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Elena García
Viernes, 06 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

Aumento de los fracasos de vida en común

Hace unas décadas existía una relación que se llamaba “noviazgo” –nada que ver con lo que ahora se llama “novio”, que viene a ser lo que antes se denominaba “amante” o “querido”¬–, que duraba varios años y en el que no había convivencia ni relaciones sexuales. Este periodo servía para que las parejas se conociesen mejor, gustos, carácter, hábitos, en una palabra, manera de ser, antes de dar el paso definitivo, que se consideraba de una trascendencia vital. Ahora la antigua relación de noviazgo se ha frivolizado, conoces a uno o a una y en poco tiempo te pones a convivir y a tener relaciones sexuales con el otro, porque así “se conocen mejor y más rápido” y habrá menos fracaso matrimonial. Resultado: el aumento de separaciones y divorcios ha sido espectacular. La idea es ¿para qué seguir? o ¿para qué establecer vínculos legales? Si esto no funciona, si me equivoco, cuando nos cansemos, nos separamos y ya está, sin más problemas.


Sí, parece que la inestabilidad de las parejas no deja de aumentar. Casados o parejas de hecho sin vínculo legal. La cifra de divorcios no ha dejado de crecer, sobre todo después de 2005 en que se aprueba el divorcio “express”. En 2024, por ejemplo, la cifra de divorcios y separaciones fue de 95.650, un 3,6% mas que en 2023 según datos del CGPJ. Año a año bajaron los matrimonios, pero aumentaron las parejas de hecho sin pasar por el juzgado. Parecía que descendían las rupturas. Efectivamente, al bajar los matrimonios las separaciones eran menores, pero lo que en realidad sucede es que al aumentar el número de parejas que conviven sin casarse es ahora cuando empiezan a salir a la luz los datos de separaciones a través de los litigios.


Pero después, las cosas no son tan fáciles. Poco a poco se han ido acumulando bienes comunes, se han compartido esfuerzos, ha habido momentos o épocas en que uno de los dos ha soportado mayor carga en lo que se suponía que era un proyecto común con beneficio para ambos, y sobre todo lo que es más grave, los hijos, que se encuentran con que un buen día desaparece su estabilidad y que serán repartidos casi como los muebles; porque lo cierto es que afecta a seres que no han intervenido en la ruptura y que indefectiblemente sufrirán las consecuencias. Por otra parte, en muchas ocasiones, los dos miembros de la pareja no se cansan o se desenamoran al mismo tiempo y uno de los dos quedará mucho más afectado que el otro y, por ello, resentido. Resentimiento que afectará a los hijos, aunque la gran mayoría aseguren haber quedado como amigos. Y entonces empezarán las visitas al psicólogo, los ansiolíticos, las terapias, e incluso los suicidios o las tentativas de suicidio para aquel que tiene que superar la ruptura y las peleas en los tribunales para resolver los conflictos a que tendrán que enfrentarse ambos. Nos referimos a muchas parejas, cuya convivencia no era mala, pero de repente uno de ellos se “desenamora”, porque ha conocido a alguien que le “atrae” más, y rompe con la familia. Parejas que dejan sorprendidos a sus conocidos, “pero si se llevaban muy bien. Nunca los oímos discutir, parecían el matrimonio perfecto”. Y esta ruptura se produce porque uno, con más frecuencia él, ha conocido a otra, está siendo infiel o se ha decidido ya a irse con la otra a quién no ha importado romper una familia o ha hecho lo posible por romperla. La principal causa que se alega en las separaciones no son los malos tratos, las discusiones, etc., sino la infidelidad. Ahora no hay prejuicios ni problemas de conciencia para entablar una relación amorosa con un casado o casada y para deshacer una familia, ¿que se destruye un hogar y se dejar tirados a unos hijos? Bueno ese será su problema. Se tiene “derecho” a todo para conseguir ¿la felicidad? propia.
Ciertamente siempre ha habido matrimonios muy problemáticos, donde se ha sufrido mucho por parte de alguno o de ambos. Pero también es verdad que las crisis se superaban en muchos de los casos, que los hijos eran un lazo de unión porque lo normal era que aquí sí hubiese algo común por lo que luchar: ver cómo salían adelante los hijos, cómo se labraban un futuro, cómo progresaban y también sufrir por las dificultades que podían encontrar. Compartir ilusiones sobre sus éxitos y, con el paso del tiempo, disfrutar de su cariño de adultos y de sus nietos. Y, cuando llegaban los años de la vejez, cuando los hijos abandonaban el hogar, cuando llega la edad del sosiego, contar el uno con el otro, hacerse compañía y cuidarse en momentos en que la salud ya no es robusta como en la juventud; todo ello compensaba de alguna manera los malos ratos de otros tiempos.


Sucede que el porcentaje de separaciones, según las estadísticas, es bastante más alto entre parejas de hecho que en casados. Cuando ellas inician la relación, por lo general, piensan que, una vez que empiece la convivencia, el vínculo se legalizará y será el momento de tener hijos. Este es uno de los engaños a que se ha llevado a la mujer por parte de las liberadoras. Cuando ella insiste en tener hijos –porque a pesar de la propaganda feminista es el deseo más intenso de la mayoría de las mujeres– muchas relaciones se rompen. Eso exige un poquito más de compromiso. Digo “un poquito” porque en estos tiempos el compromiso es algo caduco. Aun así, generalmente porque la mujer se empeña, el 43% de recién nacidos son ya de padres no casados y, en caso de separación, será una de las principales causas de conflicto y de sufrimiento para hijos y para padres.


Consideremos algunos tipos de relación que pueden darse en la convivencia hombre-mujer. El primero sería, hombre dominante-mujer dominada, el cual está suficientemente desacreditado hoy día. Un segundo, que no solo se da ahora sino antes y con bastante frecuencia, el de mujer dominante-hombre dominado. Si pensamos un poco en las familias que conocemos y no se han deshecho, todos encontraremos algunas, bastantes quizá, en que es ella la que lleva la voz cantante en los gastos, en las vacaciones, en el ocio, respecto a los hijos, respecto a las relaciones con la familia de él y un largo etcétera. Y un tercero, ̶ y quizá el más importante por ser el más común ̶ el de hombre aparentemente-dominante, mujer aparentemente-dominada y que suele funcionar bastante bien. Sí, porque hay dominios sutiles, que no se notan, y que se han practicado desde siempre por las mujeres. Por otra parte, no es tan simple la cuestión de quién dirige, porque hay ámbitos en la familia donde suele dominar él y otros donde domina ella.


Yo me atrevería a decir que el que mejor funciona es el de hombre aparentemente dominante con mujer aparentemente dominada. Mandar sin que se note que se manda, pero con mando efectivo. Aunque ahora eso ya no se lleva, a lo que se anima es al enfrentamiento inducido, no a que la relación transcurra según el carácter más o menos enérgico de cada uno, complementado con la cesión mutua en los momentos delicados. Hoy se promociona, sobre todo por parte de las liberadoras de la mujer, el “no tienes por qué aguantar”. En vez de llegar a un compromiso, “no hay que tolerar nada”, dicen las predicadoras de la “tolerancia”. “No te dejes mandar”.


Resulta curioso que la expresión “ama de casa” en España reconoce y otorga a la mujer el mando. La costumbre y la tradición, que se plasman en el lenguaje, reconocían que ella también mandaba, es “ama” quien manda en un ámbito, el de la casa. En inglés, por ejemplo, la expresión equivalente es housewife y en francés, femme au foyer. Como puede verse, en estas expresiones se ha perdido el sentido de “mando” que queda tan explícito en la expresión española.

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