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Arturo Aldecoa Ruiz
Domingo, 06 de Abril de 2025 Tiempo de lectura:

Unamuno y los “cuatro elementos”

[Img #27770]Durante años mucha gente me ha dicho que pensaba que en el País Vasco no había procesiones de Semana Santa, quizás por esa imagen de “diferentes” al resto de España y sus costumbres y tradiciones que suele difundirse en los medios de comunicación.

 

Por eso se sorprendían al saber que en muchas localidades vascas se realizan procesiones, y en algunas hay vistosas representaciones de la Pasión, con gran asistencia de público.

 

Lo  cierto es que históricamente hemos sido uno de los lugares de Europa de más acendrada religiosidad. Tanta que hasta llegó a tomarse como un hecho el aforismo  de “euskaldun fededun”: es decir, ser vascoparlante y ser persona de fe profunda católica eran casi sinónimos.

 

La influencia de la religión en nuestra cultura y en nuestras instituciones forales ha sido abrumadora durante siglos, aunque en estos tiempos tan laicos se pretenda olvidar. Incluso el nombre de Dios, Jaungoikoa, permanece en las siglas de uno de los partidos vascos, escondido en las siglas JEL.

 

Como llega la Semana Santa a Bilbao,  voy a contarles una curiosa historia que relaciona uno de sus pasos con la memoria pública de Don Miguel de Unamuno.

 

Yo conocí en mi infancia  las procesiones principales del centro de Bilbao de los años 60 del siglo XX, es decir, las del Domingo de Ramos, Jueves Santo y Viernes Santo. Las demás, por horarios y recorrido sabía que existían, pero nunca las contemplé siendo niño.

 

Recuerdo perfectamente que me impresionaba la luna llena rojiza en el cielo durante la procesión del Viernes Santo, el ver la Gran Vía atestada de gente, el ruido sordo al moverse  de los penitentes (muchos de ellos portando cirios y algunos llevando cortas cadenas mientras caminaban descalzos), los encapuchados con antifaces o capirotes que te miraban con ojos ciegos e inescrutables, los artísticos pasos (algunos realmente preciosos), la música de las bandas cuando pasaban y el silencio atronador de la procesión en ciertos momentos.

 

Aquellas procesiones eran todo un espectáculo público esplendoroso, pero sombrío. Aunque yo era un niño impresionable, no me causaban el más mínimo fervor religioso, quizás por ser unas ceremonias muy barrocas para mi gusto. Al crecer, pese a estudiar en “colegio de curas”, nunca sentí interés en  participar en ninguna Cofradía.

 

Pero con los años he valorado cada vez más el poso histórico y espiritual que hay detrás de estos ritos religiosos y me he interesado en conocer su historia, pues forma parte de la de nuestra sociedad, aunque hoy en día este un poco olvidada.

 

Para hablar de cómo eran las procesiones principales de Bilbao más antiguas, cuando la villa seguía concentrada en su Casco Viejo y aún no se había extendido por Abando podemos dar la palabra a un testigo de excepción, el bilbaíno más universal, Miguel de Unamuno, que nos lo cuenta en sus “Recuerdos de niñez y mocedad”:

 

Las procesiones de Semana Santa de mi Bilbao de hace más de veinte años son las más solemnes, las más misteriosas, las más hondas que he presenciado ni presenciaré.

 

Eran de noche, que es como la cera luce, y eran por aquellas viejas siete calles de mi Bilbao que parecen cañones urbanos en el hondo canal, entre las casas llenas de luces en sus balcones, bajo el cielo oscuro.

 

Primero era cenar antes de costumbre, de prisa y corriendo, e ir a coger sitio al balcón de una casa amiga, entre las piernas de los mayores y agarrados a las rejas. Esto nosotros, pues los chicos de las escuelas de balde o los de la calle, se encaramaban en alguna reja de cantón.

 

La muchedumbre circulaba por las hondas calles, mormojeante, contemplando la iluminación, esperando otros en las aceras.

