Reportaje en profundidad
El día que se apagó la península: crónica apresurada de un colapso eléctrico sin precedentes
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La normalidad se quebró a las 12:30 horas. Sin previo aviso, España, Portugal y parte de Francia quedaron sumidos en la oscuridad en pleno mediodía. Lo que comenzó como un parpadeo en las luces, un vacilante silencio de los electrodomésticos y el apagado repentino de televisiones, ordenadores y teléfonos, pronto reveló su verdadera magnitud: un apagón masivo que afectaba a toda la península ibérica.
El sistema eléctrico peninsular sufrió lo que Red Eléctrica denominó en su comunicado oficial como un "cero" —término técnico que describe un apagón generalizado del sistema. La compañía, a través de su cuenta en X (antes Twitter), informó que comenzaban a "recuperar la tensión por las zonas norte y sur" y explicó que este proceso conlleva "devolver la tensión de forma paulatina a la red de transporte a medida que los grupos de generación se acoplen".
En Madrid, Barcelona, Lisboa, Oporto y decenas de ciudades más, la escena era la misma: semáforos apagados, trenes detenidos, hospitales activando generadores de emergencia. En la estación de Atocha, decenas de viajeros permanecían atrapados en vagones detenidos en mitad de los túneles, iluminándose unos a otros con la tenue luz de sus móviles. En un hospital de Oporto, médicos continuaban operaciones a la luz de focos de emergencia improvisados.
Las calles se llenaban de un murmullo inquieto. En los barrios residenciales, los vecinos salían a los balcones buscando respuestas, mientras las tiendas evacuaban a sus clientes entre pasillos sumidos en penumbra. Los teléfonos móviles, con baterías menguantes, luchaban por captar señales cada vez más débiles.
Naturgy fue una de las primeras compañías en reconocer la magnitud del problema, confirmando a través de sus redes sociales que existía una "incidencia a nivel nacional" que había dejado "muchos puntos de España" sin suministro eléctrico. Otras energéticas consultadas por la agencia EFE se limitaron a remitirse a las explicaciones proporcionadas por Red Eléctrica.
Mientras tanto, en Francia, las regiones fronterizas como Nueva Aquitania y Occitania experimentaban cortes parciales, aunque los operadores franceses aseguraban que la incidencia allí era "residual" y controlada.
Un apagón de estas características podría considerarse uno de los escenarios más temidos por los expertos en infraestructuras críticas. La caída simultánea de toda la red eléctrica peninsular sugeriría un evento de gran magnitud en las interconexiones principales o un fallo en cascada que habría superado todos los sistemas de contingencia diseñados para evitar precisamente este tipo de colapsos.
A medida que avanzaba la tarde, la sensación de vulnerabilidad se intensificaba. Con el sol descendiendo sobre ciudades aún a oscuras, la vida moderna parecía haberse detenido: ni tráfico, ni comunicaciones fluidas, ni seguridad ni certezas.
Los especialistas en sistemas eléctricos señalan que la recuperación tras un "cero" completo del sistema es un proceso extremadamente delicado. No se trata simplemente de restaurar el suministro, sino de hacerlo de manera secuencial y controlada para evitar nuevos desequilibrios que podrían provocar colapsos adicionales en una red ya fragilizada.
Las consecuencias de un apagón generalizado son múltiples y afectan a todos los sectores. Los hospitales deben activar sus sistemas de emergencia, con generadores de capacidad limitada que dependen de reservas de combustible. El transporte público se paraliza, con trenes detenidos y sistemas de señalización inoperativos. Las telecomunicaciones, aunque dispongan de sistemas de respaldo, comienzan a fallar progresivamente a medida que sus baterías se agotan.
En situaciones como esta, los análisis posteriores de organismos como el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) o la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) resultarán fundamentales para comprender las causas del fallo y proponer medidas que eviten su repetición.
El apagón también evidencia las diferencias en la capacidad de respuesta ante emergencias. Mientras algunos edificios corporativos y residenciales de alta gama mantenían las luces encendidas gracias a costosos sistemas de respaldo, barrios populares quedaban sumidos en una oscuridad total, una disparidad que las crisis no hacen sino acentuar.
Horas después del inicio del colapso, partes del país seguían sin suministro. El Gobierno activaba protocolos de emergencia y convocaba reuniones de crisis. La coordinación entre administraciones, servicios de emergencia y empresas energéticas se convertía en la prioridad absoluta para devolver la normalidad a millones de ciudadanos.
La caída del sistema eléctrico peninsular plantea preguntas fundamentales sobre la seguridad y resiliencia de nuestras infraestructuras críticas. ¿Estamos preparados para eventos de esta magnitud? ¿Son suficientes los protocolos actuales? ¿Necesitamos mayor inversión en redundancia y sistemas de respaldo?
Mientras escribo estas líneas, las luces comienzan a parpadear en algunas zonas, trayendo tanto esperanza como interrogantes. El día que la península se quedó a oscuras apenas comienza a escribir su historia, y sus lecciones resonarán por años.
