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Arturo Aldecoa Ruiz
Domingo, 27 de Abril de 2025 Tiempo de lectura:

Cuando ladran los perros de Hircania

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Mi amigo Cicerón, el ectoplasma que invoco las noches sin luna para conocer su opinión sobre las costumbres modernas, se indigna cuando le menciono los programas y tertulias dedicadas a despellejar gentes del mundo del espectáculo, la cultura y la política y a destripar “toda la verdad” sobre sus vidas, secretos y los asuntos aparentemente turbios que se les achacan, generalmente para entretener al público con un nuevo escándalo y a veces para destruir la imagen de alguien que incomoda a gobiernos y gentes poderosas.    

  

“Denunciar la corrupción y los crímenes de los malvados es necesario para la salud de cualquier República”, me dice Marco Tulio.   

  

“Pero cuando la denuncia se realiza para la diversión pública o por interés es una acción reprobable, porque implica la condena social del acusado por el único hecho de serlo, sin tenerse que probar nada en esa falsa  “curia”  mediática  que  llamáis televisión.”  

  

“Con ello, condenaréis por adelantado a inocentes, sometiéndolos al escarnio público mediante indicios dudosos, pruebas ficticias o afirmaciones falsas, pues siempre habrá cerca de las gentes relevantes envidiosos que utilizarán la ocasión para venganzas personales.”  

  

“Los inocentes exigirán que se les juzgue, pues su defensa frente al escándalo precisa la acción de la Justicia. Pero el daño a su reputación ya estará hecho. Mucha gente creerá en su culpabilidad porque  acostumbra a pensar mal de los demás.”  

  

Para Cicerón, en sus días se actuaba de otra manera: “Hasta para matar a César los conjurados actuaron de frente y ninguna de las 23 puñaladas le fue dada por la espalda. Pero vosotros permitís que el rumor, la media verdad o la insidia apuñalen a cualquier ciudadano y sean suficientes para su condena en la plaza pública. Ya no buscáis justicia, sino espectáculo.”       

  

No le falta razón. Vivimos un tiempo de  denuncias sin defensa y de condenas sin juicio. Todo por dar por sentado mucha gente que las denuncias mediáticas, por ser públicas, adquieren el carácter de “verdaderas” y sustituyen la necesidad de procedimientos legales. Hoy el medio, además de ser el mensaje, se ha convertido en la tribuna de la justicia.   

  

Esta forma de juzgarlo todo como espectáculo lleva al extremo del absurdo el proverbio  “Vox populi, Vox Dei”. Ya hace doce siglos una carta de Alcuino de  York dirigida a Carlomagno le prevenía contra esta idea:   

 

- “Nec audiendi qui solent dicere, Vox populi, vox Dei, quum tumultuositas vulgi semper insaniae proxima sit, (Y no debería escucharse a los que acostumbran a decir que la voz del pueblo es la voz de Dios, pues el desenfreno del vulgo está siempre cercano a la locura)”.  

  

En estos tiempos, el hecho de ser famoso o conocido por algo parece eliminar el derecho a la presunción de inocencia y convierte a la persona en potencial sujeto de sospecha. Da igual que el personaje sea un miembro de la farándula, un famosito de mérito desconocido o una meritoria celebridad cultural, social o política. Todo hueso es bueno para hacer caldo mediático.  

  

 El afectado por un escándalo de este tipo quedará a los pies de los caballos, con sus vergüenzas, reales o imaginarias, al aire y su imagen destrozada. Encontrar asuntos “poco explicados” para sostener una denuncia es relativamente fácil, a poco que el personaje tenga algo de biografía. Que luego esos asuntos sean relevantes o resulten inocuos o inciertos nada importa.  Su sola mención basta para justificar el escándalo.   

  

Esta fiebre de “programas denuncia” no surge de que los medios se hayan vuelto más puritanos, o de que sus directivos hayan desarrollado un santo horror a los pecados y faltas ajenas. La razón es más simple: como bien sabía el Santo Oficio: los autos de fe siempre llenan plazas, atraen público y garantizan audiencia. No hay como mostrar a alguien conocido con el sambenito puesto y prometer el olor de su carne quemada para aumentar la cuota de pantalla.  

  

Naturalmente, los mass media dedicados a estas actividades inquisitoriales no actúan al azar, tienen sus estrategias para buscar chivos expiatorios que garanticen cuota de pantalla con el escándalo. Otras veces, reciben sugerencias de grupos políticos o de gobiernos interesados en perjudicar a sus adversarios y colaboran en sus intrigas.   

  

El resultado es siempre el mismo: el acusado se convierte en un apestado social del que se  reniega y cuyos méritos anteriores se denigran y olvidan, sufriendo una auténtica “damnatio  memoriae”.

  

Marco Tulio no entiende semejantes prácticas públicas que buscan las miserias humanas e ignoran los méritos.  “En mis días los ciudadanos podían demostrar con sus acciones valor, dignidad y decoro, y a la vez desobedecer las leyes en su vida pública o privada. Los honrábamos por lo primero y los perseguíamos por lo segundo, pero nunca escondíamos sus virtudes porque tuvieran defectos.”  

  

“El enemigo más tenaz que tuve durante mi consulado, Catilina, era un hombre despiadado y rebelde, pero también valiente, audaz y generoso hasta el exceso, capaz de las mayores hazañas lo mismo que de los mayores crímenes. Precisamente por ello era peligroso para la República y lo combatí.”  

  

“Pero vosotros lo mezcláis todo, lo confundís todo, y convertís a cualquier hombre de fama en víctima apaleada de una fábula atelana. Su dignidad y decoro desaparecen al ser ridiculizados por vuestros Pappus y Maccus, la justicia de sus actos se cuestiona por las bromas de vuestros Manducus, y la probidad de sus costumbres palidece por las groserías de vuestros Dossennus y Buccos. ¿Es que creéis que unas máscaras ridículas reunidas en una farsa atelana pueden ser buenos jueces de nada ni de nadie?”  

  

“En mis días fueron famosos los perros de Hircania, una casta notable por su tamaño y ferocidad. Eran mantenidos públicamente y entrenados para que devorasen los cadáveres, como si fueran sepulcros adiestrados. Aquella extraña costumbre se debía a la creencia de que ser despedazado por los canes era la mejor sepultura para  cualquier persona.”   

  

“Hoy tenéis a vuestros propios perros de Hircania, cuya mordedura mediática lleva a la sepultura civil, la ignominia y el olvido a quienes son perseguidos por ellos. El peor fin para cualquier hombre. Pero hay algo nuevo: estos perros actuales ya no devoran muertos, sino vivos, pues ello aumenta la audiencia.”  

  

Enciendo la televisión. Con el mando a distancia busco la cadena. Va a comenzar el programa. Ya están listos los tertulianos para despedazar una nueva víctima. De repente comienzan a ladrar...  

     

(*) Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de  Bizkaia 1999 - 2019

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