La liberación sexual como forma de control político (II)
Veamos ahora la otra consecuencia de dicha liberación: el descenso de la natalidad y las graves alteraciones que tal descenso producen en la sociedad. Hayek pensaba –ingenuamente– que sin coartar la libertad individual la población mundial encontraría el equilibrio, que no habría necesidad de coacción alguna. Hayek murió en 1991. Todavía no se había enterado de que en las sociedades occidentales ya no era posible el orden espontáneo; no solo en sistemas totalitarios, como por ejemplo en China, modelo de régimen comunista planificado en lo social y en lo económico, también en las “democracias liberales”. Hoy es patente que en los países desarrollados o en vías de desarrollo se esta produciendo un gran desequilibrio poblacional que puede llevarlos a su extinción; creyeron que el control era fácil. Desde luego este descenso no ha sido producto de un orden espontaneo en las sociedades supuestamente libres, porque la fuerza del Estado controla cada vez más la vida de los ciudadanos, en muchos casos de manera sutil o propagandística que impide que seamos conscientes de como nos manipulan, de cómo crean opinión a través de los medios de comunicación que dirigen a base de subvenciones y, asimismo, de una educación ideologizada sin límite alguno, que se traduce en un falseamiento de la historia y una distorsión de la realidad.
En la década de los 60 se pensó que era posible lo que se inició y se viene intentando desde la revolución francesa: fomentar las prácticas sexuales y la promiscuidad que debilitarían la estabilidad familiar. Como decíamos, había que contrarrestar la influencia de la religión que llegaba a cada ciudad o pueblo, así como las enseñanzas y tradiciones familiares transmitidas durante siglos. Eliminadas la iglesia y la familia no queda poder intermedio entre el Estado y el individuo. Este acaba así a merced del Estado. Por tanto, la mujer, su naturaleza, debía ser anulada, si quería hacerse efectiva la disolución de la familia y el control de la natalidad. Tuvieron que pasar 150 años para que el sueño de aquellos revolucionarios se hiciese realidad, para que el matrimonio, desprestigiado como una atadura innecesaria, y el divorcio fácil, junto con la despenalización legal y moral del aborto, se hiciesen efectivos, e hiciesen posible, el control de la natalidad y el control del individuo; la reducción del matrimonio desde 1975 en España ha sido del 33% y el numero de parejas de hecho –ataduras fuera– se ha triplicado desde 2001, (Instituto de Política Familiar).
Y, para lanzar a los jóvenes a esta desinhibición sexual masiva, que llevaría aparejada la disolución del matrimonio y del compromiso, había que controlar las posibilidades de embarazo. Recuérdese que es simultáneo el lanzamiento de las píldoras anticonceptivas y el cine con desnudos y sexo explicito que hacían normales y animaban a tales prácticas. Se creyó que las píldoras anticonceptivas traerían la solución, pero esto no resultó. Tenías que tener pareja estable, ya que había que tomarlas con regularidad y esto no funcionaba con parejas ocasionales, además de los efectos secundarios que producían y que hacían remisa a la mujer a su consumo. Entonces, se dió el siguiente paso para incitar a aparearse sin problemas: el aborto. La liberación de las conciencias, con una propaganda tan absoluta, fue fácil. 73 millones de niños abortados al año en el mundo, casi el 52% de las muertes en 2022. Desde la legalización del aborto en España (1985) se han “perdido” 2,8 millones de niños (IPF).
“Derechos humanos selectivos”, o según se decida “qué es humano y qué no” por los autorizados a decidir. Todo vale excepto no contribuir a hacienda con lo que fija el Estado. En esto ha acabado la libertad en las sociedades llamadas “liberales”. Como decía un gran pensador, el Estado “quiere que los ciudadanos gocen con tal de que solo se ocupen de gozar”; y paguen religiosamente sus impuestos, añadiríamos, que después servirán para controlarnos aun más.
Mientras en China durante décadas se prohibió tener más de un hijo, en los países occidentales se facilitó y animó a las mujeres a no tener hijos o a deshacerse fácilmente de ellos en caso de quedar embarazadas. El resultado será una reducción drástica de la población de millones de personas, en las próximas décadas. El índice de fecundidad en España fue de 1,12 en 2022. Curiosamente, en 1975 era de 2,77, sin utilizar métodos anticonceptivos. Equilibrio, y autocontrol perfecto, para la reposición de nuevas generaciones. ¿Sería que los hombres de entonces respetaban más a la mujer que en nuestros días en que continuamente las dejan embarazadas y las mandan a abortar?
Por poner algunos ejemplos de diferentes sociedades, en Rusia el índice de fecundidad es del 1,42, en China del 1,18 y bajando en 2022, en Japón 1,20 y en USA del 1,67. Claramente insuficiente en todas ellas para el reemplazo poblacional.
