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Jueves, 08 de Mayo de 2025 Tiempo de lectura:
Un extracto de La Gran Sustitución, el nuevo libro de Sergio Fernández Riquelme

Comienza la invasión

Jóvenes de origen inmigrante en París (Bladi)Jóvenes de origen inmigrante en París (Bladi)

Algunos vecinos empezaban a tener miedo. En diferentes barrios y pueblos de Francia, como de otros lugares de Occidente, se iba produciendo una lenta sustitución de la población. Desaparecían las familias de ciudadanos blancos y cristianos, así como de asimilados de origen europeo, y se llenaban los edificios comunitarios de migrantes africanos y musulmanes. Los primeros se marchaban a urbanizaciones lejanas o desaparecían sin descendencia, y los segundos ocupaban esos nichos vacíos y se reproducían a toda velocidad, con tasas de natalidad asombrosas. Ya no se temía a la invasión de los vecinos históricos, tras el fin de las guerras civiles europeas del siglo XX, y los extranjeros que iban llegando al bienestar occidental de posguerra se integraban sin muchos problemas. Ahora se asustaban de la presencia, en tromba, de migrantes muy diferentes de los supuestos arquetipos patrios o afines, antropomórfica y antropológicamente.

 

 

Tras décadas de alarmante “invasión”, un libro se convirtió en superventas. Escribía sobre ese miedo atroz y se recuperaba para comprender el germen de esa novedosa y peligrosa teoría de la Gran Sustitución. Se buscaron antecedentes de la misma, y se encontraron en una novela casi desconocida, más allá de lectores cercanos a grupos tradicionalistas o conservadores, y que había sido citada por Renaud Camus. Le Camp des Saints, escrita en 1973 por Jean Raspail, se volvió, casi de repente, en un clásico imprescindible para leer el ascenso de los nuevos nacionalismos identitarios y soberanistas. Una vieja obra distópica donde se anunciaba, entre el racismo para unos y la profecía para otros, el ocaso de la civilización de Occidente ante la invasión migratoria de habitantes y valores del Tercer Mundo. Traducida al español como El desembarco, durante años fue una obra limitada a círculos de la llamada extrema derecha francesa, pero en 2013 el texto de Raspail se convirtió en uno de los más vendidos en Francia, siendo publicado en numerosos idiomas. El título original (Le Camp des Saints) hacía referencia al último libro bíblico, el Apocalipsis, cuando reaparecía Satanás para aplastar a los viejos pueblos: “Se acaba la era los mil años. Ya salen las naciones que están en los cuatro lados de la tierra y que abundan tanto como la arena del mar. Partirán en expedición por la superficie de la tierra, ocuparán el Campamento de los Santos y la muy amada ciudad”.

 

A partir de una pequeña crónica titulada “L’Armada de la dernière”, publicada en 1971 por el mismo Raspail, este comenzó la redacción de su libro en una villa frente al Mar Mediterráneo, en el lugar donde todo cambiaría, donde se produciría el desembarco temido, donde arribaría el éxodo desde Asia, donde la población hindú llegaría a la soñada Europa Occidental (en especial a Bélgica y Francia), donde los dominadores serían dominados. Allí, en la bella costa azul, se comenzarían a sufrir los efectos de una decisión, aquella por la cual el gobierno belga decidió permitir a las parejas nacionales adoptar niños pobres de la India. Una decisión que provocó, inmediatamente, la avalancha de padres indios decididos a entregar sus hijos en la embajada belga en Calcuta. Aprovechando el caos, el gurú indio llamado como Niño–monstruo organizó una inmensa flota para llevar a miles y miles de sus compatriotas hacia la lejana Francia. A ella se sumaron, como efecto llamada, multitudes de asiáticos y africanos desesperados, arribando en las playas francesas cientos de embarcaciones de todo tipo, saturadas de gente oscura y subdesarrollada, pobre y desesperada. Tras diversas peripecias a mar abierto de esas naves, narradas con crueldad por Raspail, en dirección a la rica “tierra prometida”, las televisiones europeas comenzaron a retransmitir en directo un desembarco que cambiaría, sin remedio, el destino de Occidente.

