Autor de "Por qué el futuro es hispano"
Carlos Leáñez Aristimuño: “El futuro es hispano”
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Carlos Leáñez Aristimuño (Caracas, 1957) es uno de los pensadores hispanoamericanos más agudos e inquietos de nuestro tiempo. Hispanista, profesor universitario y ensayista, ha consagrado su vida intelectual a la defensa del español como lengua de civilización, de ciudadanía y de futuro. Formado en literatura, lingüística, derecho y filosofía en Venezuela, Alemania y Francia, ha sido profesor en la Universidad Simón Bolívar de Caracas —donde fundó cátedras pioneras como La guerra de los idiomas y Lengua, ciudadanía y nación hispanohablante— y ha desarrollado una intensa labor internacional en instituciones como VenTerm o la Unión Latina, centrado en políticas lingüísticas, digitalización y soberanía cultural. Desde 2017 reside en España, donde se ha convertido en una de las voces más lúcidas del hispanismo contemporáneo.
Autor del ensayo Por qué el futuro es hispano (Sekotia), colaborador habitual en diversos medios, conferenciante y figura destacada del documental Hispanoamérica, Leáñez Aristimuño advierte de los riesgos de la aparición de una “neolengua” que desactiva el pensamiento crítico, reivindica la unidad de los pueblos de habla española frente a la leyenda negra, y propone una “rebelión cultural” frente al empobrecimiento conceptual y la hegemonía anglosajona. En esta conversación profunda y sin concesiones, hablamos con él sobre lengua, identidad, tecnología, poder y el destino común de una comunidad hispanohablante que, en sus palabras, aún no ha dicho su última palabra.
¿Qué le llevó a escribir Por qué el futuro es hispano? ¿Fue un proceso largo o una necesidad inmediata?
La gestación del libro fue un proceso muy largo, pero su escritura resultó relativamente breve. Mi interés por estos temas se remonta a los años noventa, cuando comencé a formarme en políticas lingüísticas trabajando para un organismo internacional. Tuve la fortuna de trabajar con un gran maestro en ese entonces, Philippe Rossillon, un verdadero sabio en todo lo referente a la indisociable relación entre lengua y poder. Aunque la lengua siempre me atrajo desde una perspectiva literaria y puramente lingüística, no fue sino hasta mi contacto con Rossillon que empecé a comprender realmente la profunda conexión entre lengua y política. Esta comprensión se consolidó a partir del año 2000, al incorporarme a la Universidad Simón Bolívar de Caracas. Allí pude canalizar y sistematizar estos aprendizajes logrando la creación de dos asignaturas: "La guerra de los idiomas" y otra, titulada "Lengua, ciudadanía y nación hispanohablante". Como ves, la incubación de las ideas del libro abarca décadas. Su escritura, en cambio, se desencadenó de forma más expedita. Recibí la llamada, totalmente inesperada, de mi editor, Humberto Pérez-Tomé, de Sekotia, quien, por tener noticias de mis conferencias e intervenciones en diversos ámbitos, me propuso publicar un libro.
Esto me permitió concretar una serie de reflexiones, ponerlas en limpio por escrito, sistematizar notas dispersas. A medida que escribía, me convencía cada vez más de que el futuro es hispano. Este impulso hispano, que está en pleno crecimiento y que será cada vez más poderoso, no está siendo suficientemente percibido. Y es fundamental que lo sea, para acelerar los procesos de cohesión panhispánica que necesitamos.
¿Cree que hoy la hispanidad atraviesa un momento de despertar o, al contrario, de peligro?
La Hispanidad se encuentra en una franca etapa de despertar. Con la publicación de Imperiofobia de María Elvira Roca Barea, en 2016, se dio un punto de inflexión. Hemos empezado a comprender que el pasado no es necesariamente lo que nos habían contado: no somos un cúmulo de oprobio, atraso y crueldad. Al contrario, el pasado hispano está repleto de ejecutorias asombrosas y portentosas, y esto se está demostrando con rigor. Como resultado, nuestra autorrepresentación colectiva está cambiando de manera radical, lo cual es fundamental. Es imposible caminar con aplomo por el mundo desde el autoaborrecimiento o desde un borrado de nuestros orígenes. Se impone el agradecimiento y el orgullo para caminar erguidos en el presente.
Este despertar, para mí, se manifiesta en lo que he dado en llamar “rebelión hispanista”, que se despliega en varias olas. La primera, encabezada por figuras como Roca Barea, se centró en demostrar —con hechos tangibles, estudios rigurosos y comparaciones— que nuestro pasado está lleno de prodigios y es absolutamente digno.
Una vez que se admite la idea de que la autorrepresentación inhabilitante era falsa, surge una segunda ola. Ya no se trata tanto de demostrar, sino de mostrar activamente el esplendor de la obra hispánica. Un ejemplo emblemático de esta fase es la reciente película de José Luis López Linares, Hispanoamérica, canto de vida y esperanza. Paralelamente, está en curso una tercera ola, muy potente, en el ciberespacio. Hoy se producen más intercambios entre hispanos de diversos países que nunca. Esto está generando de por sí la tercera macrocomunidad mundial virtual, solo antecedida por la china y la angloparlante. Este enorme volumen de intercambios —que van desde lo cultural, político y comercial hasta lo afectivo— está creando, de abajo hacia arriba, una demanda incipiente de mayor institucionalidad panhispánica, hoy casi inexistente. Este es un proceso en pleno desarrollo, aún no del todo percibido en su cabal magnitud. Dentro de esta ola digital, hay un núcleo de asociaciones culturales, como Héroes de Cavite, e influenciadores —si se me permite el neologismo necesario—, como Paloma Pájaro, Juan Miguel Zunzunegui, Eric Cárdenas o Santiago Armesilla, que buscan dirigir la red hacia una toma de conciencia panhispánica que acelere procesos centrípetos. Finalmente, observo una cuarta ola emergente, que busca federar estas asociaciones y personalidades en una suerte de "liga" que impulse con más contundencia lo hispánico y acelere los procesos de cohesión. Emblemático en este sentido resulta el protocolo de Santa Pola.
Sí, estamos en un momento de despertar. Gracias a la confluencia del factor ciberespacial con diagnósticos históricos más certeros, que conducen a una mejor autorrepresentación, el futuro se presenta de una manera mucho más promisoria que, por ejemplo, a comienzos de este siglo.
Habla del español como el “mayor activo geoestratégico del siglo XXI”. ¿Por qué cree que no se le ha dado ese valor hasta ahora?