 

¡Ya están ahí! Venían primero los estandartes y las filas de devotos con sus hachas, y luego se oía el solemne golpeteo, ¡tras! ¡tras! ¡tras! y surgían de la oscura calle los bultos o pasos, en hombros de unos hombres vestidos con largas túnicas negras, golpeando a compás el suelo con los bastones en que apoyaban aquéllos al descansar. Delante de cada bulto un hombre, el jefe de los portadores, marchando hacia atrás, como cabo de gastadores, y el cual daba un martillazo en el armatoste cuando había que pararlo. Y entonces surgían de debajo de los tales bultos unos muchachos con botas de vino y trincaban los portadores para cobrar fuerzas con que llevar su cruz por aquellas calles de mi Bilbao de Dios. Calculábamos lo que pesarían los bultos. El más pesado era el del Prendimiento.

 

¡Y qué escenas, Dios mío! Figuras violentas, inspiradas en Lucas Jordán, en posturas contorsionadas, con rostros contraídos o grotescos, última degeneración de los atormentamientos miguelangelescos. Los más famosos personajes de los bultos, los populares, eran Anachu probablemente Anaschu, diminutivo eusquérico de Anás, un muchacho en pernetas, con una rodilla en tierra, extendiendo un brazo a Cristo y burlándose de él mientras le azotan, y Pracagorri (Calzones rojos) con una retorcida corneta, precediendo al Señor que lleva su cruz a cuestas. Y allá se perdía, en las oscuridades de Artecalle, Pracagorri, sin dejar de soplar en su corneta muda.

 

Venía el Señor rezando en el huerto de las olivas, con una túnica morada, San Pedro echado allí cerca, y frente a Jesús un árbol de verdad, no de chancitas. Y como en mi país no hay olivos, el olivo era un laurel, del que, sin duda para mayor propiedad, se colgaban naranjas entre farolillos. Y a los bordes del bulto, alumbrando al Señor, farolillos también, para despabilar los cuales iban en el huerto chiquillos, hijos de los portadores, y a los que nosotros desde los balcones envidiábamos. Tenía sus encantos ser chico de la escuela, de los que se escapaban a nadar a los Caños. Junto a los chiquillos despabiladores yacían, haciendo como que dormían unas ropas pegadas a cabezas de apóstoles.

 

Llegaba la Cena, y ante aquella imaginería se avivaban en nosotros los relatos de la Pasión que con tan hondo sentimiento oímos leer en misa. En la Cena iba aquel San Pedro por cuya cabeza habían ofrecido los tradicionales ingleses tanto oro como pesaba. Pero, Señor, ¿por qué valdrán tanto las calvas cabezas de San Pedro?

 

En viernes santo venían luego los elementos, cosa solemne y augusta hasta en su símbolo; cuatro caballeros de los principales, vestidos de negro, muy graves, arrastrando por los suelos las telas de cuatro banderas negras representativas de agua, tierra, aire y fuego que llevaban cogidas de las astas. ¡Ah! no se ve todos los días a los caballeros graves arrastrar banderas por los suelos de la calle.

 

Venían luego los fariseos, que no eran sino unos soldados romanos, con mucha armadura y casco, y algunos con gafas.

 

Después la Dolorosa y San Juan; aquella Dolorosa enlutada, de manos cruzadas, de cara lustrosa con lagrimones que brillaban a las luces pálidas de las hachas. Y luego el Entierro. Y al concluir la procesión se llevaba la Dolorosa a la iglesia de San Juan y allí entraban todos con sus hachas, y dejándolas al pie del altar, cara al pueblo, entonaban todos una salve cantada, y las voces fundidas llenaban el recinto y en el morían todas en una.”

 

Cómo vemos por el vívido relato de Unamuno, en la segunda mitad del siglo XIX las procesiones del pequeño Bilbao previo al Ensanche en Abando, aparte de tener  unos recorridos y horarios diferentes, incluían algunos aspectos curiosos como las enseñas negras  de los “cuatro elementos”, agua, tierra, fuego y aire, arrastradas por los suelos. Se trata de la utilización en un acto religioso de una tradición presocrática que perduró en la cultura occidental hasta el nacimiento de la química moderna. Yo de niño nunca los vi arrastrar. Me hubiera encantado.