 

Nadie sabía lo que hacer y, por ello se desatará en la novela un apocalipsis muy terrenal. Así escribía Raspail: “Dos campamentos se enfrentan entre sí. Uno cree en los milagros, el otro ya no cree en nada. El que levantará las montañas es el que ha mantenido la fe. Vencerá. En el otro, la duda mortal ha destruido todo. Será derrotado”. De un lado la compasión por el que llega, y de otro los derechos de los que ya están. Desheredados hacinados en los barcos y escenas de supervivencia, un reguero de muertos por el mar, y gente capaz de hacer lo más depravado por sobrevivir. Raspail continúa: “Los barcos se vaciaron por todos lados como una bañera desbordante. El Tercer Mundo estaba goteando y Occidente sirvió como alcantarilla”. 

 

(...)

 

Porque un día, “ese día” llegaría, inevitablemente. Esa jornada en la que en la costa de la Riviera francés comenzaba la invasión, con cientos de ruinosos barcos que trasladaban a miles de inmigrantes, provocando el pánico, el desconcierto o la ira de ciudadanos y políticos locales: “Forman parte simplemente del movimiento perpetuo de las fuerzas que, oponiéndose, forjan la historia del mundo. Los débiles se eclipsan, después desaparecen: los fuertes se multiplican y triunfan”. La selección natural era inevitable, sobre todo cuando se abandonaban las viejas convicciones, en especial la orgullosa patria cristiana para la que nacer y por la que morir: “La resignación que deben practicar los perdedores, ese respeto que merece el que tiene las de ganar, cae en el olvido cada vez que su bando se encuentra en inferioridad de condiciones”. Él lo veía, cuando otros miraban para otro lado: “Occidente, trágicamente minoritario [...] tras sus murallas desmanteladas [...] perdiendo batallas en su propio territorio [...] empieza a percibir asombrado el sordo estruendo de la formidable marea que amenaza con sumergirlo”. Y le tocaba el turno al poder europeo, hegemónico durante siglos: “Así fue como murió el imperio romano: a fuego lento, es cierto, aunque esta vez puede que se produzca un incendio repentino”.

 

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(...)

 

Viajero prestigioso y novelista galardonado (con su novela Moi, Antoine de Tounens, roi de Patagonie), pero extremista al final del camino. Sobre todo, por esa distopía recuperada del olvido, que respondía a un universo católico y tradicionalista en proceso de marginación, cuando no de extinción, en la República Francesa, laica y centralista, y a unas etnias europeas bajo amenaza ante el nuevo globalismo (como abordó en su texto Du Sens, de 2002, y en su artículo “La patrie trahie par la république”). Por ello, su presencia política fue más bien limitada, colaborando en pequeñas iniciativas como el Parti des forces nouvelles, el Cercle national Jeanne–d’Arc o Secours de France. Y aunque fue alabado públicamente por el emergente Frente Nacional (FN), y las relaciones con su amado catolicismo no siempre fueron agradables, la herencia monárquica y tradicional le acompañó, como recuerdo vital, siempre hasta su final: en su última distopía, la novela Sire (1991), escribía sobre el regreso de un rey al poder en Francia, y a su funeral asistió la plana mayor del legitimismo galo (con el Conde de París y el Príncipe de Borbón–Parma a la cabeza).

 

(...)

 

Camus le dedicará su libro, su teoría, retomando de él, y actualizando, la idea central de esta novela sobre la invasión inevitable y la sustitución consecuente. Pero iría más allá: la posterior teoría de Camus se desarrollará en clave esencialmente etnicista, bebiendo de los primeros debates sobre el impacto migratorio en el viejo continente popularizados por la “nueva derecha francesa” (de GRECE a Alain de Benoist) y encontrando eco en el seno de pequeñas organizaciones posfascistas o identitarias que, parcial o de manera total, difundían a contracorriente esta idea maldita lanzada por Raspail, a modo de profecía que se estaba cumpliendo y que llenaría, tarde o temprano, portadas de periódicos y carteles electorales, no solo en los países francófonos, con el tema de identidad colectiva como clave política en un futuro muy próximo, como señalaba Camus: “Dos elementos crean franceses y pueden seguir creándolos: la herencia (el nacimiento, la etnia, la raza, los ancestros, la pertenencia hereditaria) y el deseo (la voluntad, la elección particular, el amor por una cultura, una civilización, una lengua, una literatura, costumbres y paisajes)”.

 

Este artículo es un extracto del libro La Gran Sustitución: La teoría del reemplazo demográfico de Sergio Fernández Riquelme y publicado por Letras Inquietas.

 

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