historia: manejan el relato con el control de los medios, utilizan la educación como herramienta de control, igual que las sectas más peligrosas y, al final, siempre crean crisis de todo tipo para justificar sus aumentos de poder: económicas, migratorias, de agresión... La verdadera diferencia entre una mafia cualquiera y el Estado es el marketing.

 

Pero al Estado no le basta con que trabajes para él, no le basta con robarte tu dinero o tu propiedad, quiere tu alma. Para ello, te impone sus propias reglas y códigos, monopoliza la moral de tal modo que todo lo que se salga de su discurso te convierte en un "negacionista", te tacha de fascista en cuanto desvelas la verdad de su mensaje, define qué crímenes son permitidos y cuáles no, dependiendo de quién los cometa y cuánto poder tenga, pero lo seguirán llamando Justicia, con mayúsculas, cuando no es sino imposición, coerción y extorsión.

 

Sus esfuerzos no han sido en vano: ha creado un síndrome de Estocolmo colectivo, ha conseguido que sus víctimas no sólo lo defiendan sino que lo veneren. Las pequeñas mafias operan en las sombras, infundiendo miedo y usando la violencia, pero el Estado ha logrado algo mucho más sofisticado: ha convencido a la gente de que la explotación es legítima y necesaria. El secuestro de la gente no es físico, es mental y cultural: el ciudadano endeudado con impuestos y gasto excesivo no se rebela, sino que exige que otros paguen más impuestos; el empresario asfixiado por regulaciones no culpa al Estado, sino al "mercado salvaje"; el trabajador explotado por la inflación y las regulaciones contractuales no ve al Estado como enemigo, sino al empresario, y exige más regulaciones y más gasto público, que son lo que los hace más dependientes y pobres; el soldado enviado a una guerra no se cuestiona la causa, sino que la defiende.

 

Como en 1984, de Orwell, la coerción es virtud, la sumisión un deber moral. El Estado ya no necesita imponer su autoridad, hace que la gente la desee; no necesita obligar a la obediencia, convence a la gente de que desobedecer es inmoral; no necesita usar la violencia constantemente, le basta que la gente crea que sin él todo sería caos. No necesita perseguirte, te delatarán tus vecinos.

 

La Gran Paradoja es que el Estado se presenta como la solución a los problemas que él mismo crea. Crea inflación al imprimir dinero y luego dice que la solución es que el banco central tenga más poder; regula la economía hasta asfixiarla, y cuando las empresas cierran o los precios suben dice que la solución es más subsidios y más intervención; genera violencia en su guerra contra las drogas o contra otros Estados y luego usa esa violencia como excusa para aumentar su poder.

 

El Estado es la mafia perfecta porque no se ve a sí mismo como mafia ni nadie ve su verdadera naturaleza. Ha transformado la violencia en ley, el robo en deber cívico, la sumisión en virtud. Su mayor éxito no ha sido la conquista de territorios, sino la conquista de la mente humana, del alma humana, hasta el punto de que los esclavos que somos luchamos por mantener nuestras cadenas. Nos ha domesticado, vivimos ya en un auténtico Paraíso de los Ratones, pues el Estado genera, como en el famoso experimento, apatía y conformismo, colapso de identidad y valores, ha destruido el sentido de autonomía y de responsabilidad individual, promoviendo una cultura de dependencia y obediencia y provocando tendencias autodestructivas, pues la sociedad actual es el paraíso de la depresión, la angustia, la crisis de la salud mental y la drogadicción, síntomas de una civilización que ha perdido su propósito.

 

Bajo la ilusión de creernos libres, en realidad vivimos en un entorno diseñado para limitar nuestras opciones; nos hace creer que el bienestar depende de él, cuando en realidad es la causa de nuestra decadencia y nos empuja a aceptar el colapso como algo inevitable en lugar de cuestionar quién diseñó este sistema.

 

Como el paraíso de los ratones, el Estado es una trampa disfrazada de utopía. Los ratones no escapaban porque no sabían que estaban atrapados. Lo mismo que nosotros, que no vemos muros, innecesarios porque nuestras cadenas están en nuestra mente. Si seguimos en la jaula, el colapso, como a los ratones, no tardará mucho.

 

El Estado es la mentira más grande de la historia, la mayor mentira jamás contada. Nos hace pensar que sin el Estado no hay vida posible, que no puede haber civilización fuera del control del Estado, cuando lo cierto es que la civilización la hacemos las personas, no el Estado. Nadie se pregunta si el verdadero caos no sea la ausencia de Estado, sino el Estado mismo.

 

https://amzn.to/47b4o4T
https://amzn.to/3NwwzUn

 

 

 

 

Portada

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.