Crónica
El PP de Génova o el arte de hacer reformas cuando suena el despertador (y no antes)
![[Img #28053]](https://latribunadelpaisvasco.com/upload/images/05_2025/5369_screenshot-2025-05-13-at-16-53-41-alberto-nunez-feijoo-pp-buscar-con-google.png)
Madrid se prepara para recibir, con la solemnidad de una boda de compromiso y la tensión de una paella a medio cocer, el congreso nacional del Partido Popular. Será el primer fin de semana de julio, justo antes del parón veraniego, porque hasta en política se respeta la siesta estival. Y no es un congreso cualquiera, no señor: es el congreso, el momento en que Alberto Núñez Feijóo, nuestro tecnócrata socialista de acento gallego y maneras de registrador de la propiedad, sacará la escoba para barrer lo que no barrió en 2023.
Desde el último cónclave en 2017 han pasado tantas cosas que cuesta distinguir si hablamos del PP o de una serie de Netflix con demasiadas temporadas. Que si Casado, que si Ayuso, que si elecciones ganadas sin gobernar… En fin, un culebrón. Ahora, por fin, Feijóo anuncia la “renovación de equipos” y la apertura de una “ponencia política”, expresión que en cristiano significa: vamos a escribir un tocho para que parezca que debatimos cosas importantes mientras pactamos en los pasillos quién sube y quién se cae.
La idea es sencilla: renovar sin revolucionar, cambiar sin incomodar, reformar sin levantar sospechas. En otras palabras: maquillaje institucional, peinado de raya al lado y colonia de agua bendita. Porque si algo sabe hacer el PP es reformar sin que parezca que se ha movido un solo mueble de sitio.
Por supuesto, habrá reforma estatutaria, que es ese concepto jurídico que suena a Constitución pero que en realidad es la excusa perfecta para que los mismos de siempre ocupen las sillas con nuevas tarjetas de visita. Y sí, habrá sorpresas, pero del tipo “sólo Feijóo sabe los nombres”, como si estuviéramos en una novela de Agatha Christie sin cadáver (de momento). “Así funciona Feijóo”, dicen sus fieles, como si eso fuera una virtud y no una manera elegante de hacer lo que le da la gana sin tener que dar explicaciones.
El gallego ganó las elecciones generales. Y, sin embargo, no toca moqueta. Es una situación digna de estudio en alguna cátedra de paradojas políticas o de humor negro. Porque mientras Feijóo reparte discursos en la oposición, sus barones autonómicos gobiernan como reyes de taifas con poder institucional muy por encima del suyo. En otras palabras: el jefe no manda y los que mandan no son jefes.
De ahí que el congreso sea también una especie de conjuro tribal para cerrar filas, eliminar ruidos y recordarle al personal que unidad no es solo una palabra bonita sino una forma de supervivencia.
La elección del recinto no podía ser más simbólica. Ifema, la gran nave del capitalismo madrileño, servirá como sede de esta liturgia azul. Como quien reserva el salón de bodas con meses de antelación, Génova bloqueó el espacio en marzo. Porque en el PP, si algo no puede fallar, es la logística.
Antes de lanzarse a la piscina del congreso, Feijóo consultó —¡oh sorpresa!— con los presidentes de Castilla y León y Andalucía. No fuera que alguien pensara que esto es una democracia interna. Mañueco y Moreno, los dos pesos pesados del sur y el noroeste, dieron su bendición y se marcharon a sus templos autonómicos a esperar el veredicto del oráculo gallego.
En la reunión previa, Juanma Moreno fue el primero en hablar. Y lo que dijo fue lo de siempre: que Feijóo es lo mejor que le ha pasado al país desde la invención del gazpacho. “A ti no tengo que decirte nada”, declaró, con ese tono de cuñado que ha preparado la barbacoa y no quiere problemas.
Por su parte, Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid y eterna protagonista incluso cuando no va, no asistió, pero envió su habitual tuit de respaldo a Feijóo. “El cambio imprescindible para España”, escribió, mientras probablemente planeaba su próximo acto con banderas y croquetas.
La gran novedad —nótese el uso irónico del adjetivo— será la redacción de una ponencia política marco. Una cosa así como el programa de un partido serio, aunque sin la parte del debate serio. Feijóo lo ha dejado claro: esto no es para abrir grietas ni para discutir sensibilidades internas. Es para diseñar una alternativa sólida a Pedro Sánchez. Que traducido significa: vamos a decir lo contrario de lo que diga Sánchez, sea lo que sea.
Los más optimistas esperaban que se debatiera de verdad. Pobres ingenuos. Lo más probable es que el texto salga cocido desde el despacho de confianza, con apenas algún retoque cosmético que permita a todos los sectores del partido decir que han participado.
Así que ya lo saben: se viene un congreso nacional del PP. Con pompa, con liturgia, con aire acondicionado y con muchas ganas de que parezca que algo cambia sin que nada cambie. Porque si hay una especialidad en la política española, especialmente en Génova, es la de agitar el avispero sin molestar a las abejas.
