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Arturo Aldecoa Ruiz
Viernes, 20 de Junio de 2025 Tiempo de lectura:

De un auto-retrato de Unamuno y el “turrieburnismo”

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Pocos personajes de la historia de España y, no digamos, del País Vasco son más complejos intelectualmente que el bilbaíno Miguel de Unamuno y Jugo, escritor, poeta, filósofo, máximo representante de la generación del 98 y tres veces candidato al Premio Nobel de Literatura, galardón que no obtuvo en 1935 por la oposición de la Alemania de Hitler, que consideraba a Don Miguel un adversario peligroso para el nazismo en sus intentos aquellos años de “blanquearse” ante la opinión pública internacional, por su enorme prestigio en Europa y América y que era un hombre capaz de cantarle las verdades a la cara a cualquier poderoso, sin importarle el precio, lo que le valió destierros, arrestos y campañas de difamación.

 

Don Miguel era a la vez admirado y temido, pues no era alguien a quien se le pudiera comprar con honores y regalos, al contrario que tantos de sus contemporáneos (y de tantas gentes de hoy en día, por desgracia).

 

Pero, ¿cómo se veía Unamuno a sí mismo? Don Miguel nos ha dejado un  curioso autorretrato psicológico -y gráfico- de cómo se auto percibía en una publicación modernista, la “Revista Ibérica” número 5 del 30 de septiembre de 1902, escrito cuando iba a cumplir 38 años y su fama se iba extendiendo. Se trata de una publicación literaria de muy corta vida y  de un extraordinario nivel, donde además de Unamuno escribieron, entre otros, los futuros premios Nobel Juan Ramón Jiménez y Jacinto Benavente, y autores consagrados como Antonio y Manuel Machado, Eduardo Marquina, Ramón Darío,  Ramón María del Valle -Inclán y Francisco Giner de los Ríos.

 

Don Miguel muestra en la revista su gran retranca en una carta abierta al poeta modernista Francisco Villaespesa, director de la publicación. Unamuno le escribe lo siguiente:

 

“Mi estimado amigo: Me pide usted un retrato mío y ante tal pedido surge un pequeño conflicto sin graves consecuencias en mi conciencia. Renuncio a describírselo, aunque con semejante renuncia nos perdamos un trozo de psicología introspectiva, diferente, como es natural, de la ultrospectiva (sic).

 

El resultado final de tal conflicto es la decisión de enviarle el retrato, pues el resistirse a que aparezca en público la imagen de nuestro físico arguye, en los tiempos que corren, mayor petulancia que el ceder a ello. Hoy, en que se prodiga tanto la estampación pública de retratos, es un verdadero acto de humildad, a la vez que un acto de verdadera humildad, el dejar que se de a estampa pública el propio y peculiar retrato.

 

Ahora bien: visto y acordado en el tribunal de mi conciencia el remitirle un retrato de mi físico -dueño y a la vez siervo de dicha conciencia,-, quedaba sólo la ejecución del acuerdo.

 

Y aquí me encuentro con que apenas tengo fotografías, y ellas no muy buenas, de mi semblante y traza corporal. Y en este apuro acudo a la pluma misma con que trazo estas líneas y con ella dibujo mi perfil. Y en esto ha de permitirme que eche mano del egotismo y le diga que yo tengo más fisonomía visto de lado que no de frente. Hasta como escritor público creo que me ocurre lo mismo.

 

El hecho -porque es, sin duda, un hecho- de que envíe un auto-retrato supone que cultivo el conócete á ti mismo; y no pongo en latín esta sentencia, porque eso me parece algo así como citar á Nietzsche o a Tolstoi en francés, y el cultivar ese «conócete» dicen que es un mérito y el camino obligado para el «poséete».