Para entender por qué considero el español un activo geoestratégico de primer orden, primero debemos calibrar el valor intrínseco del lenguaje. El hombre es, ante todo, un "bípedo parlante". Es el lenguaje lo que nos define, permitiéndonos trascender lo meramente genético para construir pasado, analizar el presente y proyectar futuros. Sobre el lenguaje erigimos la cultura; sin él, la realidad sería un caos de estímulos indiferenciados. Cada lengua ordena el mundo de una manera particular, reflejando la historia, las necesidades, las inquietudes y las aspiraciones de su comunidad. No son códigos neutros e intercambiables: inclinan fuertemente nuestras percepciones. El español, para nosotros, es en gran medida nuestra manera de estar y entender el mundo; es nuestro territorio más inmediato. Sin lengua, somos mamíferos arrojados a la naturaleza; con ella, somos creadores de cultura, política, arte y tecnología. Su valor es, sencillamente, inconmensurable.
Ahora bien, ¿por qué este valor no siempre ha sido calibrado en toda su magnitud por nuestras dirigencias, especialmente en su dimensión geoestratégica? No podemos decir que su importancia se haya ignorado por completo. Desde Nebrija, cuando entrega su gramática a la Reina Isabel, ya existía una visión de la trascendencia de la lengua. Por su parte, en el siglo XIX, Andrés Bello, al redactar su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, llamó a nuestra lengua “medio providencial de comunicación” y “vínculo de fraternidad”: comunicación y fraternidad forjan una unidad de destino, una nación cultural. Instituciones como la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), el Instituto Cervantes, o incluso la existencia de una Dirección General del Español en el mundo en el organigrama del Estado español, demuestran una percepción de su relevancia.
Sin embargo, y aquí radica el meollo, esta percepción no está a la altura del potencial que representa una comunidad de 500 millones de hablantes nativos. Cuando una lengua alcanza gran escala, su importancia trasciende lo identitario y comunicativo para convertirse en un factor de poder político y geoestratégico de primer orden. La defensa y promoción de nuestra lengua debería ocuparnos como nos ocupa la seguridad territorial física: es nuestro campo de significación común, el espacio donde conversamos, nos entendemos e intercambiamos. Una convergencia lingüística de 500 millones, en el vasto "ciberterritorio" del que hemos hablado, genera un factor de poder que es imperativo cuidar y cultivar. Ese cuidado y cultivo son los que nos permitirán vivir desde nuestros propios parámetros y ejercer una soberanía efectiva.
Lo recién dicho queda claramente ilustrado en el mito de la Torre de Babel. Recordemos que, según el relato bíblico, Dios se siente retado por una humanidad concentrada en un punto y que habla una sola lengua: construye una torre portentosa, altísima, que desafiaba Su poder. La Biblia misma pone en boca de Dios la constatación de que, al hablar una sola lengua, nada de lo que se propusiera emprender le sería imposible, ya que se coordina, hay intercomprensión. ¿Cuál es la medida que toma entonces ante este desafío? Generar multitud de lenguas. Al impedir que esa humanidad concentrada se entienda, la fragmenta: "divide y reinarás" es la máxima implícita. Esta historia debería ponernos sobre aviso y subrayar la inmensa fuerza que adquiere una lengua cuando es hablada a gran escala por una comunidad que, además, comparte un punto de convergencia –sea este físico o virtual– que facilita la comunicación masiva y la empresa común. Es una ecuación de poder que los hispanos tenemos a la disposición gracias a nuestra lengua masivamente hablada en la que convergemos en el ciberespacio. Sin la lengua española desaparece nuestra posibilidad de estar en el mundo desde nuestros parámetros culturales y políticos. Ni más ni menos.
Ha habido, sí, atisbos de reconocimiento de la importancia del español, pero ha faltado una comprensión más profunda, una acción más contundente y —sobre todo— panhispánica para tratar adecuadamente al español como nuestro mayor activo geoestratégico. El libro proporciona pistas para llegar a ello.
¿Qué papel juegan los mitos paralizantes —como la leyenda negra— en la fragmentación del mundo hispánico?
Los mitos paralizantes, con la leyenda negra como su máximo exponente, juegan un papel absolutamente central y devastador. Han funcionado como un veneno que distorsiona nuestra autopercepción hasta convertirnos, metafóricamente hablando, en un gigante maniatado; en un león que se cree oveja, un rey que se ve a sí mismo como mendigo, o un cisne convencido de ser un patito feo.
La consecuencia directa es que vivimos instalados en la vergüenza en lugar del orgullo, y en el resentimiento en vez del agradecimiento hacia nuestro propio legado. No podemos así alzar el vuelo. Estas narrativas inhabilitantes, sembradas y cultivadas durante siglos, han logrado su objetivo: generar una autopercepción tan negativa que un bloque histórico y cultural con el potencial de ser una comunidad vibrante, cohesionada e influyente a escala global, se manifiesta en la práctica como un archipiélago de impotencia y subordinación.
Y, por supuesto, este lastre beneficia enormemente a quienes compiten con el mundo hispánico por relevancia e influencia en el tablero internacional: simplemente tienen un competidor menos del que preocuparse, uno que, incluso, se sabotea a sí mismo.
Pero esta situación está en proceso de mutación. Se está cumpliendo un ciclo, el del agotamiento de la leyenda negra y el de todos esos relatos que nos han lastrado: estamos comenzando a transitar hacia una nueva etapa en la que ese gigante, al fin consciente de su verdadera naturaleza y fortaleza, echará a andar y ocupará el lugar que le corresponde.
¿Qué peligros acechan a nuestra lengua común desde las propias instituciones hispanohablantes?
El principal peligro que acecha a nuestra lengua común desde el seno mismo de las instituciones hispanohablantes —y aquí entiendo por "instituciones" un espectro muy amplio, desde el maestro de escuela más humilde hasta el más encumbrado escritor, académico o político— es una frecuente falta de conciencia sobre el valor capital de la lengua que compartimos, con lo cual su afianzamiento y proyección no se despliega con el esmero necesario.
Me explico: la lengua española es nuestra más potente locomotora de unión y de futuro pleno. Si todos los actores sociales e institucionales tuviésemos una conciencia nítida y operativa de esta realidad, la lengua se enseñaría, usaría y aprendería a plenitud, se utilizaría con orgullo y eficacia en todos los ámbitos imaginables —ciencia, tecnología, política, literatura, diplomacia, cultura popular…— y el ciudadano en territorio de lengua oficial española tendría el derecho efectivo a usarla en toda ocasión…
Básicamente, de lo que se trata es de alcanzar una plena conciencia del rol absolutamente central que juega el español en nuestra posibilidad de forjar un futuro donde la actual situación de subordinación y alienación se transforme en una de protagonismo, autenticidad y plenitud para el conjunto del mundo hispanohablante.
