Nuevo informe
El turismo ufológico: una nueva vía de crecimiento económico
![[Img #27975]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/05_2025/827_highway-1761627_1280.jpg)
La fascinación por los OVNIs y los alienígenas, lejos de limitarse a la ficción, se está consolidando como un motor económico en alza. Así lo demuestra un estudio publicado en el Journal of Tourism Futures, que analiza el auge del denominado “turismo ufológico”, un fenómeno con creciente impacto económico y aún escasa atención académica.
El informe, firmado por Daniel W. Mackenzie Wright, plantea que la industria turística ha comenzado a capitalizar con éxito el interés social por lo paranormal, convirtiendo antiguos relatos y teorías conspirativas en auténticos polos de atracción. Ciudades como Roswell (EE.UU.) —donde tuvo lugar el supuesto estrellamiento de una nave alienígena en 1947— han transformado su economía local mediante museos, festivales y merchandising. En Chile, Argentina, Tailandia o Japón, experiencias similares florecen alrededor de enclaves considerados “puertas de contacto”.
Nota: Los suscriptores de La Tribuna del País Vasco pueden solicitar una copia del estudio por los canales habituales: [email protected] o en el teléfono 650114502
Pero más allá de lo exótico, hay datos: en zonas cercanas al Área 51, los alojamientos registraron un crecimiento sostenido tras el fenómeno viral “Storm Area 51” en 2019. En Roswell, se organizan más de 300 tours al año solo por parte de un operador privado. El modelo de negocio va desde la experiencia mística hasta el simple "souvenir turístico", y abarca públicos tan diversos como creyentes fervientes, curiosos, espiritualistas o turistas digitales en busca de contenido.
Según el estudio, este nicho de mercado tiene un potencial económico real y replicable, también en Europa. Países como Suecia y Polonia ya cuentan con memoriales públicos que conmemoran supuestos avistamientos. “Lo importante no es tanto la veracidad como el relato. La narrativa vende, y si se gestiona bien, puede generar ingresos constantes”, apunta Wright.
En un contexto de transformación de la industria turística, donde el viajero busca cada vez más “experiencias singulares”, el cielo —y lo que creemos ver en él— puede ser, nunca mejor dicho, el límite.
La fascinación por los OVNIs y los alienígenas, lejos de limitarse a la ficción, se está consolidando como un motor económico en alza. Así lo demuestra un estudio publicado en el Journal of Tourism Futures, que analiza el auge del denominado “turismo ufológico”, un fenómeno con creciente impacto económico y aún escasa atención académica.
El informe, firmado por Daniel W. Mackenzie Wright, plantea que la industria turística ha comenzado a capitalizar con éxito el interés social por lo paranormal, convirtiendo antiguos relatos y teorías conspirativas en auténticos polos de atracción. Ciudades como Roswell (EE.UU.) —donde tuvo lugar el supuesto estrellamiento de una nave alienígena en 1947— han transformado su economía local mediante museos, festivales y merchandising. En Chile, Argentina, Tailandia o Japón, experiencias similares florecen alrededor de enclaves considerados “puertas de contacto”.
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Pero más allá de lo exótico, hay datos: en zonas cercanas al Área 51, los alojamientos registraron un crecimiento sostenido tras el fenómeno viral “Storm Area 51” en 2019. En Roswell, se organizan más de 300 tours al año solo por parte de un operador privado. El modelo de negocio va desde la experiencia mística hasta el simple "souvenir turístico", y abarca públicos tan diversos como creyentes fervientes, curiosos, espiritualistas o turistas digitales en busca de contenido.
Según el estudio, este nicho de mercado tiene un potencial económico real y replicable, también en Europa. Países como Suecia y Polonia ya cuentan con memoriales públicos que conmemoran supuestos avistamientos. “Lo importante no es tanto la veracidad como el relato. La narrativa vende, y si se gestiona bien, puede generar ingresos constantes”, apunta Wright.
En un contexto de transformación de la industria turística, donde el viajero busca cada vez más “experiencias singulares”, el cielo —y lo que creemos ver en él— puede ser, nunca mejor dicho, el límite.