Las soluciones que los planificadores ofrecen a esta disminución suicida de la natalidad que se produce en los países desarrollados, incluidas China, Japón y Corea del Sur–que no son de cultura y tradición occidental, pero comparten el consumismo abrumador de las sociedades industrializadas– son de dos tipos y a veces en conjunción.
Por una parte, la recepción de población extranjera a fin de contar con mano de obra suficiente. Sin embargo, todo el mundo conoce los conflictos que esto está produciendo. La otra solución para la reposición poblacional sería el fomento de la natalidad a través de ayudas, si bien en la UE sigue promocionándose el aborto alegremente, no sabemos con qué fines.
Hay dirigentes que se dan cuenta, y les importa, lo que esto significa para el futuro de sus países e intentan revertir el proceso fomentando los nacimientos a través de ayudas a las mujeres especialmente. Por supuesto no contemplan prohibir el aborto. Tampoco cambiar las prácticas sexuales. Quizá por la pedagogía sentimentaloide del “hay que persuadir, nunca imponer”. Después se comprueba que esto no da muchos resultados, en realidad porque no van a la raíz del problema.
Ciertamente, en algunos países intentan revertir la tendencia con diversos tipos de incentivos, pero los resultados no son espectaculares. ¿Por qué? Porque la causa no es el dinero, no es la falta de posibilidades, como se dice machaconamente. La causa no es solo material, es moral. Es material en cuanto que se quiere mantener un cierto nivel de vida y de comodidad, pero sobre todo es la ausencia del compromiso, especialmente por parte del hombre. Compromiso para mantener una relación estable, compromiso para criar juntos a los hijos, si los han tenido, compromiso para mantener unas obligaciones y sacrificios continuos y compromiso para el futuro. La mujer se ve insegura, sabe que en cualquier momento la relación puede romperse y tendrá que hacer frente a la crianza en soledad. Estas son las consecuencias de la relación inestable o del divorcio fácil que se presentó como la gran liberación de la mujer.
Los países desarrollados han creído que podía diseñarse la sociedad “a demanda” de la economía o de lo que determinadas élites considerasen adecuado para esa sociedad o para sus intereses, mezclados con la utopía. Hagamos “ingeniería demográfica”, se dijeron. Pero no está resultando tan fácil a pesar de los intentos de dirigir la sexualidad femenina. Es la mujer la que está siendo utilizada por los cantos de sirena del hedonismo desde la más temprana infancia. Pero también es la mujer la que puede rebelarse cuando comprenda el engaño a dónde la han llevado, porque ya está sufriendo las consecuencias.
Veamos ahora la otra consecuencia de dicha liberación: el descenso de la natalidad y las graves alteraciones que tal descenso producen en la sociedad. Hayek pensaba –ingenuamente– que sin coartar la libertad individual la población mundial encontraría el equilibrio, que no habría necesidad de coacción alguna. Hayek murió en 1991. Todavía no se había enterado de que en las sociedades occidentales ya no era posible el orden espontáneo; no solo en sistemas totalitarios, como por ejemplo en China, modelo de régimen comunista planificado en lo social y en lo económico, también en las “democracias liberales”. Hoy es patente que en los países desarrollados o en vías de desarrollo se esta produciendo un gran desequilibrio poblacional que puede llevarlos a su extinción; creyeron que el control era fácil. Desde luego este descenso no ha sido producto de un orden espontaneo en las sociedades supuestamente libres, porque la fuerza del Estado controla cada vez más la vida de los ciudadanos, en muchos casos de manera sutil o propagandística que impide que seamos conscientes de como nos manipulan, de cómo crean opinión a través de los medios de comunicación que dirigen a base de subvenciones y, asimismo, de una educación ideologizada sin límite alguno, que se traduce en un falseamiento de la historia y una distorsión de la realidad.
En la década de los 60 se pensó que era posible lo que se inició y se viene intentando desde la revolución francesa: fomentar las prácticas sexuales y la promiscuidad que debilitarían la estabilidad familiar. Como decíamos, había que contrarrestar la influencia de la religión que llegaba a cada ciudad o pueblo, así como las enseñanzas y tradiciones familiares transmitidas durante siglos. Eliminadas la iglesia y la familia no queda poder intermedio entre el Estado y el individuo. Este acaba así a merced del Estado. Por tanto, la mujer, su naturaleza, debía ser anulada, si quería hacerse efectiva la disolución de la familia y el control de la natalidad. Tuvieron que pasar 150 años para que el sueño de aquellos revolucionarios se hiciese realidad, para que el matrimonio, desprestigiado como una atadura innecesaria, y el divorcio fácil, junto con la despenalización legal y moral del aborto, se hiciesen efectivos, e hiciesen posible, el control de la natalidad y el control del individuo; la reducción del matrimonio desde 1975 en España ha sido del 33% y el numero de parejas de hecho –ataduras fuera– se ha triplicado desde 2001, (Instituto de Política Familiar).
