La Universidad vasca se convierte en santuario terrorista: el escándalo Ozaeta
La historia reciente del País Vasco está escrita con sangre, miedo y silencio. Miles de ciudadanos inocentes fueron extorsionados, amenazados, expulsados y asesinados por una banda terrorista que, durante décadas, sometió a esta tierra a la dictadura del odio nacionalsocialista. Hoy, muchos de aquellos verdugos caminan libres entre nosotros. Algunos, no pocos, incluso reciben homenajes. Pero lo que acaba de ocurrir en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) supera cualquier umbral de indignidad.
Ainhoa Ozaeta Mendiondo, condenada a 16 años de prisión como jefa del aparato de extorsión de ETA —es decir, como una de las máximas responsables de recaudar el “impuesto revolucionario” mediante el chantaje sistemático a empresarios y trabajadores vascos— ha sido contratada como profesora en el Departamento de Economía y Gestión de la UPV/EHU. No, no se trata de una novela negra o de una bgroma macabra. Es la dolorosa y vergonzosa realidad.
¿En qué momento la universidad pública vasca se convirtió en refugio de quienes no solo participaron activamente en una organización criminal, sino que nunca han condenado sus crímenes? ¿En qué instante se decidió que formar a las nuevas generaciones podía dejarse en manos de quien ayudó a financiar el terror? ¿Dónde están los filtros éticos, la mínima decencia institucional, el respeto a la memoria de las víctimas?
Desde COVITE, una de las pocas organizaciones que ha mantenido viva la dignidad moral de este país, ya se ha denunciado con claridad: Ozaeta no ha mostrado arrepentimiento alguno. No ha pedido perdón. No ha condenado a ETA. ¿Y aún así tiene la confianza de una universidad pública para enseñar economía a nuestros jóvenes? ¿Qué tipo de economía? ¿La del chantaje como herramienta política?
Este escándalo no puede ser blanqueado con tecnicismos legales ni con apelaciones hipócritas a la “rehabilitación”. La universidad es una institución clave en la construcción moral de una sociedad. Si quienes fueron responsables del aparato mafioso del terrorismo pueden convertirse en referentes académicos sin haber pasado por el mínimo filtro de responsabilidad ética, entonces esta sociedad ha fracasado.
La UPV/EHU, en manos del PNV, del PSE y de Bildu, tiene que rectificar. Tiene que romper con décadas de connivencia, de cesiones y de silencios. Tiene que dejar de ser un ecosistema cómodo para quienes quieren reescribir la historia desde las trincheras ideológicas de siempre. La educación superior vasca no puede convertirse en el último refugio de los fanáticos.
Se debe exigir a la universidad a las autoridades educativas, a la sociedad civil. A los ciudadanos vascos y españoles que aún creen que la memoria, la justicia y la verdad no pueden ser sacrificadas en nombre de ninguna falsa paz. No se puede construir una convivencia auténtica desde la impunidad ni desde el olvido.
La exterrorista Ainhoa Ozaeta no puede ser profesora de universidad. No mientras no haya pedido perdón. No mientras no haya condenado de forma rotunda la violencia. Y no mientras las víctimas aún lloran a sus muertos sin justicia.
Jamás callaremos ante esta infamia.
La historia reciente del País Vasco está escrita con sangre, miedo y silencio. Miles de ciudadanos inocentes fueron extorsionados, amenazados, expulsados y asesinados por una banda terrorista que, durante décadas, sometió a esta tierra a la dictadura del odio nacionalsocialista. Hoy, muchos de aquellos verdugos caminan libres entre nosotros. Algunos, no pocos, incluso reciben homenajes. Pero lo que acaba de ocurrir en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) supera cualquier umbral de indignidad.
Ainhoa Ozaeta Mendiondo, condenada a 16 años de prisión como jefa del aparato de extorsión de ETA —es decir, como una de las máximas responsables de recaudar el “impuesto revolucionario” mediante el chantaje sistemático a empresarios y trabajadores vascos— ha sido contratada como profesora en el Departamento de Economía y Gestión de la UPV/EHU. No, no se trata de una novela negra o de una bgroma macabra. Es la dolorosa y vergonzosa realidad.
¿En qué momento la universidad pública vasca se convirtió en refugio de quienes no solo participaron activamente en una organización criminal, sino que nunca han condenado sus crímenes? ¿En qué instante se decidió que formar a las nuevas generaciones podía dejarse en manos de quien ayudó a financiar el terror? ¿Dónde están los filtros éticos, la mínima decencia institucional, el respeto a la memoria de las víctimas?
Desde COVITE, una de las pocas organizaciones que ha mantenido viva la dignidad moral de este país, ya se ha denunciado con claridad: Ozaeta no ha mostrado arrepentimiento alguno. No ha pedido perdón. No ha condenado a ETA. ¿Y aún así tiene la confianza de una universidad pública para enseñar economía a nuestros jóvenes? ¿Qué tipo de economía? ¿La del chantaje como herramienta política?
Este escándalo no puede ser blanqueado con tecnicismos legales ni con apelaciones hipócritas a la “rehabilitación”. La universidad es una institución clave en la construcción moral de una sociedad. Si quienes fueron responsables del aparato mafioso del terrorismo pueden convertirse en referentes académicos sin haber pasado por el mínimo filtro de responsabilidad ética, entonces esta sociedad ha fracasado.
La UPV/EHU, en manos del PNV, del PSE y de Bildu, tiene que rectificar. Tiene que romper con décadas de connivencia, de cesiones y de silencios. Tiene que dejar de ser un ecosistema cómodo para quienes quieren reescribir la historia desde las trincheras ideológicas de siempre. La educación superior vasca no puede convertirse en el último refugio de los fanáticos.
Se debe exigir a la universidad a las autoridades educativas, a la sociedad civil. A los ciudadanos vascos y españoles que aún creen que la memoria, la justicia y la verdad no pueden ser sacrificadas en nombre de ninguna falsa paz. No se puede construir una convivencia auténtica desde la impunidad ni desde el olvido.
La exterrorista Ainhoa Ozaeta no puede ser profesora de universidad. No mientras no haya pedido perdón. No mientras no haya condenado de forma rotunda la violencia. Y no mientras las víctimas aún lloran a sus muertos sin justicia.
Jamás callaremos ante esta infamia.