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Martes, 03 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:
Un artículo de Enrico Tomaselli

El declive de Occidente engendra la guerra

Soldado en Ucrania (YouTube)Soldado en Ucrania (YouTube)

El estallido actual de conflictos extremadamente violentos, prolongados y potencialmente muy peligrosos es una consecuencia directa del declive de Occidente. No solo porque, evidentemente, el debilitamiento de su hegemonía (económica, militar, política e incluso cultural) ha favorecido la aparición de naciones que cuestionan (y desafían) su dominio, sino también porque este declive (es decir, la caída global del sistema colonial-imperial occidental) está estrechamente ligado al de sus élites.

 

Siglos de hegemonía se derrumban rápidamente, y los líderes europeos y estadounidenses se revelan terriblemente incompetentes, incapaces no solo de detener este declive, sino también de frenar su rápida aceleración.

 

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Lamentablemente, hay que constatar que las élites políticas (pero también económicas y militares) que dirigen el Occidente colectivo están compuestas en realidad por adolescentes retrasados e incompetentes. Incompetentes porque son incapaces de leer la realidad (la de su propio sistema o la del sistema mundial) y carecen por completo de las competencias fundamentales para asumir funciones de liderazgo. Adolescentes porque están dominados por emociones inmaduras, incapaces de reflexionar y controlarse a sí mismos.

 

De esta decadencia aterradora se deriva directamente la explosión de estos conflictos sangrientos, ya que líderes incompetentes han jugado con la política internacional, mezclándola además con intereses personales, y han echado leña al fuego cuando deberían haber recurrido a los extintores.

 

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Personajes como Biden (claramente senil), Zelensky (un cómico de televisión) o Netanyahu (un fanático mesiánico) son solo la punta del iceberg, pero hay toda una plétora de líderes que serían claramente incapaces incluso de gestionar una comunidad de propietarios, pero que se encuentran al frente de Estados y organizaciones supranacionales, comportándose como si estuvieran jugando al Risk o al Monopoly.

 

Y el otro aspecto dramático es que, al otro lado (pensemos lo que pensemos de las posiciones políticas personales y/o de los Estados que dirigen), hay líderes políticos de muy alto nivel, con una considerable experiencia política colectiva a sus espaldas (lo que explica, entre otras cosas, la presencia a su lado de asesores muy cualificados). Líderes que empiezan a darse cuenta de la vacuidad de sus homólogos occidentales, a los que sin embargo deben hacer frente. Y que consideran, con razón, que no solo su nivel es muy bajo, sino que además son totalmente poco fiables.

 

Una situación que amplifica enormemente los riesgos. Porque el sentido de la responsabilidad que muestran las élites de estas naciones emergentes tiene sus límites, hasta cierto punto, y cuando se enfrentan a líderes totalmente irresponsables (como los occidentales), todo puede llegar rápidamente a un punto de ruptura imprevisto.

 

Lamentablemente, no hay señales de una verdadera toma de conciencia de la magnitud de esta amenaza, y los pueblos europeos parecen totalmente adormecidos, incapaces de cuestionar radicalmente el sistema de poder que sigue produciendo líderes cada vez más mediocres.

 

La última y terrible esperanza es que un choque poderoso nos despierte. Esperemos que no sea demasiado tarde ni demasiado duro.

 

Cortesía de Euro-Synergies

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