Plantea superar las divisiones impuestas tras la secesión hispanoamericana. ¿Es viable pensar en una comunidad panhispánica fuerte y cohesionada?
No solo es viable: es el camino natural. Lo artificial es la separación. Las fronteras que hoy dividen al mundo hispanohablante no se corresponden con fracturas profundas en historia o cultura. Son líneas trazadas sobre todo en función de intereses de oligarquías locales que buscan su acomodo en el poder alineándose con intereses de rango mundial. Ni asomo hay de una voluntad colectiva genuina de fragmentación o de diferencias insalvables.
Nuestra talla natural y adecuada es la de una gran comunidad unida y diversa, como la que teníamos cuando compartíamos un vasto espacio de civilización. La división en múltiples estados, sin talla para ejercer una soberanía cabal y proyectar la voz, nos es anómala e inoperativa. Por ello estamos llegando, espontáneamente, al final de un ciclo de doscientos años de separación. Los estados fundados el siglo XIX no han dado frutos de estabilidad, prosperidad, soberanía y desarrollo auténtico: demasiado pequeños, erigidos sobre ideologías extranjeras asumidas de manera acrítica, poco o nada adaptadas a nuestra idiosincrasia y constitución real como pueblos, negadores de lo hispano, alineados con poderes foráneos… ¡pasar a otros parámetros es imperativo!
El cierre del ciclo de los exhaustos estados hispanos decimonónicos, combinado con el auge de la interconexión hispánica –especialmente a través del ciberespacio– y la toma de conciencia que implica la rebelión hispanista va a dinamizar y acelerar la retoma de unos parámetros más auténticos y operativos. Las fronteras, esas líneas que hoy nos parecen tan nítidas, comenzarán a difuminarse: su capacidad de obstaculizar la colaboración profunda entre hispanos quedará como un paréntesis histórico artificial y desafortunado.
¿Qué rol deberían jugar España y México como referentes culturales y lingüísticos del bloque hispánico?
México es uno de los ejemplos más claros de ese ciclo de los estados decimonónicos hispanos que mencionábamos. Lo que fue el Virreinato de la Nueva España tenía todos los elementos para constituirse como una potencia mundial: un territorio inmenso, riquezas abundantes, una administración razonable. Sin embargo, tras la separación de España, tomó un camino que, cada vez más, distorsionaba su pasado hispánico. Desnortado, no fue capaz de asumir el rol que naturalmente le correspondía: el de un hermano mayor que recibe una herencia extraordinaria y la hace fructificar en beneficio propio y de sus hermanos menores. En lugar de ello, se encerró en sí mismo en el inmenso país que sigue siendo, se victimizó, se enfocó en exceso en su relación con Estados Unidos hasta convertirse en una suerte de "maquilero" de su vecino del norte, en lugar de ser el líder de una hispanidad global…
El rol de México como referente hispánico de primer orden se desplegará cuando logre romper con los relatos victimistas que han lastrado su autopercepción y lo han inviabilizado. Esta ruptura está ocurriendo: surgen corrientes de opinión hispanistas y la propia crisis del Estado mexicano actual —estridentemente perdido en el laberinto de la victimización autoexculpatoria— podría desembocar en una toma de conciencia. En la medida en que México descubra su esplendor virreinal —extraordinaria fundación colaborativa de un pueblo nuevo—, podrá erguirse. Y ello tendrá insospechadas consecuencias positivas en los hispanos de los EE. UU…
En cuanto a España, su situación y su rol actual son distintos. Hoy por hoy, es el país hispanohablante que enfrenta menos apremios económicos inmediatos y cuenta con grandes empresas, varias de ellas con una presencia muy significativa en Hispanoamérica. Madrid, por su parte, se ha consolidado como un punto de encuentro, al albergar una notable concurrencia de instituciones de carácter panhispánico e iberoamericano, y ser también un lugar de residencia para muchísimos hispanoamericanos de todos los orígenes. En Madrid se da en el plano físico la condición panhispánica que se está dando en el plano virtual. Además, España posee un aparato cultural desarrollado y una institucionalidad diplomática estatal organizada a los efectos que nos ocupan: el Instituto Cervantes o la Dirección General del Español en el Mundo en su Ministerio de Asuntos Exteriores, ponen activamente en marcha mecanismos de concertación panhispánica. No podemos olvidar la labor histórica y esencial de instituciones como la Real Academia Española, que encabeza la importantísima Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), una entidad verdaderamente panhispánica y absolutamente clave para el cuido panhispánico del corpus de la lengua. Esta tradición y estructura demuestran una vocación de España para la concertación de la hispanidad en su conjunto a esta fecha.
Apunto temores, que espero sean coyunturales, en lo que a España se refiere: el intenso asedio al español en algunas comunidades autónomas, el afán de difundir lenguas locales de España en ámbitos internacionales descuidando al español ante las macrolenguas competidoras, la ideologización de la programación del Instituto Cervantes al margen de la difusión de la cultura en español…
Uno de los conceptos más sugerentes del libro es la “ciberhispanidad”. ¿Qué implica este término y cómo puede concretarse?
La hispanidad tiene hoy dos dimensiones: una física, que lamentablemente fue fragmentada hace dos siglos, y una virtual, en la que se está reconstituyendo. Esta última es la ciberhispanidad. En ella las fronteras físicas y las enormes distancias se anulan en un tiempo simultáneo. Esto ofrece la posibilidad sin precedentes de reunir lo que estaba disperso, de concentrar la energía y el talento que antes estaban fragmentados. Es un fenómeno nuevo y transformador.
En cuanto a cómo puede concretarse, mi respuesta es que ya se está concretando, y a una velocidad notable. Por un lado, se materializa de manera espontánea a través de la miríada de intercambios culturales, comerciales, afectivos, políticos y de conocimiento que los hispanohablantes de todos los países mantenemos diariamente en línea. Por otro lado, y esto es crucial, también se está concretando de manera consciente. Existen ya numerosas personas, organizaciones y plataformas digitales –sitios web, foros, redes sociales– que están trabajando activamente para que este proceso de reencuentro virtual sea más intencionado, más dirigido y, por ende, más acelerado.
¿Cree que estamos a tiempo de posicionar al español como idioma de referencia en la inteligencia artificial, la ciencia y la tecnología?
Estamos muy a tiempo. El desafío es doble: por un lado, debemos consolidar nuestro léxico científico-técnico y, por otro, debemos definir nuestro rol en la era de la inteligencia artificial.
