¡Que le detengan!
No basta ya con exigir dimisiones. No es suficiente pedir que Pedro Sánchez abandone La Moncloa. Ni vale seguir esperando una regeneración ética imposible desde dentro del régimen. Ha llegado el momento de decirlo con todas las letras, sin eufemismos ni paños calientes: que le detengan. Que se active la Justicia con toda su fuerza. Que se desmonte de una vez el escudo de impunidad que protege al presidente del Gobierno, a su entorno familiar y a su banda de correveidiles políticos, convertidos en una cloaca organizada al servicio del poder.
Porque esto ya no es política. Es un crimen institucional.
Los casos se acumulan, se solapan, se entrecruzan como las tramas de una organización mafiosa. El escándalo Koldo no es una isla. La sombra del dinero público desviándose a bolsillos socialistas no es una casualidad. El fiscal general del Estado convertido en comisario político no es un exceso aislado. El uso del CNI, la propaganda, los medios subvencionados, la manipulación de la Fiscalía, las presiones a jueces, las campañas de intoxicación, el espionaje contra mandos de la Guardia Civil, la persecución de periodistas críticos… Todo forma parte de una misma arquitectura de corrupción moral, judicial y económica, que apunta directamente al núcleo duro del poder socialista. Y ese núcleo se llama Pedro Sánchez.
Su mujer, su hermano, su cuñado, sus ministros, sus asesores, sus operadores mediáticos, su número tres en el partido, sus fontaneros de Ferraz… Todos ellos aparecen citados en investigaciones, audios, causas judiciales, contratos públicos sospechosos, maniobras oscuras. Y cuando las evidencias se vuelven irrefutables, el Gobierno de extrema izquierda responde con una cortina de humo, un victimismo impostado o una descalificación brutal contra quien se atreve a sacar la basura a la luz.
Pero los españoles no somos tontos. Y ya es hora de llamar a las cosas por su nombre.
Lo que estamos presenciando no es el desgaste de un Gobierno. Es el desmoronamiento de una democracia secuestrada por una élite sin escrúpulos, que utiliza los resortes del Estado para blindarse, enriquecerse y perseguir a quienes representan un obstáculo para su permanencia en el poder.
El PSOE ha dejado de ser un partido político para convertirse en una red clientelar, represiva y corrupta. El sanchismo no es una corriente ideológica, sino un método: el método del chantaje, la mentira y la ocupación totalitaria del Estado. No hablamos de errores. Hablamos de delitos. No de desgaste político, sino de traición a la Constitución y al Estado de Derecho.
En cualquier país serio, Pedro Sánchez estaría ya fuera del Gobierno, declarando ante un juez. Pero en España, aún aguanta parapetado detrás de un Consejo de Ministros convertido en una camarilla de leales con sumisión perruna, una fiscalía sumisa y unos medios comprados a golpe de subvención.
Desde La Tribuna del País Vasco no pedimos indulgencia ni reformas cosméticas. Exigimos justicia. Exigimos juicios públicos y condenas ejemplares. Exigimos que, por una vez, el peso de la ley no se detenga en la puerta de La Moncloa.
Por la dignidad de España. Por el respeto a la Constitución. Por la limpieza de nuestras instituciones. Que le detengan.
No basta ya con exigir dimisiones. No es suficiente pedir que Pedro Sánchez abandone La Moncloa. Ni vale seguir esperando una regeneración ética imposible desde dentro del régimen. Ha llegado el momento de decirlo con todas las letras, sin eufemismos ni paños calientes: que le detengan. Que se active la Justicia con toda su fuerza. Que se desmonte de una vez el escudo de impunidad que protege al presidente del Gobierno, a su entorno familiar y a su banda de correveidiles políticos, convertidos en una cloaca organizada al servicio del poder.
Porque esto ya no es política. Es un crimen institucional.
Los casos se acumulan, se solapan, se entrecruzan como las tramas de una organización mafiosa. El escándalo Koldo no es una isla. La sombra del dinero público desviándose a bolsillos socialistas no es una casualidad. El fiscal general del Estado convertido en comisario político no es un exceso aislado. El uso del CNI, la propaganda, los medios subvencionados, la manipulación de la Fiscalía, las presiones a jueces, las campañas de intoxicación, el espionaje contra mandos de la Guardia Civil, la persecución de periodistas críticos… Todo forma parte de una misma arquitectura de corrupción moral, judicial y económica, que apunta directamente al núcleo duro del poder socialista. Y ese núcleo se llama Pedro Sánchez.
Su mujer, su hermano, su cuñado, sus ministros, sus asesores, sus operadores mediáticos, su número tres en el partido, sus fontaneros de Ferraz… Todos ellos aparecen citados en investigaciones, audios, causas judiciales, contratos públicos sospechosos, maniobras oscuras. Y cuando las evidencias se vuelven irrefutables, el Gobierno de extrema izquierda responde con una cortina de humo, un victimismo impostado o una descalificación brutal contra quien se atreve a sacar la basura a la luz.
Pero los españoles no somos tontos. Y ya es hora de llamar a las cosas por su nombre.
Lo que estamos presenciando no es el desgaste de un Gobierno. Es el desmoronamiento de una democracia secuestrada por una élite sin escrúpulos, que utiliza los resortes del Estado para blindarse, enriquecerse y perseguir a quienes representan un obstáculo para su permanencia en el poder.
El PSOE ha dejado de ser un partido político para convertirse en una red clientelar, represiva y corrupta. El sanchismo no es una corriente ideológica, sino un método: el método del chantaje, la mentira y la ocupación totalitaria del Estado. No hablamos de errores. Hablamos de delitos. No de desgaste político, sino de traición a la Constitución y al Estado de Derecho.
En cualquier país serio, Pedro Sánchez estaría ya fuera del Gobierno, declarando ante un juez. Pero en España, aún aguanta parapetado detrás de un Consejo de Ministros convertido en una camarilla de leales con sumisión perruna, una fiscalía sumisa y unos medios comprados a golpe de subvención.
Desde La Tribuna del País Vasco no pedimos indulgencia ni reformas cosméticas. Exigimos justicia. Exigimos juicios públicos y condenas ejemplares. Exigimos que, por una vez, el peso de la ley no se detenga en la puerta de La Moncloa.
Por la dignidad de España. Por el respeto a la Constitución. Por la limpieza de nuestras instituciones. Que le detengan.