El país donde respirar también cotiza
Zestoa, desde el banco de piedra, revisando facturas.
Uno ya está mayor, pero no tanto como para no recordar un tiempo en que, al menos, te dejaban morirte gratis. Hoy en día, hasta eso es dudoso. Me llega una carta con el sello de la Diputación y ya me tiemblan los higadillos: ¿será otro impuesto nuevo, uno viejo con nombre moderno o una multa por no tener panel solar en el gallinero?
Y mientras me rasco el bolsillo (vacío, por cierto), repaso la última genialidad: recuperar los peajes en las carreteras. Porque claro, no basta con pagar el coche, la ITV, el seguro, el gasoil, el radar camuflado, el impuesto de circulación y el aparcamiento. No. Ahora quieren que paguemos también por el placer de circular. Lo llaman “modelo sostenible”. En el caserío tenemos otro nombre: descaro con txapela.
La lista es larga. Empezamos con el IVA: que si el general, que si el reducido, que si el superreducido. Luego viene el IRPF, el IBI, el impuesto de sucesiones (por si te da por morirte), el de donaciones (por si se te ocurre regalar), y el de patrimonio (por si tienes algo que no puedes esconder). Y eso sin contar los especiales: alcohol, tabaco, combustibles, electricidad, gases de efecto invernadero y hasta por emitir CO₂. En serio, estamos a dos decretos de pagar por estornudar.
Cada vez que me llevo una botella de txakoli a la boca, pienso: un euro para mí, dos para el Estado. La relación es clara: tú produces, ellos recaudan. Tú sudas, ellos gestionan. Tú te esfuerzas, ellos lo administran en planes estratégicos con nombres en inglés. A veces pienso que no somos ciudadanos: somos una finca que el Estado explota sin pasar nunca por aquí a saludar.
Dicen que los peajes “son necesarios para el mantenimiento de las infraestructuras”. Me gustaría creerlo, pero he visto más socavones que políticos pisando barro. Además, las autopistas que más quieren cobrar son las que ya pagamos entre todos hace treinta años. Esto es como si tu ex te pidiera alquiler por la casa que tú construiste. Y lo peor: quieren implantarlos “de forma gradual y pedagógica”. O sea, que te vaciarán los bolsillos, pero te lo explicarán muy bien.
Zulocomentarios
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En España ya no se vive: se declara.
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Cuando era joven me decían que el dinero no daba la felicidad. Ahora sé que lo que da es el IRPF.
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Si quieres huir de los impuestos, no hace falta irse a Andorra. Basta con mudarse a un zulo y fingir que estás fuera del sistema.
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A mí me enseñaron que robar está mal. Pero si lo haces desde una ventanilla oficial, se llama recaudación.
Aquí en el caserío, el queso lo hacemos nosotros, la leche la dan nuestras ovejas, y la energía nos la da el solecito norteño. Y aún así, el Estado nos cobra como si fuéramos una gran empresa del Ibex.
Y yo, que soy hombre de paz y brasero, solo digo una cosa:
“Si me van a ordeñar, al menos que me den un nombre y me echen paja limpia.”
Zestoa, desde el banco de piedra, revisando facturas.
Uno ya está mayor, pero no tanto como para no recordar un tiempo en que, al menos, te dejaban morirte gratis. Hoy en día, hasta eso es dudoso. Me llega una carta con el sello de la Diputación y ya me tiemblan los higadillos: ¿será otro impuesto nuevo, uno viejo con nombre moderno o una multa por no tener panel solar en el gallinero?
Y mientras me rasco el bolsillo (vacío, por cierto), repaso la última genialidad: recuperar los peajes en las carreteras. Porque claro, no basta con pagar el coche, la ITV, el seguro, el gasoil, el radar camuflado, el impuesto de circulación y el aparcamiento. No. Ahora quieren que paguemos también por el placer de circular. Lo llaman “modelo sostenible”. En el caserío tenemos otro nombre: descaro con txapela.
La lista es larga. Empezamos con el IVA: que si el general, que si el reducido, que si el superreducido. Luego viene el IRPF, el IBI, el impuesto de sucesiones (por si te da por morirte), el de donaciones (por si se te ocurre regalar), y el de patrimonio (por si tienes algo que no puedes esconder). Y eso sin contar los especiales: alcohol, tabaco, combustibles, electricidad, gases de efecto invernadero y hasta por emitir CO₂. En serio, estamos a dos decretos de pagar por estornudar.
Cada vez que me llevo una botella de txakoli a la boca, pienso: un euro para mí, dos para el Estado. La relación es clara: tú produces, ellos recaudan. Tú sudas, ellos gestionan. Tú te esfuerzas, ellos lo administran en planes estratégicos con nombres en inglés. A veces pienso que no somos ciudadanos: somos una finca que el Estado explota sin pasar nunca por aquí a saludar.
Dicen que los peajes “son necesarios para el mantenimiento de las infraestructuras”. Me gustaría creerlo, pero he visto más socavones que políticos pisando barro. Además, las autopistas que más quieren cobrar son las que ya pagamos entre todos hace treinta años. Esto es como si tu ex te pidiera alquiler por la casa que tú construiste. Y lo peor: quieren implantarlos “de forma gradual y pedagógica”. O sea, que te vaciarán los bolsillos, pero te lo explicarán muy bien.
Zulocomentarios
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En España ya no se vive: se declara.
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Cuando era joven me decían que el dinero no daba la felicidad. Ahora sé que lo que da es el IRPF.
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Si quieres huir de los impuestos, no hace falta irse a Andorra. Basta con mudarse a un zulo y fingir que estás fuera del sistema.
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A mí me enseñaron que robar está mal. Pero si lo haces desde una ventanilla oficial, se llama recaudación.
Aquí en el caserío, el queso lo hacemos nosotros, la leche la dan nuestras ovejas, y la energía nos la da el solecito norteño. Y aún así, el Estado nos cobra como si fuéramos una gran empresa del Ibex.
Y yo, que soy hombre de paz y brasero, solo digo una cosa:
“Si me van a ordeñar, al menos que me den un nombre y me echen paja limpia.”