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Pablo Mosquera
Viernes, 20 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

Testigo de cargo

Trataré de emitir testimonio de aquello que pude vivir en primera persona. Lo haré sobre los dirigentes políticos con los que compartí esos años de plomo y lapas en los que fui sujeto, objetivo, oyente y analista.

 

Fue Xavier Arzalluz quien ideó la dispersión de los presos etarras como método para evitar siguieren organizados- ETA: liberados en comandos, infiltrados en la sociedad con vida normal, colectivo de presos  con sus abogados y familiares- Al "jesuita" -Pepe Rey- le parecía que no se les podía dejar crecer demasiado y llegar a convertirse en los interlocutores sobre el Contencioso Vasco con el Estado Español.

 

Fue José Luis Zubizarreta, gran asesor del lendakari Ardanza, quien nos ofreció en una reunión en Ajuria Enea del pacto para la pacificación y normalización de Euskadi, un testo que al referirse al nacionalismo radical y violento, introdujo MNLV. Y fue Mayor Oreja quien lo aceptó -desconozco si por pereza intelectual- Tal oficialidad sería serio obstáculo para que la comunidad internacional tras las Torres Gemelas declarara a ETA terroristas a perseguir dónde quiera que estuviera y que estaban amparados por los grupos de presión vascos sitos en USA y que contribuían tanto a las campañas de los Demócratas como de los Republicanos.

 

Fue Ramón Jáuregui quien me recomendó contactar con el Coronel Galindo para saber más sobre ETA, ya que los socialistas lo consideraban la máxima autoridad en lucha contra el terrorismo. También supe por mi coincidente médico Ricardo García Damborenea, que se reunía semanalmente en la bodeguilla de la Moncloa con Felipe, y que fue ideólogo del GAL.    

 

Con Ramón llegué en coche oficial a Ermua el día que se hizo público el asesinato de Miguel Ángel Blanco. La policía nos recomendó no ir hasta el ayuntamiento pues las calles estaban tomadas por un pueblo furioso. No hicimos caso y juntos iniciamos la bajada. Se cortaba con un cuchillo el ambiente que en cualquier momento podía estallar contra los políticos. Hasta que alguien desde el público grito. ¡Mosquera valiente! Le siguieron los aplausos que nos acompañaron hasta el consistorio para recibir al féretro del concejal. Mientras a los nacionalistas les insultaban...

 

Carlos Garaicoechea era un dialéctico empalagoso. Le gustaba recrearse en la tribuna del Parlamento vasco. Me imaginaba al navarro formando parte de la curia en tiempos de los Borgia. De hecho su lucha fratricida con Arzalluz tuvo mucho de tales tiempos vaticanos. El eje oficial del problema estribaba en la incompatibilidad de ser Lehendakari y Presidente del PNV. Dos posturas cargadas con la simbología eclesiástica. Y llevaron al nacionalismo hasta el límite. La fragmentación del partido que fundó Sabino Arena pudo perder el poder en Euskadi si los socialistas dirigidos por Benegas se hubieran atrevido para aprovechar la contienda.

 

La sesión parlamentaria en que cayó Garaicoechea y emergió Ardanza fue el conclave de una crisis extendida por diócesis y parroquias. Nunca olvidaré el semblante de Ardanza ante el discurso que pronunció el portavoz del PNV que fue José Ángel Cuerda -histórico alcalde de Vitoria-. De una crueldad sólo propia de los pasillos de una organización que se movía entre la democracia cristiana, las sacristías vizcaínas o guipuzcoanas y los batzokis de un partido político que se creía dueño y señor del espíritu genuinamente vasco. Ellos eran los auténticos representantes de Euskal Herria. Mientras los burukides debatían ideología, los aldeanos tomaban o defendían las sedes a paraguazos.

 

Llevaba mucho tiempo sin hablarme con Fraga. Fue a raíz del asesinato de Ordoñez que le pedí verle en Compostela. Lo aceptó de inmediato. Le exigí que el PP se hiciera cargo de las deudas de Goyo pues sabía que en su casa sólo entraba el sueldo de parlamentario y estaba pagando a plazos el piso. delante de mí llamó al presidente del PP Aznar y le mandó que se hiciera cargo de inmediato de todas las necesidades de Ana Iribar y sus hijo Javier. Así fue y tuve la satisfacción de haberme ocupado de mi amigo.

 

En una comida con Manuel Fraga, de aquellas habituales en el restaurante Vilas de Compostela, le pregunté cómo había consentido un testo constitucional que señalaba nacionalidades y que fue base del discurso de Jordi Pujol para afirmar que había un Estado plurinacional conformado por España, Galicia, Cataluña y Euskadi. Me aseguró que tal error lo había introducido Herrero de Miñón, hombre de mente dispersa, y que a tal se habían agarrado férreamente los nacionalistas catalanes y vascos poniendo sobre la mesa o tal redacción o la discusión sobre si España era un reino.

 

Había dos comentarios que sacaban de quicio a Arzalluz. Los antecedentes carlistas de su padre que llegó a intentar sublevar a punta de pistola a la guardia civil de Azpeitia tras el golpe del ejército de África. O las veces que se había visto obligado a jurar lealtad a los principios fundamentales del Movimiento para poder tomar posesión de alguna plaza de profesor.

 

Fue Ardanza quien me pidió ayuda para convencer a Juanjo Ibarreche que aceptara -unas navidades - presentar su candidatura a Lendakari y así evitar que tal distinción recayera sobre Eguibar. Mis relaciones con el de Llodio siempre fueron buenas; de amistad. Llegué a recomendarle y así lo hizo que se entrevistara con Manuel Fraga para buscar una línea intermedia entre Lizarra y Ermua.

 

Fue en la prisión de Logroño dónde me encerré con sus funcionarios tras el secuestro de Ortega Lara y me informaron de la terrible situación en la que se encontraban por ser objetivos de ETA. De inmediato me trasladé a Madrid y se lo comuniqué personalmente al Ministro de Interior Mayor Oreja.   

 

En medio de las reuniones del pacto de Ajuria Enea Arzalluz se levantaba para ir al servicio. Entonces Ardanza nos decía. Procurar que no entre en cabreo que luego soy yo quien tengo que aguantarlo...

 

En la primera manifestación en Donostia a favor de la autovía de Leizarán, me tocó al lado de Juan Mari Bandrés. No hacía más que agradecerme la presencia en la cabecera, justo a su lado y en la esquina de la pancarta. Hasta que me reconoció el motivo de su alegría. "Pablo. Cuánto me alegro. En la anterior manifa yo ocupaba esa esquina y en un momento dado me dieron un paraguazo que casi me abre la cabeza".

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