A menudo, para un mismo concepto técnico o científico existen múltiples términos según el país hispanohablante, o directamente se recurre al extranjerismo. La solución pasa por un doble proceso: armonizar los términos existentes para todo el mundo hispano y neologizar —crear palabras nuevas— cuando sea necesario. La IA, precisamente, es una herramienta fundamental para detectar estas inconsistencias o lagunas y acelerar el proceso de colaboración de lingüistas y científicos para una estandarización o neologización exhaustiva. Trato el asunto en detalle en el libro al postular la necesidad de un banco de datos terminológicos panhispánico para los vocabularios especializados, que supere y sistematice los nada desdeñables recursos que ya existen.
Ahora bien, en lo que se refiere específicamente a la inteligencia artificial, la situación es más compleja. Aunque el español se sitúa entre las cinco primeras lenguas en presencia y uso en la IA, el problema de fondo es que somos principalmente consumidores de una tecnología desarrollada por grandes empresas extranjeras, sobre todo estadounidenses. No intervenimos en su forja.
Esta posición de receptores pasivos nos expone a tres riesgos fundamentales:
1. El sesgo algorítmico: Las IA heredan los sesgos culturales de sus creadores, que no siempre se alinean con nuestros valores e intereses.
2. La soberanía de los datos: La información de nuestros ciudadanos es gestionada por estas empresas sin una supervisión adecuada por nuestra parte.
3. La integridad lingüística: Los textos generados masivamente por estas IA pueden erosionar o alterar nuestros patrones lingüísticos.
Frente a esto, la estrategia debe ser doble. Primero, es crucial impulsar la creación de una inteligencia artificial propia, con proyectos valiosos como el modelo "MarIA", que deben recibir los recursos necesarios para crecer y competir.
Segundo, y aún más importante, debemos actuar como un bloque hispánico unido. Aprovechando nuestro poder como un inmenso mercado de más de 500 millones de personas, podemos y debemos negociar con las grandes corporaciones tecnológicas. La exigencia es clara: solicitamos acceso a la "trastienda" de sus algoritmos y procesos en lo que nos concierne. Necesitamos supervisar cómo se trata nuestra lengua, cómo se gestionan nuestros datos y cómo se mitigan los sesgos para asegurar que sus servicios no operan en contra de nuestros intereses. Tenemos una palanca de negociación poderosa; ninguna empresa querrá ser excluida de un mercado de esta magnitud. Esta exclusión es técnicamente posible: lo hace China.
Es una cuestión de supervivencia cultural. Las lenguas que no dispongan de herramientas de IA potentes y soberanas corren el riesgo de quedar marginadas de los bienes, servicios y experiencias del futuro o de ver su ser erosionado, lo que pondría en jaque su propia continuidad histórica. Estamos a tiempo, pero es la hora de la acción conjunta.
Frente a los modelos posmodernos y nihilistas que critica, ¿qué valores propone hoy la hispanidad?
Propone equilibrios entre la compasión y la exigencia, el individuo y la comunidad, la fe y la razón. La hispanidad se halla alejada del darwinismo anglosajón, del totalitarismo chino, del fundamentalismo islámico, de la gaseosa posmodernidad. Es la forja de un camino de plenitud humana y social —interrumpido abruptamente por las grandes secesiones hispanoamericanas y un racionalismo desbordado— que toca retomar hoy recuperando la memoria, actualizándola en coordenadas del siglo XXI.
¿Ha notado diferencias en cómo se percibe su mensaje en América frente a Europa?
Claro. En América hay que andarse con cierto cuidado, ya que la leyenda negra, claramente en países como México y Venezuela, a nivel del hombre común, es prácticamente un dogma de fe que vertebra, tanto al Estado, como a los individuos. Quien la cuestiona camina sobre terreno minado. Pero hay que hacerlo. Yo, particularmente, aprieto duro, pero con guantes. Sin ellos corres el riesgo de no ser en absoluto escuchado… o cosas peores. En España, a pesar de que el debate con los oficiantes del apocamiento y la disolución puede ser intenso, el hispanoamericano con frecuencia recibe unos minutos más de tolerancia que el peninsular antes de ser catalogado como “facha” si dice algo bueno sobre España. A los mencionados oficiantes les resulta curioso que la “víctima” no se perciba como tal… que esté incluso orgullosa, agradecida…
Sostiene que este proyecto no depende de gobiernos, sino de hablantes y creadores…
Los intercambios interhispánicos masivos en Internet, ya descritos, ocurren de manera espontánea e independiente y son el substrato principal del giro hispanista.
¿Qué pasos concretos propone a quienes deseen sumarse a esta visión?
Que entren en contacto con la multitud de sitios web llenos de material hispanista y escuchen mensajes articuladores de orgullo sobre la base de verdades; que busquen entrar en relación, en función de sus intereses, a través de redes sociales, con hispanos de países distintos al suyo; que se afilien a alguna asociación hispanista como, por ejemplo, Héroes de Cavite, para colaborar con acciones concretas; que vean varias veces, y se dejen impregnar, por obras audiovisuales como Hispanoamérica, canto de vida y esperanza de López Linares; que lean, lean para fijar y afinar… hay ya clásicos: Imperiofobia, de Roca Barea; Madre Patria, de Gullo. A quien se inicia, mucho recomiendo España contra su leyenda negra de Rubio Donzé. Y si les interesa una visión de futuro sobre la base de una esperanza racional, pues… ¡El futuro es hispano!, de quien les habla…
¿Cómo pueden contribuir los medios de comunicación a esta causa panhispánica?
Los medios de comunicación tradicionales contribuirán sobre todo en la medida en que la presión hispanista espontánea, que cursa hoy de abajo hacia arriba por el mero uso masivo panhispánico de las redes, los fuerce o empuje a incorporar a su línea editorial el factor hispánico global. Hoy, como nuestras élites, se hallan encajonados en los respectivos estados nacionales y, si ven hacia afuera, es para contemplar, en actitud subordinada, los centros de poder globales ya constituidos. El árbol de cada país tapa el inmenso bosque hispano y sus posibilidades…
Ha desarrollado su carrera entre Venezuela y Europa. ¿Cómo ha influido ese mestizaje geográfico en su pensamiento?
Entre otros en que, para mí, dado el agudo fracaso, vivido en carne propia, de los estados hispanoamericanos a partir de las secesiones, mal llamadas independencias, está muy claro que debemos urgentemente retomar la escala grande y salir del empeño de no ser lo que somos. Recuperar relevancia y autenticidad para tener soberanía real y brújula operativa es imperativo, so pena de desaparición por mengua y desatino. Y Europa me ha afinado los argumentos: es en España donde están convergiendo más las ideas hispanistas, particularmente en Madrid, primera ciudad panhispánica de la historia.
Si tuviera que condensar el mensaje del libro en una sola frase, ¿cuál sería?