 

Y el conócete a ti mismo debe empezar por conocer cada cual su físico, sostén masa de lo que llamamos nuestra parte espiritual, por llamarla de algún modo. Ya sabe usted que hay sabio que sostiene que mirándose y viéndose, o viéndose y mirándose, según que opinemos que el ver precedió al mirar o el mirar al ver, arduo problema, que viéndose y mirándose el hombre primitivo en el espejo de un sereno charco fue como llegó al desdoblamiento de si mismo, a conocerse fuera de si, a pensar en su yo y luego a creer en su alma. Yo le se a usted decir que mirándome al espejo he comprendido algunas de las ideas que había difundido por ahí yo mismo. Mas dejemos a Narciso y a toda clase de narcisismo y de turrieburnismo (sic) respectivamente.

 

Como usted verá también, a poco que mire, he procurado darme poca expresión y esto por razones que me ha de permitir me las reserve. No me he sombreado porque prefiero aparecer à toda luz y como si ésta viniese de todo el ambiente. Me he quitado carnes en efigie, ya que no pueda quitármelas en realidad, porque desde que he comprendido cuán profunda verdad encierra aquello de que los enemigos del alma son mundo, demonio y carne, me pesa el peso que voy adquiriendo gradualmente. Sentiría llegar a ser persona de peso.

 

En el retrato no se me conocen las canas, de que me voy cargando, aunque todavía me faltan catorce días (hoy 15 de Septiembre) para cumplir los treinta y ocho años, dato que puede usted hacer constar, porque empiezan a descontarme de la gente joven, de la que viene -pegando o pegada- y no me cuentan aún en la gente vieja, en la que se va -pegada o pegando-. Aunque bien mirado esto es consolador, porque si no soy ni de los que vienen ni de los que se van, es que soy de los que se quedan.

 

Las demás consecuencias que del adjunto mi retrato, como de todo dato empírico, se desprenden, las dejo al buen juicio y criterio de los que lo vean y quieran especular acerca de el. Solo me resta manifestarle de nuevo cuán su amigo es

 

Miguel de Unamuno.

 

P. 1. Le ruego muy encarecidamente que evite por todos los medios el que si se publica esta carta -que para ello la escribo, dicho sea inter nos- salgan mis enemigos diciendo que es profunda, filosófica, trascendental, erudita o propia de un sabio. Porque tengo observado que se fragua en torno mío una conspiración mucho peor que la del silencio, y es la de motejarme de escritor profundo, filosófico y trascendental con el innoble y vil propósito de ahuyentar de mis libros a los lectores. Así, a la vez que parece que le elogiamos, le reventamos, se dicen esos maquiavelillos de la feria de las vanidades y los celos.

 

Y puesto a hacerme ese favor, le agradecería también que anunciase mis obras, a ver si contrarrestamos los incalificables manejos de esos enemigos de mi buen nombre. - Vale

 

M. de U.”

 

Leer a  Miguel de Unamuno siempre depara sorpresas, como ese original neologismo del “turrieburnismo”, que implica la idea de refugiarse en una "torre de marfil" (torre ebúrnea), una construcción metafórica de aislamiento político e intelectual, donde  gobernantes, líderes y presuntos intelectuales pueden desarrollar (o, muchas veces, perpetrar) sus ideas sin la interferencia de la molesta realidad cotidiana. Lo que a Unamuno le parecía una actitud “infecunda” y “un funesto y grave error padre de todo género de soberbias”.  Y que estos últimos años vemos como una praxis diaria en muchos dirigentes políticos y mediáticos de nuestro tiempo.

 

Pero, tras disfrutar hoy de las palabras mordaces de Unamuno y de su auto-retrato, les prometo que,  como decían Tip y Coll, la próxima semana hablaremos del Gobierno, los partidos, los medios de comunicación …. y de su “turrieburnismo”.

 

Arturo Aldecoa Ruiz. Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia 1999 – 2019

 

Bibliografía:

Revista Ibérica,número 5, Madrid, 30 de septiembre de 1902.

https://hemerotecadigital.bne.es/hd/viewer?oid=0026476392

 

 

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