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Miércoles, 30 de Abril de 2025 Tiempo de lectura:
Un artículo de Diego Fusaro

La evaporación del cristianismo

Francisco I (Oficina de Prensa de la Santa Sede)Francisco I (Oficina de Prensa de la Santa Sede)

Bergoglio ha fallecido a la edad de 88 años. Esta dolorosa pérdida nos da, sin embargo, la oportunidad de hacer algunas observaciones generales sobre Bergoglio y la forma en que ha gestionado la Iglesia de Roma en los últimos años.

 

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La primera aclaración necesaria se refiere al hecho de que Bergoglio, técnicamente, nunca fue Papa: como mostramos ampliamente en nuestro libro «El fin del cristianismo», Benedicto XVI nunca renunció al munus petrinum, sino que sólo renunció al ministerium: explicado en términos muy sencillos, Ratzinger renunció a ejercer el papel de Papa sin renunciar nunca a este papel. Con la consecuencia obvia de que siguió siendo Papa hasta el final: por esta razón, la elección de Bergoglio en 2013 fue un acto nulo y no inválido. Como todo el mundo sabe, sólo puede haber un Papa, y no se hace un nuevo Papa hasta que el titular ha muerto o renunciado al munus, no al ministerium. En definitiva, por tanto, la sede papal está vacante desde el 31 de diciembre de 2022.

 

 

En cuanto a la gestión de Bergoglio al frente de la Iglesia (y también aquí nos limitaremos a resumir lo que escribimos en nuestro citado libro), podemos decir que ha favorecido en todos los sentidos los procesos en marcha de evaporación del cristianismo, promoviendo una neoiglesia inteligente y líquida, postcristiana y abierta a la inmanencia, al tiempo que se cerraba por completo a la trascendencia. La religión de Bergoglio fue una religión de la nada, bajo la forma de un nihilismo postcristiano que, de hecho, contribuyó al vaciamiento completo del cristianismo, reduciéndolo a una mera cobertura ideológica de la globalización liberal-progresista.

 

Mientras Ratzinger se resistió heroicamente a la evaporación del cristianismo, poniendo en su centro la tradición, la filosofía y la teología, y por ello fue continuamente combatido por el orden dominante, Bergoglio actuó de forma diametralmente opuesta, y es por ello que desde el principio fue el favorito del orden hegemónico: en lugar de resistirse a la evaporación del cristianismo, la favoreció en todos los sentidos. En los años 70, Pasolini constató que el cristianismo se encontraba en una encrucijada fundamental, cristalizándola del siguiente modo: o el cristianismo vuelve a sus orígenes y a su oposición a un mundo que ya no lo quiere, o se suicida y se disuelve en la civilización del consumismo. Con Ratzinger, asistimos al intento de dar vida a la primera hipótesis de Pasolini. Con Bergoglio, en cambio, hemos asistido al triunfo de la segunda.

 

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