El futuro es hispano.
Carlos Leáñez Aristimuño (Caracas, 1957) es uno de los pensadores hispanoamericanos más agudos e inquietos de nuestro tiempo. Hispanista, profesor universitario y ensayista, ha consagrado su vida intelectual a la defensa del español como lengua de civilización, de ciudadanía y de futuro. Formado en literatura, lingüística, derecho y filosofía en Venezuela, Alemania y Francia, ha sido profesor en la Universidad Simón Bolívar de Caracas —donde fundó cátedras pioneras como La guerra de los idiomas y Lengua, ciudadanía y nación hispanohablante— y ha desarrollado una intensa labor internacional en instituciones como VenTerm o la Unión Latina, centrado en políticas lingüísticas, digitalización y soberanía cultural. Desde 2017 reside en España, donde se ha convertido en una de las voces más lúcidas del hispanismo contemporáneo.
Autor del ensayo Por qué el futuro es hispano (Sekotia), colaborador habitual en diversos medios, conferenciante y figura destacada del documental Hispanoamérica, Leáñez Aristimuño advierte de los riesgos de la aparición de una “neolengua” que desactiva el pensamiento crítico, reivindica la unidad de los pueblos de habla española frente a la leyenda negra, y propone una “rebelión cultural” frente al empobrecimiento conceptual y la hegemonía anglosajona. En esta conversación profunda y sin concesiones, hablamos con él sobre lengua, identidad, tecnología, poder y el destino común de una comunidad hispanohablante que, en sus palabras, aún no ha dicho su última palabra.
¿Qué le llevó a escribir Por qué el futuro es hispano? ¿Fue un proceso largo o una necesidad inmediata?
La gestación del libro fue un proceso muy largo, pero su escritura resultó relativamente breve. Mi interés por estos temas se remonta a los años noventa, cuando comencé a formarme en políticas lingüísticas trabajando para un organismo internacional. Tuve la fortuna de trabajar con un gran maestro en ese entonces, Philippe Rossillon, un verdadero sabio en todo lo referente a la indisociable relación entre lengua y poder. Aunque la lengua siempre me atrajo desde una perspectiva literaria y puramente lingüística, no fue sino hasta mi contacto con Rossillon que empecé a comprender realmente la profunda conexión entre lengua y política. Esta comprensión se consolidó a partir del año 2000, al incorporarme a la Universidad Simón Bolívar de Caracas. Allí pude canalizar y sistematizar estos aprendizajes logrando la creación de dos asignaturas: "La guerra de los idiomas" y otra, titulada "Lengua, ciudadanía y nación hispanohablante". Como ves, la incubación de las ideas del libro abarca décadas. Su escritura, en cambio, se desencadenó de forma más expedita. Recibí la llamada, totalmente inesperada, de mi editor, Humberto Pérez-Tomé, de Sekotia, quien, por tener noticias de mis conferencias e intervenciones en diversos ámbitos, me propuso publicar un libro.
Esto me permitió concretar una serie de reflexiones, ponerlas en limpio por escrito, sistematizar notas dispersas. A medida que escribía, me convencía cada vez más de que el futuro es hispano. Este impulso hispano, que está en pleno crecimiento y que será cada vez más poderoso, no está siendo suficientemente percibido. Y es fundamental que lo sea, para acelerar los procesos de cohesión panhispánica que necesitamos.
¿Cree que hoy la hispanidad atraviesa un momento de despertar o, al contrario, de peligro?
La Hispanidad se encuentra en una franca etapa de despertar. Con la publicación de Imperiofobia de María Elvira Roca Barea, en 2016, se dio un punto de inflexión. Hemos empezado a comprender que el pasado no es necesariamente lo que nos habían contado: no somos un cúmulo de oprobio, atraso y crueldad. Al contrario, el pasado hispano está repleto de ejecutorias asombrosas y portentosas, y esto se está demostrando con rigor. Como resultado, nuestra autorrepresentación colectiva está cambiando de manera radical, lo cual es fundamental. Es imposible caminar con aplomo por el mundo desde el autoaborrecimiento o desde un borrado de nuestros orígenes. Se impone el agradecimiento y el orgullo para caminar erguidos en el presente.
Este despertar, para mí, se manifiesta en lo que he dado en llamar “rebelión hispanista”, que se despliega en varias olas. La primera, encabezada por figuras como Roca Barea, se centró en demostrar —con hechos tangibles, estudios rigurosos y comparaciones— que nuestro pasado está lleno de prodigios y es absolutamente digno.
Una vez que se admite la idea de que la autorrepresentación inhabilitante era falsa, surge una segunda ola. Ya no se trata tanto de demostrar, sino de mostrar activamente el esplendor de la obra hispánica. Un ejemplo emblemático de esta fase es la reciente película de José Luis López Linares, Hispanoamérica, canto de vida y esperanza. Paralelamente, está en curso una tercera ola, muy potente, en el ciberespacio. Hoy se producen más intercambios entre hispanos de diversos países que nunca. Esto está generando de por sí la tercera macrocomunidad mundial virtual, solo antecedida por la china y la angloparlante. Este enorme volumen de intercambios —que van desde lo cultural, político y comercial hasta lo afectivo— está creando, de abajo hacia arriba, una demanda incipiente de mayor institucionalidad panhispánica, hoy casi inexistente. Este es un proceso en pleno desarrollo, aún no del todo percibido en su cabal magnitud. Dentro de esta ola digital, hay un núcleo de asociaciones culturales, como Héroes de Cavite, e influenciadores —si se me permite el neologismo necesario—, como Paloma Pájaro, Juan Miguel Zunzunegui, Eric Cárdenas o Santiago Armesilla, que buscan dirigir la red hacia una toma de conciencia panhispánica que acelere procesos centrípetos. Finalmente, observo una cuarta ola emergente, que busca federar estas asociaciones y personalidades en una suerte de "liga" que impulse con más contundencia lo hispánico y acelere los procesos de cohesión. Emblemático en este sentido resulta el protocolo de Santa Pola.
Sí, estamos en un momento de despertar. Gracias a la confluencia del factor ciberespacial con diagnósticos históricos más certeros, que conducen a una mejor autorrepresentación, el futuro se presenta de una manera mucho más promisoria que, por ejemplo, a comienzos de este siglo.
Habla del español como el “mayor activo geoestratégico del siglo XXI”. ¿Por qué cree que no se le ha dado ese valor hasta ahora?
