PNV: La intensa desvergüenza e indignidad de sostener la corrupción socialista
Hay veces en que la historia exige levantar la voz, no por cálculo político, sino por imperativo moral. Y este es uno de esos momentos. Mientras el país asiste atónito al despliegue de una trama de corrupción que alcanza los pasillos más altos del poder, el Partido Nacionalista Vasco —ese viejo partido de notables que un día se creyó el guardián de la ética en política— ha optado por sostener con su voto y su silencio al infame Pedro Sánchez y al Ejecutivo de éste, un Gobierno manchado hasta el tuétano. ¿A cambio de qué? A cambio de alimentar su agenda independentista con nuevas y vergonzantes concesiones.
Resulta moralmente obsceno y políticamente impresentable que, en mitad del escándalo que rodea al PSOe gobernantey las investigaciones que salpican a figuras clave del sanchismo, el PNV siga pensando en negociar transferencias, privilegios fiscales, cuotas de poder y fragmentos del Estado. Cierto es que en el partido de Sabino Arana siempre se ha creído en el dicho de que "cuando peor le vaya a España, mejor para nosotros", pero mientras el hedor de las mordidas, el clientelismo y la impunidad lo inunda todo, en Sabin Etxea calculan fríamente qué más pueden arrancar de un Gobierno débil, acorralado, y dispuesto a todo con tal de seguir en pie. Nunca fue tan exacta la palabra "chantaje".
Porque aquí no se trata ya de diferencias ideológicas, legítimas y propias de toda democracia. Lo del PNV del impresentable Aitor Esteban es complicidad activa con un poder degenerado. De seguir apuntalando en el Congreso a quien ha hecho de la mentira una estrategia, del uso partidista del Estado una rutina, y del desprecio a la separación de poderes una norma. ¿Dónde está la supuesta superioridad moral que el nacionalismo vasco blandió durante años frente a Madrid? ¿Dónde su tan cacareada ética institucional?
El PNV ha cruzado una línea roja. Una más. No solo se beneficia de los pactos con un Gobierno que desprecia la legalidad y normaliza la corrupción. Lo sostiene. Lo protege. Lo legitima. Y al hacerlo, se convierte en socio necesario de un proyecto político que degrada las instituciones, divide a los vascos y al resto de los españoles, y humilla a los demócratas decentes.
Puede que la jugada le salga rentable a corto plazo. Más independencia, más competencias, más presencia "vasca" en Madrid, más euskera y más "hechos diferenciales". Pero a la larga, será el prestigio del partido, su nombre y su legado los que queden manchados con toneladas de basura sanchista. Porque hay ocasiones en que lo que está en juego no es una ley más o una cesión puntual, sino el alma misma de la democracia. Y en esa batalla, una vez más, el PNV ha elegido mal. Como siempre.
Hay veces en que la historia exige levantar la voz, no por cálculo político, sino por imperativo moral. Y este es uno de esos momentos. Mientras el país asiste atónito al despliegue de una trama de corrupción que alcanza los pasillos más altos del poder, el Partido Nacionalista Vasco —ese viejo partido de notables que un día se creyó el guardián de la ética en política— ha optado por sostener con su voto y su silencio al infame Pedro Sánchez y al Ejecutivo de éste, un Gobierno manchado hasta el tuétano. ¿A cambio de qué? A cambio de alimentar su agenda independentista con nuevas y vergonzantes concesiones.
Resulta moralmente obsceno y políticamente impresentable que, en mitad del escándalo que rodea al PSOe gobernantey las investigaciones que salpican a figuras clave del sanchismo, el PNV siga pensando en negociar transferencias, privilegios fiscales, cuotas de poder y fragmentos del Estado. Cierto es que en el partido de Sabino Arana siempre se ha creído en el dicho de que "cuando peor le vaya a España, mejor para nosotros", pero mientras el hedor de las mordidas, el clientelismo y la impunidad lo inunda todo, en Sabin Etxea calculan fríamente qué más pueden arrancar de un Gobierno débil, acorralado, y dispuesto a todo con tal de seguir en pie. Nunca fue tan exacta la palabra "chantaje".
Porque aquí no se trata ya de diferencias ideológicas, legítimas y propias de toda democracia. Lo del PNV del impresentable Aitor Esteban es complicidad activa con un poder degenerado. De seguir apuntalando en el Congreso a quien ha hecho de la mentira una estrategia, del uso partidista del Estado una rutina, y del desprecio a la separación de poderes una norma. ¿Dónde está la supuesta superioridad moral que el nacionalismo vasco blandió durante años frente a Madrid? ¿Dónde su tan cacareada ética institucional?
El PNV ha cruzado una línea roja. Una más. No solo se beneficia de los pactos con un Gobierno que desprecia la legalidad y normaliza la corrupción. Lo sostiene. Lo protege. Lo legitima. Y al hacerlo, se convierte en socio necesario de un proyecto político que degrada las instituciones, divide a los vascos y al resto de los españoles, y humilla a los demócratas decentes.
Puede que la jugada le salga rentable a corto plazo. Más independencia, más competencias, más presencia "vasca" en Madrid, más euskera y más "hechos diferenciales". Pero a la larga, será el prestigio del partido, su nombre y su legado los que queden manchados con toneladas de basura sanchista. Porque hay ocasiones en que lo que está en juego no es una ley más o una cesión puntual, sino el alma misma de la democracia. Y en esa batalla, una vez más, el PNV ha elegido mal. Como siempre.