Feijóo afila su lápiz, sus colaboradores repasan las quinielas, los barones fingen entusiasmo y el común de los mortales... asiste con la resignación con la que uno ve la enésima reposición de Verano Azul. Sabes que no pasará nada nuevo. Pero ahí estás, con la toalla lista y el mando en la mano.
Madrid se prepara para recibir, con la solemnidad de una boda de compromiso y la tensión de una paella a medio cocer, el congreso nacional del Partido Popular. Será el primer fin de semana de julio, justo antes del parón veraniego, porque hasta en política se respeta la siesta estival. Y no es un congreso cualquiera, no señor: es el congreso, el momento en que Alberto Núñez Feijóo, nuestro tecnócrata socialista de acento gallego y maneras de registrador de la propiedad, sacará la escoba para barrer lo que no barrió en 2023.
Desde el último cónclave en 2017 han pasado tantas cosas que cuesta distinguir si hablamos del PP o de una serie de Netflix con demasiadas temporadas. Que si Casado, que si Ayuso, que si elecciones ganadas sin gobernar… En fin, un culebrón. Ahora, por fin, Feijóo anuncia la “renovación de equipos” y la apertura de una “ponencia política”, expresión que en cristiano significa: vamos a escribir un tocho para que parezca que debatimos cosas importantes mientras pactamos en los pasillos quién sube y quién se cae.
La idea es sencilla: renovar sin revolucionar, cambiar sin incomodar, reformar sin levantar sospechas. En otras palabras: maquillaje institucional, peinado de raya al lado y colonia de agua bendita. Porque si algo sabe hacer el PP es reformar sin que parezca que se ha movido un solo mueble de sitio.
Por supuesto, habrá reforma estatutaria, que es ese concepto jurídico que suena a Constitución pero que en realidad es la excusa perfecta para que los mismos de siempre ocupen las sillas con nuevas tarjetas de visita. Y sí, habrá sorpresas, pero del tipo “sólo Feijóo sabe los nombres”, como si estuviéramos en una novela de Agatha Christie sin cadáver (de momento). “Así funciona Feijóo”, dicen sus fieles, como si eso fuera una virtud y no una manera elegante de hacer lo que le da la gana sin tener que dar explicaciones.
El gallego ganó las elecciones generales. Y, sin embargo, no toca moqueta. Es una situación digna de estudio en alguna cátedra de paradojas políticas o de humor negro. Porque mientras Feijóo reparte discursos en la oposición, sus barones autonómicos gobiernan como reyes de taifas con poder institucional muy por encima del suyo. En otras palabras: el jefe no manda y los que mandan no son jefes.
De ahí que el congreso sea también una especie de conjuro tribal para cerrar filas, eliminar ruidos y recordarle al personal que unidad no es solo una palabra bonita sino una forma de supervivencia.
La elección del recinto no podía ser más simbólica. Ifema, la gran nave del capitalismo madrileño, servirá como sede de esta liturgia azul. Como quien reserva el salón de bodas con meses de antelación, Génova bloqueó el espacio en marzo. Porque en el PP, si algo no puede fallar, es la logística.
Antes de lanzarse a la piscina del congreso, Feijóo consultó —¡oh sorpresa!— con los presidentes de Castilla y León y Andalucía. No fuera que alguien pensara que esto es una democracia interna. Mañueco y Moreno, los dos pesos pesados del sur y el noroeste, dieron su bendición y se marcharon a sus templos autonómicos a esperar el veredicto del oráculo gallego.
En la reunión previa, Juanma Moreno fue el primero en hablar. Y lo que dijo fue lo de siempre: que Feijóo es lo mejor que le ha pasado al país desde la invención del gazpacho. “A ti no tengo que decirte nada”, declaró, con ese tono de cuñado que ha preparado la barbacoa y no quiere problemas.
Por su parte, Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid y eterna protagonista incluso cuando no va, no asistió, pero envió su habitual tuit de respaldo a Feijóo. “El cambio imprescindible para España”, escribió, mientras probablemente planeaba su próximo acto con banderas y croquetas.
La gran novedad —nótese el uso irónico del adjetivo— será la redacción de una ponencia política marco. Una cosa así como el programa de un partido serio, aunque sin la parte del debate serio. Feijóo lo ha dejado claro: esto no es para abrir grietas ni para discutir sensibilidades internas. Es para diseñar una alternativa sólida a Pedro Sánchez. Que traducido significa: vamos a decir lo contrario de lo que diga Sánchez, sea lo que sea.
Los más optimistas esperaban que se debatiera de verdad. Pobres ingenuos. Lo más probable es que el texto salga cocido desde el despacho de confianza, con apenas algún retoque cosmético que permita a todos los sectores del partido decir que han participado.
Así que ya lo saben: se viene un congreso nacional del PP. Con pompa, con liturgia, con aire acondicionado y con muchas ganas de que parezca que algo cambia sin que nada cambie. Porque si hay una especialidad en la política española, especialmente en Génova, es la de agitar el avispero sin molestar a las abejas.
Feijóo afila su lápiz, sus colaboradores repasan las quinielas, los barones fingen entusiasmo y el común de los mortales... asiste con la resignación con la que uno ve la enésima reposición de Verano Azul. Sabes que no pasará nada nuevo. Pero ahí estás, con la toalla lista y el mando en la mano.