Para entender por qué considero el español un activo geoestratégico de primer orden, primero debemos calibrar el valor intrínseco del lenguaje. El hombre es, ante todo, un "bípedo parlante". Es el lenguaje lo que nos define, permitiéndonos trascender lo meramente genético para construir pasado, analizar el presente y proyectar futuros. Sobre el lenguaje erigimos la cultura; sin él, la realidad sería un caos de estímulos indiferenciados. Cada lengua ordena el mundo de una manera particular, reflejando la historia, las necesidades, las inquietudes y las aspiraciones de su comunidad. No son códigos neutros e intercambiables: inclinan fuertemente nuestras percepciones. El español, para nosotros, es en gran medida nuestra manera de estar y entender el mundo; es nuestro territorio más inmediato. Sin lengua, somos mamíferos arrojados a la naturaleza; con ella, somos creadores de cultura, política, arte y tecnología. Su valor es, sencillamente, inconmensurable.
Ahora bien, ¿por qué este valor no siempre ha sido calibrado en toda su magnitud por nuestras dirigencias, especialmente en su dimensión geoestratégica? No podemos decir que su importancia se haya ignorado por completo. Desde Nebrija, cuando entrega su gramática a la Reina Isabel, ya existía una visión de la trascendencia de la lengua. Por su parte, en el siglo XIX, Andrés Bello, al redactar su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, llamó a nuestra lengua “medio providencial de comunicación” y “vínculo de fraternidad”: comunicación y fraternidad forjan una unidad de destino, una nación cultural. Instituciones como la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), el Instituto Cervantes, o incluso la existencia de una Dirección General del Español en el mundo en el organigrama del Estado español, demuestran una percepción de su relevancia.
Sin embargo, y aquí radica el meollo, esta percepción no está a la altura del potencial que representa una comunidad de 500 millones de hablantes nativos. Cuando una lengua alcanza gran escala, su importancia trasciende lo identitario y comunicativo para convertirse en un factor de poder político y geoestratégico de primer orden. La defensa y promoción de nuestra lengua debería ocuparnos como nos ocupa la seguridad territorial física: es nuestro campo de significación común, el espacio donde conversamos, nos entendemos e intercambiamos. Una convergencia lingüística de 500 millones, en el vasto "ciberterritorio" del que hemos hablado, genera un factor de poder que es imperativo cuidar y cultivar. Ese cuidado y cultivo son los que nos permitirán vivir desde nuestros propios parámetros y ejercer una soberanía efectiva.
Lo recién dicho queda claramente ilustrado en el mito de la Torre de Babel. Recordemos que, según el relato bíblico, Dios se siente retado por una humanidad concentrada en un punto y que habla una sola lengua: construye una torre portentosa, altísima, que desafiaba Su poder. La Biblia misma pone en boca de Dios la constatación de que, al hablar una sola lengua, nada de lo que se propusiera emprender le sería imposible, ya que se coordina, hay intercomprensión. ¿Cuál es la medida que toma entonces ante este desafío? Generar multitud de lenguas. Al impedir que esa humanidad concentrada se entienda, la fragmenta: "divide y reinarás" es la máxima implícita. Esta historia debería ponernos sobre aviso y subrayar la inmensa fuerza que adquiere una lengua cuando es hablada a gran escala por una comunidad que, además, comparte un punto de convergencia –sea este físico o virtual– que facilita la comunicación masiva y la empresa común. Es una ecuación de poder que los hispanos tenemos a la disposición gracias a nuestra lengua masivamente hablada en la que convergemos en el ciberespacio. Sin la lengua española desaparece nuestra posibilidad de estar en el mundo desde nuestros parámetros culturales y políticos. Ni más ni menos.
Ha habido, sí, atisbos de reconocimiento de la importancia del español, pero ha faltado una comprensión más profunda, una acción más contundente y —sobre todo— panhispánica para tratar adecuadamente al español como nuestro mayor activo geoestratégico. El libro proporciona pistas para llegar a ello.
¿Qué papel juegan los mitos paralizantes —como la leyenda negra— en la fragmentación del mundo hispánico?
Los mitos paralizantes, con la leyenda negra como su máximo exponente, juegan un papel absolutamente central y devastador. Han funcionado como un veneno que distorsiona nuestra autopercepción hasta convertirnos, metafóricamente hablando, en un gigante maniatado; en un león que se cree oveja, un rey que se ve a sí mismo como mendigo, o un cisne convencido de ser un patito feo.
La consecuencia directa es que vivimos instalados en la vergüenza en lugar del orgullo, y en el resentimiento en vez del agradecimiento hacia nuestro propio legado. No podemos así alzar el vuelo. Estas narrativas inhabilitantes, sembradas y cultivadas durante siglos, han logrado su objetivo: generar una autopercepción tan negativa que un bloque histórico y cultural con el potencial de ser una comunidad vibrante, cohesionada e influyente a escala global, se manifiesta en la práctica como un archipiélago de impotencia y subordinación.
Y, por supuesto, este lastre beneficia enormemente a quienes compiten con el mundo hispánico por relevancia e influencia en el tablero internacional: simplemente tienen un competidor menos del que preocuparse, uno que, incluso, se sabotea a sí mismo.
Pero esta situación está en proceso de mutación. Se está cumpliendo un ciclo, el del agotamiento de la leyenda negra y el de todos esos relatos que nos han lastrado: estamos comenzando a transitar hacia una nueva etapa en la que ese gigante, al fin consciente de su verdadera naturaleza y fortaleza, echará a andar y ocupará el lugar que le corresponde.
¿Qué peligros acechan a nuestra lengua común desde las propias instituciones hispanohablantes?
El principal peligro que acecha a nuestra lengua común desde el seno mismo de las instituciones hispanohablantes —y aquí entiendo por "instituciones" un espectro muy amplio, desde el maestro de escuela más humilde hasta el más encumbrado escritor, académico o político— es una frecuente falta de conciencia sobre el valor capital de la lengua que compartimos, con lo cual su afianzamiento y proyección no se despliega con el esmero necesario.
Me explico: la lengua española es nuestra más potente locomotora de unión y de futuro pleno. Si todos los actores sociales e institucionales tuviésemos una conciencia nítida y operativa de esta realidad, la lengua se enseñaría, usaría y aprendería a plenitud, se utilizaría con orgullo y eficacia en todos los ámbitos imaginables —ciencia, tecnología, política, literatura, diplomacia, cultura popular…— y el ciudadano en territorio de lengua oficial española tendría el derecho efectivo a usarla en toda ocasión…
Básicamente, de lo que se trata es de alcanzar una plena conciencia del rol absolutamente central que juega el español en nuestra posibilidad de forjar un futuro donde la actual situación de subordinación y alienación se transforme en una de protagonismo, autenticidad y plenitud para el conjunto del mundo hispanohablante.