Y, para lanzar a los jóvenes a esta desinhibición sexual masiva, que llevaría aparejada la disolución del matrimonio y del compromiso, había que controlar las posibilidades de embarazo. Recuérdese que es simultáneo el lanzamiento de las píldoras anticonceptivas y el cine con desnudos y sexo explicito que hacían normales y animaban a tales prácticas. Se creyó que las píldoras anticonceptivas traerían la solución, pero esto no resultó. Tenías que tener pareja estable, ya que había que tomarlas con regularidad y esto no funcionaba con parejas ocasionales, además de los efectos secundarios que producían y que hacían remisa a la mujer a su consumo. Entonces, se dió el siguiente paso para incitar a aparearse sin problemas: el aborto. La liberación de las conciencias, con una propaganda tan absoluta, fue fácil. 73 millones de niños abortados al año en el mundo, casi el 52% de las muertes en 2022. Desde la legalización del aborto en España (1985) se han “perdido” 2,8 millones de niños (IPF).
“Derechos humanos selectivos”, o según se decida “qué es humano y qué no” por los autorizados a decidir. Todo vale excepto no contribuir a hacienda con lo que fija el Estado. En esto ha acabado la libertad en las sociedades llamadas “liberales”. Como decía un gran pensador, el Estado “quiere que los ciudadanos gocen con tal de que solo se ocupen de gozar”; y paguen religiosamente sus impuestos, añadiríamos, que después servirán para controlarnos aun más.
Mientras en China durante décadas se prohibió tener más de un hijo, en los países occidentales se facilitó y animó a las mujeres a no tener hijos o a deshacerse fácilmente de ellos en caso de quedar embarazadas. El resultado será una reducción drástica de la población de millones de personas, en las próximas décadas. El índice de fecundidad en España fue de 1,12 en 2022. Curiosamente, en 1975 era de 2,77, sin utilizar métodos anticonceptivos. Equilibrio, y autocontrol perfecto, para la reposición de nuevas generaciones. ¿Sería que los hombres de entonces respetaban más a la mujer que en nuestros días en que continuamente las dejan embarazadas y las mandan a abortar?
Por poner algunos ejemplos de diferentes sociedades, en Rusia el índice de fecundidad es del 1,42, en China del 1,18 y bajando en 2022, en Japón 1,20 y en USA del 1,67. Claramente insuficiente en todas ellas para el reemplazo poblacional.
Las soluciones que los planificadores ofrecen a esta disminución suicida de la natalidad que se produce en los países desarrollados, incluidas China, Japón y Corea del Sur–que no son de cultura y tradición occidental, pero comparten el consumismo abrumador de las sociedades industrializadas– son de dos tipos y a veces en conjunción.
Por una parte, la recepción de población extranjera a fin de contar con mano de obra suficiente. Sin embargo, todo el mundo conoce los conflictos que esto está produciendo. La otra solución para la reposición poblacional sería el fomento de la natalidad a través de ayudas, si bien en la UE sigue promocionándose el aborto alegremente, no sabemos con qué fines.
Hay dirigentes que se dan cuenta, y les importa, lo que esto significa para el futuro de sus países e intentan revertir el proceso fomentando los nacimientos a través de ayudas a las mujeres especialmente. Por supuesto no contemplan prohibir el aborto. Tampoco cambiar las prácticas sexuales. Quizá por la pedagogía sentimentaloide del “hay que persuadir, nunca imponer”. Después se comprueba que esto no da muchos resultados, en realidad porque no van a la raíz del problema.
Ciertamente, en algunos países intentan revertir la tendencia con diversos tipos de incentivos, pero los resultados no son espectaculares. ¿Por qué? Porque la causa no es el dinero, no es la falta de posibilidades, como se dice machaconamente. La causa no es solo material, es moral. Es material en cuanto que se quiere mantener un cierto nivel de vida y de comodidad, pero sobre todo es la ausencia del compromiso, especialmente por parte del hombre. Compromiso para mantener una relación estable, compromiso para criar juntos a los hijos, si los han tenido, compromiso para mantener unas obligaciones y sacrificios continuos y compromiso para el futuro. La mujer se ve insegura, sabe que en cualquier momento la relación puede romperse y tendrá que hacer frente a la crianza en soledad. Estas son las consecuencias de la relación inestable o del divorcio fácil que se presentó como la gran liberación de la mujer.
Los países desarrollados han creído que podía diseñarse la sociedad “a demanda” de la economía o de lo que determinadas élites considerasen adecuado para esa sociedad o para sus intereses, mezclados con la utopía. Hagamos “ingeniería demográfica”, se dijeron. Pero no está resultando tan fácil a pesar de los intentos de dirigir la sexualidad femenina. Es la mujer la que está siendo utilizada por los cantos de sirena del hedonismo desde la más temprana infancia. Pero también es la mujer la que puede rebelarse cuando comprenda el engaño a dónde la han llevado, porque ya está sufriendo las consecuencias.