 

En las procesiones  actuales del País Vasco se mantiene en Viernes Santo un  paso procesional parecido de estos símbolos paganos al menos en Estella y Artziniega.

 

Al crecer Bilbao, en los primeros años de la década de 1920 aún desfilaban los “cuatro elementos” según cuenta José Miguel de Azaola en uno de sus artículos:

 

Las procesiones desfilaban a media tarde. Me explicaron que, antaño, se celebraban por la noche. (¡Lástima no haber nacido a tiempo para verlas serpentear misteriosamente en la oscuridad!).

 

El viernes, en pos del Cristo yaciente, iban los "elementos": cuatro señores de etiqueta y con sombreros de copa arrastraban por el suelo sendas banderas -que acababan hechas una porquería-, símbolos de la tierra, el agua, el aire y el fuego (de lo cual no podías enterarte si no te lo explicaban)”

 

Darío de Areitio en un artículo sobre la Semana Santa bilbaína en el siglo XVIII, señala que entre los pasos y elementos procesionales  que entregó a la Cofradía de la Vera Cruz el Ayuntamiento el 5 de abril de 1732 en el Hospital de los Santos Juanes y en el Salón llamado Escuela de Cristo, figuraban “las insignias de los cuatro elementos con sus galas.”

 

Luego estas enseñas quizás tenían siglo y medio de antigüedad cuando las vi lo Miguel de Unamuno de niño en su Bilbao natal desfilar por el Casco Viejo. Ya eran auténticas reliquias, y casi dos siglos cuando las vio José Miguel de Azaola.

 

Pero, ¿qué relación tienen los cuatro elementos con Don Miguel de Unamuno? No solo impresionaron su memoria infantil  lo suficiente para que los recordara claramente al hablar en  sus “Recuerdos de niñez y mocedad” de las procesiones de su pequeño Bilbao natal, sino que los incorporó a su novela “Paz en la guerra” donde escribe que:

 

“Antes de hacerse el hombre pelearon guerra turbulenta los elementos, el aire, el fuego, el agua y la tierra, para distribuirse el imperio del mundo; y la guerra continúa, lenta, tenaz y callada”.

 

Pero su relación con los “cuatro elementos” ha ido mucho más allá de lo literario. Con la llegada de los Ayuntamientos democráticos se creó en Bilbao la plaza Miguel de Unamuno, el primer monumento público  dedicado por la villa a su hijo más universal a los 120 años de su nacimiento y a los 48 de su muerte. Se remodeló completamente la plaza ubicando en uno de sus ángulos, el más próximo a su casa natal en la calle de la Ronda y a su vivienda infantil y juvenil de la calle de la Cruz,  una columna con su cabeza en bronce, obra de Victorio Macho.

 

Además, en el centro de la enlosada superficie de la plaza de Miguel de Unamuno se instaló la “Fuente de los Cuatro Elementos”: Fuego (Sua), Tierra (Lurra), Agua (Ura) y Aire (Haizea).

 

Don Miguel, que era catedrático de griego hubiera estado exultante de haber conocido este homenaje póstumo  que le dedica, quizás sin saberlo,  el Ayuntamiento de Bilbao. Pues no hay mayor honra que ser el quinto elemento de la plaza.

 

Ya que según  Aristóteles el éter o quinto elemento es la quintaesencia, ya que el fuego, la tierra, el agua y el aire son terrenales y corruptibles, y las estrellas no pueden estar hechas de ninguno de esos cuatro elementos, sino que deben de componerse de uno diferente, inmutable, de una substancia celestial: Don Miguel de Unamuno.

 

Arturo Ignacio Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 - 2019

 

Bibliografía:

 

Dario de Areiτιο

Los vascos en la historia de Espana

Publicaciones de la Junta de Cultura de Vizcaya, 1959

 

Miguel de Unamuno

Recuerdos de niñez y de mocedad

Asociacion de Amigos de Unamuno Bilbao, 1990

 

José Miguel de Azaola

Memoria de mi Bilbao

Muelle de Uribitarte, 2010

 

 

 

 

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