Plantea superar las divisiones impuestas tras la secesión hispanoamericana. ¿Es viable pensar en una comunidad panhispánica fuerte y cohesionada?
No solo es viable: es el camino natural. Lo artificial es la separación. Las fronteras que hoy dividen al mundo hispanohablante no se corresponden con fracturas profundas en historia o cultura. Son líneas trazadas sobre todo en función de intereses de oligarquías locales que buscan su acomodo en el poder alineándose con intereses de rango mundial. Ni asomo hay de una voluntad colectiva genuina de fragmentación o de diferencias insalvables.
Nuestra talla natural y adecuada es la de una gran comunidad unida y diversa, como la que teníamos cuando compartíamos un vasto espacio de civilización. La división en múltiples estados, sin talla para ejercer una soberanía cabal y proyectar la voz, nos es anómala e inoperativa. Por ello estamos llegando, espontáneamente, al final de un ciclo de doscientos años de separación. Los estados fundados el siglo XIX no han dado frutos de estabilidad, prosperidad, soberanía y desarrollo auténtico: demasiado pequeños, erigidos sobre ideologías extranjeras asumidas de manera acrítica, poco o nada adaptadas a nuestra idiosincrasia y constitución real como pueblos, negadores de lo hispano, alineados con poderes foráneos… ¡pasar a otros parámetros es imperativo!
El cierre del ciclo de los exhaustos estados hispanos decimonónicos, combinado con el auge de la interconexión hispánica –especialmente a través del ciberespacio– y la toma de conciencia que implica la rebelión hispanista va a dinamizar y acelerar la retoma de unos parámetros más auténticos y operativos. Las fronteras, esas líneas que hoy nos parecen tan nítidas, comenzarán a difuminarse: su capacidad de obstaculizar la colaboración profunda entre hispanos quedará como un paréntesis histórico artificial y desafortunado.
¿Qué rol deberían jugar España y México como referentes culturales y lingüísticos del bloque hispánico?
México es uno de los ejemplos más claros de ese ciclo de los estados decimonónicos hispanos que mencionábamos. Lo que fue el Virreinato de la Nueva España tenía todos los elementos para constituirse como una potencia mundial: un territorio inmenso, riquezas abundantes, una administración razonable. Sin embargo, tras la separación de España, tomó un camino que, cada vez más, distorsionaba su pasado hispánico. Desnortado, no fue capaz de asumir el rol que naturalmente le correspondía: el de un hermano mayor que recibe una herencia extraordinaria y la hace fructificar en beneficio propio y de sus hermanos menores. En lugar de ello, se encerró en sí mismo en el inmenso país que sigue siendo, se victimizó, se enfocó en exceso en su relación con Estados Unidos hasta convertirse en una suerte de "maquilero" de su vecino del norte, en lugar de ser el líder de una hispanidad global…
El rol de México como referente hispánico de primer orden se desplegará cuando logre romper con los relatos victimistas que han lastrado su autopercepción y lo han inviabilizado. Esta ruptura está ocurriendo: surgen corrientes de opinión hispanistas y la propia crisis del Estado mexicano actual —estridentemente perdido en el laberinto de la victimización autoexculpatoria— podría desembocar en una toma de conciencia. En la medida en que México descubra su esplendor virreinal —extraordinaria fundación colaborativa de un pueblo nuevo—, podrá erguirse. Y ello tendrá insospechadas consecuencias positivas en los hispanos de los EE. UU…
En cuanto a España, su situación y su rol actual son distintos. Hoy por hoy, es el país hispanohablante que enfrenta menos apremios económicos inmediatos y cuenta con grandes empresas, varias de ellas con una presencia muy significativa en Hispanoamérica. Madrid, por su parte, se ha consolidado como un punto de encuentro, al albergar una notable concurrencia de instituciones de carácter panhispánico e iberoamericano, y ser también un lugar de residencia para muchísimos hispanoamericanos de todos los orígenes. En Madrid se da en el plano físico la condición panhispánica que se está dando en el plano virtual. Además, España posee un aparato cultural desarrollado y una institucionalidad diplomática estatal organizada a los efectos que nos ocupan: el Instituto Cervantes o la Dirección General del Español en el Mundo en su Ministerio de Asuntos Exteriores, ponen activamente en marcha mecanismos de concertación panhispánica. No podemos olvidar la labor histórica y esencial de instituciones como la Real Academia Española, que encabeza la importantísima Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), una entidad verdaderamente panhispánica y absolutamente clave para el cuido panhispánico del corpus de la lengua. Esta tradición y estructura demuestran una vocación de España para la concertación de la hispanidad en su conjunto a esta fecha.
Apunto temores, que espero sean coyunturales, en lo que a España se refiere: el intenso asedio al español en algunas comunidades autónomas, el afán de difundir lenguas locales de España en ámbitos internacionales descuidando al español ante las macrolenguas competidoras, la ideologización de la programación del Instituto Cervantes al margen de la difusión de la cultura en español…
Uno de los conceptos más sugerentes del libro es la “ciberhispanidad”. ¿Qué implica este término y cómo puede concretarse?
La hispanidad tiene hoy dos dimensiones: una física, que lamentablemente fue fragmentada hace dos siglos, y una virtual, en la que se está reconstituyendo. Esta última es la ciberhispanidad. En ella las fronteras físicas y las enormes distancias se anulan en un tiempo simultáneo. Esto ofrece la posibilidad sin precedentes de reunir lo que estaba disperso, de concentrar la energía y el talento que antes estaban fragmentados. Es un fenómeno nuevo y transformador.
En cuanto a cómo puede concretarse, mi respuesta es que ya se está concretando, y a una velocidad notable. Por un lado, se materializa de manera espontánea a través de la miríada de intercambios culturales, comerciales, afectivos, políticos y de conocimiento que los hispanohablantes de todos los países mantenemos diariamente en línea. Por otro lado, y esto es crucial, también se está concretando de manera consciente. Existen ya numerosas personas, organizaciones y plataformas digitales –sitios web, foros, redes sociales– que están trabajando activamente para que este proceso de reencuentro virtual sea más intencionado, más dirigido y, por ende, más acelerado.
¿Cree que estamos a tiempo de posicionar al español como idioma de referencia en la inteligencia artificial, la ciencia y la tecnología?
Estamos muy a tiempo. El desafío es doble: por un lado, debemos consolidar nuestro léxico científico-técnico y, por otro, debemos definir nuestro rol en la era de la inteligencia artificial.