La normalidad se quebró a las 12:30 horas. Sin previo aviso, España, Portugal y parte de Francia quedaron sumidos en la oscuridad en pleno mediodía. Lo que comenzó como un parpadeo en las luces, un vacilante silencio de los electrodomésticos y el apagado repentino de televisiones, ordenadores y teléfonos, pronto reveló su verdadera magnitud: un apagón masivo que afectaba a toda la península ibérica.
El sistema eléctrico peninsular sufrió lo que Red Eléctrica denominó en su comunicado oficial como un "cero" —término técnico que describe un apagón generalizado del sistema. La compañía, a través de su cuenta en X (antes Twitter), informó que comenzaban a "recuperar la tensión por las zonas norte y sur" y explicó que este proceso conlleva "devolver la tensión de forma paulatina a la red de transporte a medida que los grupos de generación se acoplen".
En Madrid, Barcelona, Lisboa, Oporto y decenas de ciudades más, la escena era la misma: semáforos apagados, trenes detenidos, hospitales activando generadores de emergencia. En la estación de Atocha, decenas de viajeros permanecían atrapados en vagones detenidos en mitad de los túneles, iluminándose unos a otros con la tenue luz de sus móviles. En un hospital de Oporto, médicos continuaban operaciones a la luz de focos de emergencia improvisados.
Las calles se llenaban de un murmullo inquieto. En los barrios residenciales, los vecinos salían a los balcones buscando respuestas, mientras las tiendas evacuaban a sus clientes entre pasillos sumidos en penumbra. Los teléfonos móviles, con baterías menguantes, luchaban por captar señales cada vez más débiles.
Naturgy fue una de las primeras compañías en reconocer la magnitud del problema, confirmando a través de sus redes sociales que existía una "incidencia a nivel nacional" que había dejado "muchos puntos de España" sin suministro eléctrico. Otras energéticas consultadas por la agencia EFE se limitaron a remitirse a las explicaciones proporcionadas por Red Eléctrica.
Mientras tanto, en Francia, las regiones fronterizas como Nueva Aquitania y Occitania experimentaban cortes parciales, aunque los operadores franceses aseguraban que la incidencia allí era "residual" y controlada.
Un apagón de estas características podría considerarse uno de los escenarios más temidos por los expertos en infraestructuras críticas. La caída simultánea de toda la red eléctrica peninsular sugeriría un evento de gran magnitud en las interconexiones principales o un fallo en cascada que habría superado todos los sistemas de contingencia diseñados para evitar precisamente este tipo de colapsos.
A medida que avanzaba la tarde, la sensación de vulnerabilidad se intensificaba. Con el sol descendiendo sobre ciudades aún a oscuras, la vida moderna parecía haberse detenido: ni tráfico, ni comunicaciones fluidas, ni seguridad ni certezas.
Los especialistas en sistemas eléctricos señalan que la recuperación tras un "cero" completo del sistema es un proceso extremadamente delicado. No se trata simplemente de restaurar el suministro, sino de hacerlo de manera secuencial y controlada para evitar nuevos desequilibrios que podrían provocar colapsos adicionales en una red ya fragilizada.
Las consecuencias de un apagón generalizado son múltiples y afectan a todos los sectores. Los hospitales deben activar sus sistemas de emergencia, con generadores de capacidad limitada que dependen de reservas de combustible. El transporte público se paraliza, con trenes detenidos y sistemas de señalización inoperativos. Las telecomunicaciones, aunque dispongan de sistemas de respaldo, comienzan a fallar progresivamente a medida que sus baterías se agotan.
En situaciones como esta, los análisis posteriores de organismos como el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE) o la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) resultarán fundamentales para comprender las causas del fallo y proponer medidas que eviten su repetición.
El apagón también evidencia las diferencias en la capacidad de respuesta ante emergencias. Mientras algunos edificios corporativos y residenciales de alta gama mantenían las luces encendidas gracias a costosos sistemas de respaldo, barrios populares quedaban sumidos en una oscuridad total, una disparidad que las crisis no hacen sino acentuar.
Horas después del inicio del colapso, partes del país seguían sin suministro. El Gobierno activaba protocolos de emergencia y convocaba reuniones de crisis. La coordinación entre administraciones, servicios de emergencia y empresas energéticas se convertía en la prioridad absoluta para devolver la normalidad a millones de ciudadanos.
La caída del sistema eléctrico peninsular plantea preguntas fundamentales sobre la seguridad y resiliencia de nuestras infraestructuras críticas. ¿Estamos preparados para eventos de esta magnitud? ¿Son suficientes los protocolos actuales? ¿Necesitamos mayor inversión en redundancia y sistemas de respaldo?
Mientras escribo estas líneas, las luces comienzan a parpadear en algunas zonas, trayendo tanto esperanza como interrogantes. El día que la península se quedó a oscuras apenas comienza a escribir su historia, y sus lecciones resonarán por años.