España no es un país, es una serie de Netflix
Zestoa, desde el sofá con manta aunque sea casi junio. España ya no es un país: es una serie. Una producción coral, confusa y adictiva. Y no de las buenas, tipo The Crown o Breaking Bad, sino de esas que empiezan bien, se lían en la segunda temporada y, cuando vas por la quinta, ya no sabes si estás viendo una sátira política o un reality con escaños.
Yo antes leía el periódico con el café. Ahora espero a que salte el resumen en streaming del día anterior. Porque esto no es actualidad, es contenido. Y como buen contenido, tiene de todo: ministros fugados y ladrones presuntos, jueces estrella, novios sospechosos, y una oposición que parece escrita por un guionista suplente de The Big Band Theory.
Primera temporada: “Ganó pero no gobierna”
La primera temporada fue sorprendente. Un candidato gana las elecciones, pero no gobierna. Otro que no gana, pero sí gobierna. Todos enfadados. Pactos que no se entienden. Abrazos falsos. Fundido en negro.
El espectador medio, o sea yo, se queda pensando: ¿pero no habíamos quedado en que el que gana gobierna? No, Patxi. Eso era antes, cuando las cosas tenían lógica y los programas de televisión terminaban a una hora prudente.
Temporadas siguientes: “Caso, descaso, reaparezco y dimito”
Después llegaron los personajes secundarios. El novio de una presidenta autonómica que tiene más presencia en los medios que ella. Ministros que reaparecen solo para anunciar que no saben nada de nada. Portavoces que hablan como si recitaran un briefing de marketing.
Y luego, el clásico giro inesperado: un escándalo que parecía menor, y ¡bam!, se convierte en la trama principal durante tres episodios. Hasta que otro escándalo mayor lo tapa. Como cuando en Stranger Things aparece un monstruo nuevo y todos olvidan al anterior.
Los cameos de la inflación, la sequía y el paro
Entre episodio y episodio, aparecen esos personajes que no tienen frase pero lo cambian todo: la subida de precios, la sequía, el desempleo juvenil, los alquileres imposibles, la DANA, el apagón... Son como los zombis en las series de terror: no hablan, pero arrasan.
Y mientras tanto, el protagonista (el pueblo, dicen) no tiene ni una línea de guion. Solo paga suscripciones: a la luz, al gas, a la hipoteca, al IVA, al IRPF y a lo que Hacienda se invente mañana.
Plataformas cruzadas: del Congreso a TikTok sin escalas
Nuestros líderes ya no gobiernan: se ruedan. Un día en rueda de prensa, otro en un podcast, otro en una entrevista con youtubers, otro en plató con iluminación dramática. ¿La ley? Ya si eso se aprueba por capítulos. Lo importante es el cliffhanger del domingo.
“Estamos trabajando en ello”, dicen.
Traducción: espere usted al siguiente episodio. O a la siguiente crisis.
Zulocomentarios
-
Hay más actores que guionistas. Y se nota.
-
El pueblo no tiene línea de diálogo, pero le cobran el wifi.
-
La promesa de regeneración democrática es el reboot más anunciado desde “Física o Química: El regreso”.
-
A mí no me engañan: esto no es una democracia, es una telenovela de presupuesto alto con guion flojo.
Final con chacolí
Y mientras escribo esto, ya suenan las promos del próximo episodio: “Reunión urgente en Bruselas”, “El ministro responde a la oposición”, “La presidenta se defiende en redes”...
Yo ya no sé si vivir aquí o ponerme a escribir yo mismo el guion. Total, con una boina y un brasero, se pueden decir más verdades que en mil ruedas de prensa. Ya lo irán viendo. Claro que sí.
Zestoa, desde el sofá con manta aunque sea casi junio. España ya no es un país: es una serie. Una producción coral, confusa y adictiva. Y no de las buenas, tipo The Crown o Breaking Bad, sino de esas que empiezan bien, se lían en la segunda temporada y, cuando vas por la quinta, ya no sabes si estás viendo una sátira política o un reality con escaños.
Yo antes leía el periódico con el café. Ahora espero a que salte el resumen en streaming del día anterior. Porque esto no es actualidad, es contenido. Y como buen contenido, tiene de todo: ministros fugados y ladrones presuntos, jueces estrella, novios sospechosos, y una oposición que parece escrita por un guionista suplente de The Big Band Theory.
Primera temporada: “Ganó pero no gobierna”
La primera temporada fue sorprendente. Un candidato gana las elecciones, pero no gobierna. Otro que no gana, pero sí gobierna. Todos enfadados. Pactos que no se entienden. Abrazos falsos. Fundido en negro.
El espectador medio, o sea yo, se queda pensando: ¿pero no habíamos quedado en que el que gana gobierna? No, Patxi. Eso era antes, cuando las cosas tenían lógica y los programas de televisión terminaban a una hora prudente.
Temporadas siguientes: “Caso, descaso, reaparezco y dimito”
Después llegaron los personajes secundarios. El novio de una presidenta autonómica que tiene más presencia en los medios que ella. Ministros que reaparecen solo para anunciar que no saben nada de nada. Portavoces que hablan como si recitaran un briefing de marketing.
Y luego, el clásico giro inesperado: un escándalo que parecía menor, y ¡bam!, se convierte en la trama principal durante tres episodios. Hasta que otro escándalo mayor lo tapa. Como cuando en Stranger Things aparece un monstruo nuevo y todos olvidan al anterior.
Los cameos de la inflación, la sequía y el paro
Entre episodio y episodio, aparecen esos personajes que no tienen frase pero lo cambian todo: la subida de precios, la sequía, el desempleo juvenil, los alquileres imposibles, la DANA, el apagón... Son como los zombis en las series de terror: no hablan, pero arrasan.
Y mientras tanto, el protagonista (el pueblo, dicen) no tiene ni una línea de guion. Solo paga suscripciones: a la luz, al gas, a la hipoteca, al IVA, al IRPF y a lo que Hacienda se invente mañana.
Plataformas cruzadas: del Congreso a TikTok sin escalas
Nuestros líderes ya no gobiernan: se ruedan. Un día en rueda de prensa, otro en un podcast, otro en una entrevista con youtubers, otro en plató con iluminación dramática. ¿La ley? Ya si eso se aprueba por capítulos. Lo importante es el cliffhanger del domingo.
“Estamos trabajando en ello”, dicen.
Traducción: espere usted al siguiente episodio. O a la siguiente crisis.
Zulocomentarios
-
Hay más actores que guionistas. Y se nota.
-
El pueblo no tiene línea de diálogo, pero le cobran el wifi.
-
La promesa de regeneración democrática es el reboot más anunciado desde “Física o Química: El regreso”.
-
A mí no me engañan: esto no es una democracia, es una telenovela de presupuesto alto con guion flojo.
Final con chacolí
Y mientras escribo esto, ya suenan las promos del próximo episodio: “Reunión urgente en Bruselas”, “El ministro responde a la oposición”, “La presidenta se defiende en redes”...
Yo ya no sé si vivir aquí o ponerme a escribir yo mismo el guion. Total, con una boina y un brasero, se pueden decir más verdades que en mil ruedas de prensa. Ya lo irán viendo. Claro que sí.