A menudo, para un mismo concepto técnico o científico existen múltiples términos según el país hispanohablante, o directamente se recurre al extranjerismo. La solución pasa por un doble proceso: armonizar los términos existentes para todo el mundo hispano y neologizar —crear palabras nuevas— cuando sea necesario. La IA, precisamente, es una herramienta fundamental para detectar estas inconsistencias o lagunas y acelerar el proceso de colaboración de lingüistas y científicos para una estandarización o neologización exhaustiva. Trato el asunto en detalle en el libro al postular la necesidad de un banco de datos terminológicos panhispánico para los vocabularios especializados, que supere y sistematice los nada desdeñables recursos que ya existen.
Ahora bien, en lo que se refiere específicamente a la inteligencia artificial, la situación es más compleja. Aunque el español se sitúa entre las cinco primeras lenguas en presencia y uso en la IA, el problema de fondo es que somos principalmente consumidores de una tecnología desarrollada por grandes empresas extranjeras, sobre todo estadounidenses. No intervenimos en su forja.
Esta posición de receptores pasivos nos expone a tres riesgos fundamentales:
1. El sesgo algorítmico: Las IA heredan los sesgos culturales de sus creadores, que no siempre se alinean con nuestros valores e intereses.
2. La soberanía de los datos: La información de nuestros ciudadanos es gestionada por estas empresas sin una supervisión adecuada por nuestra parte.
3. La integridad lingüística: Los textos generados masivamente por estas IA pueden erosionar o alterar nuestros patrones lingüísticos.
Frente a esto, la estrategia debe ser doble. Primero, es crucial impulsar la creación de una inteligencia artificial propia, con proyectos valiosos como el modelo "MarIA", que deben recibir los recursos necesarios para crecer y competir.
Segundo, y aún más importante, debemos actuar como un bloque hispánico unido. Aprovechando nuestro poder como un inmenso mercado de más de 500 millones de personas, podemos y debemos negociar con las grandes corporaciones tecnológicas. La exigencia es clara: solicitamos acceso a la "trastienda" de sus algoritmos y procesos en lo que nos concierne. Necesitamos supervisar cómo se trata nuestra lengua, cómo se gestionan nuestros datos y cómo se mitigan los sesgos para asegurar que sus servicios no operan en contra de nuestros intereses. Tenemos una palanca de negociación poderosa; ninguna empresa querrá ser excluida de un mercado de esta magnitud. Esta exclusión es técnicamente posible: lo hace China.
Es una cuestión de supervivencia cultural. Las lenguas que no dispongan de herramientas de IA potentes y soberanas corren el riesgo de quedar marginadas de los bienes, servicios y experiencias del futuro o de ver su ser erosionado, lo que pondría en jaque su propia continuidad histórica. Estamos a tiempo, pero es la hora de la acción conjunta.
Frente a los modelos posmodernos y nihilistas que critica, ¿qué valores propone hoy la hispanidad?
Propone equilibrios entre la compasión y la exigencia, el individuo y la comunidad, la fe y la razón. La hispanidad se halla alejada del darwinismo anglosajón, del totalitarismo chino, del fundamentalismo islámico, de la gaseosa posmodernidad. Es la forja de un camino de plenitud humana y social —interrumpido abruptamente por las grandes secesiones hispanoamericanas y un racionalismo desbordado— que toca retomar hoy recuperando la memoria, actualizándola en coordenadas del siglo XXI.
¿Ha notado diferencias en cómo se percibe su mensaje en América frente a Europa?
Claro. En América hay que andarse con cierto cuidado, ya que la leyenda negra, claramente en países como México y Venezuela, a nivel del hombre común, es prácticamente un dogma de fe que vertebra, tanto al Estado, como a los individuos. Quien la cuestiona camina sobre terreno minado. Pero hay que hacerlo. Yo, particularmente, aprieto duro, pero con guantes. Sin ellos corres el riesgo de no ser en absoluto escuchado… o cosas peores. En España, a pesar de que el debate con los oficiantes del apocamiento y la disolución puede ser intenso, el hispanoamericano con frecuencia recibe unos minutos más de tolerancia que el peninsular antes de ser catalogado como “facha” si dice algo bueno sobre España. A los mencionados oficiantes les resulta curioso que la “víctima” no se perciba como tal… que esté incluso orgullosa, agradecida…
Sostiene que este proyecto no depende de gobiernos, sino de hablantes y creadores…
Los intercambios interhispánicos masivos en Internet, ya descritos, ocurren de manera espontánea e independiente y son el substrato principal del giro hispanista.
¿Qué pasos concretos propone a quienes deseen sumarse a esta visión?
Que entren en contacto con la multitud de sitios web llenos de material hispanista y escuchen mensajes articuladores de orgullo sobre la base de verdades; que busquen entrar en relación, en función de sus intereses, a través de redes sociales, con hispanos de países distintos al suyo; que se afilien a alguna asociación hispanista como, por ejemplo, Héroes de Cavite, para colaborar con acciones concretas; que vean varias veces, y se dejen impregnar, por obras audiovisuales como Hispanoamérica, canto de vida y esperanza de López Linares; que lean, lean para fijar y afinar… hay ya clásicos: Imperiofobia, de Roca Barea; Madre Patria, de Gullo. A quien se inicia, mucho recomiendo España contra su leyenda negra de Rubio Donzé. Y si les interesa una visión de futuro sobre la base de una esperanza racional, pues… ¡El futuro es hispano!, de quien les habla…
¿Cómo pueden contribuir los medios de comunicación a esta causa panhispánica?
Los medios de comunicación tradicionales contribuirán sobre todo en la medida en que la presión hispanista espontánea, que cursa hoy de abajo hacia arriba por el mero uso masivo panhispánico de las redes, los fuerce o empuje a incorporar a su línea editorial el factor hispánico global. Hoy, como nuestras élites, se hallan encajonados en los respectivos estados nacionales y, si ven hacia afuera, es para contemplar, en actitud subordinada, los centros de poder globales ya constituidos. El árbol de cada país tapa el inmenso bosque hispano y sus posibilidades…
Ha desarrollado su carrera entre Venezuela y Europa. ¿Cómo ha influido ese mestizaje geográfico en su pensamiento?
Entre otros en que, para mí, dado el agudo fracaso, vivido en carne propia, de los estados hispanoamericanos a partir de las secesiones, mal llamadas independencias, está muy claro que debemos urgentemente retomar la escala grande y salir del empeño de no ser lo que somos. Recuperar relevancia y autenticidad para tener soberanía real y brújula operativa es imperativo, so pena de desaparición por mengua y desatino. Y Europa me ha afinado los argumentos: es en España donde están convergiendo más las ideas hispanistas, particularmente en Madrid, primera ciudad panhispánica de la historia.
Si tuviera que condensar el mensaje del libro en una sola frase, ¿cuál sería?
El futuro es hispano.